lunes, diciembre 29, 2008

2008: Un año de cine

La película del año: El Caballero Oscuro
Christopher Nolan ha sido capaz de hacer una de las películas más rompedoras, valientes y revolucionariAs de los últimos tiempos. Y lo ha hecho con un material procedente del cómic, algo que los cineastas y muchos críticos no suelen tomarse en serio. El éxito ha sido total y muy merecido, a nivel crítico y también en taquilla. A quien le pesen los prejuicios por ese origen o porque el protagonista sea un tipo vestido de murciélago más que el cine que destila por los cuatro costados, siento decirle que se pierde una película brillante, dura y moderna. Todo un ejercicio de estilo y de narrativa, de desarrollo de personajes y de actuaciones memorables (sobre todo Heath Ledger como el Joker, pero atención al resto: Christian Bale, Aaron Eckhart, Gary Oldman, Michael Caine, Morgan Freeman...). El Caballero Oscuro es la mejor película que se ha rodado jamás sobre un personaje de cómic, la mejor fantasía en muchos años, un filme tremendamente actual en lo temático y una de las cintas más valientes y arriesgadas de la década.

Lo más destacadoLa fantasía ha protagonizado lo mejor de 2008. Y la animación ha dejado la otra gran película que perdurará con el paso de los años: Wall·E, una de las historias de amor más originales y hermosas que se han visto últimamente en la gran pantalla, en uno de los envoltorios más frescos que se recuerdan. Es impresionante la expresividad de la que se puede dotar a un sencillo dibujo animado. Es increíble la capacidad de una película moderna para hacernos reír con las mismas técnicas que se usaban en los años del cine mudo. Es espectacular que un genio del sonido como Ben Burtt nos emocione con cada pequeño ruido, cada efecto camuflado como un diálogo, cada mágico instante. Es digno de elogio que Pixar siga demostrando que se puede hacer Cine, con mayúsculas, para los más pequeños y con base en un guión espléndido. Y si encima la animación es sencillamente perfecta, ¿qué más se puede pedir?

Aunque muchos hayan disfrutado despedazándola, otra de las películas del año es Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal. El regreso del arqueólogo más famoso de la historia del cine tenía muchísimos más puntos a favor que en contra. Yo los disfrute. Lamento que muchos se perdieran en detallitos para criticarla. Tim Burton nos aportó su habitual ración de genialidad con Sweeney Todd, un magnífico y macabro musical con un Johnny Depp, aquí sí (y no en su sobrevalorada, sencilla y delirante interpretación en la saga Piratas del Caribe), brillante. Y Iron Man demostró a muchos que se puede hacer una película adulta, seria y entretenida con un personaje de cómic.
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Sorpresas positivas
Dos han sido las grandes sorpresas del año, películas de las que no esperaba demasiado y me han convertido en un fiel defensor nada más verlas. Expiación falla algo en el fondo, en una historia que no termina de enganchar tanto como debiera, pero formalmente es una joya, coronada por un plano secuencia hermoso, como hacía muchos años que no se veía uno en pantalla grande. Juno tuvo un efecto similar al de Pequeña Miss Sunshine de un año antes, una peliculita modesta y con tono independiente que se ganó el corazón de los espectadores. Y mucho tuvo que ver la brillante interpretación de Ellen Page para que esta simpática cinta se colara hasta en los Oscar.

Me gustaron... como esperaba
No defrauda, haga lo que haga. Ridley Scott me gusta casi siempre. Red de mentiras no es una de sus mejores películas, ni siquiera figura entre lo más destacado que ha hecho en esta década (y más teniendo en cuenta que venía de estrenar un peliculón como American Gangster), pero es una notable muestra de lo bien que rueda un director de clase y prestigio como él. Y Russell Crowe se confirma como el mejor actor del momento, como un tipo capaz de interpretar los papeles más dispares. Es un genio. Y Ridley Scott, además de saberlo, maneja al actor con precisión.
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El western está vivo, tal y como demuestran la notable El tren de las 3.10 y la entretenida Appaloossa. Tan vivo como James Bond, que con su Quantum of solace deja bien claro que Daniel Craig tiene cuerda para rato como el agente secreto más famoso de la historia del séptimo arte. El cine más familiar tiene una buena saga en Narnia, aunque El príncipe Caspian se queda en un buen entretenimiento contemporáneo cuando en los 80 se habría convertido en un clásico. Para sagas, la de Star Wars, que da el salto al cine de animación con The Clone Wars. Se nota demasiado que son dos capítulos alargados, pero es un buen preludio para la posterior serie. El cómic da buenos productos, como El increíble Hulk. En el punto de mira entretiene con su original propuesta formal (aunque chirríe esa plaza de Salamanca llena de mexicanos...). Y Di que sí hace reír... excepto si no soportas a Jim Carrey.

