martes, julio 27, 2010

'Origen', o cómo Christopher Nolan confirma que es un genio

Lo malo de mostrar una primera chispa de genialidad, es que estás obligado a confirmar que eres un genio o, de lo contrario, la gente podría pensar que ese brillo inicial ha sido un golpe de suerte. No sé si después de lo que Christopher Nolan hizo con Batman (Batman begins, El Caballero Oscuro y una tercera tentrega odavía por hacer) alguien sintió algo parecido. Que Nolan estaba obligado, a pesar de tener ya un puñado de películas interesantes a sus espaldas, a demostrar que era un genio. Pues ya está, aquí lo hace. Origen es una película terriblemente fresca y original (lo que tiene mérito en sí mismo por la temática relacionada con los sueños que aborda, vista en innumerables ocasiones), magníficamente construida, con motivos más que suficientes para disfrutarla a nivel intelectual y a nivel visual, con un reparto maravilloso y con un final de los que permiten el debate durante horas. No, no es el final, es toda la película. Es una genialidad que desde ya mismo tiene un hueco entre los referentes cinematográficos de la década por su carácter único y rompedor, que nada tiene que ver, aunque lo pueda parecer, con otros títulos de temática similar.

Porque puede ser tentador relacionar Origen con Matrix (y algún día habrá que decir que Matrix no era en realidad para tanto -y si lo era, sus secuelas se encargaron de arruinarla- y que la película que se merecía toda la fama es una pequeña joya semiolvidada que se titula Dark City), pero no van por ahí los tiros. Lo que Nolan hace en Origen es construir un universo creíble, un guión completo en sí mismo y que pone el énfasis en las relaciones entre los personajes, en la psicología de los mismos, en sus sueños, miedos y anhelos. Y, sin embargo y al mismo tiempo, es un espectáculo visual de primer nivel, lleno de imágenes inolvidables (atención a la pelea en los pasillos del hotel, deslumbrante e imaginativa, que se mantendrá durante años como una referencia visual) y con un climax final muy extenso que hace gala de un montaje paralelo, de dos y tres escenarios simultáneos, que sólo se puede calificar de perfecto, tan perfecto como los flashbacks que incluye (sólo es discutible el primero, el arranque del filme, que es más efectista que efectivo). Si Nolan ya rueda bien, lo que hace en la sala de montaje es para provocar el aplauso más sincero.

No sería bueno desvelar mucho sobre el contenido de Origen. No porque sea una película que viva de su final o de alguna sorpresa tramposa (todo lo contrario, pues es una película coherente y precisa en todo lo que cuenta... ¿o no?, cabría preguntarse al final), sino porque tiene una asombrosa capacidad de enganchar al espectador en cada secuencia, en cada paso, en cada nivel, con cada imagen y con cada nota de su prodigiosa banda sonora (Hans Zimmer es ya, por derecho propio, el mejor compositor del Hollywood contemporáneo, capaz de mostrarse perfectamente reconocible y, al mismo tiempo, de dotar de una personalidad única a cada una de sus películas). Casi llega a las dos horas y media, pero todo se pasa en un suspiro. Y pide a gritos un segundo visionado. Y un tercero. No porque no se haya entendido, no. Nolan hace un cine inteligente y apela al debate, pero da todo lo que tiene, no se guarda nada. La lectura sólo depende del espectador, que tendrá que decidir qué piensa cuando la pantalla se quede en negro después de un tan inquietante como magnífico plano final.

Y lo bueno es que no hace falta ni siquiera tomar una decisión sobre el sueño o la resolución. La duda también puede enamorar al espectador de Origen. Tanto como el magnífico trabajo de todo su reparto. Leonardo DiCaprio mantiene ticks que asemejan demasiado todos sus papeles, pero su esfuerzo por hacer personajes intrigantes y diferentes es notable. Ken Watanabe aporta la misma sobriedad de siempre, igual que Michael Caine en su reducidísimo papel. Como Cillian Murphy, de nuevo brillante, Caine lleva camino de convertirse en un fijo en el cine de Nolan. Ellen Page cautiva, y lo hace porque ha sabido alejarse aquí de Juno. Marion Cotillard, casi sin quererlo (o eso es lo que hay que creer), se convierte en el centro psicológico de la película. Joseph Gordon-Lewitt es la revelación de la película (aunque tiene ya una larga carrera, se le vio en G.I.Joe o 500 días juntos). Y se agradece que Nolan siga rescatando rostros conocidos de los años 80, en esta ocasión con un papel para Tom Berenger (del mismo modo que hizo con Rutger Hauer en Batman begins). Todos componen un reparto brillante, creíble y muy acertado.

