viernes, diciembre 31, 2010

2010, un año de cine

Se acaba 2010. Ya sabéis, momento de balances, de hacer memoria y de confeccionar esas listas que tanto nos gustan a todos. Esta es la mía, este año muy cargada de títulos, tan personal e intransferible que no tiene por qué generar consenso. No debería, ahí está la gracia del cine. Pero, al fin y al cabo, es la mía. Y por eso os la cuento.

· La película del año: Origen
Encontrar una chispa de originalidad en Hollywood tiene mérito. Dar con todo un torrente visual y narrativo detrás de las cámaras como es Christopher Nolan, es un tesoro. Y Origen es, junto a las dos entregas de Batman que ha dirigido, el mejor ejemplo de lo que puede dar de sí una película cuando se pone cuidado en todas sus facetas. Magníficamente rodada, espléndidamente interpretada, con un guión tan apabullante como su imaginería visual, una música que pone los pelos de punta, escenas tan innovadoras como la del pasillo del hotel y un final tan abierto como presto para el debate. ¿Quién puede dar más? Origen es una de esas películas que perduran en la memoria. Y eso no tiene precio.
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· Lo más destacado
Cine moderno plagado de clasicismo, cine clásico tan hermoso como siempre y cine de género (¿son los dibujos animados realmente un género?) aferrado al clasicismo que funciona. La red social, Invictus y Toy Story 3. Para mí es lo mejor que se ha estrenado en España en 2010. Y con diferencia. David Fincher, que lleva años en plena forma y convirtiéndose película a película en uno de los directores más fascinantes del momento, creó un peliculón a partir de un guión fascinante y unos diálogos llenos de energía, armas que es bastante probable que le lleven a alzarse con algunos premios el próximo año. ¿El Oscar? Ya veremos. No me atrevería a decir que La red social no se lo merece.
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Clint Eastwood nos regaló con Invictus una gran obra, quizá no entre sus tres mejores (¡mucho decir es eso!), pero sí de una categoría excelsa, por mucho que muchos hayan dudado de ella. Qué hermoso final, qué grande es Morgan Freeman. Y qué grande es Clint, claro. No te mueras nunca. Los chicos de Pixar sí se superaron. Parecía imposible, otra vez más. Pero lo han vuelto a hacer. ¡Otra vez más! Qué manera de llorar en el final de esta película, una hermosísima muestra de que la animación, por mucho que algunos lo quieran seguir negando, es tan cine como el más aplaudido por la crítica. Toy Story 3 es la que más cerca está del peldaño anterior de esta lista, pero alguien va a pensar que estoy a sueldo de Pixar con tantas alabanzas como les dedico siempre.
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· Sorpresas positivas
Un ataúd como único escenario durante 90 minutos. Un solo actor en pantalla. Un director español que rueda en inglés con un intérprete norteamericano. ¿Puede salir algo bueno de ese cóctel? Yo no lo hubiera dicho antes del estreno, aunque admitiera desde el principio la valentía del planteamiento. Pero bueno es poco. Es un filme brillante, sorprendente y cautivador. Buried (Enterrado) es una de esas películas que dejan huella sin necesidad de tener decenas de grandes nombres en su cartel. Sólo con imaginación, ingenio y categoría. Eso sí, no es apta para claustrofóbicos.
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A veces parece que una película pensada para ser un éxito de taquilla (lo sea después o no), no puede ser buena. Sherlock Holmes sorprendió por ese lado. Y también por la fidelidad al personaje de Sir Arthur Conan Doyle, mayor de lo que se temía antes de verla. Una gozada. Y El equipo A fue la sorpresa agradable del verano. Lo tenía todo para ser terrible. Y resulta que es terriblemente entretenida. Como Un ciudadano ejemplar, una película que pasó casi desapercibida y que tenía muchos aciertos, aunque también algún que otro gran agujero.
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La animación dejó dos gratísimas sorpresas. Número 9 es un producto atípico, oscuro y fascinante, que demuestra que no hace falta contar todos los detalles de una historia para hacer una película atractiva y notable. Cómo entrenar a tu dragón dejó claro con una entretenidísima historia que hay vida en Dreamworks. Y eso, en el reinado de Pixar y en el complejo entratamado de las franquicias languidecientes, es una magnífica noticia para los espectadores.
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No pensé que el decadente romanticismo de Hollywood podía dar una película tan hermosa y fresca como Más allá del tiempo. No pensé que Ben Affleck, a pesar de ser tan mal actor, podría confirmar con The Town que es un buen director. No pensé que una peliculita independiente como Sunshine Cleanning, con la magnífica Amy Adams, podría entretenerme tanto. No pensé que An education podía esconder tantas virtudes tras el adorable rostro de Carey Mulligan. Y, por eso, todas ellas me sorprendieron agradablemente.
