miércoles, agosto 27, 2008

'The Clone Wars': la magia sigue viva

De un tiempo a esta parte, a George Lucas le llueven palos por todas partes. Cuando estaba en un semiretiro y se dedicaba a explotar sus compañías colaterales (las de efectos especiales, sonido y merchandising) no parecía molestar a nadie. Pero fue ponerse manos a la obra con su segunda trilogía de Star Wars, y todo el mundo empezó a darle: que si no era un buen guionista, que si como director de actores dejaba mucho que desear, que si había infantilizado su saga, que si el toque se había perdido, que si estaba traicionando a su propia creación, que si tenía que dedicarse a otras cosas (y se dedicó a Indiana Jones y, oh, sorpresa, le siguieron lloviendo palos)... Pues hete aquí que Star Wars vuelve a la gran pantalla y lo hace de una forma diferente, bajo una carcasa de animación por ordenador y sin George Lucas en la dirección... pero le siguen lloviendo palos a George Lucas.

Y, sin embargo, a mí no me queda más remedio que romper una y las lanzas que hagan falta en su favor. No es que las necesite, claro, porque es un multimillonario que sigue explorando la galaxia porque le apetece, pero creo que es de justicia. Otros hacen películas con mucho menos nivel, con menos dosis de entretenimiento, con menos toques de genialidad, y suelen encontrar una respuesta mucho más entusiasta. George Lucas no. Y no lo entiendo. Esta nueva película de Star Wars, séptima de la saga pero un tanto al margen de la misma, demuestra que la magia sigue viva. Es el preludio de una serie de animación que se podrá ver en televisión a partir del próximo otoño. Desde luego, la valoración, por su forma y por su fondo, tiene que producirse al margen de los seis episodios cinematográficos ya conocidos. Pero lo que está claro es que la valoración es positiva. Es Star Wars, es entretenida y viene a llenar un hueco que hasta ahora nadie cubría en la ciencia ficción.

Es Star Wars porque si está el nombre de George Lucas detrás no puede ser de otro modo. Es su creación y, por mucho que algunos fans puristas se rasguen las vestiduras, sólo él puede ofrecernos este espectáculo de forma coherente con lo que hemos visto en los últimos 30 años. Los personajes, los mundos y los efectos siguen fieles a los retratos que de ellos se hizo con anterioridad. Es Star Wars porque el deleite en las peleas de sables de luz es el mismo que cuando empuñaba el arma Hayden Christensen, Ewan McGregor o Christopher Lee. Es Star Wars porque todo suena como tiene que sonar. Y es Star Wars, aunque muchos no quieran compartir esa apreciación si no se hace con respecto a la trilogía original, porque es una película condenadamente entretenida a pesar de que, en el fondo, no tiene demasiado que contar en sí misma.

Y es que esta película es más importante en la forma que en el fondo. Como decía, es el preludio de una serie de televisión, y lo cierto es que la película tiene aspecto de que habría funcionado mejor como dos episodios independientes de esa serie que como película. Ese es el principal defecto que atesora The Clone Wars. Salvo la introducción del nuevo personaje, Ahsoka Tano, una joven padawan que Yoda le asigna a Anakinm y la forma en la que evoluciona el trato que se dan una y otro, lo cierto es que no hay mucho más que rascar de los personajes. En este sentido, no ayuda demasiado el reiterado uso y abuso de frases tópicas ("todo va según lo planeado" se escucha al menos en un par de ocasiones).

Es una pena, porque están casi todos los que protagonizaron la nueva trilogía, desde Anakin y Obi Wan, a Padme y Palpatine, pasando, por supuesto, por Yoda, R2-D2 o C-3PO (Anthony Daniels, como siempre, presta su voz al androide en la versión original; junto a él, repiten de la saga cinematográfica Christopher Lee como el Conde Dooku y Samuel L. Jackson en la brevísima aparición de Mace Windu). Para esta primera toma de contacto con este universo expandido, vemos a viejos conocidos, como Jabba el Hutt (y la sorprendente expansión de su familia; cabe recordar que en el Episodio I se veía a Gardulla la Hutt, su esposa...) o Asajj Ventress, la Sith que ya se pudo ver en la primera serie que se hizo de las Guerras Clon. Es como volver a ver a viejos amigos. Y eso siempre se agradece.

Decía también que viene a cubrir un hueco hasta ahora vacío en la ciencia ficción: la animación. Hace algunos años, hubo un intento de Fox por entrar en este terreno, pero Titán A.E., a pesar de ser una muy apreciable película, no consiguió respaldo de público o crítica. La animación parecía un terreno vedado a la ciencia ficción, salvo colateralmente (Wall·E es el mejor ejemplo) o con personajes cómicos en abundancia. Sin ser una grandiosa cinta, TMNT abrió ese camino. Ojalá el poder de la franquicia de Star Wars contribuya a seguir expandiéndolo para una vertiente que, siendo divertida (el humor siempre ha tenido un hueco en la historia de Star Wars, y aquí se da con más motivo por el público objetivo que siempre tendrá la animación), ofrezca también historias a la altura y nada infantilizadas.