Enormes decepciones
El talento de los nombres detrás de una película, un buen trailer o el boca a boca son motivos más que suficientes para que un título genere expectación. Y la pena es verlos después de todo eso y que nos quedemos con la sensación de haber visto un filme aburrido, malo o simplemente decepcionante. Quizá el título más destacado del año en ese apartado sea En el valle de Elah, que apuntaba muy alto, a título clásico, y se queda muy abajo, en casi un telefilme, eso sí con grandes trabajos de sus intérpretes. Una película que lidia con la guerra de Irak, tres grandes actores en el reparto y un gran guionista (que ya me había decepcionado como director en Crash) tras la cámara. Pero la película es bastante prescindible. Sólo quedan sus actuaciones. Lo demás, fuegos de artificio.
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Aunque sé que discrepó de la inmensa mayoría, el puesto de mayor decepción se lo podría haber llevado también No es país para viejos. No entiendo el fervor que ha levantado, ni la película ni la interpretación de Javier Bardem. No le he dado el primer puesto porque los hermanos Coen llevan tantos años decepcionándome que ya casi no los considero decepción. En esta categoría también entran Monstruoso (todavía no le he pillado la gracia a esta película rodada con una cámara casera y que no sé si debe dar miedo, tensión, angustia, las tres cosas o ninguna de las anteriores), Pozos de ambición (la desatada actuación de Daniel Day-Lewis no compensa el sopor que produce la película) o 10.000 ( correcta, sí, pero es el mejor ejemplo de cómo engaña un trailer; no sirve de nada gastar dinero si no hay talento detrás...).

Pérdidas de tiempo
Lo más doloroso del año ha sido comprobar que un director al que admiro como M. Night Shyamalan me ha hecho perder el tiempo. Eso es, por desgracia, El incidente, una pérdida de tiempo. Tiene dos o tres escenas dignas del talento de su realizador (sobre todo la introducción en la trama, tras los títulos de crédito), pero en conjunto sorprende la pobreza del guión, lo frío de la resolución y la absoluta carencia de interés de la película. Podría haber sido un buen episodio de 20 minutos en una serie fantástica, pero como película es un pequeño galimatías. Reconozco que la disfruté más en un segundo visionado, pero sigue siendo el primer patinazo de Shyamalan.
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El cine fantástico ha dejado numerosas pérdidas de tiempo, como Aliens Vs. Predator 2 (si la primera era infumable, esta segunda, que decían hecha para los fans de ambas sagas, es sencillamente deleznable), Jumper (tenía esperanzas yo en esta peliculita, pero hace aguas por todas partes), Speed Racer (una broma de mal gusto, carísima y llena de colorines, pero de muy mal gusto; los Wachowski ya no engañan tras el timo de la secuelas de Matrix), Hellboy 2 (yo no termino de cogerle el punto a Guillermo del Toro, excepción hecha de El laberinto del fauno), Outlander (un monstruo visualmente atractivo para una película del montón) o Wanted (cómo destrozar el espíritu de un cómic con puntos de interés).
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Fue también una pérdida de tiempo ver el duelo (¿duelo?) interpretativo entre Scarlett Johansson y Natalie Portan en Las hermanas Bolena. También lo fue el absurdo galimatías que es The Spirit, una exaltación de la mujer objeto y del actor vergonzosamente sobreactuado (del que hablaré en un par de días, cuando consiga digerir el mal trago). O el innecesario e incomprensible regreso de Stallone al personaje de John Rambo (buscando repetir el éxito que sí tuvo al retomar a Rocky Balboa).

La peor película del año: Ultimátum a la Tierra
No tengo la más mínima duda. Ultimátum a la Tierra es la peor película del año, un bodrio se coja por donde se coja. Y, además, una ofensa a todos aquellos que conocemos y veneramos la película original, uno de los títulos imprescindibles de la ciencia ficción de los años 50 y una de las cintas más representativas de la guerra fría. Un timo con mayúsculas, un naufragio sin paliativos, un desastre inconmensurable. Ni la espléndida Jennifer Connelly merece ser salvada de este desaguisado de película, porque nada merece la pena. Cuando dicen que Hollywood no tiene ideas, la gente se refiere a esto. Cuando dicen que los remakes son basura, es porque han visto algo como esto.

Ningún interés por verlas
Acabes viéndolas o no, y siempre hay alguna que cae por mucho que jures y perjures que no la verás, todos los años hay montones de películas que no te apetece nada ver. Obviamente, 2008 no ha sido una excepción. La lista la encabeza Sexo en Nueva York. Y no precisamente por ser lo que algunos llaman una película para chicas (categoría cuya existencia no termino de ver clara, como tampoco la de películas para chicos...). La verdad es que la serie me parece simpática, pero no me ha captado para la causa después de haber visto sólo la primera temporada. Si hay algo que no entiendo de esta adaptación por encima de todo es su duración: nada menos que dos horas y media. Un exceso se mire por donde se mire.
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Pero hay más: Los crímenes de Oxford (Alex de la Iglesia ya me ha engañado bastante a lo largo de su carrera), The Eye (no cuela que Jessica Alba o cualquier actriz espectacular sea el único reclamo de una película), 88 minutos (porque no quiero ver a Al Pacino haciendo el ridículo; bastante tengo con la mayoría de las películas de Robert de Niro en los últimos diez años), Kung Fu Panda o Madagascar 2 (cada vez me atraen menos estas peliculitas animadas), La momia: La tumba del emperador dragón (aunque esté de moda alabar esta saga y criticar a Indy), X-Files: Creer es la clave (¿para qué una secuela a estas alturas?), Tropic Thunder (no, no me atrae nada esta comedia tan reputada...) o Mamma Mía! (reconozco que me da una pereza inmensa sólo pensar en esta película).