Origen se convierte en una película única porque es imposible clasificarla. Se mueve de maravilla en todos los terrenos y escenarios. Nada resulta artificial, nada se ve inverosímil. Salta con una precisión envidiable de Mombasa a París, de una persecución en el asfalto a una escena romántica, del más puro cine de acción a la mejor intriga psicológica, de una imagen a cámara lenta a un plano tan veloz como imposible sobre el papel. Christopher Nolan demuesrta que es un genio, sí. Y Origen que todavía es posible hacer un cine diferente, rebosante de imaginación y talento, que perdurará en el tiempo por lo que es, por lo que cuenta y por lo que representa y no por una moda pasajera. Es maravilloso entrar en una sala de cine y encontrarse con un prodigio así. Si Nolan ya había hecho que me preguntara qué demonios va a ser capaz de hacer para superar El Caballero Oscuro, y sin por ello dejar de esperar con ansia su tercera película sobre Batman, ahora ya me pregunto dónde está el límite de este director. Veré cada una de sus próximas películas con esa pregunta en la mente. Y ojalá tardemos mucho en ver ese límite.

Origen se estrena el 6 de agosto.

jueves, julio 22, 2010

Fuera complejos: 'El equipo A' funciona de maravilla

Casi todos los veranos llega a los cines una de esas películas de acción que apuntan a desastre, que se basa en una franquicia cuyos protagonistas originales recelan o incluso reniegan de ella, que tiene un trailer que asusta más que animar a verla... y que al final resulta una película de acción entretenidísima. El año pasado, ese honor recayó en G.I.Joe y en este 2010 este particular reconocimiento se lo lleva El equipo A. No hay que tener problemas en reconocer que, por mucha nostalgia que nos aceche a la hora de mencionar ese título televisivo de los años 80, esta película no sólo actualiza sino que mejora el producto original. No hay que sentir miedo alguno en admitir que esta película está muy bien rodada, mejor montada y adecuadamente interpretada. Fuera complejos: El equipo A es una gran película veraniega de acción que cumple con todo lo que promete y a mí, desde luego, no me duelen prendas en reconocer lo bien que me lo he pasado con ella.

Porque, claro, con esto de las reimaginaciones, actualizaciones, remakes o como se quiera llamar hoy en día el relanzar una franquicia ya conocida, tenemos el problema de la memoria de cada espectador. No importa tanto el nivel de calidad que tuviera el original, sino el nivel de calidad que cada uno de nosotros creemos que tenía. Y los años 80 son casi intocables para una amplia generación de espectadores que hoy se mueve en la treintena. Sin embargo, creo que es justo reconocer que, por muy nostálgico que sea el recuerdo que tengamos de El equipo A, como serie era un producto bastante flojo. Con unos personajes muy carismáticos, eso sí, y unos actores que hicieron de ellos un recuerdo maravilloso para todos los que crecimos con ellos. Pero cada episodio era una fotocopia del anterior, con el grupo acudiendo al rescate de la dama o grupo marginal en apuros. Pero si el miedo es que hayan cambiado eso, lo cierto es que la película no traiciona en absoluta esa esencia. Más bien al contrario, la engrandece, le da un origen y una historia de fondo.

Uno de los motivos de duda sobre el resultado final de la adaptación cinematográfica era el nombre del director. Joe Carnahan, con la única experiencia de la película de 2006 Ases calientes, podía hacer cualquier cosa. Y hete aquí que lo que ha hecho es exactamente lo que tenía que hacer para que la película funcionara. El respeto que demuestra por los personajes (y, de forma indirecta, por los espectadores que sienten cariño hacia ellos) es bastante grande. Desde el primer momento en que aparecen en pantalla son perfectamente reconocibles aquellos que nos entretuvieron hace más de dos décadas durante tantos episodios. La película no sólo está bien dirigida y ofrece una acción clara de seguir, sino que ofrece más detalles. El montaje paralelo del clímax final es uno de los mejores que ha dado el género en bastante tiempo y es un colofón magnífico a casi dos horas de entretenimiento de altura.

