viernes, julio 26, 2013

'Tres 60', un thirller endeble

Gusta que el thriller se haya instalado en el cine español con absoluta cotidianidad. Y gusta que los intentos traten de aprovechar diferentes escenarios y temáticas. Tres 60 intenta ciertas acrobacias, y aunque en algún momento da la sensación de que pueden salir relativamente bien, el final hace que la película sea más endeble de lo que parece durante el entretenimiento que sí puede ofrecer en sus poco más de 100 minutos. Eso sí, siempre y cuando no se esté constantemente buscando las cosquillas al guión, porque siendo así se encuentran con suma facilidad. Lo complejo es que para argumentar este juicio hay que revelar el final y en estas líneas esa posibilidad ni se plantea, pero sí se puede decir que parece evidente que deja en entredicho buena parte del andamiaje ideológico y argumental de la película y que lo hace, además, sin el necesario desarrollo. Ahí, quizá, estaba la posibilidad de que la película tuviera la profundidad que falta en muchos thrillers, pero una elipsis se la lleva por delante.

Las dos primeras imágenes que deja la película son confusas. La primera, suferos en San Sebastián con música pop-rock de fondo. La segunda, unos títulos de crédito y música de suspense a cargo del efectivo Roque Baños. ¿Con cuál quedarse? La apuesta es por el thriller, pero a veces puede parecer lo contrario por la juventud de los protagonistas, el por lo visto necesario romance (con el más que obligatorio desnudo femenino que sigue inalterablemente presente en el cine español aunque aquí tarde en salir) y el tono de humor que desprende un personaje secundario que aparece y desaparece a conveniencia, incluso se bromea sobre eso en el guión. Va en esa línea que los dos actores protagonistas debuten aquí en el mundo del largometraje procedentes de la televisión o la presencia del surf, mucho más marginal de lo que pudiera parecer y casi en el fondo una excusa para justificar el precioso escenario y algún que otro patrocinio publicitario que parece haber recibido el filme.

Es de agradecer que haya un esfuerzo de crear una atmósfera atractiva con el tema escogido como telón de fondo (el tráfico de órganos), e incluso es correcto el macguffin que impulsa la historia, pero hay demasiada ingenuidad en la unión de las piezas del puzzle, la casualidad está demasiado presente y todo parece muy fácil. Incluso secuencias que prometen bastante y que generan la tensión que requiere un thriller, como la de la suite del hotel o la abadía, se solventan con demasiada sencillez, restándoles trascendencia y, sobre todo, efecto en el patio de butacas, donde no se llega a sentir el nerviosismo que tendría que provocar la empatía con los personajes. Rául Mérida y Sara Sálamo son una agradable pareja protagonista, pero navegan en un guión (obra de Luiso Berdejo, coautor de Insensibles) que no termina de establecer relaciones personales demasiado consistentes y que va introduciendo y olvidando personajes con demasiada facilidad, hasta el punto de que los únicos que cobran entidad son los alivios cómicos, el joven Guillermo Estrella (hermano pequeño del protagonista) y Adam Jezierski (su mejor amigo).

Tres 60 es, en conjunto, demasiado endeble. No lleva mal del todo el visionado, pero la reflexión rebaja bastante la nota final. Está rodado con bastante eficacia y no se puede decir que los actores desentonen (aunque la "colaboración especial" de Geraldine Chaplin corra el riesgo de generar perplejidad en el espectador), pero no termina de alzar el vuelo de una forma contundente y que enganche al espectador por las entrañas o por el corazón, algo que parece esencial en una película de género. Y aquí, por desgracia, lo evidente es muy evidente y lo que no lo es no termina de desarrollarse con tanta eficacia. Está por encima de ser una película fallida, pero no parce alcanzar los objetivos que se propone, algo que quizá con algo más de arrojo sí podría haber conseguido. Y ahí sí me refiero a ese giro final, que casi parece el punto de partida de una película que podría llegar más lejos que ésta.

miércoles, julio 24, 2013

'Lobezno inmortal', correcta redención

X-Men orígenes: Lobezno fue una de las más decepcionantes muestras del actual cine de superhéroes que copa la cartelera mundial desde hace algunos años. Su fracaso fue notable, porque su protagonista era un personaje ya establecido con éxito en la trilogía de X-Men que inició Bryan Singer con la figura de Hugh Jackman.  Su anunciada secuela se convirtió de repente en un nuevo punto de partida que pudiera hacer olvidar aquella. Y, efectivamente, su arranque entronca con X-Men. La decisión final, reivindicable final de la trilogía original del universo mutante. Eso es el primer acierto de Lobezno inmortal. También lo es llevar a Logan a Japón, un escenario muy adecuado para el personaje. Esas decisiones hacen que la esperanza crezca durante una primera mitad del filme bastante interesante, aunque se desinflan algo en la segunda, mucho más convencional y previsible. Aún así, Lobezno inmortal es una más que decente aventura superheroica, que sigue con relativa fidelidad el original en viñetas pero que tiene un problema no menor: la escena postcréditos emociona mucho más que todo el filme.

Dejemos aparcada esa escena por un momento, tampoco voy a desvelar el contenido porque en este pequeño rincón de Internet se considera perjudicial el spoiler, y centrémonos en las dos horas que llegan antes de eso. No era difícil superar el resultado de X-Men orígenes: Lobezno y eso lo hace con bastante solvencia Lobezno inmortal. Su historia es mucho más interesante que aquella, y encuentra referentes mucho más adecuados en el cómic que su predecesora. ¿Hace falta conocer el cómic para disfrutarla? No, en absoluto. ¿Y las películas anteriores? Conviene por el tono continuista con el personaje, pero en realidad basta con saber cómo acabó la La decisión final, aunque el detalle importante para comprender el estado anímico y vital de Logan se relata en el tramo intermedio de la cinta. Basta con asumir el enorme carisma que desprende Hugh Jackman como Logan. El papel siempre ha sido suyo, y su presencia sigue siendo imponente, y aunque ya cuente con 45 años sigue teniendo cuerpo y planta de superhéroe. Cuando el guión acompaña dándole frases propias de Lobezno, no hay ninguna fisura en su trabajo. Y aquí tiene varios de esos momentos.