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· Me gustaron... como esperaba
No me sorprendieron, pero me gustaron. Me gustó el Ridley Scott del entretenidísimo Robin Hood. Como también el Martin Scorsese de Shutter Island, aunque el guión no estuviera a la altura que merecía la forma de rodar del maestro. O el Roman Polanski de El escritor, aunque no fuera su mejor película (pero qué gran Pierce Brosnan). Igualmente me gustó el Peter Jackson de la hermosa pero mal acabada The lovely bones. También el M. Night Shyamalan de Airbender, aunque muchos se empeñen en enterrar a quien encumbraron tras El sexto sentido. Y el Oliver Stone de la secuela de Wall Street, aunque no fuera la película definitiva de la crisis que podría haber sido.
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Si de secuelas hablamos, Harry Potter y las reliquias de la muerte me gustó tanto como esperaba. Es decir, no demasiado, como toda la saga, pero con sus pequeños aciertos. O Iron Man 2, por mucho que los villanos no terminaran de convencerme (pero es que Robert Downey Jr. está colosal). O Tron Legacy, una delicia visual. O las heroicidades huecas (muy huecas) de Furia de titanes. Convence la fuerza visual de Ga'Hoole. La leyenda de los guardianes. Y el regreso de Joe Dante al terror juvenil con Miedos. Corazón rebelde aguanta gracias a un Jeff Bridges inspiradísimo. Y Tiana y el sapo... ¿cómo no me va a convencer si tiene el sello de Disney y es, de nuevo, animación tradicional? Un pequeño cambio me hizo reír, por mucho que Jennifer Anniston siga interpretándose a sí misma. Al límite era el regreso de Mel Gibson, y con eso ya cabía esperarse lo que era. Y el remake de Déjame entrar me gustó más que la original gracias a la asombrosa música de Michael Giacchino.
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Cine más pequeño pero igualmente convincente es el que ofrece la animación de The secret of Kells. La cinta blanca y Un hombre soltero me gustaron tanto como esperaba, aunque por desgracia fue menos de lo que le gustó al universo de la crítica, que las ensalzó, sobre todo a la primera. Soul Kitchen y El silencio de Lorna son buenas películas para evadirse del cine americano. Y Cinco minutos de gloria para obtener una mirada muy, muy diferente sobre el terrorismo. La decisión de Anne no es tan pequeña, pero su tono de telefilme hace que se empequeñezca un poquito hasta quedarse en lo que es.
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· Enormes decepciones
Decepciona aquello que genera expectativas. Y los premios y la crítica se pusieron de acuerdo en ensalzar películas que se me quedaron en decepciones de mayor o menor calibre. El vacío espectáculo pirotécnico y pretencioso de Kathryn Bigelow, En tierra hostil, se lleva la palma, por muchos Oscars que ganara. Pero casi tanto como Up in the air (me pareció hueca e intrascendente, aunque lo intentara disimular) y Precious (un telefilme en toda regla, valiente si queréis, pero telefilme). Lo mismo me ocurrió con la premiadísima cinta francesa Un profeta, que me llevó al aburrimiento durante casi todo su larguísimo metraje.
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Tim Burton me decepcionó por primera vez con una versión sin alma de Alicia en el País de las Maravillas. Detrás de grandes nombres de actrices, Nine adolecía de lo mismo, de un espíritu que la sostuviera. The blind side contaba con el Oscar de Sandra Bullock, pero lo mismo daba, era la historia de siempre. Y El solista tenía buenos actores y mejores intenciones, pero no terminaba de dar con la tecla. Madres e hijas se me queda como una película coral tan fácil de hacer como casi todas las que han puesto de moda estas historias, y Two lovers prometía más de lo que ofrece, quizá lastrada por un poco creíble Joaquim Phoenix.
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El futuro apocalíptico de La carretera quedó demasiado filosófico. Como El libro de Eli de Denzel Washington. El americano de George Clooney quedó demasiado aburrido y pretencioso. El Irak de Paul Greengrass y Matt Damon en Green Zone quedó menos trasngresor de lo que se esperaba. Y los Hermanos que cortejaban a Natalie Portman demasiado insulsos. El Centurión de Neil Marshall se quedó lejísimos de revitalizar el cine de romanos. Casi tanto como Los mercenarios de Stallone de ofrecerse un autohomenaje digno. O El retrato de Dorian Gray de hacer justicia al novelón en que se basa.
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Shrek. Felices para siempre demostró lo equivocado que es estirar una saga hasta la extenuación. Astro Boy, que no basta con una buena animación para hacer una buena película. Como Fantástico Señor Fox en otro registro muy diferente. El aprendiz de brujo es tan mala que asusta, con lo fácil que parece hacer una película de fantasía simplemente entretenida. Scott Pilgrim contra el mundo evidencia que el lenguaje del cómic y el del cine son hermanos pero no gemelos. Y El hombre lobo casi no se merece el calificativo de decepción de lo mala que es. Qué pena de película.