Lo que me queda por ver
Con el ritmo frenético que tiene la cartelera y con lo caras que son las entradas (¿no será ésta una de las causas de la piratería por un casual...?), hay muchas películas que se quedan en la carpeta de tareas pendientes. En los circuitos más independientes y reducidos se quedan 4 meses, 3 semanas y 2 días (por la temática, el aborto, y la forma en que lo encara, además de por las magníficas críticas que ha recibido), Hacia rutas salvajes (por ver qué puede hacer Sean Penn tras la cámara) o La familia Savage (por las interpretaciones).
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Del cine español sólo me ha provocado verdadero interés Camino, de la que he oído hablar maravillas (aunque me asusta que dure más de dos horas; ¿ya no quedan directores que tengan capacidad de síntesis...?). De los Coen queda pendiente Quemar antes de leer, pero con la sensación de que no me va a gustar, porque, como decía antes, los Coen llevan mucho tiempo sin entusiasmarme lo más mínimo. Todo lo contrario que La niebla, otra adaptación de Stephen King que hace Frank Darabont y, para algunos, una de las mejores películas del año.
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Y también tengo interés en ver películas como Vicky Cristina Barcelona (por el qué dirán, estoy convencido de que no le voy a encontrar nada de interés...), Rebobine, por favor (por ver si su cariño al cine es sincero), Antes de que el diablo sepa que has muerto (cine negro de Sydney Lumet, suena interesante), Los girasoles ciegos (aunque me han hablado fatal de ella, tanta nominación impulsa a verla...) Gomorra (por la cuestión real que tiene de fondo), Asesinato justo (por ver a Pacino y De Niro juntos en pantalla) o dos de los últimos estrenos del año: Australia, El intercambio.

jueves, diciembre 25, 2008

'La leyenda de Bagger Vance': el espíritu de Frank Capra

En unas fechas en las que tantos nos acordamos del canto a la vida y a la Navidad que fue, es y siempre será ¡Qué bello es vivir!, es una delicia encontrar películas que recogen el espíritu de Frank Capra. Ese optimismo ingénuo, ese afán de superación, ese amor por la vida. La leyenda de Bagger Vance es una de esas películas. Robert Reford dirigió hace ya algunos años esta pequeña fábula deportiva y pasó sin pena ni gloria por la cartelera. Y recuerdo que eso a Capra también le pasó con muchas de sus películas. El filme nos cuenta la historia de Rannulph Junuh (Matt Damon), un joven golfista que perdió su swing y dejó de competir tras vivir la traumática experiencia de la guerra. Años después de su regreso a casa, reaparece para jugar un torneo de golf que levante el sueño de la mujer a la que abandonó (Charlice Theron), mantener vivo el mejor campo del mundo. Y para ello contará con la ayuda de Bagger Vance (Will Smith), un desconocido que se ofrece a ser su caddie y que acabará enseñándole a vivir.

Cuando veo una película así, no me puedo quedar en sus valores cinematográficos. Si lo hiciera, Bagger Vance sería quizá una de tantas películas. Un producto bien hecho, rodado por un director solvente y con unos actores que van desde la corrección hasta el notable. Pero ésta es una de esas películas que llegan al corazón, muy por encima de los defectos que puedan tener. Bagger Vance es una película que implica al espectador, que juega con su estado de ánimo, que le coloca al borde de la lágrima en más de una ocasión, que le emociona con cada nuevo golpe que se da en ese torneo, que disfruta con cada momento hermoso y sufre con cada decepción que sufre el protagonista. Es una película que no se puede ver con indiferencia, una película en la que la empatía entre protagonista y espectador es total, una que coloca a ese espectador en el borde de su butaca, junto a la pantalla, empujando para que la bola caiga en el hoyo.

Y es curioso pensar que aupamos al protagonista de La leyenda de Bagger Vance de la misma forma que gritábamos feliz Navidad con George Bailey en ¡Qué bello es vivir! o pronunciábamos el discuso en el Senadojunto a Jefferson Smith en Caballero sin espada. Cuánto hizo en su época Frank Capra por los buenos sentimientos en el cine y cuántos directores mantienen vivo ese legado en el cine actual. Robert Redford es uno de ellos. Y que no se pierda nunca ese optimismo que de vez en cuando se encuentra en algunas películas. Nos hace falta y nos recuerda que el cine tiene todavía mucho bueno y bonito que enseñarnos.