Lo que se le escapa a Mangold (un director capaz de lo mejor, El tren de las 3:10, y de lo peor, Noche y día) es la parte final de la película. El arranque, en cambio, es más que correcto. Encuentra el perfil de héroe torturado de inicio y debilitado en la historia que tanto gusta en los últimos años y consigue esquivar la saturación que puede provocar esa vía tan explorada, y que hace pocas semanas se vio otra vez en El Hombre de Acero. Hace que el personaje se desenvuelva con acierto en el escenario japonés, y que los personajes secundarios queden relativamente bien integrados en la historia. Sobre todo los de Mariko y Yukio, nombres que sonarán a los aficionados al cómic como el amor japonés de Logan y su aliada, esta segunda mucho más compleja en la historieta que en el filme, donde queda, y dicho en el mejor de los sentidos, casi como un personaje de videojuego. Las desconocidas y hasta ahora más modelos que actrices Tao Okamoto y Rila Fukushima se encargan respectivamente de esos personajes.

Puede que a Lobezno inmoral le pese la incontenible escalada de espectacularidad que aumentó en este tipo de cine con Los Vengadores y, sobre todo, El Hombre de Acero (habría que asumir esta segunda entrega de las aventuras de Logan en solitario como la constatación definitiva de que el cine de superhéroes no sigue un modelo único... y que el grado de espectacularidad no debe ser el mismo), o puede que sea que en su clímax es donde se acumulan los mayores clichés del relato, pero el último acto sabe a poco. No por Logan, porque es ahí donde se le en su mayor esplendor, pero sí porque sabe a oportunidad perdida, por motivos que es mejor no desvelar para no arruinar el desarrollo de la película. Sí se puede decir que entre las decepciones está el muy poco aprovechado personaje de Viper, interpretada por Svetlana Khodchenkova, y que queda simplemente como la excusa argumental para que Lobezno vea mermado su factor curativo. Mucho más se podría haber hecho con ella, pero también con todos los personajes masculinos que rodean a Logan, planos o no demasiado bien explicados.

Lobezno inmortal deriva en un pequeño aunque entretenido batiburrillo de temas, imágenes y protagonistas, previsible en su desenlace y con algunas ideas muy interesantes en su desarrollo, producto de haber sabido situar a Logan en un escenario muy adecuado, incluso cuando la película se convierte en un llamativo team-up de Lobezno con Yukio (que también se había explorado, de una forma distinta, en la serie anime de Lobezno, en 2010). Tiene escenas de acción entretenidas y bien rodadas (destaca la del tren) y el buen sabor de boca que deja permite pensar que su final abierto permitiría hacer una secuela directa. Pero, claro, entonces aparece la escena postcréditos y las sensaciones cambian. Su impacto es inmenso y liga esta película con la próxima de la franquicia, X-Men: Days of Future Past, que marcará en 2014 el regreso de Bryan Singer a este universo. Y, sí, lo que pide debate, lo que genera emoción, lo que hace que el espectador se coloque en el filo de la butaca es esa escena. La película ya se ha olvidado. Insisto, es bastante correcta y supone la redención que Lobezno necesitaba tras su fallido título de X-Men orígenes. Pero es que esa escena postcréditos...

martes, julio 23, 2013

'Zarafa', los dibujos animados no se acaban en Hollywood

Disney, Pixar, Dreamworks, Warner... La animación lleva en nuestros días, desde siempre en realidad, nombres de estudios norteamericanos. Hollywood manda en casi todo. Pero por mucho que dominen, con o sin merecimiento, que opiniones sobre eso habrá tantas como espectadores, nada acaba allí. Los dibujos animados por supuesto que no. Y si en España Las aventuras de Tadeo Jones ya fue un aviso con sus pros y sus contras, Francia es otro país que lleva reclamando atención en este terreno, incluso en tierras americanas como demostró la nominación al Oscar de El ilusionista. Zarafa es otro tipo de película, es una que busca claramente al público más infantil, pero que al mismo tiempo cierra una historia bonita, con una realización más que correcta y un leve atrevimiento en sus temas para tocar palos que la animación normalmente no gusta de remover.

Zarafa es la historia de una jirafa. Pero no estamos ante un producto de estilo Disney en el que los animales son personificados con voz y carácter humanos. El protagonista es Maki, un niño que ve su destino unido al de una jirafa que tiene que convertirse en el regalo de Egipto a Francia como modo de persuasión para que los europeos ayuden a los africanos en el asedio de los ejércitos de Túnez a Alejandría a comienzos del siglo XIX. La mezcla entre historia, aventura y fábula funciona admirablemente bien. No es una película que se decante por los vericuetos más oscuros y dramáticos de su propuesta, pero tampoco los rehuye. Hay que tener muy presente que arranca con un tema tan difícil de tratar en una película de dibujos animados como el esclavismo. Aunque no llega a verse, Maki es un niño procedente de una aldea arrasada, y el villano del filme es un traficante de seres humanos, aunque en aquella época fuera una profesión más común.

Ante la asunción de que técnicamente es una película con medios mucho más modestos de los que utilizan los títulos más comerciales (lo cual, ojo, no impide corrección y un producto solvente), hay un claro deseo de que sea el guión lo más atractivo de Zarafa. Por eso, sus personajes están construidos con mimo y la narración se hace desde dentro de la película: un anciano cuenta la historia de Maki, la jirafa y sus compañeros de viaje a un grupo de niños, que asisten con asombro a las hazañas que escuchan, en una bonita analogía con los más pequeños que pueblen el patio de butacas. Y siendo una película pensada para ellos, es innegable que funcionan francamente bien sus cambios de escenario (el desierto, la montaña nevada o la urbe parisina), al igual que el carisma de los personajes, que esquivan con mucha habilidad la posibilidad de responder a estereotipos que siempre tiene una película de dibujos animados.