La animación da unas posibilidades inmensas de crear mundos fantásticos que en imagen real costarían miles y miles de millones. The Clone Wars lo aprovecha al máximo para crear unas imágenes francamente buenas, y eso que el diseño de los personajes es como poco chocante. La animación por ordenador tiende al hiperrealismo, pero George Lucas no ha querido optar por esa vía. Dice que para tener personajes realistas habría hecho una película de imagen real. Y no le falta razón, pero ver caras como la de Obi-Wan, en la que el pelo no se mueve, choca bastante, casi tanto como escuchar el tradicional tema que John Williams inmortalizó en una nueva y diferente versión, distinta de la que conocemos. Suenan en algún momento variaciones de sus temas, pero se echa mucho de menos el tono general de la música de Williams.

La película no llega a las dos horas (tal y como se llegó a difundir por Internet, de lo cual me hice eco), pero sus 100 minutos sobrepasan la media de las películas de animación. Lo mejor que uno puede hacer ante una película como ésta, es sentarse cómodamente en la butaca y disfrutar. Al fin y al cabo, Star Wars es un emblema del escapismo cinematográfico. La saga ofrece mucho más que esta The Clone Wars, que también se queda por debajo de aquella imprescindible obra maestra de la animación que, bajo el mismo nombre, unió los Episodios II y III de la mano de Gendy Tartakovsky. Es probable incluso que la futura serie dé mucho más juego que esta película, pero aún así ofrece un rato tremendamente entretenido. Y eso no es poco en los tiempos que corren. ¿Que la gente prefiere seguir criticando a Lucas...? Allá ellos. Yo me limito a disfrutar de su legado.

lunes, agosto 25, 2008

Recuerdos de la Tierra Media (1)

Todavía recuerdo lo que pensé la primera vez que oí que Peter Jackson iba a rodar al mismo tiempo tres carísimas películas de El Señor de los Anillos, que iba a estrenar en tres Navidades consecutivas: "No puede ser. ¿Cómo va a dirigir El Señor de los Anillos un tipo que ha dirigido una película que se llama Tu madre se ha comido a mi perro (subtítulo español de Braindead, una paranoia gore de los años de juventud de Peter Jackson)?". Sí, yo era uno de los escépticos, de los que veía como una tarea casi imposible que se rodara una trilogía centrada en la Tierra Media con una calidad suficiente y, desde luego, de los que pensaba que Peter Jackson no era en absoluto el director más adecuado para semejante tarea. Fue ver la película y cambié radicalmente de opinión, pero antes de eso pasaron muchas cosas.

Ocho meses antes del estreno (que, recordaréis, llegó en las Navidades de 2001), se produjo un primer pase de apenas 20 minutos de película. Era la parte correspondiente a las minas de Moria, justo hasta la aparición del Balrog, criatura que no llegaba a verse en ese metraje. Se llevó ese avance a varios festivales y se realizaron incluso pases para la prensa, anunciados con regalos para la prensa (cohechos, que llamamos cariñosamente en la profesión, entrer los que estaba un anillo con la inscripción en lengua oscura). "Malo", pensé. Si tienen que hacer tanta propaganda con tanta antelación, cabe la posibilidad de que la película no haya satisfecho a sus productores y estén apostando por el marketing masivo para paliar la falta de calidad.

Un amigo mío, apasionado de la Tierra Media, fue a ese pase. Y volvió emocionado. ¿Pasión de fanático o análisis certero? Normalmente me fío de él, pero aquello de Tu madre se ha comido a mi perro seguía sobrevelando mis pensamientos. Y eso que me había gustado la anterior película de Jackson, Agárrame a esos fantasmas (delirante e inverosímil título el español para The frighteners), pero no apuntaba ese director maneras para tres colosales superproducciones como éstas. Ese mismo amigo, entonces compañero, fue al pase de prensa de la película (a pesar de que los privilegios cinéfilos me los solía apuntar yo en mi sección, ¿cómo le iba a privar yo de ese gustazo...?; me conformé con verla el día del estreno) cuando apenas quedaban unos días para que todo el mundo pudiera verla. Volvió aún más entusiasmado. No hacía más que hablar de la Comarca, del Balrog, de Sam y de los Nazgul.