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· Pérdidas de tiempo
Todos tuvimos amigos que ya no lo son. Llevado esto al cine, Predators es el mejor ejemplo. Por favor, que no hagan más. Woody Allen también encaja parcialmente en ese grupo, porque amigo-amigo nunca llegó a ser, y Conocerás al hombre de tus sueños creo que ya sólo contentó a los fans del Woody Allen actual. O los Coen, esos hermanos que dejaron de hacer cine tras El gran Lebowski y que ofrecieron (es un decir) Un tipo serio. Y el cine español, cumpliendo su cuota en esta apartado con Balada triste de trompeta (asombrosa película, sin duda), Didi Hollywood (todo más que previsible viniendo de Bigas Luna y Elsa Pataki) o Habitación en Roma (Julio Médem parece haber perdido definitivamente el buen rumbo de sus primeras películas).
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Skyline, Imparable, Salt, Splice, Pesadilla en Elm Street, Noche y día, Kick-Ass, Percy Jackson y el ladrón del rayo, Legión, Prince of Persia, Desde París con amor, Ex-posados, Teniente corrupto, Solomon Kane, Daybreakers, Una escapada perfecta, La cuarta fase (¿cuántas películas ha hecho Mila Jovovich, por dios...?), Los hombres que miraban fijamente a las cabras... Hollywood, en mayor o menor medida, pero siempre prescindible. El circo de los extraños es demasiado igual a todas las nuevas sagas de fantasía juvenil. Liam Neeson y Laura Linney no bastan para levantar Crónica de un engaño. Y Milley Cirus sí se basta solita para acabar con La última canción.
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· La peor película del año: Machete
A veces resulta más difícil escoger la peor película del año que destacar a la mejor. Suele haber más competencia por el lado de lo malo, vaya, y este año había varias películas que lucharon con denuedo por obtener esta mención. Me quedo con Machete por lo que representa. El de Robert Rodríguez, y por extensión el de Quentin Tarantino, es un cine alabado por ciertos sectores de la crítica y por una gran legión de aficionados. Lo ven como entretenido, quizá hasta rompedor. Y, sin embargo, a mí me parece un cine absurdo, facilón, salvaje (en el peor sentido de la palabra) y carente de toda genialidad, fruto de un tiempo en que vale más rodearse de amigos que de talento. Machete es una colección de tópicos, de absurdeces, de escenas sin sentido, de actores acomodados o directamente merecedores del olvido. Y todo esto tiene sus fans. Me parece genial. Pero yo no soy uno de ellos.
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· Ningún interés por verlas
Hace algunos años no me hubiera atrevido a decir que Robert de Niro es la razón por la que no tengo ningún interés en ver una película. Ahora lo digo sin miedo. Es lo que me pasó con Stone. Nunca he tenido reparos, en cambio, en decir eso del sobrevalorado Javier Bardem, un actor al que yo no le veo nada de nada de lo que sí le ven otros muchos. Por eso ni Biutiful ni Come, reza, ama me seducen lo más mínimo. Ni el Amador del otrora esperanzador Fernando León de Aranoa. O Los ojos de Julia que me suena a copia de El orfanato. O los 3 metros sobre el cielo. O el innecesario remaje de The Karate Kid.
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Ahora los padres son ellos (¿por qué, De Niro, por qué...?), Saw VI (¿y VII...?), Resident Evil. Ultratumba (¿cuántas van ya...?), Paranormal activity 2 (¿en serio engañó tanto la primera como para hacer una secuela...?), Sexo en Nueva York 2 (no me dice mucho esta serie, no...). Mucha secuela, mucho original que ya no me interesaba. Como los Millenium, aunque igual ahora que David Fincher hace el remake americano me toca revisarlas. Eclipse directamente no, que a mí me gustan los vampiros de verdad, los aterradores, y no los de Crepúsculo.
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· Lo que me queda por ver
Por mucho cine que uno vea, siempre se quedan películas en el tintero. A veces porque se han estrenado en las últimas semanas del año, como es el caso de El discurso del rey. También de otras como Burlesque, Megamind o The tourist. A veces porque su distribución es limitadísima, como Cheri, Acantilado rojo, Ciudad de vida y muerte, Philip Morris ¡te quiero!, Chloe o Tamara Drewe. A veces porque, ceñido al tópico, me sigue dando pereza que sean películas españolas, como me sucedió con Lope, Agnosia o El mal ajeno. A veces simplemente porque se escapan a la espera de una mejor ocasión. Ahí entran títulos como la tercera entrega de Las crónicas de Narnia, Ladrones, Caza a la espía, Rumores y mentiras, La otra hija, Adele y el misterio de la momia o Gru, mi villano favorito. Y seguro que hay más.