Hay en Zarafa dosis de historia, de cultura y de magia, en un conjunto en el que ninguna de las tres asume el protagonismo por encima de las otras. Contar con un protagonista de tan corta edad es siempre un reclamo evidente para los niños, pero los adultos pueden disfrutar de la rivalidad entre Hassan y el esclavista Moreno o con el desparpajo de la pirata Bouboulina. Esos detalles hacen que la película no sea tan infantil como puede dar a entender el cartel o algunas sinopsis. Es, evidentemente, un producto para los más pequeños, pero también una correcta cinta de aventuras, con las adecuadas dosis de diversión, drama y acción, que incluye aspectos didácticos en su guión para explicar algunas secuencias (como la del espejismo) y que saber aprovechar sus bazas. Más que correcta.

lunes, julio 22, 2013

'Llévame a la luna', el perenne mensaje de la comedia romántica

Llévame a la luna es una comedia romántica. Y lo que podría ser simplemente una clasificación es, en realidad, un mensaje perenne. Es una comedia romántica con todo lo que hoy en día comporta ser una comedia romántica. Es decir, se trata de un filme sencillo, con los tradicionales giros previsibles en su guión, con el atractivo físico de ella y el cómico de él, con las cada vez más corrientes tomas falsas en los créditos finales (esto solía ser material extra del DVD, pero...), con algunas secuencias simpáticas y la mismas dosis de corrección que de instrascendencia. Nada hace que Llévame a la luna (Un plan parfait en el original; hay que reconocer que en esta ocasión dice más el título español que este, porque al menos hace referencia a un mensaje específico del filme) sea diferente de tantos otros productos de corte similar. Incluso el exotismo de sus escenarios es ya un elemento muy tratado en este subgénero. Tan cierto es que no engaña en lo que promete como que no ofrece nada realmente emocionante. Es, insisto, una comedia romántica.

El curioso punto de partida de Llévame a la luna es que Isabelle forma parte de una familia en la que todos los primeros matrimonios de sus mujeres han fracasado y han sido las segundas nupcias las que les han dado la felicidad en la vida. Y la entrada que escoge Pascarl Chaumeil (en su segundo largometraje, tras Los seductores; antes fue director de segunda unidad para Luc Besson en León. El profesional, El quinto elemento o Juana de Arco) es contarla como una anécdota de cena navideña. Una historia dentro de la historia, excusa bastante endeble por momentos porque es difícil asumir la presencia de la oyente del relato y que sólo sirve para provocar algún que otro chiste musical y un final aún más amable de lo que ya es habitual en la comedia romántica. Que quede claro que eso ya no es ni bueno ni malo en sí mismo, es simplemente inocente y corriente.

Como suele ser habitual, el éxito de la comedia romántica reside en la compenetración que tenga la pareja protagonista y la empatía que despierte en el espectador. El cómico Dany Boon y la bella Diane Kruger ni destacan ni naufragan. Tienen escenas que entretienen y otras que no tienen tanto interés. Están y cumplen, cada uno de ellos por los motivos evidentes por los que forman parte de la película, ahondando en otro tópico de este tipo de cine que está en la evidente diferencia de edad entre los protagonistas que se intenta disimular (en este caso, Boon es diez años mayor que Kruger). ¿Química? La justa. Y tan globalizado está el proceso de rodar una comedia romántica, que el hecho de ser francesa no añade nada distintivo a la película más que el idioma. Ni siquiera se aprovecha para que el escenario sea relevante, y la presencia en la película de Kenia o Rusia se queda en el gag visual y en la composición de la rocambolesca escena final. Simpática, pero imposible.

La comedia romántica vive años (¿décadas?) de estancamiento. Cambian los protagonistas, las profesiones, los escenarios, la diferencia de edad, la excusa con la que se encuentran los enamorados, pero sus fórmulas llevan mucho tiempo inalteradas. Y es que siempre acabamos viendo a la pareja que se conoce, se enamora, se desenamora y se acaba encontrando porque el final tiene que ser siempre feliz. Sus autores creen que la fórmula funciona y no van a cambiar nada. Y debe de funcionar, ojo, porque se siguen produciendo en serie cintas así y eso quiere decir que serán rentables. Siguen teniendo un público que las consume y por tanto se complica que alguien tenga el arranque de valentía de hacer algo diferente, de cambiar aunque sea levemente las constantes del género. Obviamente, no soy fan de la comedia romántica actual, aunque lo más probable es que el espectador que normalmente las disfrute como escapismo puro y duro disfrute razonablemente bien de Llévame a la luna. Pero eso es todo. Que sea poco o mucho dependerá de cada espectador.

sábado, julio 20, 2013

'Expediente Warren: The Conjuring', buen cine de terror

Uno de los géneros que menos me llama la atención en el cine contemporáneo es el de terror. La explicación es sencilla: hace tiempo que se alejó de sus principios más básicos. Tengo que reconocer que no esperaba que el director de Saw e Insidious, James Wan, fuera el que me reconciliara en buena medida con el género. Expediente Warren: The Conjuring es una película de terror. Eso que parece una simple obviedad, es un punto de partida esencial. Porque, evidentemente, no es una película perfecta, que deja con la sensación de que no había satisfecho por completo las expectativas de los siempre ominosos anuncios de texto con que empieza el filme, antes de anunciar el consabido "basado en hechos reales". Pero su clásica factura, ambientada además en la década de los 70 del siglo pasado, funciona admirablemente bien durante buena parte de sus casi dos horas de metraje. Y funciona porque da miedo, no sustos, que es lo que hizo que la alabada Insidious no me inquietara lo más mínimo en realidad. Y resulta que Wan ha anunciado que deja el cine de terror tras Insidious 2, justo ahora que me ha convencido. Maldita sea.

Expediente Warren: The Conjuring apuesta por una forma clásica de rodar terror, con sus sombras, sus puertas que se cierran, sus crujidos de madera en la noche, sus rincones ocultos y sus oscuros secretos por descubrir. Hace alguna que otra trampa a ese planteamiento, rompiéndolo de forma innecesaria en algunas ocasiones con trucajes digitales, pero el resultado es formidable por momentos. No es una película que llene las zonas negras de la pantalla con los habituales sustitos que se han apoderado del cine de terror o con criaturas que generan más asco que miedo. Al contrario, y aún controlando a la perfección la planificación de lo que aparece en la pantalla, domina con mucho acierto el terror psicológico, el de verdad, el que genera una sensación continua de inquietud en el espectador. Y quizá lo que más se le pueda reprochar es cuando da el salto de lo psicológico a lo carnal. Eso es mucho más convencional dentro del género y mucho más inverosímil dentro de la historia, sin duda lo que impide que el cierre del filme sea redondo.