Pero yo mantenía mi escepticismo. Tu madre se ha comido a mi perro... Hasta que comenzó la película. Siete minutos de prológo acabaron con todas las dudas. Con todas. Quedaban dos horas y media de película y ya sabía que me iban a entusiasmar. Peter Jackson construyó un prológo ejemplar, iniciado con el misterio de unos susurros en élfico y finalizado con la primera aparición en la sombra de Gollum. La historia de los anillos de poder concetrada para informar a los profanos y para deleite de los iniciados. Épico, mágico y con un gusto increíble. La imagen de Sauron combatiendo con sus propias manos al ejército formado por la alianza de hombres y elfos se me quedó grabada para siempre en la retina. Y muchas otras que quedaban por venir en las siguientes horas de película.

El primer acto me pareció largo pero inevitable. Era algo que ya tenía hablado con mi amigo. ¿Cómo se iba a privar al aficionado de El Señor de los Anillos de un buen vistazo a la Comarca, a Hobbiton, a Bolsón Cerrado? Para mí, una escena larga pero que, como friki que soy para otras cosas, contó con mi comprensión hacia Jackson. Tenía que rodarlo, tenía que enseñarlo. Y sin omitir detalles. Además, en este tramo había que felicitarle por la exclusión de uno de los personajes de la novela, Tom Bombadil. Hubo polémica entre la comunidad de fans, pero, una vez vista la trilogía, creo que casi todo el mundo coincidió en que Tom Bombadil sobraba en esta adaptación. De hecho, nadie se volvió a acordar de este tema una vez que se estrenó la película.

Poco a poco se iban viendo los personajes. Era verlos y quererlos. Se hace difícil pensar en mayores aciertos de casting que los que presenta esta película. Elijah Wood ES Frodo. Ian McKellen ES Gandalf. Christopher Lee ES Saruman. Y así casi todos. Pero para mí, en aquel momento hubo una pequeña excepción: Viggo Mortensen. Me pesaba el soso recuerdo que tenía de él en Un crimen perfecto y me pasé toda la película pensando el gran Aragorn que podría haber compuesto Sean Bean, el actor que bordó el personaje de Boromir (confieso que es Boromir, el hijo del senescal de Gondor, mi favorito de la compañía del Anillo).

Con el final de la Comarca, comenzó lo más memorable de esta primera película. Aparecían los nueve jinetes negros, los antiguos reyes de los hombres corrompidos por el poder de los anillos. Los Nazgul. Ahí me capturó para siempre la película. La sencillez de una capucha negra crubiendo la espectral armadura era más que suficiente. El sonido que provocaba terror y magia. La conversión del anillo en un personaje más. Pero en ese momento ya había otro aspecto que contribuyó para siempre a que esta película se quedara en mi corazón: la música. Cuando me enteré de que el autor de la banda sonora iba a ser Howard Shore, temblé. Su fuerte era la música atmosférica, la de películas de David Cronenberg o David Fincher. ¿Era el adecuado para el sonido épico, melódico y fanfárrico de El Señor de los Anillos? Yo pensé que no. Qué equivocado estaba. Qué obra de arte esta música ya inolvidable.

Todo lo que se iba descubriendo se hacía familiar al momento. Desde la torre de Isengard en la que Saruman entabla su alianza con Sauron hasta las hermosísimas minas de Moria. Y allí, cuando vemos por fin al majestuoso Balrog, uno se da cuenta de que la historia tiene mucho más que unos efectos especiales logradísimos (chapeau para Weta, la compañía neozelandesa que, contra pronóstico, asumió casi por completo la creación de la Tierra Media) y unas cuantas imágenes espectaculares. Estaba siendo un peliculón. Lothlorien rebajó un poco mi ánimo. Ahí se notaba que faltaban cosas (y las vimos cuando se estrenó la edición extendida en DVD). Y llegamos al final, al magnífico final, en el que Boromir se convierte en leyenda y con el que lloré al ver partido en dos el cuerno de Gondor (de ese detalle me avisó mi amigo, es difícil de ver en la pantalla). Pienso que yo, en otra vida, en este universo, debía tener en Gondor mi hogar.

Y así, con las emociones a flor de piel, Peter Jackson puso final a La comunidad del Anillo, recordando aquellos viejos seriales que te dejaban en una situación tremendamente abierta y que te hacían desear que llegara cuanto antes la continuación. Pero aquí quedaba un largo año para eso. Un larguísimo año para repasar en la cabeza toda la información que dejaba una película asombrosa, un trabajo artesano y artístico, un sueño hecho realidad, mucho más que un simple relato de fantasía y una pica en la historia del cine (y no sólo del fantástico). Por cercanía de fechas de estreno, hubo quien quiso contraponer a los fans de El Señor de los Anillos con los de Star Wars. ¡Menuda estupidez! Yo, desde aquel momento, me sumaba a las dos, como en los 80 me sumé tanto a Star Wars como a Star Trek. Y echaba cuentas para ver la siguiente película de la saga.