Liam Neeson encabeza un buen reparto. Y Neeson siempre funciona, mucho más en estos papeles de líder y/o mentor a los que nos ha acostumbrado en los últimos años. Es un muy bien Hannibal Smith y escucharle decir aquello de "me encanta que los planes salgan bien" suena igual de bien que en boca de George Peppard (tan bien como las notas del clásico tema musical de la serie, reescrito aquí, como toda la banda sonora, por Alan Silvestri, que se copia un poco a sí mismo pero cumple). Bradley Cooper es quizá quien más registros nuevos introduce con su Fénix. Lo esencial está ahí, pero es algo más extremo que el que conocíamos. Y funciona, ya lo creo que funciona. Sharlto Copley, que sorprendió en District 9, es un Murdock sencillamente genial. Tanto, que se lleva los mejores momentos de la película con bastante facilidad. Y Quinton Rampage Jackson cumple como M.A., completando un muy buen cuarteto protagonista. Quinteto, con la clásica furgoneta (ojo a lo que hacen con ella, irreverencia en grado sumo... y por ello digno de aplaudir).

El guión, no obstante, falla en lo de casi siempre. Sale airoso de la necesaria modernización de personajes y situaciones (la referencia ya no es Vietnam, sino Irak), cumple con la premisa de ofrecer una violencia para todos los públicos (marca de la casa en una serie en la que era imposible que tantos disparos no acertaran a alguien aunque fuera por casualidad), pero se equivoca en la introducción de la heroína en cuestión. Durante buena parte de la película, uno no deja de preguntarse qué hace Jessica Biel ahí, más allá de rellenar la cuota de nombres femeninos en las películas de acción del verano de 2010. Quizá, y sólo quizá, la percepción mejora hacia el final del filme, pero está claro que este aspecto es donde el esfuerzo ha sido inversamente proporcional al atractivo de la actriz escogida. Es una moda cansina eso de meter a una actriz atractiva en todas las películas... simplemente porque sí. No entiendo por qué Hollywood desprecia la posibilidad de tener personajes femeninos interesantes en una película de acción.

El equipo A lo tenía todo para ser un horror y, en cambio, es uno de las películas más entretenidas del verano norteamericano. Ofrece diversión sin complejos y sin límite desde el notable prólogo hasta el sobresaliente final, consciente en todo momento del leve toque autoparódico que encierra, una aventura de acción correctamente llevada a todos los niveles. La nostalgia no gana este asalto, lo gana la adaptación y además por goleada. Me ha caído simpática la película, sí. Y, además, El equipo A tiene la mejor broma sobre el 3D que Hollywood nos quiere meter con calzador. ¿Se puede pedir más?

martes, julio 20, 2010

Una 'Pesadilla en Elm Street' más violenta pero no tan nueva

Cuando se estrena un remake, uno ya no sabe si echarse a temblar o alegrarse de volver a universos conocidos. Normalmente soy de los segundos, no creo en las películas intocables y no me asusta que algún cineasta medianamente desconocido se lance a crear una nueva versión de una película con cierta calidad y fama o un número de seguidores considerables. Lo que necesita un remake es algo nuevo que añadir a la mitología ya existente. Si lo hace, entonces el remake vale la pena. Si no, es una pérdida de tiempo. ¿Y qué es la nueva Pesadilla en Elm Street? Pues seguramente ni una cosa ni la otra, porque algo de nuevo si tiene, no tanto como cabría esperar, pero tampoco añade demasiado. Ofrece un guión que suena a conocido, pero al mismo tiempo juega con habilidad con el ritmo. Y tiene un buen protagonista que eleva el nivel de un conjunto irregular. Entremos en detalle.