El acierto de la película de Wan arranca desde su mismo planteamiento, con una introducción que asienta el tono de la película (aunque su posterior relación con la trama central sea uno de los patinazos de la película, por inconsistente) y presentar a una de las dos partes protagonista, los investigadores Lorraine y Ed Warren (interpretados por Vera Farmiga y Patrick Wilson, que en Insidious era la víctima y aquí es la solución). La otra parte es una familia tradicional, Carolyn y Roger Perron (Lily Taylor y Ron Livingston) con sus cinco hijas, que se mudan a un viejo caserón, que es donde empiezan a suceder fenómenos inexplicables. Una de casa encantada, sí, pero no del todo. A Wan, con guión de los hermanos gemelos Chad y Carey Hayes, no le hace falta reinventar el género. Seguir sus características más contrastadas le vale para hacer un genuino producto de terror, sólo lastrada por no llegar tan lejos como prometía o por el siempre exagerado uso de la música para potenciar más el susto concreto que el miedo que recorre el espinazo.

Ahí radica un cierto placer inexplicable, en la sensación de sentir un miedo profundo, y a eso apela continuamente Expediente Warren: The Conjuring. Ahí es donde la película se convierte en un producto sobresaliente, que consigue hacer sentir como propios el sufrimiento y la inquietud de la familia protagonista, pero también las sensaciones de los dos investigadores. La empatía que se ve en la pantalla traspasa ese umbral y se instala en el patio de butacas. Esa sensación es probablemente lo más difícil de conseguir en una película de terror y Wan llega hasta ahí. Luego es cierto que paga algún que otro peaje al cine actual, pero es inevitable aplaudir las buenas intenciones y la más que notable ejecución de la mayoría de la película. No se acerca a las cumbres del género, pero sí es verdad que bebe mucho más de El exorcista que de las propias Saw e Insidious. Y eso, al menos como alternativa, es una noticia espléndida. El cine de terror merece que se sigan explorando caminos como éste, inteligente en sus planteamientos y en sus imágenes.

jueves, julio 18, 2013

'Ahora me ves...', un espléndido truco de magia

No existe el truco de magia perfecto, pero sí aquel que entretiene durante su disfrute. La analogía con Ahora me ves..., una película que se centra precisamente en el mundo de la magia, es muy adecuada. Puede estar lejos de la perfección y tiene defectos bastante evidentes que no son ajenos a las modas que crea y exporta el cine norteamericano de puro escapismo, pero al mismo tiempo es una película enormemente entretenida, que engancha desde su eficaz prólogo y que mantiene en tensión hasta el final gracias a un cásting sensacional, una historia atractiva y un efectismo visual sobresaliente por momentos. Es, en realidad, un gran truco de magia en sí mismo, que basa su éxito en sus propios méritos pero también en las ganas del espectador de dejarse sorprender. Y si eso sucede, si el espectador se deja llevar y cree en la magia que se le ofrece, es difícil sustraerse al encanto del plan de cuatro magos para convertirse con sus trucos en los mejores ladrones del mundo, a la vista de todo su público y de unos desesperados agentes de la Ley.

Vamos por un momento a ese prólogo. Cuatro magos, cuatro escenas consecutivas formidablemnte musicadas por Brian Tyler, cuatro habilidades completamente diferentes, cuatro vidas que no tienen nada que ver salvo por los trucos que practican. Los cuatro son citados en un extraño lugar de una forma muy peculiar, a través de una carta del tarot. Ese prólogo contiene lo mejor de la película, el carisma de sus protagonistas y un ritmo endiablado. Y pasado el prólogo tenemos una elipsis de un año. Lo que esconde esa elipsis puede ser más o menos fácil de adivinar para cada espectador, pero da absolutamente igual. Ahora me ves... es, decía, un truco de magia, y como tal hay que confiar en él y disfrutar del tiempo que dure. Apresurar conclusiones o restarle mérito al sólido y contundente entretenimiento que ofrece sólo por anticipar el final no sirve de mucho. Y es un final que se puede anticipar, sí. Pero, reitero, da igual, no tiene tanta importancia como para arruinar las casi dos horas de disfrute que tiene la película.

Viendo la filmografía de Louis Leterrier (El increíble Hulk, Furia de titanes), se puede afirmar sin problemas que ha firmado aquí su mejor película, a pesar de que mantiene las constantes de su cine: escenas meritorias conjugadas con un excesivo descontrol de la cámara. Su capacidad para rodar bien queda de manifiesto en la formidable escena en Las Vegas, captando a la perfección el sentido del espectáculo que reina en el escenario y en el mundo que tan notablemente quiere retratar. El exagerado movimiento de la cámara, esa mareante costumbre del cine contemporáneo, amenaza en algunos momentos con sacrificar la atención del espectador, pero es más poderoso el influjo de la historia. Pero también hay que reconocer que la historia convence, además de por el misterio, también por el efectismo de Leterrier. El tipo sabe rodar, aunque de vez en cuando se le olvide.

Y el tercer elemento en el que se sustenta la película, además de un guión inteligente aunque discutiblemente resuelto y una dirección eficaz aunque no en todo momento, es un reparto admirable que permite ver la película desde numerosos puntos de vista. No estaría de más que alguien le dijera a Jesse Eisenberg que actuar implica que no todos sus personajes hablen igual, pero tiene carisma junto a la socarronería, también muy repetida, de Woody Harrelson, la presencia desenfadada y puro show bussiness de Isla Fisher y la acertada expresión corporal de Dave Franco. Ellos son los magos, los ladrones, los que hacen realidad está muy atractiva mezcla de The Prestige y Ocean's Eleven. Pero es Mark Ruffalo el que da cuerpo a todo, interpretando al agente del FBI que les persigue. Que Morgan Freeman y Michael Caine coincidan siempre es un gusto, y aunque ninguno de los dos haga el papel de su vida, tienen un empaque que para sí quisieran todos los actores del mundo. Y Mélanie Laurent, como la agente de Interpol que ayuda al FBI, completa el cuadro. Insisto: formidable reparto.