miércoles, diciembre 29, 2010

'Tron Legacy', una gozada visual y sensorial

Retomar una película de éxito para una secuela que llegue a los cines 28 años después del título original, tiene sus peligros. Hacerlo con un filme que en su día no tuvo demasiado éxito pero que con los años se ha convertido en objeto de culto, suena muy arriesgado para Hollywood (aunque cada vez se arriesgan más... y con menos miedo a sufrir un batacazo). Y esos miedos a la hora de producir una película así, tienen un reflejo comprensible en quienes admiran los méritos de la película original. Qué fácil es olvidar el original y hacer una película totalmente nueva, que poco o nada tenga que ver con el espíritu de aquel mítico título. Pero aquí está Tron Legacy, tardía continuación de Tron. Y lo que se ha conseguido es un espectáculo visual incomparable, una gozada para los sentidos, una auténtica y genuina propuesta de ciencia ficción para el siglo XXI deudora de los años 80 del siglo XX y fiel a lo que entonces se nos contaba. Es toda una experiencia que, como la película original, tiene desde ya un rinconcito en mi corazón aficionado a la ciencia ficción.

Vayamos por partes. La historia no parece, a priori, lo más importante de Tron Legacy. Y, sin embargo, el argumento de la película encaja perfectamente con lo que dejó el Tron original. Es una pequeña gran vuelta de tuerca a las ideas que inspiraron a Steven Lisberger para crear este universo. Los diálogos, como suele suceder, no son una maravilla, pero se dejan escuchar en el marco de una buena historia. Los personajes están igualmente bien construídos, desde el mítico Flynn de Jeff Bridges hasta su hijo (Garrett Hedlund, que debutó en Troya) pasando por los programas informáticos y las dos sensuales mujeres de la historia, Olivia Wilde y Beau Garrett o el excéntrico y sobreactuado Michael Sheen (el Tony Blair de La Reina). No deja de ser una pequeña gozada ver aquí al otro actor que repite desde la original, Bruce Boxleitner (Cindy Morgan, principal actriz de Tron, no aparece en ésta entrega), al igual que el guiño con el hijo de Dillinger (David Warner en la película de 1982), interpretado en un breve cameo por Cillian Murphy (el Espantapájaros de las películas de Batman de Christopher Nolan). Todo esto, sin ser el plato fuerte de la cinta, funciona.

Y funciona porque a su alrededor ha construído el debutante director Joseph Kosinski un entorno visual apabullante, hermosísimo y terriblemente creativo. Todo forma parte de un proceso lógico. Es Tron, sí, pero sobre todo es una evolución natural de Tron. Ya no estamos en los 80, las viejas máquinas de arcade ya no se utilizan. Hoy vivimos en un entorno tecnológico que requería de otra aproximación. Y Tron Legacy consigue mostrarlo con perfección, desde el primer plano de una de las máquinas del universo virtual que actualiza los antiguos gráficos del original. Son varios los momentos culminantes que tiene este delirio visual (y sonoro; son muy adecuados tanto los efectos de sonido como la espléndida banda sonora, tan moderna como retro, de Daft Punk), y uno de ellos, como no podía ser de otra forma, es la emblemática escena de las motos de luz, tan emocionante como visualmente hermosa. Esa secuencia encuentra su reflejo, como si estuviéramos en un juego de espejos, en todos los desarrollos paralelos que comparten la primera cinta y esta secuela, incluyendo parte del clímax final.