Pesadilla en Elm Street es un remake puro. Es decir, no intenta cambiar más de lo necesario. La historia es la misma, el villano es el mismo, el desarrollo es casi el mismo. Aunque se corre el riesgo de pensar que, gracias a eso, la labor del director Samuel Bayer (director de videoclips, debutante en cine) y de los guionistas Wesley Strick y Eric Heisserer ha sido acertada, lo cierto es que este detalle hace el efecto contrario al deseado y convierte la nueva Pesadilla en un filme algo rutinario. Como todo el cine de terror moderno, esconde los habituales sustos (muy mal subrayados por la música de Steve Jablonsky; ¿por qué esa manía del género de acompañar el susto con un punteo musical estridente?), pero no aterroriza. Quizá eso sea más responsabilidad de la rutinaria dirección que de un guión que esconde apuntes interesantes y giros argumentales que sí sorprenden, a pesar de los diálogos planos de costumbre.

Lo mejor de la labor de todos ellos radica en que han optado por el único camino posible que requiere un personaje como Freddy Krueger: la violencia más descarnada. Nada de ocultar la sangre, los asesinatos o las mutilaciones, nada de llevar el plano lejos de la violencia, nada de dejar las cosas a la imaginación. Se tiene que ver en pantalla, porque de lo contrario no tendría ningún sentido tener un personaje central con garras en las manos (y, sí, me acuerdo de ese Lobezno que prescinde del color rojo en su paleta cromática, sí). Pesadilla en Elm Street es muy violenta. Más que la película original. En pantalla y en su planteamiento, puesto que endurece la trama original con aspectos que hace 26 años, cuando Wes Craven hizo su película, eran imposibles de añadir. Es obvio que no todos los públicos llevan bien la violencia en pantalla, pero es igualmente cristalino que es la única forma de hacer una película sobre un monstruo que asesina a sus víctimas en sus sueños con una garra. Elegir ese camino dignifica el intento de la película de actualizar el mito de Freddy.

En esos añadidos en esta versión destaca el nuevo aspecto de Freddy. Nada cambia de su atuendo (hubiera sido equivocado querer reinventar algo tan icónico del cine de terror de los años 80), pero su rostro presenta cicatrices y quemaduras mucho más realistas que en el filme original. Jackie Earle Haley, que con su Rorschach ya fue de lo mejor de Watchmen, crea un más que correcto Freddy, a la altura de su leyenda. Enrtar en comparaciones con el de Robert Englund sería algo baldío y bastante injusto, pues el primero tuvo seis películas y éste, de momento, sólo lleva una. El reparto se ajusta a lo que uno espera de una película así, un grupo de adolescentes (que, eso sí, pasan de la veintena, a pesar de que los chavales van al instituto en la película) más o menos desconocidos (Thomas Dekker, el más reconocible, protagonizó la serie Terminator: Las crónicas de Sarah Connor) y un grupo de adultos, los padres, que llevan muchos papeles de secundario a sus espaldas. En este apartado, corrección, sin más.

Quizá la clave para analizar Pesadilla en Elm Street esté no tanto en lo que se nos cuenta y cómo se nos cuenta, sino en lo que es: un remake de un título clave del cine de terror de los años 80, insisto. Pero que sea clave no quiere decir que sea insuperable. Ni siquiera bueno. No soy un gran fan de la Pesadilla de Wes Craven, pero, como decía, es innegable su carácter de icono. Lo que está claro es que aquella no era una gran superproducción de Hollywood. Tampoco ésta lo es, pero se nota que tiene más dinero detrás. Y por eso quizá se echa en falta algo más de imaginación donde podía notarse el dinero: en las escenas de los sueños. Escenas, por cierto, en las que Bayer parece hacer trampa. Y digo parece porque el epílogo de la película, el imprescindible epílogo cuando la intención es montar una franquicia, parece desmontar muchas de las bases del funcionamiento del personaje. ¿Intencionadamente? Yo no sería muy optimista sobre ello.