No se suele tomar demasiado en serio al cine de trasfondo deportivo. Sus esquemas suelen ser algo repetitivos y La leyenda de Bagger Vance (con reminiscencias fantásticas claras de otro pequeño clásico del subgénero, Campo de sueños) no es una excepción. Pero cuando están bien hechas, estas películas suelen encontrar un público apasionado. Quizá haya que ser aficionado al deporte para entenderlas, puesto que esta película no deja de ser un precioso canto al golf. Pero va mucho más allá y es ahí donde puede capturar a cualquier espectador. Es una hermosa historia sobre la vida, sobre quiénes somos y lo que podemos ser, sobre los sueños y cómo alcanzarlos. El golf es sólo la excusa. La historia, aunque irregular, es lo que engancha de verdad, lo que emociona y lo que hace disfrutar.

Redford se planteó interpretar el papel principal de la película, con Morgan Freeman como ese caddie que le enseña a vivir. Pero al final optó por actores mucho más jóvenes. Eso hace bastante inverosímil la historia de amor y el tiempo que ha pasado desde el final de la guerra hasta el torneo de golf que ocupa la mayor parte del metraje, pero quizá le da mucho mayor dinamismo a la película. Y quizá Redford pensó que ya había interpretado hace años una película deportiva sobre segundas oportunidades, la hermosa y también optimista (mucho más que el libro en la que está basada) El mejor, centrada en el mundo del beisbol. Brad Pitt rechazó el papel y acabó en manos de Matt Damon. Para Will Smith era una de las primeras oportunidades de realizar un papel serio y con un director con gran reputación en Hollywood. Y sale muy bien librado.

Y por si todo lo dicho anteriormente no os convence para darle una oportunidad a esta película, es la última vez que el gran Jack Lemmon apareció en pantalla. Ese triste hecho le da una especial relevancia a los minutos que aparece en pantalla y al personaje que interpreta. Y nos recuerda lo bonito que puede llegar a ser el cine.

miércoles, diciembre 17, 2008

'Appaloosa': el placer de ver un buen western con grandes actores

Un buen western. Eso es Appaloosa por encima de todo. Es una película que, hablando en general, no habría destacado entre las grandes del género de haberse rodado hace 50 años, pero que habría gustado, habría sido bien recibida y seguramente habría ganado cierto valor con el paso de los años. Hoy es, en cambio, una muy apreciable muestra de un género que se resiste a morir y que produce pocos títulos. La sensación es similar a la que dejó hace algunos meses El tren de las 3.10, una satisfacción de seguir viendo películas de vaqueros como aquellas con las que casi todos los que llegamos o superamos la treintena hemos crecido (porque las nuevas generaciones no saben, en general, lo que es el western). No se acerca al nivel de Sin perdón (el mejor intento de revitalizar el género en las dos últimas décadas... y eso que fue el primero) y es inferior a El tren de las 3.10 pero Appaloosa es un buen filme, algo frío en su puesta en escena, pero que tiene una enorme baza para llegar al espectador: un trío protagonista sublime.

Ed Harris siempre ha sido uno de mis actores favoritos. Nunca he entendido porque su nombre no está junto al de los más grandes. Es un intérprete prodigioso que, además, ha ganado mucho con los años. Uno de los Oscars que más he llorado ha sido el que no consiguió por El show de Truman. Un placer seguir viéndole en forma. Viggo Mortensen también ha crecido, y en muy poco tiempo. Llego a El Señor de los Anillos sin ser nadie especial y salió de la Tierra Media convertido en un tipo interesantísimo. En Appaloosa he visto su mejor escena como actor, la última de la película. ¿Exagero? Quizás. Pero con esa sensación salgo del cine. Y qué decir de Jeremy Irons. Qué pedazo de actor cuando quiere o cuando no se vende a películas mediocres por un sueldo millonario. Brillante villano el suyo. Falla Renée Zellweger, una actriz a la que nunca le he visto nada interesante a pesar de su buena reputación y que tiene, sin duda, el personaje más flojo de la película, el que más agujeros provoca en el guión.

Los tres, sobre todo los dos primeros, aprovechan unos diálogos espléndidos (muy por encima del conjunto del guión), tan inteligentes en unas ocasiones como sarcásticos en otras. La película gana en esas situaciones concretras por encima de la historia general que cuenta, y eso queda en evidencia por el lento (necesario, pero lento) ritmo de la película en buena parte de su metraje, en comparación con el rápido final. Esa es una hermosísima secuencia que rezuma toda la belleza del western, que no necesita palabras en su parte final (y que seguramente tampoco necesitaba voz en off) y que coloca a Viggo Mortensen en lo más alto. Esa es su secuencia. Donde muestra que puede ser un actorazo, por encima incluso del buen trabajo que hace en el conjunto de Appaloosa.

Harris ejerce también de director (se pone detrás de las cámaras por segunda vez, tras Pollock, una película que tristemente ni siquiera llegó a estrenarse en cines en España). Compensa su frialdad en la puesta en escena con un hábil manejo de la cámara y un espléndido aprovechamiento de los actores. Quizá pesa más la intención de Ed Harris de afrontar un género querido (y que le lleva a ser coautor del guión e incluso a participar en las canciones) que hacer una película redonda. No lo es, pero sí es un entretenimiento de primer orden, con muchos detalles que recordar y un homenaje en toda regla al western más clásico y a muchos de sus títulos míticos. No es vano vemos vaqueros, indios, trenes, duelos y pistoleros. La esencia del western. Y eso, en esta época, tiene que emocionar por fuerza a quien recuerda Solo ante el peligro, La diligencia, Fort Apache o Centauros del desierto.