Leterrier aprovecha notablemente un guión de Ed Solomon (sorprendente su buena labor, siendo el autor de Los Ángeles de Charlie o Super Mario Bros.), Boaz Yakin (lo mismo: Prince of Persia. Las arenas del tiempo o El Vengador) y Edward Ricourt (debutante). Funciona la química entre los personajes, desde el odio que el agente del FBI muestra ante los magos hasta su frustración ante su compañera de Interpol o el personaje de Morgan Freeman, un desenmascarador profesional de magos que siempre se cree un paso por delante de lo que piensa la Ley, pasando por la arrogancia del mecenas de los artistas con el rostro de Michael Caine o la tensión sexual entre Eisenberg y Fisher. Funciona su presentación, su desarrollo y, obviando el mareante problema del cine de Leterrier, las escenas de acción, las persecuciones en coche o a pie. Funcionan los diálogos, brillantes en ocasiones. Funciona casi todo. ¿El final? Un tanto complaciente aunque esté anticipado en una de las frases más emblemáticas de la película. Pero qué más da. Es un detalle sin importancia ante una de las sorpresas comerciales de la temporada. Muy, muy, muy entretenida.

lunes, julio 15, 2013

'El hipnotista', un thriller extraño

El hipnotista es un thriller extraño, porque tiene un punto de partida atractivo pero se desarrolla en un guión lleno de agujeros. Lo es también porque es una película de Lasse Hallstrom, habituado a ofrecer historias bonitas y ésta sin embargo es truculenta en muchos sentidos, igualmente en el encaje en la filmografía de su director, puesto que llega a España fuera de su orden correcto y tras el estreno del que sí es su último filme hasta la fecha, el más que olvidable Un lugar donde refugiarse. Por momentos engancha, con acertadas dosis de tensión pero tiene valles largos y prolongados en los que no sucede gran cosas y que incluso llegan a aburrir, aspecto en el que no ayuda nada que la película supere levemente las dos horas de duración. Aunque seleccionada por la Academia sueca para representar a su país en los Oscar, ni siquiera entró en la lista de nueve seleccionadas previa al quinteto final que sí acudió a la ceremonia.

Hay dos tramas en El hipnotista. Por un lado, un agente de policía investiga el asesinato de una familia, suceso en el que hay un superviviente, el hijo mayor de la pareja, vivo aunque incapaz de hablar con la policía para ofrecer pistas. Por otro, un hipnotista vive una severa crisis en su matrimonio (que se ve en los detalles más que en el relato al principio; un acierto notable) cuando es convocado por ese policía para tratar de obtener respuestas del muchacho. Ambas líneas se cruzan al comienzo de la película y, he aquí uno de los grandes problemas de El hipnotista, tardan una hora larga en volver a reunirse. Y en esa hora pasan cosas, pero otras son un gran y artificial relleno que, sobre todo al final, se antoja innecesario. Da la impresión por momentos de que la película tendría que haber arrancado ahí, a la hora, y que insertar algunos de los minutos precedentes como flashbacks le habría dado un mejor ritmo y un resultado más satisfactorio.

Porque en esa hora es donde El hipnotista llega a aburrir. Es cierto que Hallstrom se siente especialmente cómodo en el retrato de la crisis de pareja entre Erik y Simone (interpretada por Lena Olin, el rostro más conocido para el espectador habituado al cine norteamericano), y que esas escenas podrían haber sustentado con bastante solvencia una película de otro estilo, pero el hecho de estar ante un thriller que por el otro lado de su narración no termina de arrancar con firmeza (ni siquiera en la segunda hora, pese a mejorar) hace que la mezcla no sea del todo buena. Y eso que los personajes, en sí mismos, son atractivos y están bien interpretados. Hay historias que no se cuentan en la película que los hacen interesantes. Pero precisamente lo que cuenta la película es lo más artificial de todo, porque abre vías que no termina de explorar (lo que sucedió dos años atrás en la vida de pareja, la soledad sentimental del agente Joona Linna). Y en la resolución del misterio es inevitable observar trampas enormes, que no enumeraré para no arruinar el seguimiento de la historia.

Sorprende, y se agradece, la valentía y la sinceridad visual de Hallstrom a la hora de mostrar el crimen, pero también, en este caso negativamente, la endeblez de algunos vericuetos de la historia (los generales y algunos detalles, nimios en el conjunto pero que molestan si se advierten en el momento), mucho más tratándose de la adaptación de una novela. Lo mejor que ofrece El hipnotista es el misterio y algunas de sus secuencias, como las sesiones de hipnosis (rodadas todas de formas diferentes, lo que amplía mucho los registro de la película) o el retrato más intimista de la pareja protagonista. El conjunto, por desgracia, flaquea demasiado porque no es capaz de conjuntar los diferentes aspectos que ofrece. De alguna manera, apunta los errores que cometió estrepitosamente en Un lugar donde refugiarse, pero siendo un respiro local a su carrera norteamericana es apreciable. Lejos de ser una película redonda, sin duda, pero apreciable en algunos de sus intentos a pesar de sus problemas.

viernes, julio 12, 2013

'The East', ecoterroristas difusos

The East es una película correcta, aceptable y entretenida. Nada novedoso hay en este relato de un grupo ecoterrorista y medio hippie en el que se infiltra una agente de una empresa privada, pero funciona de principio a fin con cierta solvencia. Pero tiene un problema fundamental, y es que no concentra en sus casi dos horas la mejor película que podría haberse obtenido con este material. Por ejemplo, su resolución abre puertas que parecían más interesantes y el personaje que interpreta Ellen Page habría dado para mucho más de lo que da desde su órbita secundaria. Surgen ahí dos hipotéticas películas que caen en el olvido y que, de alguna manera, muestran picos de interés mayores que el que provoca lo que finalmente ha sido The East. De hecho, el estallido de la segunda de esas líneas deja en evidencia un crecimiento intenso en el filme que obliga a pensar que la hora anterior no ha cautivado de la misma manera. Al crecer, The East se destapa como una gran reflexión personal y social. Pero no siempre consigue ese nivel.