Mi recuerdo de El Señor de los Anillos no provenía en aquel momento de las novelas de Tolkien, leídas muchos años atrás y releídas después de ver la trilogía cinematográfica, sino de la versión de dibujos animados que hizo Ralph Bakshi a finales de los años 70, una versión que acaba a la mitad del segundo libro. Por eso, nada del argumento de La comunidad del Anillo me sorprendió. ¡Cómo envidiaba a quienes estaban descubriendo en ese momento la historia que ideó Tolkien y cómo anhelaba el momento en el que se acabaran mis recuerdos para poder sorprenderme yo también con lo que Jackson plasmó en la pantalla! Pero esto tuvo que esperar un año más, hasta el estreno de Las dos torres...

jueves, agosto 21, 2008

10 PELÍCULAS... 10 deportes

Estamos en fechas olímpicas y, por tanto, es adecuado recordar películas que tenían en el deporte uno de sus principales argumentos. Para algunos títulos esa práctica era el elemento esencial. Para otros, sólo una excusa para desarrollar la historia. Pero el deporte, en todo caso, siempre está presente. Son muchas más, esta claro, pero estas son diez notables películas sobre deportes, disciplinas olímpicas y otras que no lo son.
ATLETISMO: Carros de fuego
La película olímpica por excelencia sigue a dos atletas británicos, uno judío y el otro cristiano, antes de su participación en los Juegos de 1924. Ver a alguien en el cine compitiendo en atletismo sin la música de Vangelis ya no tiene sentido después de esta película. En pantalla vemos a los atletas en carreras de 100 y 400 metros. Un filme académico, muy británico, algo frío, pero que consiguió nada menos que cuatro Oscar, incluyendo el de mejor película.
AUTOMOVILISMO: Días de trueno
Tom Cruise tratando de ganar las carreras de la Nascar. Un guión simple se convierte en un muy buen entretenimiento, gracias sobre todo al buen hacer en la dirección de Tony Scott (el hermano de Ridley) y unas interpretaciones convincentes de Cruise, Robert Duvalll y Nicole Kidman. A todo buen piloto hay que encontrarle un rival a muerte, y aquí lo interpreta Cary Elwes. Hans Zimmer pone la música necesaria para que nos importe de verdad quién gane la Nascar.

BALONCESTO: Hoosiers
Hablar de Indiana es hablar de baloncesto. Gene Hackman borda su papel de entrenador polémico ante su última oportunidad de triunfar, magníficamente acompañado por Dennis Hopper (nominado al Oscar) y Barbara Hershey. El baloncesto universitario nunca encontrará mejor retrato que el de Hoosiers, una película brillante y emocionante (a lo que contribuye la inolvidable música de Jerry Goldsmith). Es precioso comprobar en esta película cómo ha cambiado el baloncesto, viendo partidos sin línea de tres o con tiros libre a cucharón.
BEISBOL: El mejor

Robert Redford da vida a un joven y prometedor jugador de béisbol. Cuando consigue una prueba para hacerse profesional, su vida se ve truncada por un trágico suceso. Años después, cuando muchos jugadores pensarían en la retirada, él hace realidad su sueño y debuta en la Liga americana, convirtiéndose en una estrella que nadie sabe de dónde ha aparecido. Una muy apreciable película de Barry Levinson que, eso sí, cambia por completo el final de la novela en la que se basa.

BOXEO: Rocky

Siempre ha atraído el boxeo al cine americano (un ejemplo más reciente y notable es Cinderella Man). Rocky aprovechó esa corriente y convirtió en estrella a Sylvester Stallone, protagonista y guionista (y ganó el Oscar por su libreto; Rocky también el de mejor película). El combate contra Apollo Creed, un número uno contra un boxeador desconocido y sin futuro, forma parte del imaginario de quienes crecimos en los 80, como también las escaleras que todos queremos subir corriendo en Filadelfia algún día. La saga se alargó hasta la sexta entrega, el pasado año. Y fue una pequeña gozada volver a ver a Rocky.


FÚTBOL: Evasión o victoria

A falta de una película definitiva sobre el deporte rey en España, nos conformaremos con la bonita excusa con la que John Huston montó un filme sobre la Segunda Guerra Mundial. Unos prisioneros aliados intentan escapar del cautiverio nazi aprovechando un partido de fútbol organizado en París por la propaganda alemana. Sólo por ver jugar a Pelé o Ardiles ya merecía la pena este título. Pero tener a Stallone de portero (se rompió un dedo parando un tiro de Pelé) es algo que no tiene precio.