Un gran pedazo de ese goce visual está también en el vestuario, desarrollado como toda la película a partir de los conceptos originales, evolucionados hasta modelar un entorno creíble en 2010. Funciona porque todo lo que llega a través del ojo funciona en Tron Legacy. El universo es creíble, el aspecto de los personajes es creíble, y la visión del entorno es creíble. Incluso el 3D es creíble, aunque parezca una tomadura de pelo durante la primera media hora de película, en la que las dichosas gafas no parecen necesarias (incluso un rótulo advierte de la presencia de escenas rodadas en 2D para que el espectador no tenga la sensación de que le están tomando el pelo). Ahí, de hecho, está el principal talón de Aquiles de la película, los segmentos que parecen hacerse demasiado largos, y la introducción es uno de ellos. Es el de Tron Legacy un 3D curioso. Realizado, dicen, con las mismas técnicas que Avatar pero un paso por delante, se beneficia del extraño efecto que la luz del entorno virtual tiene sobre las figuras y los escenarios. No sé si era realmente necesario o cómo lucirá todo ello en las dos dimensiones tradicionales, pero la conclusión es que la película es visualmente hermosa y es probable que el 3D también contribuya a ello.

Pues a encontrar un fallo visual está en el rejuvenecido rostro de Jeff Bridges para dar vida a su programa gemelo en el entorno virtual, Clu. Se dice que se han usado las mismas técnicas que añadían y quitaban años a Brad Pitt en El curioso caso de Benjamin Button, pero por momentos se asemeja más al efecto que daba Beowulf. Es decir, demasiado dibujo animado. Chirría en algunas escenas ese rostro alterado por ordenador en un mundo donde hasta los gráficos por ordenador parecen reales. Puede que los creadores de la película fueran conscientes de ello y por eso Tron, que debe tener el rostro de Boxleitner, aparece en la mayor parte de las ocasiones con un casco. El paso de los años también se nota en influencias de otros títulos que nada tienen que ver con Tron, y es que no resulta difícil encontrar la semilla de Matrix plantada en las escenas de lucha. Al menos, Kosinski no se deja llevar por esa mareante tendencia del cine actual de mover la cámara sin sentido y ofrece una película, con toda su modernidad, de corte clásico en sus enfoques. Eso, añadido a la mezcla de texturas que ofrece la película según el entorno o el momento que aborde, hacen de Tron Legacy una pequeña rareza en la ciencia ficción moderna.

Si te gusta Tron, te gustará Tron Legacy. Si te gusta la ciencia ficción, disfrutarás con esta secuela. Si los efectos especiales son lo tuyo, aquí tienes uno de esos festines que no puedes dejar pasar. Pero si lo que te gusta es ese toque de ingenuidad y entretenimiento sin límites que tenía el cine fantástico de los años 80, aquí tienes la oportunidad de rejuvenecer unos cuantos años sin complejos y de disfrutar como cuando eras niño. Es eso lo que me ha pasado a mí.

viernes, diciembre 17, 2010

Adiós a Blake Edwards, el cómico que me hizo llorar

El salto de la comedia al drama me parece de lo más complejo. Y suele darse que grandes actores cómicos acaben convirtiéndose en magníficos intérpretes dramáticos. Al revés puede que no se dé tanto. Y si hablamos de directores, estamos hablando de algo casi imposible. Pero hay uno. Uno que me hizo llorar, temblar y estremecerme. Uno que hacía comedias y que, de repente, se sacó de la manga un drama inolvidable. Él es Blake Edwards. Era, porque nos ha dejado. Y la película en cuestión es Días de vino y rosas. Sí, ya sé que al morirse Blake Edwards todo el mundo habla de La pantera rosa, de El guateque o de Víctor o Victoria. Para mí, Blake Edwards siempre será el director de Días de vino y rosas, una de las películas más duras y estremecedoramente reales que he visto y que seguramente veré en mi vida. Un crudo retrato sobre el alcoholismo con unos magistrales Jack Lemmon y Lee Remick. Y seguro que Blake Edwars sabía hacer reír. No lo dudo. Pero cómo me hizo llorar con este drama.

Y es el director, claro, de Desayuno con diamantes. Truman Capote, autor del cuento en el que está basada la película, la escribió con Marilyn Monroe en la cabeza. Y Marilyn era muchas cosas, la mayoría de ellas buenas, impresionantes y capaces de dejar sin habla. Pero no era Holly. Blake Edwards nos ofreció a cambio a un ángel. A Audrey. A Henry Mancini no le quedó más remedio que escribir la inolvidable Moon River pensando en Audrey. Pero el que estaba sentado en la silla de director era Blake Edwards, no lo olvidéis. Él nos hizo a la Holly que tenemos en la cabeza. Y ahí también nos hizo reír. Con Gato. Con la guitarra. Con el vecino. Con Holly. Y también nos hizo llorar. Pero de otra forma. No como con Días de vino y rosas, sino de una forma mucho más tierna y alegre. Eso es el cine, ¿no? Y la Academia no lo vio. No le dio el Oscar por ninguna de las dos. Sólo le dio el honorífico hace unos pocos años. Menos mal que todos saben que los premios son injustos y que el cine siempre será cine. Como Días de vino y rosas. Como Desayuno con diamantes. Hasta siempre, amigo.

lunes, diciembre 13, 2010

'Balada triste de trompeta', "¿pero qué coño es esto?"

