viernes, febrero 24, 2017

'T2 Trainspotting', viejos amigos y moraleja confusa

Aunque en T2 Trainspotting se hable de los veinte años que han pasado con respecto a la primera película, aquella alucinógena historia social que se montó Danny Boyle cuando todavía no tenía la fama que tiene hoy en día, en realidad son 21 los que han pasado desde el estreno. Y el tiempo, por muy tópico que sea decirlo, no pasa en balde. T2, lo que para muchos seguirá siendo una referencia a la secuela del Terminator de James Cameron, es, simple y llanamente, una reunión de viejos amigos y casi un epílogo de la historia original. No hay mucho más en el filme, por entretenido que pueda ser, porque su moraleja es confusa. Es difícil dilucidar cuál es exactamente el propósito de la película, más allá de esa reunión de viejos amigos, porque los propios personajes van dando tumbos hasta llegar a un final que, básicamente, nos deja en el mismo punto.

Lo de la reunión de viejos amigos, de hecho, funciona dentro y fuera de la pantalla con la misma facilidad. Boyle ha recuperado a sus actores originales (Ewan McGregor, Ewen Bremner, Jonny Lee Miller y Robert Carlyle) porque sin ellos, en realidad, no tendría mucho sentido la película. Y ellos se han metido en la piel de sus personajes con la misma facilidad que hace veinte años. En este sentido, y solo en este, no parece haber pasado el tiempo. Pero en realidad la nostalgia se apodera de todo, incluso es uno de los temas que se exploran en la película, y es probablemente la razón más poderosa para disfrutar de ella, porque el resultado es algo que, aunque se deja ver por cualquiera gracias a que Boyle hace una buena contextualización, está pensado para fans. No hay otra manera de entender que Boyle recupere planos e incluso recree escenas de la cinta original con otros autores a los capta de lejos o en planos difuminados.

Pero, claro, recuperar una película de hace veinte años para hacer una secuela requiere algo más que volver a ver a los colegas, sea en un set de rodaje o en una pantalla, y eso no termina de apreciarse. Le falta un punto del toque macarra que tenía la película original, y cuando eso sí se ve en este T2 es precisamente cuando más fácil es conectar con la película (memorable la escena en el pub en la que los personajes de McGregor y Lee Miller perpetran su primer golpe tras reunirse). Pero antes y después de ese punto hay muchos giros y requiebros, incluso después de un prólogo interesante, sublimación absoluto de la estética visual ya conocida de Boyle que se va reproduciendo en muchos momentos de la película, la historia tarda en arrancar. Eso sucede porque el director sabe que tiene que recolocar sus piezas, que ha de sentar las bases para conectar dos historias con veinte años de diferencia y cuatro personajes que explicar. Y pesa un poco, aunque finalmente arranca.

Cuando lo hace, se atisba la opción de que la segunda parte de Trainspotting llegue a algo concluyente, pero al final, con un clímax algo rocambolesco que diluye buena parte del tono crítico que se podía intuir y deja a los personajes en un punto muy, muy parecido al de partida. Pero el caso es que han pasado dos horas, un tiempo en el que no se pasa mal pero que dejan la sensación de que la película está bastante más vacía de lo que parece. Es lo que tiene la nostalgia, que por sí sola justifica en muchas ocasiones el regreso a escenarios ya conocidos pero que si no consigue algún apoyo más se convierte en un simple reclamo sin mucho más que ofrecer. Boyle, en todo caso, casi siempre ha destacado más por intentar capturar al espectador por la estética que por la historia, incluso cuando ha acumulado premios como le sucedió en la sobrevalorada Slumdog Millonaire. Y como la estética convence, la película aprueba. Pero no mucho más.

viernes, febrero 17, 2017

'Jackie', un retrato tan solemne como impreciso

Es difícil resistirse al encanto que, antes incluso de que arranque la película, tiene un retrato cinematográfico sobre Jackie Kennedy. Probablemente, estemos ante la misma sensación hipnótica que tenía la esposa de John Fitzgerald Kennedy, la Primera Dama por excelencia de la historia norteamericana moderna. Y es más difícil todavía cuando asistimos a una interpretación tan extraordinaria como la de Natalie Portman. Pero si solemne es la forma en la que Pablo Larraín da vida a Jackie, también se puede decir que es algo imprecisa. Jugando mucho con el montaje, Larraín pierde de vista un enfoque concreto y al final de la película es difícil saber si lo que pretendía con la película es glorificar la figura de su protagonista, si pretende criticar su comportamiento tras el magnicidio de Dallas o si no es más que un retrato de lo complejos que fueron aquellos días posteriores al último asesinato de un presidente norteamericano.

Si esas dudas cobran importancia es, fundamentalmente, porque Larraín apuesta por un mosaico bastante intrincado en el montaje. La película, lejos de ser lineal, se centra en tres momentos diferentes. Por un lado y como hilo conductor, la primera entrevista que concedió Jackie a los medios tras el asesinato de su marido. Por otro, el fundamental por tiempo en pantalla, la gestión del funeral de Kennedy y el dolor de Jackie. Y, finalmente, la conversación que Jackie mantiene con un cura interpretado por John Hurt, en lo que ha acabado siendo su testamento cinematográfico. Y por si fuera poco, va deslizando como flashback la famosa secuencia de Dallas vista desde el punto de vista de la Primera Dama El cineasta chileno trata por todos los medios de dar coherencia al complejo montaje y no siempre parece conseguirlo, sobre todo porque no termina de conectar las escenas de manera fluida.