No quisiera que quede la impresión con lo anteriormente dicho de que The East es una mala película, porque no lo es. De hecho, por momentos se acerca mucho a lo contrario. El tema es interesante, reflexivo y bien tratado. Sarah Moss, una antigua agente del FBI (Brit Marling, también coproductora y coguionista del filme), trabaja ahora para una empresa privada de inteligencia dirigida por Sharon (Patricia Clarckson). Su encargo es infiltrarse en un grupo anarquista y ecoterrorista llamado The East, liderado por Beni (Alexander Skarsgard) y en el que encuentra la mayor oposición en Izzy (Ellen Page). Conviviendo con ellos y formando parte de los tres golpes que se plantean dar, Sarah va entendiendo cada vez más sus motivaciones hasta el punto de cuestionarse su propia vida. El argumento, insisto, es interesante, actualización contemporánea de muchas películas de corte social. Algunas de las ideas que va soltando Zal Batmanglij en su segundo largometraje, muy atractivas. Pero, después de un inicio prometedor, tarda en arrancar.

Y tarda en arrancar precisamente porque busca hacer un retrato tan extenso como impreciso (la chica muda, la experta informática, la escena del juego de la botella...) de todo el grupo anarquista en el que se infiltra Sarah, ofreciendo una imagen cuasi mesiánica de su líder y unas creencias basadas casi en la fe para después diluir todo lo que ha mostrado en la primera hora de la película con un escenario mucho más terrenal. No terminan de encajar esas dos visiones de la película, de sus mensajes y de sus personajes principales salvo por algunos detalles. Y uno de ellos es Ellen Page, que con su personaje es quien hace crecer la película en su ecuador. Es ahí donde el gran asunto de fondo cobra la humanidad y unos tintes personales que encajan a la perfección. Es en ella, probablemente, donde habría residido la película más interesante de contar (con permiso, insisto, del punto en el que acaba), de la que salen los momentos más impactantes y los dramáticamente mejor construidos (la conversación en el hotel o la tensa confesión posterior junto a la fábrica).

Lo que Batmanglij y Marling sí consiguen es que personajes muy cambiantes y no siempre demasiado bien explicados (¿por qué de una escena para otra Sarah pasa de vivir una relación sentimental que compensa todo lo demás a encontrarse conviviendo con un extraño?) impacten en cada momento por separado y encajen en una trama social y reivindicativa que siempre se mueve sobre el delgado alambre que separa la simpatía de la antipatía. Es precisamente en las dobleces morales que se exponen en algunas escenas donde The East cobra la fuerza que hace que se sostenga como película sin demasiados problemas, donde el filme se cierra como una obra que entretiene a pesar de sus defectos y donde los actores pueden dar lo mejor de sí mismos. Y aunque la presencia de Patricia Clarkson es siempre muy agradecida, lo mejor en ese terreno lo ofrece Ellen Page, en el marco de una película satisfactoria aunque algo difusa.

jueves, julio 11, 2013

Concurso 'Jack, el caza gigantes', gana un Combo Pack de la película

Gracias a Warner Brothers y Partners Hub podéis ganar un Combo Pack (Blu-Ray, DVD y copia digital) de Jack, el caza gigantes, la película dirigida por Bryan Singer. Para participar en el sorteo, sólo tenéis que seguir las siguientes instrucciones:

1. Entrar en el cuestionario ¿Eres valiente? de la aplicación que hay a continuación.


2. Dejar un comentario en esta entrada (si es un comentario anónimo, indicando un nombre al que poder asignar un número para el sorteo) contando lo que quieras, pero incluyendo el resultado del cuestionario.

3. Tenéis de plazo hasta la medianoche del próximo domingo día 21 de julio de 2013. Todos los comentarios que lleguen después de esa hora, no entrarán en el concurso.

4. El ganador se comunicará en los comentarios de esta misma entrada a lo largo del día 22 de julio. En ese mismo momento se solicitará a dicho ganador que escriba un correo electrónico a la dirección que aparece en el perfil para comunicar su dirección postal y así recibir el premio.

5. El ganador podrá reclamar su premio, bien con ese correo electrónico o bien con un posterior comentario en esta entrada durante los días 22 y 23 de julio. A partir de ahí, el premio pasará a manos de un primer reserva, que se sorteará en caso de no responder el primer ganador.

6. Este concurso está abierto a participantes de cualquier lugar de España.

¡Mucha suerte a todos los que decidáis participar! Esta es la nota oficial de la película:

Libres en la Tierra por primera vez en siglos, los gigantes tratan de reclamar la tierra que perdieron en su día, obligando al joven Jack (Nicholas Hoult) a entrar la batalla de su vida para detenerlos. Luchando por un reino y sus habitantes, y por el amor de una valiente princesa, se enfrenta cara a cara con los imparables guerreros que pensaba que sólo existían en las leyendas… y tiene la oportunidad de convertirse en una leyenda él mismo.  Dirigida por Brian Singer (X-Men, Superman Returns).

Reparto: Nicholas Hoult (X-Men: Primera generación), Ewan McGregor (Star Wars, Moulin Rouge!), y Stanley Tucci (Capitán América: El primer vengador).

miércoles, julio 10, 2013

'Hijos de la medianoche', una bonita fábula demasiado larga

Sin conocer el original literario, se nota que hay un esfuerzo apreciable en Hijos de la medianoche para contentar al lector de la novela de Salman Rushdie en que está basada la película, y que el propio escritor se encarga de adaptar para la gran pantalla. Pero ese mismo esfuerzo es lo que termina por devorar el filme. Sus casi dos horas y media de duración se hacen largas y no terminan de concretar temas y detalles que son esbozados en la pantalla. Eso deja secuencias en tierra de nadie y un ritmo bastante irregular, que se hace especialmente pesado en los tramos intermedios de la película. En todo caso, la fábula es bonita, la alegoría sobre la independencia de la India que está presente en la historia es interesante y la realización de la directora Deepa Mehta es bastante acertada, y eso es lo que hace que se vea con agrado a pesar de que no sea en sí misma una adaptación brillante.