Hay un momento en Balada triste de trompeta en que un personaje la pregunta a otro: "¿pero qué coño es esto?". Y eso mismo me preguntaba yo acerca de lo que estaba viendo. En otra escena, otro de los personajes dice: "no somos nosotros, es este país que no tiene remedio". Y también tengo que decir que ese pensamiento cruzó por mi mente viendo la película. Película que empieza con un fondo negro y las risas de muchos niños mientras desfilan los nombres de los patrocinadores públicos de la producción. Y hay algún ejemplo más, pero es francamente difícil que pueda haber más coincidencia entre las diálogos que sonaban dentro de la película y los que resonaban en mi cabeza. Balada triste de trompeta es un exceso, un desmadre, una locura, un atropello visual, narrativo y cinematográfico constante, una locura hecha cine, una película anclada veinte años atrás en la filmografía de Alex de la Iglesia. ¿Hace falta decir que no le vi ni pies ni cabeza a una película que, ojo, se llevó los premios al mejor guión y al mejor director en el Festival de Venecia?

Partimos de la base de que muchos han visto en Balada triste de trompeta una película arriesgada. Yo, la verdad, es que veo una película que Alex de la Iglesia podría haber firmado hace veinte años, cuando hacía Acción mutante o El día de la bestia. No veo grandes diferencias entre unas y otras en cuanto a su envoltorio o sus pretensiones. ¿Que en esta aparece la Guerra Civil, Franco, el Valle de los Caídos y el atentado contra Carrera Blanco? Pues vale. Si esta es la revisión que el cine español hace de la historia de su país, me van a perdonar pero prefiero sin lugar a dudas el cine americano. O el británico. ¿Que en ésta aparecen payasos y trapecistas? Pues vale. Como si son soldadores, porque más allá de la secuencia inicial (con un espíritu que para mí destroza Santiago Segura, que sabrá vender muy bien sus productos, pero nunca le he visto en un papel que me creyera) no le veo el homenaje a la profesión. ¿Que en ésta aparece una actriz desnuda de forma gratuita? Ah, no, que eso es una constante en el cine español (y ya sé que generalizar no es justo, pero es que...). Peter Jackson también empezó en el gore más gamberro. David Cronenberg lo hizo en el terror. Ambos, sirvan de ejemplo, han evolucionado hacía películas, mejores o perores, pero siempre más adultas. Alex de la Iglesia no.

La película desoncierta casi desde el principio, pasado ese momento nostálgico (y rodada con una aparente sensación de medios, una neblina sobre un fondo oscuro que parece ocultar la ausencia de decorado y que no se corresponde con el resto de la película, más ostentosa y rica), ya los títulos de crédito apuntan a que lo que vamos a ver en las próximas casi dos horas será un despropósito difícil de entender. El poderoso tema musical de Roque Baños suena sobre un estrafalario collage de imágenes históricas, sociales y culturales, que pretende servir de elipsis temporal (qué mal llevadas) para dejar atrás la Guerra Civil e introducir el supuesto anclaje emocional de la película. Tanto los diálogos como su recitado son torpes, lo que elimina toda profundidad al momento. De nuevo Santiago Segura está en él. Las actuaciones en general (no hay más nombres que se coloquen a diferente altura u ofrezcan algo distinto, quizá lo más divertido sea un desatado Fernando Guillén Cuervo) se topan con el impedimento que supone un atropellado desarrollo de una historia sin pausa, sin reflexión y sin demasiado sentimiento, en la que los personajes entran y salen sin demasiado sentido ni interés, en la que sobre todo los diálogos parecen artificiales.

Artificial es, de hecho, el adjetivo que mejor le pega a una película que busca entroncar con la historia de España. Y ese adjetivo es un durísimo enemigo, porque saca materialmente de la película a todo espectador que no esté dispuesto a creerse todos y cada uno de los innumerables excesos narrativos y visuales que propone Alex de la Iglesia. Es literalmente imposible saber qué se está viendo, más allá de una continua y algo aturullada sucesión de escenas, imposibles de ubicar en una línea temporal coherente y difícilmente creíbles (la aparición de Franco como un anciano cuasi simpático y humillable termina por descolocar acerca de las pretensiones del filme y de su arraigo histórico), cuál es el objetivo final de la película. Por quedarse con algo, habrá que valorar el esfuerzo visual que supone la recreación del Valle de los Caídos como escenario del tan inverosímil como absurdo (y, por qué no decirlo, tampoco demasiado extraño ni novedoso en la filmografía de Alex de la Iglesia) clímax de la película.