Yo no sé si el western se muere. Lo que sí sé es que el público le da la espalda y es difícil saber los motivos. Sobre todo cuando lo que produce son películas tan interesantes y entretenidas como Appaloosa. Ojalá este género no muera nunca y siga dándonos tan buenos momentos como nos ha dado en este 2008.

sábado, diciembre 13, 2008

'Quantum of solace': Bond progresa

James Bond está más vivo que nunca. Lo demostró Casino Royale, el relanzamiento de la saga con un nuevo 007, Daniel Craig, y sus espectaculares resultados en taquilla (de largo, la entrega que más dinero recaudó). Y lo confirma Quantum of solace, continuación directa de aquella (algo que no había sucedido hasta el momento en la trayectoria de Bond). Ése, aunque parezca una tontería, es uno de los elementos que hacen de Quantum of solace una película notable. Bond necesita una saga. Necesita que sus historias tengan continuidad. El error en el que cayeron los productores y guionistas de las últimas entregas, sobre todo las de Pierce Brosnan, fue el de crear un villano definitivo y una conspiración mundial única para cada película. Ya no será así. Bond tendrá una historia continuada de la que ya hemos visto dos entregas y seguro veremos unas cuantas más.

El otro gran acierto de este relanzamiento es el propio Bond. ¿Cómo reinventar un personaje que conocimos en el cine hace cinco décadas y que ya ha tenido cinco encarnaciones anteriores? Tan fácil como difícil: acercándolo a su tiempo. Y eso, en el cine actual, nos lleva a convertir lo inverosímil en creíble, lo fantástico en contidiano, lo humano en protagonista. James Bond, de la mano de un espléndido Daniel Craig, se está convirtiendo en un icono por si sólo, sin necesidad de acordarnos de los anteriores actores que tuvieron licencia para matar. Costó mucho que calara la idea de que un actor rubio encarnara a Bond, pero, con sólo dos películas en su haber, creo que ya ha conseguido que muchos no seamos capaces de pensar en otro actor para el papel en estos momentos. Y eso es mucho decir.

La diferencia entre Casino Royale y Quantum of solace hay que buscarla en el ritmo. La primera fue más pausada y discursiva, a pesar de tener grandes secuencias de acción. La segunda es mucho más frenética, multiplica las piezas de acción pero, al mismo tiempo, las simplifica, las hace más breves y directas. Más reales, en definitiva, y a contracorriente de buena parte del cine actual del género. No hay piruetas innecesarias (aunque hay alguna que roza la credibilidad de lo increíble, sobre todo en las dos primeras secuencias de este tipo, la persecución automovilísitca por carreteras italianas y la persecución a pie por los tejados de Siena), no se busca el más difícil todavía por encima de lo que requiere la historia. Quizá ese sea el gran mérito de Marc Forster, el director incorporado a la saga y que alcanzó fama por películas como Monster's ball o Descubriendo nunca jamás.

Este Bond deja momentos memorables, no sólo para la saga de 007 sino para el cine de acción contemporáneo en general. Sencillamente magistral es la escena en la ópera, magnífico es el sentido del humor (más bien del sarcasmo o del cinismo) que incorpora Cragia a Bond (y que alcanza su cima con la explicación que da el agente más famoso del cine en el hotel de Bolivia en el que pretende ocultarse) y que, ahora sí (superado ya el pesar por el desenlace de la historia de amor que vivió en Casino Royale), se convierte de nuevo en el Bond mujeriego que hemos conocido desde siempre. A eso contribuye la, una vez más, magnífica secuencia de los créditos iniciales, que recupera la iconografía más clásica de 007, acompañada por una sorprendente (y que cada vez me gusta más) canción de Jack White, cantada a dúo (otra novedad en la saga) con Alicia Keys.

Quantum of solace tiene todos los elementos que hacen de James Bond un icono del cine de entretenimiento: una acción frenética, multitud de paisajes exóticos, un villano a la altura, una chica Bond más que interesante y que se convierte en el reflejo realista de la Hale Berry de Muere otro día (Olga Kurlyenko se ha llevado muchas críticas por su acento español, y el doblaje tampoco contribuye a que mejore esa impresión; el personaje, en cualquier caso, es más interesante que el de la mayoría de las chicas Bond anteriores... y mucho más creíble), una banda sonora llena de adrenalina (a cargo del magnífico David Arnold, adueñado de la música de la saga desde la segunda entrega que protagonizó Pierce Brosnan) y un entretenimiento sincero y honesto.