Ese es quizá el gran problema que plantea una película que, casi sobra decirlo, está planteada a mayor gloria de su protagonista. Portman, una actriz tremendamente brillante cuando asume que su papel es importante, se mete en la piel de Jackie Kennedy de una manera formidable. Una vez más, resulta imprescindible recomendar que esta película se vea en versión original, aunque sólo sea para valorar el esfuerzo de la actriz con su voz. Sus gestos, su movimiento corporal y, una nueva demostración de que hay muy pocas actrices que sepan llorar en pantalla como ella son argumentos que se van a disfrutar independientemente del idioma en que se vea la película. El otro gran acierto del filme está en la pericia de Larraín para generar solemnidad. Jackie es, efectivamente, una historia solemne. Quizá lo es demasiado en escenas que necesitan esa cualidad, pero cuando llegamos al final de la película se comprende con facilidad que la pretensión del director chileno está más que justificada.

Larraín no se ha buscado un trabajo fácil para su primera película en inglés, porque la figura que representa es un icono. Pero la ventaja es que es un icono del que, en realidad, la mayoría de los espectadores sabe muy poco. Por eso la película se detiene en tantos aspectos, por eso se esfuerza en retratarla como Primera Dama, como madre, como viuda, como estrella mediática incluso y como adalid de un cambio de estilo en la Casa Blanca. ¿Pero todas esas facetas terminan conformando un personaje, un retrato, una historia? Da la sensación de que no, y si se queda al borde de lograrlo es, sobre todo, por la majestuosa interpretación de Portman, la auténtica razón para que la película perdure. No es que Larraín falle, ni mucho menos, porque la tarea era de una envergadura casi titánica. Pero la película, Portman aparte y asumiendo sus muchos aciertos, no termina de alcanzar todo lo que prometía.

viernes, febrero 03, 2017

'Resident Evil. El capítulo final', aburrido caos

Desde hace muchos años, Hollywood tiene en su conciencia popular que las películas de acción con mujeres como protagonistas no funcionan. Este saber se refiere a la taquilla, que no a los méritos artísticos, cinematográficos o espectaculares de estos productos, y sin embargo hay dos sagas que parecen resistirse a ese principio, las dos son de Sony y las dos han tenido una nueva entrega este mismo año: Underworld, con Kate Beckinsale, y Resident Evil, con Milla Jovovich. Las dos sagas han superado ya las cinco entregas, y en el caso de la segunda, la que nos ocupa, que es la sexta, lo ha hecho con la pretensión de poner, al menos, un punto y aparte. El capítulo final es el curioso aunque no del todo exacto título de una entrega que sí parece buscar el cierre de las tramas originadas ya hace nada menos que quince años, cuando Jovovich se convirtió por primera vez en la atlética Alice, una mujer dispuesta a luchar contra todos los zombis del mundo.

Porque, siendo francos, Milla Jovovich es todo lo que vamos a sacar en claro de este El capítulo final de Resident Evil. La saga, en realidad, nunca fue sobre zombis, que ya han quedado como una simple excusa para dar algo más de locura visual a alguna que otra escena. Todo esto va de ver a Milla Jovovich en acción. La pega es que Paul W. S. Anderson apuesta por un montaje atolondrado, en el que incontables planos que no llegan al segundo de duración se van juxtaponiendo para dar vida a unas escenas caóticas, imposibles de seguir, y que restan toda eficacia al trabajo de los coreógrafos en primer lugar y de los actores después. Es curioso que esta forma de entender la acción siga marcando tantos y tantos títulos, porque resulta tan mareante que no tiene demasiado sentido narrativo. Anderson, desde luego, se muestra como todo un maestro en este pretendido arte con el que busca cerrar el círculo que él mismo abrió con la primera Resident Evil.

El objetivo de la película es evidente. Es un divertimento para ya convencidos, por mucho que la cinta arranque con un completo resumen que busca que cualquiera pueda entrar en la película, incluso sin haber visto ninguna de las anteriores. Lo que resulta menos aceptable es la desidia con la que se crea la historia a partir de esa premisa. El guión quiere jugar con la idea de la identidad, pero se queda en algo completamente desaprovechado. Asusta ver que en cada escena hay por lo menos dos o tres situaciones absolutamente imposibles de explicar, salvo por el simplista argumento de que las cosas no pueden suceder de otra manera. Alice siempre tiene a mano algo que utilizar en sus combates. Los golpes no le causan heridas. Las muertes siempre se producen tal y como se espera que se produzcan. Todo es como en un videojuego de hace décadas, cuando solo había una manera de pasar de fase después de hacer que todo encajase. Pero esto es cine y eso no es suficiente.

Que nadie espere diálogos brillantes o soluciones narrativas bien pensadas, porque no las hay. De hecho, esta entrega de Resident Evil es, en general, bastante aburrida e incomprensible.Y sí, probablemente quienes hayan disfrutado de la serie hasta este punto también lo harán con esta quinta parte, porque aúna muchos guiños, sobre todo a la primera película, y cumple con bastante fidelidad con lo que sus responsables han querido ofrecer desde el principio. Pero eso no impide que estemos ante un producto más bien flojo que, pese a todo y aunque aún le quedan mercados por explotar como el español, ya ha alcanzado el taquilla el doble de dinero de lo que costó. Como Underworld, por cierto. ¿Será que para que una heroína triunfe en la pantalla hay que apostar por esta vía tan denostable desde la crítica? Porque, desde luego lo que cabe esperar es que este Capítulo final sea, efectivamente, el último.