Y como es un remake, el recuerdo de la película original es lo que determinará la valoración de cada espectador. Vista de la forma más aséptica posible, esta nueva Pesadilla en Elm Street es una película de su tiempo, tan violenta como es necesario que sea, irregular en su guión, poco eficaz en su dirección (una pena que el género ya no atraiga a nombres notables... aunque lo más probable es que muchos hicieran un cine de terror que no encajaría con los gustos del público actual por excelencia: los adolescentes) y en conjunto entretenida pero en absoluto original. Se justifica en que un personaje conocido siempre ayuda a lanzar una franquicia, pero se echa en falta cine de terror nuevo, sin necesidad de recurrir a la oleada de remakes que tenemos desde hace tiempo en el género. Pero es Freddy, y Freddy, la verdad, tiene un punto de fascinación que engancha desde hace casi tres décadas. Al fin y al cabo, ataca cuando estás soñando.

miércoles, julio 14, 2010

¿'Dorian Gray'? ¿Dónde...?

Hollywood ha perdido desde hace ya unos cuantos años la capacidad de adaptar con interés las novelas clásicas de la literatura. Como en todo, hay excepciones, claro, pero si uno mira al cine norteamericano de los años 40 a 90, hay muchas películas que hoy consideramos clásicas que, lo supiéramos o no, están basadas en grandes novelas. De ahí en adelante, más bien pocas han encontrado un lugar en la memoria inmortal del cine. Los títulos míticos del arte de escribir siguen siendo un caramelo muy goloso para muchos directores y por eso seguiremos teniendo en nuestras carteleras versiones de grandes obras literarias, pero pocas llegan ya al corazón. El retrato de Dorian Gray, de Oliver Parker, no sólo no es una excepción sino que el claro paradigma de esta tendencia de deshumanizar historias muy humanas en detrimento de una aparentemente atractiva fachada y una pretendida modernización del argumento.

Oliver Parker lleva años sumergido en adaptaciones. Ya había llevado al cine otras dos obras de Oscar Wilde (Un marido ideal y La importancia de llamarse Ernesto) y una de William Shakespeare (Otelo). Sin embargo, aquí no adapta, aquí transforma. Y cambia tanto que es difícil encontrar a Dorian Gray en la película. Sí, tenemos el famoso cuadro que refleja todos los pecados y atrocidades que comete el protagonista, pero muy poquito más. La modernización de la obra de Wilde se convierte en una desnaturalización. No es, en realidad, Dorian Gray el que vemos en pantalla. Le falta su personalidad, su carácter, su motivación, su narcisismo. Parker parece empeñarse en presentar a Dorian como una buena persona, como un protagonista ideal para una historia de redención y culpa, la historia en la que se intenta convertir la tragedia de Wilde. Sin éxito, claro.

Esta última revisión de El retrato de Dorian Gray se aleja del original literario en casi todo. No hay en ella nada del espíritu crítico contra la sociedad victoriana que Wilde plasmó en sus páginas (sólo un leve intento en la escena en la que Dorian toca el piano ante una selecta audiencia), poco de su tema central, el narcisismo (se ensalza más la juventud que la belleza), y nada del terror gótico que narraba la novela. Por descontado, el grado de lejanía que quiera adoptar una película con respecto a la novela original no depende más que de su director y de su guionista, y por eso mismo es una decisión totalmente legítima (y a veces incluso necesaria para que la película triunfo) a la hora de adaptar una obra literaria, pero es una opción que no puede funcionar en un título tan reconocible y tan extremo como éste. Si no se ve a Dorian Gray en pantalla (ni tampoco a Lord Henry), ¿cómo se va a valorar positivamente una película titulada El retrato de Dorian Gray?

Hay un problema de base en la película, y es su protagonista. Ben Barnes (Las crónicas de Narnia. El príncipe Caspian) puede dar la talla desde el punto de vista estético, pero carece de toda la maldad, toda la ambigüedad y todo el magnetismo de Dorian Gray. Puede ser un héroe de acción, incluso un galán, pero no un alma torturada. Colin Firth es la mejor baza de la película, pero su Lord Henry se queda en la superficie, algo que parece más responsabilidad del guión y la dirección que del notable trabajo del actor protagonista de Un hombre soltero. Al final, la única fuerza que emana de la película procede de sus actrices, Rachel Hurd-Wood (la niña de Peter Pan. La gran aventura; su personaje pierde la capacidad generadora del cambio de Dorian que sí tiene en la novela; los culpables parecen los mismos que en el caso de Lord Henry) y Rebecca Hall (Vicky Cristina Barcelona o El desafío. Frost contra Nixon), además de otras veteranas intérpretes como Fiona Shaw y Caroline Goodall.