El punto débil de la película está en una cierta indefinición que pesa casi desde el principio. Arranca como un cuento familiar, se adentra en la alegoría política y acaba siendo una historia de realismo mágico ambientada en la India. Y todos estos aspectos están bien desarrollados en algún momento, pero poco concretados en el siguiente. Quizá el problema haya que buscarlo en la adaptación del propio Rushdie (que también ejerce como narrador en la versión original) y en la necesidad de tratar de condensarlo todo en la pantalla en lugar de entender que cine y literatura son medios diferentes y exigen métodos igualmente distintos. Porque lo más probable es que esta misma historia, con una construcción literaria, sea mucho más atractiva que con el andamiaje cinematográfico que prepara Mehta, porque el filme pierde en ocasiones la emoción personal que se supone que deben transmitir los personajes y las situaciones en las que se ven envueltos.

Hijos de la medianoche sigue la historia de Saleem Sinai, desde que nace literalmente al mismo tiempo que la India proclama su independencia, y que arranca con la historia de cómo se conocieron sus abuelos. Y a partir de ahí, sobre todo para quienes no hayan leído la obra de Rushdie, es mejor dejarse sorprender con todo lo que sucede y no leer ni siquiera las sinopsis oficiales. Con saber que se trata de una combinación de drama, comedia y fantasía es más que suficiente porque, de lo contrario, quedan expuestos demasiados de los giros que adopta la historia. Y como la mayoría son inteligentes y están muy bien llevados, de nuevo hay que pensar que el problema que arrastra la película está en el lenguaje, que quizá hubiera requerido menos tiempo de prólogo y más de la historia central (por ejemplo, en la trascendencia de los hijos de la medianoche como conjunto).

Con una cuidada ambientación en la India y con un espléndido y extensísimo reparto (en el que sólo hay un nombre occidental, el del espléndido Charles Dance en un papel muy breve), la película convence en lo visual y en algunos momentos de su muy extensa historia. Pero el conjunto flaquea por irregular y, en esa línea, emociona sólo a ratos, cuando la historia pide a gritos un torbellino sentimental continuo. No lo hay, aunque sí hay momentos divertidos y emocionantes, y a eso hay que agarrarse para disfrutar más de la película. Lo que parece inevitable es pensar que, como otros muchos títulos del cine contemporáneo, la capacidad de síntesis no está en sus aciertos. Sobre todo teniendo en cuenta que, en realidad, es una historia intimista y personal que triunfa mucho más en esas escenas pequeñas ("¿y si al final no eres tan especial?") que en las más grandes.

lunes, julio 08, 2013

'La mejor oferta', un hermoso mosaico de amor, arte y dinero

Es bonito que un director tenga una película que todo el mundo recuerda, pero eso también obliga a prescindir de aquella para evaluar sus nuevos trabajos. Giuseppe Tornatore siempre estará ligado a Cinema Paradiso, pero elimina justicia y objetividad recordarla cada vez que su autor estrena un nuevo filme. Llega ahora La mejor oferta, película rodada en inglés y con un reparto más accesible para el público en general, y la única comparación que se puede hacer es que no es tan redonda. Injusta comparación, porque es hermosa. Es indudablemente hermosa en su misterio, en la belleza que muestra a muchos niveles, en su retrato del amor y en el del arte, como también en su composición cinematográfica y narrativa. Es, aunque esconde muchos más sentimientos, una película hermosa sobre el amor, el arte y el dinero (tema este último menor en minutos, pero no en importancia), y lo es también por el magnífico trabajo de sus actores principales, que esconde las exageraciones que esconde el relato y que no corresponde desvelar.

Como casi siempre a lo largo de su filmografía, Tornatore escribe y dirige la película. No es, confesado por el propio autor, un filme que contenga retazos de su propia biografía y sí elementos de dos historias diferentes que empezó a imaginar hace muchos años. Mezcla por un lado la historia de Virgil Oldman (Geoffrey Rush), un experto en arte y subastas de prestigio mundial con una vida solitaria y dedicada por entero a su trabajo, y por otro la de Claire Ibbetson (Sylvia Hoeks), una joven heredera que sufre de agorafobia y por ello vive recluida en una villa desde que era una niña. Ella contacta con él para que catalogue y venda las antigüedades que hay en su interior, y comienza así una extraña relación personal y profesional, que gracias a los consejos de Robert (Jim Sturgess, El atlas de las nubes), un joven colaborador y amigo, va evolucionando y transformándose con una delicadeza sensacional, que se eleva por encima de algunas inconsistencias en la historia.

Tornatore elabora una delicada historia de amor sin mostrar durante buena parte del metraje a una de las partes. Eso, se mire por donde se mire, tiene mérito, porque juega con la imaginación del espectador. Que Geoffrey Rush (El discurso del Rey) es un gran actor es algo ya establecido. Soberbio su retrato de Virgil, un hombre con minuciosas manías y supersticiones, incapaz de entablar relación con una mujer (salvo con las que aparecen en los cuadros con los que se deleita) pero con un lado oscuro (la forma en que los consigue, con la ayuda de Billy; siempre es una delicia ver a Donald Sutherland). Pero la hermosura nace precisamente de lo que no se ve, sólo de lo que se escucha, de la voz de Claire. El magnífico trabajo vocal de Sylvia Hoeks es un recordatorio más de por qué las películas se disfrutan mucho más en versión original. El ansia por conocer el rostro detrás de esa voz va cobrando fuerza para Virgil pero también para el espectador. El amor y el misterio crecen al mismo tiempo, y de forma paralela a la magnífica composición de planos de Tornatore.