Casino Royale me dejó con muchas ganas de ver la siguiente aventura de 007. Quantum of solace, sin ser una obra maestra que pueda gustar a todos los aficionados del agente o a todos los espectadores en general, aumenta esa sensación. Bond progresa. Y eso es una magnífica noticia.

viernes, diciembre 12, 2008

Para esto, mejor un reestreno que un remake

Uno escucha la palabra remake y se echa a temblar. Y no porque no me gusten los remakes, al contrario, hay muchos mundos que me encanta volver a visitar décadas después de haberlos conocido por primera vez (y sobre todo los más fantásticos). Me echo a temblar porque hemos visto decepcionantes reinterpretaciones de grandes películas tantas y tantas veces que ya he perdido la cuenta. Y siempre me lo venden como algo nuevo, diferente, excitante y necesario, como una oportunidad de que las nuevas generaciones conozcan esas historias clásicas, actualizadas a nuestros días. Ultimátum a la Tierra acaba de pasar por ese proceso. Y, como tantas otras veces, la conclusión es que, visto el resultado final de este remake, más hubiera valido programar un reestreno de la cinta original. Esa es la que deberían conocer las nuevas generaciones y no este triste y anodino producto.

El primer Ultimátum a la Tierra es una de las películas emblemáticas de la ciencia ficción de la década de los 50, un producto que venía a reflejar en la pantalla el ambiente que vivía la Historia, ya en plena Guerra Fría, con el temor a la amenaza nuclear ya vigente, una de las primeras muestras de que la ciencia ficción podía ser mucho más que simple escapismo y podía convertirse en una parábola histórica, llena de pensamiento y filosofía si era necesario. Era una magnífica película, dirigida por el gran Robert Wise (al que tanto daba meterse de lleno en la mejor ciencia ficción, como años después volvería a hacer con la primera entrega cinematográfica de Star Trek, o rodar un clásico inmortal como West Side Story), un canto a la vida y a la humanidad visto desde los ojos de un alienígena que venía a advertir a toda la raza humana: si no cambiábamos nuestra actitud, seríamos destruidos antes de que nos convirtiéramos en una amenaza para todo el universo.

Las novedades que presenta el remake son tan pocas como innecesarias. El calor de la guerra no es lo que mueve a las civilizaciones alienígenas a lanzarnos el ultimátum del título español, sino su intención de no perder un mundo fértil como la Tierra a manos de la prescindible raza humana. El tufillo ecologista y cambioclimático que preside esta premisa ni siquiera se confirma a lo largo del metraje, porque hay demasiada corrección política que insertar como para centrarse en una denuncia tan hermosa y antibelicista como la de la cinta original. Así, es imprescindible que el ama de casa que protaginizaba aquella película se convirtiera aquí en una bióloga, que el niño presente fuera negro (no pienso escribir afroamericano como eufemismo) y que juntos formaran una familia alejada del modelo tradicional. También era imprescindible que, a falta de un presidente de Estados Unidos en pantalla, fuera una mujer la secretaria de Defensa. Y así muchas cosas. Viva la corrección política por encima de las necesidades de la historia.

El guión tiene tantas incongruencias como agujeros, tantas cuestiones inexplicadas como inexplicables (y que no forman parte, precisamente, de ese misterio que siempre debe dejar una buena película de ciencia ficción), y culmina en una resolución apresurada, simplona y carente de sentido. Keanu Reeves da vida a Klaatu, el alienígena que viene a avisarnos de nuestro negligente comportamiento para con el planeta. La pretensión, como en el original, era crear un ser ajeno a las emociones (¿por qué repite entonces "lo siento" si no lo siente?), y para ello han dado con el actor perfecto, uno que no es nada expresivo, al que tanto da estar salvando el mundo en una película que destruyéndolo en otra. Jennifer Connelly, una magnífica actriz, hace lo que puede, que por desgracia no es mucho, con el papel que le dan. Su personaje se diluye en la parte final de la película, cuando más fuerza debía adquirir, con escenas y frases repetitivas. Y la comparación con el original es catastrófica con el personaje de John Cleese, minimizado y despreciado en ésta.

¿Qué nos queda? Lo de siempre. Los efectos especiales. Lo único verdaderamente salvable de esta previsible y olvidable película es la llegada de la nave (¿nave?) extraterrestre. Es el único momento en el que Scott Derrikson, director de la cinta, consigue estimular los sentidos mediante un espléndido uso de la perspectiva y la iluminación. No tiene sentido dramático alguno, pero sí una inusitada fuerza visual que, sólo aquí, consigue emocionar. Pero siempre queda la duda en estos casos. ¿El aplauso lo merece el realizador o los genios de los efectos especiales, en este caso de Weta Digital (la compañía que saltó al primer plano de la actualidad con la trilogía de El Señor de los Anillos), artífices de estas oníricas y preciosas imágenes? Me inclino por la segunda opción, la verdad.

Pero si los efectos son brillantes en la imaginería visual de la maquinaria extraterrestre y, si acaso, en el conato (selectivo e incomprensible) de destrucción que precede al clímax de la película (la explicación de la brevedad probablemente haya que encontrarla en el reducidísimo periodo de postproducción para llegar a tiempo al estreno), lo cierto es que decepciona en uno de los aspectos más esperados de este remake: la reinterpretación de Gort, el robot guardaespaldas de Klaatu. Sí, es más grande. Sí, parece más poderoso. Sí, muestra más poderes y capacidades. Pero, además de parecer un personaje ya visto (y no sólo en Ultimátum a la Tierra), no genera ni la mitad de tensión en el espectador que la que generaba aquel tipo disfrazado en 1951. Esa es la magia que se quedó por el camino en el salto al terreno digital. Todo el mundo parece creer que dinero y ordenadores bastan para crear magia y no es así. Por eso sigo admirando tanto al criticadísimo George Lucas.