FÚTBOL AMERICANO: Un domingo cualquiera

Oliver Stone se acercó al fútbol americano desde casi todos los ángulos posibles en una sola película que quiso sentar las bases para siempre de la aproximación cinematográfica a este deporte (el título bien podría ser el de la película definitiva sobre el fútbol). Su ambicioso plan se queda a medias, pero la película entretiene. Al Pacino convence pero no enamora como entrenador, Cameron Díaz deja más dudas como directiva. El reparto, brillante, incluye a James Woods, Dennis Quaid o Jamie Foxx. Una curiosidad.

KARATE: Karate Kid

Un torneo de karate para menores de 18 años es la excusa para una de las películas juveniles más populares de los 80. Ralph Macchio se hizo efímera estrella con esta saga (la cuarta película no contaba ya con él como aprendiz, sino con Hilary Swank), innecesaria pero productivamente alargada. ¿Quién no se acuerda del “dar cera, pulir cera” del maestro Miyagi que interpretó Pat Morita? Una jovencísima Elisabeth Shue era la imprescindible e inevitable chica en esta entretenida historia de adolescentes.

TENIS: Extraños en un tren

Nada menos que un tenista es uno de los dos protagonistas de una de las maravillas de misterio de Hitchcock. Su mujer no le concede el divorcio a pesar de haberle dejado y no puede casarse con su nueva prometida. Un extraño le ofrece la solución: intercambiar asesinatos para que nadie sospeche de ellos. Durante el partido de tenis, descubrimos lo inquietante que puede llegar a ser que un espectador no haga el giro habitual de cuello siguiendo la pelota de un campo a otro. El tenis es sólo una excusa para Hitch, pero aparece.

TIRO CON ARCO: Robin de los bosques

¿No era Robin Hood el mejor arquero de todos los tiempos? Pues lo tenía que demostrar en una competición, y el Príncipe Juan de Claude Rains se la brindó. Para capturarle, claro, pero se la brindó. Errol Flynn se convirtió en el Robin Hood definitivo (sobra decir que él no disparó las flechas más certeras, eso lo hizo el arquero Howard Hill) y Olivia de Havilland en la Lady Marian de nuestros corazones. Esta maravillosa película bien podría haber servido como ejemplo de esgrima, gracias al magnífico combate de espadas con Basil Rathbone.

miércoles, agosto 13, 2008

Del miedo en 'Batman begins' al caos en 'El Caballero Oscuro'

La saga de Batman pasa del miedo al caos. Batman begins era un estudio sobre el miedo: como base de nuestras acciones e indecisiones, el pánico a lo desconocido y al futuro, las fobias personales que se pueden y no se pueden superar. El Caballero Oscuro es, en cambio, un estudio sobre el caos. El caos como motor del universo, como destructor de la justicia, como el quebranto de la voluntad, como corruptor de los justos. ¿Y qué fuerza del caos puede ofrecer el cómic más poderosa que el Joker? Si en Batman begins la elección por el Espantapájaros era obvia, mucho más la del Joker para su secuela. Caos, puro caos descontrolado es lo que ofrece el Joker que interpreta Heath Ledger.

La presencia del Joker provoca un considerable aumento de la violencia de la película. Mucho más psicológica que visual, pero violencia al fin y al cabo (la prodigiosa partitura de Hans Zimmer y James Newton Howard contribuye a dar una fuerza casi sobrenatural al Joker). Para Ra’s Al Ghul, el villano central de Batman begins, lo importante era el objetivo. Para el Joker, lo básico es cómo llega a ese objetivo. El Joker disfruta con cada pequeña atrocidad que comete, con cada macabro juego que ofrece, con cada manipulación de peones que lleva a cabo, con cada mentira que usa para pervertir a los héroes.

Esa es la primera diferencia temática que se puede encontrar entre las dos películas que Christopher Nolan ha realizado sobre Batman, pero en absoluto la única. Pese al dominio del caos, y en contra de lo que sucedió en la tetralogía anterior (de Tim Burton y Joel Schumacher), el personaje central de la película es el Señor de la Noche. En Batman begins, se hablaba de su miedo, pero también de su nacimiento (de ahí el título) y aprendizaje. Aquí se pasa al desarrollo de su lucha contra el crimen. Hay dudas, pero no son esenciales. Lo capital en esta secuela es la búsqueda de los límites. ¿Hasta dónde se puede llegar para luchar contra el crimen? ¿Qué clase de héroe necesita el mundo moderno como salvador? Esas son las preguntas que plantea El Caballero Oscuro.