Tampoco funciona la parte de terror que sí tiene el escalofriante relato de Wilde. Convertir al cuadro es una especie de ser animado sobrenatural no parece la mejor de las soluciones para generar miedo. Tampoco es un acierto es el juego de misterio para ver o dejar de ver la transformación del cuadro, ya que cuando realmente podemos verlo acaba por no ser el momento culminante que uno espera. No es tan aterrador, no refleja lo que de verdad sucede en el alma de Dorian Gray, del mismo modo que la película no consigue hacernos entender por qué su alma es tan sórdida o por qué su comportamiento le convierte en un monstruo (no hay nada excesivamente complejo de mostrar en pantalla a pesar de ese anhelo de modernización). Una oportunidad perdida y una lástima, pero aquí no encontraremos a Dorian Gray.

jueves, julio 01, 2010

50 años de 'Psicosis'

El 16 de junio de 1960, Nueva York acogió la premiere de Psicosis. El estreno oficial se produjo en el Reino Unido el 4 de agosto y en Estados Unidos el día 10 de ese mes. Se cumplen, por tanto, 50 años de Psicosis. 50 años de una de las películas más hipnóticas, transgresoras, aterradoras y brillantes de todos los tiempos. 50 años de una de las mejores películas del maestro del suspense, Alfred Hitchcock. Quizá todavía quede alguien que no la haya visto. Serán muchos menos los que no conozcan su escena más famosa. Quizá. Qué gran oportunidad para recuperarla y, en el caso de esas personas que aún no lo han hecho, descubrirla. Es una de esas joyas inmortales, un auténtico icono, y eso que nació para ser una película de bajo presupuesto y sin demasiadas pretensiones.

Alfred Hitchcock estaba en la cima. Venía de triunfar con dos de sus mejores películas: Con la muerte en los talones y Vértigo. Y fue con Psicosis cuando llevó al extremo su apelativo de mago del suspense. Porque suspense hay en toda la filmografía del maestro, pero aquí hizo del suspense un elemento de puro arte, ya desde la primera secuencia. Incluso en la publicidad. "Por favor, no revele el final. No dispongo de otro", rezaba uno de los carteles del filme. "Nadie... absolutamente nadie... podrá entrar a la sala después de que el pase haya comenzado", decía otro. El rodaje se llevó a cabo en el más absoluto de los secretos. Normal, teniendo en cuenta las sorpresas que tenía reservadas Hitchcock. Janet Leigh ya era una estrella, Anthony Perkins se convirtió en leyenda con este filme, aunque el resto de su carrera no estuviera a la altura. Queda para la Historia su portentosa banda sonora, opresiva y tensa haste límites insospechados. Su fotografía en blanco y negro, hermosa y aterradora. Su mítico Motel Bates, imitado hasta la saciedad. Su protagonista, Norman Bates, que apareció en tres secuelas.

Y, sí, la escena de la ducha. Sobre ella, y sin revelar nada más por si acaso, hay una anécdota que no me resisto a contar. Mejor dicho, a citarla del libro Cien bandas sonoras en la Historia del cine, de Roberto Cueto. "Según contaba Bernard Herrmann, Alfred Hitchcock no quedó muy satisfecho con Psicosis después de haberla rodado, y pensó en la posibilidad de no estrenarla en los cines, sino en reducirla a una hora de duración e incluirla en su serie televisiva Alfred Hitchcock Presenta. Recordaba Herrmann: 'Le dije '¿Por qué no te vas de vacaciones de Navidad y mientras yo compongo y grabo la música y a la vuelta lo piensas mejor'. 'Bueno', contestó, 'haz lo que quieras pero sólo te pido una cosa: no compongas nada para la escena de la ducha. Debe ir sin música'. Como es bien sabido, Herrmann no hizo caso de esta última recomendación".

¡Qué grande es la magia del cine!