Y ya que hablamos de críticas. Estoy algo asombrado de la cálida recepción crítica que ha recibido este Ultimátum a la Tierra. Como poco se dice de ella que no es tan mala como cabía esperar (aunque, en realidad, sí lo es), y no deja de sorprenderme la tibieza que se muestra con algunos remakes cuando en otros está el hacha preparada para atacar. El caso de Ultimátum a la Tierra me ha recordado irremediablemente el de La guerra de los mundos. La prodigiosa novela de H. G. Welles contó con un magnífico filme también en la era dorada de la ciencia ficción, en 1953, apenas dos años después de conocer Ultimátum a la Tierra. Y hubo un remake hace no tantos años, apenas tres. Un remake masacrado por la crítica. Claro, lo dirigía el fácilmente criticado Steven Spielberg y lo protagonizaba el por todos lados atacado Tom Cruise. Sigo pensando que La guerra de los mundos de 2005 es una película magnífica, un remake que sí crea y reinventa, un filme que ganará prestigio con los años y que animo a todo el mundo a ver para disfrutar. Al contrario que este Ultimátum, por cierto.

La decepción que genera esta película es grande, sobre todo entre los que adoramos el original (¡Si ni siquiera llegamos a escuchar en el remake la mítica frase "Klaatu Barada Nikto", todo un icono para los aficionados de la ciencia ficción!). Le falta épica, le sobra metraje (sobre todo la parte más militar de la película, incomprensible, inconsecuente, insustancial) y un misterio en la primera mitad de la cinta que no consigue transmitir con éxito al espectador. Una película mal escrita, mal construída, mal hecha. Una pérdida de tiempo. Y no, probablemente no sea tan mala, pero sí es total y absolutamente innecesaria y prescindible. Y eso duele teniendo un material tan magnífico para empezar a trabajar.

miércoles, diciembre 10, 2008

'Di que sí', ya lo creo que sí...

Jim Carrey es un cómico único. Para lo bueno y para lo malo. Muchos no le aguantan, otros le idolatran, pero en cualquier caso es un actor que lleva más de una década ganando más de 20 millones de dólares por película y por algo será. Nunca me ha entusiasmado en sus comedias más delirantes, aunque sí creo que tiene un talento especial cuando quiere enseñarlo, como hizo en El show de Truman o en aquella deliciosa película que pocos llegaron a ver llamada The Majestic. En esos filmes, Jim Carrey es un poco menos Jim Carrey. O ese Jim Carrey que escuchamos en el doblaje español de sus comedias disparatadas, que también hay que decirlo crea una imagen algo distinta del actor real. Y cuando Jim Carrey es más actor que cómico, consigue que sus películas funcionen. Incluso las comedias, como su último estreno, Di que sí. Ya lo creo que sí funciona.

El punto de partida de Di que sí es uno de los más originales de los últimos tiempos (parte de un libro escrito por un periodista británico que ha elaborado una obra tan delirante como la que nació de la charla con medio centenar de personas que compartían nombre con su mejor amigo), y eso ya es un punto que habla muy bien de esta película. Un hombre aburrido, rutinario, al que ha abandonado su novia y sin ganas de divertirse o hacer algo diferente en su vida prueba una nueva terapia: decir que sí a todas las oportunidades que se le presenten. Es difícil controlar un argumento tan disparatado y mantener la película en un universo realista, pero varios acertadísimos gags y la buena actuación de Jim Carrey lo consiguen. Falla en algunas ocasiones y le sobra algo de metraje (¿dónde quedaron las películas de hora y media?), pero en conjunto triunfa por ser algo diferente.

Y es diferente porque apuesta por una comedia distinta a la que abunda en la cartelera de nuestros tiempos. Por momentos, Di que sí recuerda a la comedia amable que popularizó Frank Capra hace tantos años (y que tiene su mejor ejemplo en ¡Qué bello es vivir!), y también a la comedia existencialista que llegó a su cima hace ya 15 años con Atrapado en el tiempo. En esa relación triunfa el filme protagonizado por Bill Murray, ya un clásico moderno, pero esta Di que sí plantea cuestiones interesantes sobre el modo de vida actual. Nos lleva a preguntarnos por los motivos por los que decimos sí o no a esas oportunidades que se nos presentan en nuestro día a día, a plantearnos por qué actuamos de una determinada manera en cada situación o incluso a pararnos dos veces a pensar si tenemos la vida que queremos o, sin embargo, estamos encorsetados en la que nos impone la sociedad. Una comedia que deja algo en que pensar. Una rareza, sin duda.