No obstante, la película se transforma más de una vez. No es sólo una historia de amor, sino que encierra mucho más, y en esas transformaciones hay altibajos de ritmo que afectan a los 124 minutos que dura la película. Y es más que debatible el engranaje que va montando Tornatore a lo largo de la película (con la presencia incluso de un autómata que, aunque sea de forma inconsciente, recuerda al que colocó Martin Scorsese en La invención de Hugo) y que transforma por completo el mensaje de la película. No es fácil comentar ese giro en las intenciones sin desvelar demasiado sobre la película, pero sí se puede dejar claro que, cuando la narración en el papel pierde talento, Tornatore lo compensa con un formidable uso de la cámara y de todo cuanto asoma por la pantalla, desde la delicada fotografía hasta la sutil melodía de Ennio Morricone. No, no es una película redonda, pero sí una muy hermosa y reivindicable con enormes dosis de genialidad en su interior.

viernes, julio 05, 2013

'Star Trek. En la oscuridad', gozoso y modélico blockbuster

Cuando se usa el término blockbuster suele asociarse a una idea bastante negativa de hacer cine. Y sin embargo todos los años llegan títulos que evidencia que los blockbusters también se pueden hacer bien o hacer mal. J. J. Abrams se ha convertido en una especie de deidad entre quienes los hacen bien. Rematadamente bien. Si Star Trek en 2009 ya fue una pequeña gran maravilla del cine espectáculo, Star Trek. En la oscuridad es la confirmación de que no hay límites cuando hay talento. Y es que, siendo sinceros, Star Trek es una saga que nunca ha tenido tanto tirón entre demasiados grupos de espectadores. No me cuento entre ellos, porque siempre he tenido algo de alma trekkie y he disfrutado siempre con el toque humanista de esta franquicia de ciencia ficción, pero es de nota encontrar por ahí a alguien que, por ejemplo, recuerde algo de Star Trek VI. Aquel país desconocido (que en España incluso se estrenó sin mención a Stark Trek). Y lo que ha hecho Abrams es dar a la saga un carácter universal y actual, sin dejar de lado su esencia, para generar ya dos blockbusters tan modélicos como gozosos. Sobre todo, gozosos.

En esto último está la clave para que esta nueva Star Trek funcione de verdad y a tantos niveles. En que sigue siendo el Star Trek que conocimos con William Shatner y Leonard Nimoy pero, al mismo tiempo, es una saga enteramente nueva. En que se ven detalles que automáticamente remiten a la serie clásica y a las seis películas que protagonizó la tripulación original del Enterprise, algo esencial para los aficionados más veteranos, pero también se apuesta por encontrar un público nuevo, diferente y más contemporáneo (es asombroso que las sosegadas batallas estelares de Star Trek, con las naves en posición fija, puedan seguir generando hoy la misma tensión narrativa que hace treinta años). Tiene que haber mucha genialidad de por medio para que vehículos como ese mítico Enterprise, pensados hace tantas décadas, sigan siendo epicentro de escenas de acción del siglo XXI sin que parezcan antiguallas. Y para que conceptos nacidos en otra época sigan teniendo una vigencia como la que muestra esta segunda entrega de la reinvención de la franquicia.

La parte del éxito derivada de la primera película que se puede ver en la secuela está en el excepcional trabajo de cásting. No es fácil poner nuevas caras a personajes con los que el espectador ha convivido durante décadas y Chris Pine como Kirk, Zachary Quinto como Spock, Zoe Saldana como Uhura, Karl Urban como McCoy, John Cho como Sulu (el que menos papel tienen esta segunda entrega), Anton Yelchin como Chekov o Simon Pegg como Scotty (tan cómico como en la primera parte, pero menos chirriante aquí) han hecho suyos los papeles, respetando lo existente pero con matices diferentes. Y mientras muchos se han detenido en el debate absurdo del desnudo de Alice Eve (sí, gratuito en cierta medida, pero no tanto como se ha dicho), su incorporación es buena y podría perdurar en la saga, y se ha ignorado injustamente la interesante aportación de Peter Weller. Pero sobre todo hay algo que ayuda a que En la oscuridad sea tan espectacularmente entretenida: Benedict Cumberbatch. Es un tópico decir que lo mejor de estas películas está en el villano, pero es radicalmente cierto en esta ocasión. Y, ojo, porque el resto es excepcional, pero Cumberbatch consigue una intensidad impresionante, sobre todo con un impresionante trabajo de voz que exige ver esta película, todas en realidad, en versión original.

Volvamos a lo anterior, a eso de que el resto es excepcional. Acción, aventura, humor, drama, amor... Entretenimiento de calidad, puro y duro, sin complejos, mezclando incontables elementos para hacer reír, llorar y temblar en la butaca. Sí, es Star Trek. Pero es que Star Trek, una saga de la que tanta gente desconoce tantas cosas, tiene esas capacidades, como toda gran franquicia de ficción. Y Abrams lo que hace es revestir eso que parece tan fácil de hacer pero en lo que tantos fracasan con un envoltorio lujoso y visualmente impactante. Quizá con un exceso de esos brillos lumínicos con los que tanto le gusta jugar y que aquí pueden llegar a ser algo molestos, pero creando imágenes formidables sacadas de un sencillo pero imaginativo guión. Escenas propias de una película de ciencia ficción, pero también con momentos tan impresionantes como la presentación del personaje de Cumberbatch, acompañado por un delicado tema de un Michael Giacchino en estado de gracia que se confirma como el gran compositor cinematográfico sinfónico de la actualidad, digno heredero de John Williams.

Star Trek. En la oscuridad es un triple salto mortal en una saga que muchos siempre han tenido por anticuada (incluso sin haber visto ninguna de sus películas) y que Abrams ha sabido revitalizar desde el respeto y desde su adoración a tantas y tan diversas fuentes (incluyendo Star Wars; viene a ser tan irónico como lógico que haya sido el elegido para rodar el futuro Episodio VII). Y, sobre todo, ha conseguido algo formidable: esta nueva saga de Star Trek es una reformulación de los tiempos ya vividos. No olvidemos que el villano de la anterior entrega, Nero, viajaba al pasado y alteraba las vidas de la tripulación del Enteprise y la vida entera de la Flota Estelar. Por eso es tan bonito para el viejo trekkie ver cómo los acontecimientos se van reordenando y los guiños son tan concretos como estudiados, hasta el punto de encontrar una simetría inversa bastante atractiva. Pero Star Trek y Star Trek. En la oscuridad no son sólo películas para trekkies. Son películas para todo aquel que quiera disfrutar con un par de horas de entretenimiento sin límites. Una gozada que, ojalá y como diría un vulcano, sea larga y próspera. ¿Cuándo llega la tercera entrega?

Aquí, otra crítica de la película en Suite 101.