El debate sobre la identidad del héroe encuentra un refuerzo magnífico en la inclusión de Harvey Dent. El fiscal del distrito que promete ser la imagen de una Gotham libre de violencia y corrupción y su lucha contra su yo más oscuro, el que permanece oculto bajo la semblanza del caballero brillante que llega al rescate de toda una ciudad. Su reflexión sobre el heroísmo (“o mueres como un héroe o vives lo suficiente como para convertirte en el villano”) es quizá el análisis más certero y brillante sobre la sociedad actual que se haya hecho en una película del subgénero de superhéroes de cómic. La presencia de Alfred y Lucius Fox actúa como catalizador de la conciencia de Batman. Son sus guías, quienes le marcan esos límites que el héroe no puede sobrepasar. Entre otros aspectos, su éxito o su fracaso determinará la clase de héroe que es Batman.

Formalmente, la diferencia entre ambas películas es obvia. Batman begins tenía una estructura clásica de tres actos. En el primero, Bruce Wayne aprendía lo necesario para cumplir la promesa realizada s sus padres asesinados y enfrentarse al crimen de Gotham. En el segundo, se presentaba en su ciudad y Batman conocía sus posibilidades y a sus enemigos. En el tercero, el héroe lucha por salvar a la ciudad de la destrucción. El Caballero Oscuro rompe por completo con esa estructura clásica. ¿El motivo? El caos, obviamente. Lo temático trasciende a lo formal. Muchos momentos climáticos, muchos personajes con su momento estelar, muchas aparentes resoluciones que abren nuevos dilemas. Y, eso sí, un final impresionante.

Y para quien quiera profundizar en las diferencias visuales, lo primero que hay que decir es que El Caballero Oscuro es una película esencialmente urbana. Salvo un pequeño paréntesis, Gotham es la estrella. En Batman begins no vemos Gotham en todo su esplendor hasta el segundo acto (al menos la Gotham decadente en la que se mueve Batman), y el primero se desarrolla en un ambiente radicalmente distinto al de la ciudad. Las diferencias en el traje de Batman son sutiles, pero muy apreciables. Tanto que se explican en la propia película y pasan, sobre todo, por una mayor movilidad en el cuello. En la primera película ya era mucho menos rígido que en las cuatro anteriores, pero en ésta alcanza sus máximas posibilidades. Y, por supuesto, tenemos un cambio de vehículo, pero no por ello dejamos de ver el espléndido Batmóvil creado para Batman begins.

El Caballero Oscuro llega hoy a España convertida ya en la tercera película que más dinero ha recaudado en Estados Unidos, nada menos que 441,5 millones de dólares. Por encima sólo tiene a La guerra de las galaxias (461 millones) y Titanic (600 millones). En el mercado internacional, y sin haberse estrenado todavía en muchos países, como el nuestro, ya lleva recaudados otros 263 millones, para un total de 704,5 millones de dólares. Y otro hito de taquilla. Hacía nada menos que cuatro años y medio que una película no encabezaba el ranking de taquilla durante cuatro semanas consecutivas. Tras su estreno en diciembre de 2003 lo hizo El retorno del Rey, la tercera y última entrega de El Señor de los Anillos.

lunes, agosto 11, 2008

'Gladiator', fuerza y honor

Cuando uno puede ver una película una y otra vez disfrutándola como si la descubriera en ese momento, es que el título en cuestión merece la pena, resiste el paso del tiempo y es altamente recomendable. Eso es Gladiator, el filme que reconcilió casi por completo a Ridley Scott con Hollywood, después de una década algo oscura en su filmografía (que culminó con La teniente O'Neil). No era una tarea fácil porque en décadas nadie había conseguido hacer una película ambientada en la Roma imperial que cautivara a las audiencias y funcionara en taquilla. Tampoco era fácil conjugar el fácil desprecio que puede suscitar una película que podría haberse quedado en un simple vehículo de acción con las auténticas intenciones del proyecto. Porque hay una gran historia detrás, no sólo combates de gladiadores.

Es complejo no disfrutar con una película tan rica como ésta. Quien piense que sólo va a ver acción, se equivoca. Sí, la película arranca con una espectacular y poética escena de batalla en Germania, donde escuchamos por primera vez el grito de guerra "fuerza y honor". Sí, los combates en la arena del coliseo son formidables, en especial el primero, recreando la batalla de Cartago. Pero Gladiator es mucho más que eso. De hecho, si algo perdurará durante décadas serán unos brillantes diálogos, las escenas de tono más intimista, un magnífico desarrollo de personajes y unas actuaciones memorables. Es ahí donde está el verdadero valor de Gladiator. Lo demás es sólo el marco en el que se desarrolla la historia (que no la Historia; hay mucho de ficción en la película).