Si su director ha tenido éxito hasta ahora, será que alguien le ve cualidades a sus películas que yo no soy capaz de descubrir. Si ha llegado a ser presidente de la Academia española, querrá decir que es un tipo valorado en la profesión de nuestro país. Si esta película consigue llevarse dos premios de un Festival como el de Venecia, será que a los críticos también les gusta esta forma de hacer cine. Para mí, desde mi humilde y personal óptica, Balada triste de trompeta es una farsa precisamente como forma de hacer cine. Porque el cine para mí está en la antítesis de lo que ofrece esta película. Quizá, vista bajo unas determinadas circunstancias, pueda arrancar sonrisas producto del desmadre (que no del humor o la comedia). Quizá. Pero lo veo difícil. Muy difícil. Lo que está claro es que estamos ante un claro producto de Alex de la Iglesia, signifique eso lo que signifique para cada espectador que se atreva con este producto.

viernes, diciembre 10, 2010

'Skyline', refrito brato de ínfima calidad

A veces parecen que llegan películas que lo que buscan es tomar el pelo al espectador. Dicho sin rodeos, Skyline parece una de esas películas. Dirigida por los hermanos Strause, que ya tomaron el pelo con aquella infumable Aliens vs Predator 2, la única vocación de este filme es copiar descaradamente escenas de otras películas y/o series de televisión, juntar un reparto de actores televisivos, baratos y que presenten un atractivo físico que enganche a las audiencias menos exigentes, agitarlo todo con unas cuantas escenas de efectos especiales correctillos y estrenar el refrito a ver qué pasa. Y lo que pasa es que, como es una película muy, muy barata (aunque suene raro calificar de barato a un juguete con diez millones de dólares de presupuesto), por poco que amase en la taquilla antes de que se corra la voz de su ínfima calidad ya estará dando beneficios a sus responsables. Cada vez parece más fácil timar a quien disfruta de las historias de ciencia ficción y de las producciones con efectos especiales.

Imaginad cualquier película que retrate una invasión alienígena. Desde La guerra de los mundos, tanto la clásica de Byron Haskin como la moderna e injustamente despreciada de Steven Spielberg, hasta Independence Day. Skyline copia sin rubor escenas de todas ellas. Incluso de otros títulos emblemáticos de la ciencia ficción (es imposible no ver algo de La niebla o de Matrix en esos seres con tentáculos que invaden la Tierra... ¿con qué propósito?). Pero, claro, escribir un guión suele ser mucho más que juntar escenas (¡e incluso repetirlas!; todo para que el filme llegue a esos aconsejables 90 minutos, porque menos daría la impresión de que no había nada que contar... menos incluso de lo que ya se cuenta). Y es que en todo momento la sensación es que no había historia en realidad. No había un propósito claro para esta película desde el punto de vista narrativo. El producto se sostiene (es un decir) en las caras (y cuerpos) de los actores y en los efectos especiales, que tampoco es que sean excesivamente rompedores.

Rompedor sí había algo en este proyecto, pero es algo de lo que no se dieron cuenta sus responsables. Skyline es otro producto olvidable más, pero que contiene una idea que les podría haber dado juego. También caer en el más absoluto de los ridículos, y se acerca más a esto que a lo primero, pero cuando menos era algo inexplorado en el cine de ciencia ficción. Por desgracia para los hermanos Strause, esa idea es la que desarrollan en los cinco últimos minutos de película. Y con tan deficiente desarrollo, lo que ha hecho es provocar carcajdas y críticas. Una pena. La sensación de que de ahí se podría haber hecho una película diferente es similar a la que otros hermanos, los Spierig, dejaron en Daybreakers, donde la historia anterior o la posterior podría haber dejado una mejor película que la que se hizo. Aquí, al menos, hay que dar las gracias por no haber prolongado más la historia anterior a la idea que sí era original, porque conocer más a los protagonistas del filme sólo habría incrementado el deseo de buena parte de la audiencia de que triunfaran cuanto antes los alienígenas que nos invaden.