Esa es la principal virtud de la película, que tiene sus mejores momentos en el descubrimiento de la nueva filosofía de vida, en la primera aparición de un Terence Stamp brillante (en esa escena, su personaje flaquea bastante en el resto de sus apariciones y, sobre todo, en el innecesario gag final) en su papel de gurú espiritual del sí; en el espectacular número musical de Jim Carrey en el que acaba un intento de suicidio; o en las parodias cinéfilas a títulos tan conocidos como 300 o la saga de Harry Potter. Si por algún lugar flaquea el guión es en todo lo que rodea al personaje de Jim Carrey. Todo parece demasiado artificialmente dispuesto para que encaje en los sucesos de la vida del protagonista, pero sin excesiva profundidad en las situaciones o en los personajes. Y en esa leve sensación que deja la película de no llegar a lo que se propone, destaca una actriz que siempre promete más de lo que al final ofrece, la también cantante Zooey Deschanel (protagonizó la última película de M. Night Shyamalan, El incidente, y la miniserie de televisión Tin Man).

Di que sí es una comedia amable, muy divertida a ratos, diferente y muy del Jim Carrey más interesante. Y hace reír, que es algo fundamental en la vida y en un género, la comedia, que no termina de ofrecer títulos en las últimas décadas que perduren en la memoria del cinéfilo. Éste merece la pena.

lunes, diciembre 08, 2008

Lana Turner, 'femme fatale'

"Una mujer fatal es un personaje tipo, normalmente una villana que usa el poder maligno de la sexualidad para atrapar al desventurado héroe. Es una traducción de la expresión francesa femme fatale, mujer mortífera. Se la suele representar como sexualmente insaciable. Aunque suele ser malvada, también hay mujeres fatales que en algunas historias hacen de antiheroínas e incluso de heroínas. En la actualidad el arquetipo suele ser visto como un personaje que constantemente cruza la línea entre la bondad y la maldad, actuando sin escrúpulos sea cual sea su lealtad". Esta es la definición que hace Wikipedia de mujer fatal. Yo ya tengo una definición mucho más justo y precisa: Lana Turner en El cartero siempre llama dos veces.

Su primera aparición en la película es de las que da vértigo. Un tipo acaba de llegar a un restaurante de carretera en busca de trabajo (el cartel, deliciosamente ambiguo, decía "Se necesita hombre"), y rápidamente convence al dueño de que es perfecto para el trabajo. El dueño sale a atender a un cliente y en ese momento escuchamos un ruido. Algo ha caído al suelo. Nuestro protagonista se gira y ve cómo una barra de labios se desliza por el suelo hasta él. Levante la mirada y encuentra a la mujer fatal. Lana Turner. De un blanco inmaculado, con una sonrisa tan peligrosa como sus curvas. Y su mirada... Capaz de derretir a cualquiera. Ahí nace el deseo mutuo y comienza a desencadenarse la sucesión de acontecimientos que acabará con una justicia poética.

El cartero siempre llama dos veces es una película valiente y atrevida para la época en la que se realizó (data de 1946, cuando la censura tenía un inusitado poder y era difícil ver en pantalla algo que superase un beso de tres segundos). Tay Garnett, un director que alcanzó su cima con esta película y al que se recuerda también por episodios de series de televisión como Los intocables o Bonanza, firma una puesta en escena envidiable, perfecta para crear todo un clásico del cine negro más auténtico: voz en off, una mujer fatal, un hombre capaz de hacer lo que sea por la mujer que desea, un asesinato, una herencia y, sobre todo, una tensión perfectamente distribuida en la dos partes de la película. La atmósfera funciona tan bien como un guión que tardó más de una década en pulirse para trasladar a la pantalla toda la tensión erótica de la novela originaria.

Y si John Garfield está perfecto como la contrapartida de esa mujer fatal, lo cierto es que El cartero siempre llama dos veces es la película de Lana Turner. La actriz, que siempre destacó más por sus escándalos personales (ocho efímeros matrimonios, una hija adolescente que mató a uno de sus amantes, alcoholismo), permanecerá para siempre como Cora, la mujer dispuesta a asesinar a un marido del que nunca estuvo enamorada por el amor del hombre que realmente quiere. Ella misma lo decía, este personaje era su favorito. Y lo hizo suyo desde la primera a la última escena, desde los momentos más dulces y románticos a los más duros y dramáticos. Lana Turner se convirtió con esta película en una femme fatale, de esas que abundaban en el cine de los años 40 pero que hoy son sólo un bello recuerdo.

El gran acierto de El cartero siempre llama dos veces es que equilibra perfectamente sus diferentes actos, desde la gestación del crimen hasta la investigación del mismo, desde la parcela más íntima de los dos protagonistas a las escenas del juicio. Todo encaja, todo sorprende, hasta el final en el que se descubre en qué circunstancias está narrando la historia el personaje de John Garfield. Viendo películas como ésta, uno se pregunta por qué no se hacen más. Pero viendo intentos de resucitar el género como La dalia negra, uno entiende el porqué. Lo explícito mató al cine negro. La sugerencia, la sensualidad, lo misterioso era lo que contaba entonces. Y Lana Turner, como tantas otras diosas del celuloide, sabían lo que tenían entre manos sin necesidad de pasar de la insinuación, de la mirada, de la sonrisa cómplice y a la vez traicionera. Eso era el cine negro.