Gladiator es una de esas películas en las que hoy no se pueden imaginar otros actores que los que aparecen. Mel Gibson rechazó el papel de Máximo que al final interpretó Russell Crowe. Jennifer López pudo haberse hecho con el de Lucilla, que recayó en la entonces semidesconocida Connie Nielsen (¡qué lástima que Hollywood no haya sabido aprovechar el talento de esta actriz! Rodó Gladiator con 35 años, acercándose peligrosamente a la barrera de juventud que impone la industria...). El reparto lo completaron actores magníficos. Joaquim Phoenix, Oliver Reed, Richard Harris, Djimon Hounsou o Dereck Jakobi (espléndido actor al que redescrubrí gracias a las primeras películas como director de Kenneth Branagh; su papel en Gladiator se quedó en buena medida en la sala de montaje, aunque se recuperó para la edición extendida que apareció hace tiempo en DVD).

Durante el rodaje, Oliver Reed sufrió un ataque al corazón del que no pudo sobreponerse. Su muerte fue un duro golpe, pero Ridley Scott se negó a sacarle de la película. Podría haberlo hecho, ya que las claúsulas del contrato le permitían reemplazarle por otro actor, pero prefirió reescribir el guión (su personaje, Próximo, era quien debía enterrar en la arena del coliseo las figuras de la mujer e hijos de Máximo) y utilizar los gráficos por ordenador para superponer el rostro de Reed en el cuerpo de un doble. Un magnífico homenaje a un gran actor que había realizado un notable trabajo en la película y una despedida hermosa.

Lo mejor de Gladiator, insisto, son las escenas de conversación. Richard Harris protagoniza tres inolvidables. Primero con Connie Nielsen ("Basta de política. Aparentemos que eres una hija amante y que yo soy un buen padre"), después con Russell Crowe ("Quiero que tú seas el protector de Roma después de mi muerte") y finalmente con Joaquim Phoenix ("Tus defectos como hijo son mi fracaso como padre"). Igualmente intensas son las escenas de Crowe con Nielsen, sobre todo la primera vez que se curzan en pantalla y entendemos que tienen un pasado sentimental que ya está enterrado, más por él que por ella. Magníficas y tensas son las escenas entre Phoenix y Nielsen, sobre todo cuando el ya emperador Cómodo amenaza a su hermana Lucilla con un relato que le está contando a Lucio, el hijo de ésta. Todas las conversaciones son impresionantes.

La historia del general que se convirtió en esclavo, del esclavo que se convirtió en gladiador, cautivó enseguida al pública. Y, algo más extraño en la carrera de Ridley Scott, también a buena parte de la crítica. Gladiator ganó cinco Oscar, incluyendo el de mejor película y mejor actor para Russell Crowe. A pesar de ser la triunfadora de la noche, Traffic (qué final más decepcionante tiene esta buena película de Steven Soderbergh) le arrebató algunos de los premios más importantes, incluyendo el de mejor director. Hollywood se rendía al cine de Ridley Scott, pero le negaba el ansiado reconocimiento personal. Un premio que se escapó de forma incomprensible fue el de la mejor música. Hans Zimmer, un auténtico genio capaz de auténticas maravillas, veía como Tan Dun y Tigre y Dragón le arrebataban el merecido Oscar, un premio que logró cinco años antes con El Rey León (aunque fuera más por la inercia de aquellos años en los que Disney ganaba todos los premios musicales).

Como curiosidad, recordar que Máximo es hispano, pero según la versión que se escuche su procedencia es distinta. En el original, viene de Trujillo, y así se lo cuenta el general al emperador Marco Aurelio cuando le pregunta por su hogar. Pero en la versión doblada el nombre que se escucha es el de Emerita Augusta, la actual Mérida. Curioso cambio, desde luego... Según explica IMDB, los dobladores españoles adujeron para el cambio que "Trujillo no reúne las cualidades para ser cuna de un gladiador". Y, por cierto, ¿por qué demonios la película se quedó con el título inglés cuando tenía una traducción tan sumamente sencilla...?

Gladiator es una hermosa película, una historia sobre el regreso a casa de un hombre (ese, y no la venganza, es el tema que quisieron abordar guionistas, productores y director), un gran espectáculo hollywoodiense y, sobre todo, un gran relato épico lleno de interpretaciones magníficas. Una gozada que, ocho años después, va incluso ganando en valor gracias a unos diálogos birllantes e inolvfidables, una puesta en escena poderosa, una fotografía deslumbrante, un diseño de producción único y ambicioso y, sobre todo, mucho taltento.