Empieza a ser una costumbre aburrida en el cine de ciencia ficción moderno (y en el cine en general) la de presentar como protagonistas de cualquier historia a un grupo de jóvenes no tan jóvenes, de esos que han pasado ya la adolescencia y sus tiempos de estudiante y rozan ya la frontera de la treintena, cuyo único mérito es ese, la juventud. No hacen nada en esta vida, siempre parecen estar de fiesta, son pretendidamente guapos y atractivos y, por supuesto, siempre tienen que presentarse en alguna escena ligeros de ropa. Y junto a ese grupo, que no se nos olvide nunca la presencia de un hombre mayor que se distingue de los anteriores por una prominente barriga. Aburridísimo. Si el guión ya les deja pocas salidas, los actores terminan de rematar la función. Eric Balfour, Scottie Thompson, Brittany Daniel, Crystal Reed, Neil Hopkins, David Zayas, Donald Faison... Todos, al parecer, secundarios de series de televisión. Imagino que por la falta de presupuesto. Todos aburridos, previsibles o, simplemente, posando.

Los diez millones de presupuesto (medio millón en el rodaje, el resto en los muy numerosos planos de efectos especiales que tiene el filme) han salido de los bolsillos de los Strause y la película se rodó en la casa que uno de ellos tiene en Marina del Rey. Igual eso es para muchos un mérito. Pero se olvidan de que lo importante son las ideas. Da igual que tengas mucho o poco dinero para gastar, que seas un mal economista o un gran ahorrador. Lo que importa es la historia, la calidad de la película, el talento a la hora de rodarla, dirigirla y montarla. Y, sí, Skyline tiene unos efectos especiales resultones que darían el pego en muchas grandes supreproducciones. Sí, probablemente nadie diría que ha tenido un coste tan bajo como el que ha tenido. Pero aburre muchísimo. Por lo que cuenta, por cómo lo cuenta y porque no aporta absolutamente nada que haga que esta película permanezca en la memoria.

martes, diciembre 07, 2010

Adiós a Irvin Kershner y Leslie Nielsen

Tiende a olvidarse que George Lucas no dirigió dos de las seis películas que conforman la saga de Star Wars. Agotado del trabajo que supuso el rodaje de la primera película en 1977, Lucas decidió ejercer sólo de productor en las dos siguientes entregas. Eso hizo que la gloria de ser el hombre detrás de las cámaras en El Imperio contraataca fuera para Irvin Kershner. Probablemente, muchos de los que nos acordamos ahora de él, ahora que ha muerto (el pasado 27 de noviembre), lo hagamos fundamentalmente por aquella película. Y es que, se mire como se mire, es el director de la mejor película de una de las sagas funmdamentales no sólo de la historia de la ciencia ficción sino de la propia historia del cine. Su nombre está en el filme que engrandeció lo que significaba hacer una secuela, el que escribió con letras doradas el nombre de uno de los grandes personajes de siempre, Darth Vader, el que hizo que una marioneta fuera tan creíble como un personaje de carne y hueso.

Aparte de El Imperio contraataca no son muchos los títulos por los que Kershner será recordado. En realidad, si llegó a la saga de Star Wars fue por ser uno de los profesores de Lucas y no por tener una inmensa carrera cinematográfica que le avalara. Llegó a la dirección de la mano de Roger Corman. Hizo algunos trabajos para televisión (de hecho, lo último que dirigió antes de retirarse fue un capítulo de la serie Seaquest), y en cine fue el responsable de películas como Un loco maravilloso (con Sean Connery y Joanne Woodward), Ojos (con Faye Dunaway y Tommy Lee Jones), La venganza de un hombre llamado caballo (con Richard Harris), Nunca digas nunca jamás (de nuevo con Connery; Kershner es el único director americano hasta la fecha en haber dirigido una película de James Bond) y su última película, Robocop 2. Descanse en paz.

El nombre de Leslie Nielsen está desde hace muchos años ligado a la comedia absurda. Todo empezó con la película que en realidad inventó el género de la parodia en el cine contemporáneo: Aterriza como puedas. Y continuó con Agárralo como puedas y sus dos secuelas, con Dracula: un muerto muy contento y feliz, con 2001: despega como puedas, con Mr. Magoo, con dos participaciones en la saga Scary movie y con tantos otros títulos. Pero para mí Leslie Nielsen era también otro actor que nada tenía que ver con aquel. Era, es y siempre será el héroe de aquella joya de ciencia ficción que se titula Planeta prohibido. El militar del futuro y del espacio que seducía a aquella inocente y atractiva Anne Francis, aquel que luchaba contra un mal inimaginable con el mítico Robby el robot a su lado. Entonces parecía un galán perfecto y acabó convirtiéndose en el bufón perfecto. Lo fue hasta su muerte, el pasado 28 de noviembre. Descanse también en paz.