"Me llamo Máximo Décimo Meridio. Comandante de los ejércitos del norte, general de las legiones Félix, leal servidor del verdadero emperador, Marco Aurelio. Padre de un hijo asesinado, marido de una mujer asesinada. Y alcanzaré mi venganza, en esta vida o en la otra".

sábado, agosto 02, 2008

Pixar se supera una vez más con 'Wall·E'

"En Pixar, desde nuestra primera película, hemos dedicado siempre más tiempo a la historia (que a la tecnología). Narramos historias. No dependemos de la tecnología. Nunca pensamos que estamos haciendo películas animadas. Sólo hacen cintas que deben ser tan buenas como cualquier otra de otro género. La diferencia es que las nuestras son animadas". Con esta sencilla explicación, Andrew Stanton, director de Wall·E, da en el clavo. Pixar no hace películas animadas. Pixar hace CINE, con mayúsculas, único e inolvidable. Y Wall·E lo demuestra, convirtiéndose, una vez más, en lo mejor que nos deja este imprescindible estudio. Casi siempre que estrena una película parece que no va a poder superarla. Pero siempre lo hace. Porque en Pixar hay absolutos genios.

La premisa de Wall·E es tan sugerente como disparatada. En una Tierra deshabitada y cubierta de basura, sólo quedan dos habitantes: un pequeño robot que se dedica a amontonar ordenadamente los restos que hay sobre el planeta y una cucaracha que le hace compañía. Y aunque parezca mentira, así comienza una de las más bellas, tiernas y hermosas historias de amor que se han visto recientemente en la gran pantalla. Porque, sí, esta película de ciencia ficción con carcasa de comedia para niños, es en realidad una historia de amor. La vida de ese pequeño robot, Wall·E (que tiene una capacidad vocal extremadamente limitada, lo que provoca que apenas haya diálogo durante buena parte del metraje), cambia cuando llega a la Tierra otro robot, EVA, que tiene una misión intrigante y sorprendente.

Así contada, es posible, sólo posible, que Wall·E no llame demasiado la atención de muchos. Quizá no interese por aquello de que son dibujitos y algunos pensarán que es para niños. Quizá algunos vean en la ausencia de demasiado diálogo un impedimento para emocionarse con la historia. O incluso quizá habrá quien piense que un robot sin cara no puede reflejar sentimientos. Craso error. Inmensa equivocación. Pixar, Stanton y Wall·E dan una lección de puro cine, demuestran que un personaje animado es capaz de contar mucho más que la inmensa mayoría de los actores actuales, nos recuerdan que lo visual es la forma más directa de narrar una historia y que esa historia es precisamente lo esencial del séptimo arte. La imagen asombra, los personajes conmueven. Pero la historia es sencillamente fascinante.

Wall·E es una películas para niños, sí. Pero, como en la mejor tradición de Disney, también para adultos. Tiene multitud de lecturas y detalles, destila una autencidad única y es una de las películas más divertidas de la casa (sino la que más, después de la hilarante Buscando a Nemo, dirigida también, y seguro que no es casualidad, por Stanton). Todavía a estas alturas sorprende ver un análisis tan certero de la lucha contra el cambio climático o la vida sedentaria en una película de animación. Pero, como decía, Pixar no hace simplemente animación y hay que cambiar el chip.

Stanton, además, nos garantiza que hay un nuevo genio en Pixar. John Lasseter cimentó el imperio con Toy Story. Brad Bird, que venía de maravillar con El gigante de hierro, dejó clara la excelencia que podía alcanzar con Los Increíbles o Ratatouille. Y ahora, Andrew Stanton demuestra que Buscando a Nemo no fue una casualidad. Wall·E indaga en los caminos de la comedia, pero de forma muy distinta a Nemo. El referente aquí es el cine mudo. Buster Keaton o Charles Chaplin usaron gags muy similares a los que funcionan en Wall·E. Y eso sin olvidar las referencias que hay a algunos clásicos de la ciencia ficción o los prodigiosos títulos de crédito (esa parte de las películas que pocos espectadores se sienten obligados a respetar) que suponen un bello recorrido por la historia de la pintura.

Para que Wall·E funciona hacía falta el trabajo de otro genio: Ben Burtt. Él se encarga de crear el universo de sonido que rodea al robot protagonista, algo esencial dado que apenas es capaz de hablar y que, sobre todo durante la primera hora de película, son efectos de sonido lo que escuchamos durante casi todo el visionado. Burtt se convirtió en leyenda creando los efectos de sonido de la saga Star Wars (¿quién no ha imitado alguna vez con la boca el sonido de un sable de luz...?), pero con la nueva trilogía no se le dio tanto mérito como a finales de los 70 y comienzos de los 80. Con Wall·E, Burtt nos vuelve a demostrar que en materia de sonido es un genio indiscutible. Y la magnífica música de Thomas Newman completa un grandioso recorrido sonoro por esta historia tan hermosa.

Podría extenderme hablando de Wall·E lo que quisiera. Podría decir que me he reído, que he llorado, que he disfrutado, que me he emocionado. Pero basta con decir que, simplemente, lo tiene todo. Es un peliculón. Un título ya inolvidable que ha pasado a la historia del cine por derecho propio.