jueves, diciembre 31, 2015

2015, un año de cine

Se acaba 2015 y, como en todos los ámbitos de la vida, toca hacer balance. En este caso, de las 119 películas estrenadas en los últimos doce meses que he tenido la oportunidad de ver y que quedan clasificadas en categorías muy amplias para dar cabida a todas ellas. Faltan muchos títulos, incluso algunos bastante importantes, pero es absolutamente imposible llegar a todo. Aún así, confío en que este listado sirva como guía para saber qué es lo que gusta en La Sala de Cine.

Como siempre, pinchando en el título accedéis a la crítica completa de la película (hay unas pocas que no tienen crítica publicada), casi todas de La Sala de Cine pero también algunas de Cómic para todos y Cine y Comedia, otros dos espacios en la Red en los que hay análisis de películas estrenadas en 2015 firmadas por un servidor. Y, por supuesto, estaré encantado de escuchar vuestras opiniones, coincidentes y divergentes... Sin más, este es el repaso a mi 2015 cinematográfico:

· La película del año: Whiplash
Que la mejor película del año llegara a España el 16 de enero y que fuera, en realidad, una película estrenada originalmente en Estados Unidos en 2014, da una idea de que el año ha sido algo flojo. O, quizá, de que la fascinación que produce Wiphlash es inmensa. La extraordinaria historia de egos musicales dirigida por Damien Chacelle es portentosa a todos los niveles y una lección cinematográfica difícil de olvidar después de lo que se siente durante sus brillantes 107 minutos. El Oscar que ganó J. K. Simmons fue el justo premio a una película que parece que necesita alguna reivindicación más.

· Lo más destacado
Que al año ha sido ligeramente flojo se puede ver en el limitado número de películas que se cuelan en esta categoría. Por supuesto, Pixar se hace el hueco habitual con Del revés, Hollywood coloca películas Misión Imposible. Nación secreta o la denostada Vengadores. La era de Ultrón, los Oscars de 2015 con cintas de 2014 se cuelan con filmes como La teoría del todo, Nightcrawler (la gran olvidada de los últimos premios de la Academia norteamericana) o The Imitation Game, grandes nombres como Steven Spielberg y Ridley Scott cuelan El puente de los espías y Marte, un cine más pequeño encuentra su hueco con filmes de la talla de '71, Calvary o La profesora de historia, y sin olvidar a la, probablemente, película más impactante del año, Sicario.

'71
La teoría del todo
Marte

· Sorpresas positivas
Como en la anterior categoría, no ha habido demasiadas sorpresas. El terror de Babadook, la evolución de David Ayer en Corazones de acero, el romanticismo melancólico de El secreto de Adaline o la sincera diversión de Pride son merecedoras de estar en este apartado.

Corazones de acero

· Me gustaron
La categoría más amplia sigue siendo de las películas que uno ve con satisfacción, y abarca todo tipo de cine. Es aquí donde se ve la buena salud del séptimo arte frente al pesimismo del pensamiento anclado en el pasado y en la nostalgia, y lo cierto es que hay historias muy variadas, cines muy distintos, y nombres que quizá tendría que haber dado un salto. Sorprende que El despertar de la Fuerza se quede aquí, pero la película fue tan sincera en su cariño a la saga como limitada en su capacidad para emocionar de nuevo con algo más de riesgo. Algunas aupadas por la crítica como Birdman o It Follows no llegan aquí a más, otras criticadas sin piedad como Tomorrowland o Cenicienta, incluso Chappie, también se cuelan en este apartado.


· Decepciones
Siempre parece necesario recordar que decepciona aquello en lo que se han puesto muchas esperanzas, y que esa decepción tiene diferentes niveles, desde lo abiertamente malo a lo simplemente escaso para las expectativas despertadas. Hay películas que ya fueron aupadas por las nominaciones a los Oscar como Selma y otras que aspiran a recibir ese impulso en las del próximo año, como Black Mass, cine de gran estudio como la caótica Cuatro Fantásticos, obras de autor como Maps to the Stars o En tercera persona y hasta Pixar en el primer año en el que hace doblete en la gran pantalla.


· Pasables / Olvidables
Sin llegar a ser buenas, son películas que tampoco son malas. Cine que no enamora pero que tampoco incita a salir de la sala echando pestes, títulos que pueden convencer a quienes gusten del género, de la historia o de alguno de sus actores, pero que no alcanzan los mínimos deseables para convertirse en películas a revisar.


· Muy malas
Estas son las películas del año que asombran por su baja categoría. Menciones especiales para películas que aspiran a ser de culto como American Ultra, descaradas operaciones comerciales como Annie, fiascos de grandes proporciones como Pan, vergonzosos remakes como Poltergeist o despropósitos inmensos como Caza al asesino o Mortdecai.

Negocios con resaca
Ocho apellidos catalanes

· La peor película del año: El destino de Júpiter
Es difícil saber que les ha sucedido a los hermanos Wachowsky desde que revolucionaron el cine contemporáneo con Matrix, porque cada película que han hecho ha ido empeorando a la anterior. El destino de Júpiter es, con diferencia, la peor que han hecho, un descomunal fiasco mal hecho, mal interpretado y horriblemente ejecutado, que quiere ocultarse tras un ampuloso diseño, una música escrita sin pensar en la película o un reparto plagado de nombres conocidos. Pero es un horror sin paliativos.

viernes, diciembre 25, 2015

'El desafío (The Walk)', el fallo está en el punto fuerte

La duda que plantea una película como El desafío, título tan genérico con el que se ha bautizado en España The Walk, es si se puede sostener durante dos horas. La película trata de Philippe Petit, un tipo que se planteó caminar entre un cable lanzado entre las dos Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York, una actividad ilegal y que nadie había hecho nunca. Esa duda se disipa casi desde el principio, cuando Robert Zemeckis concede la narración de su odisea a su protagonista, sensacionalmente interpretado por Joseph Gordon-Levitt, subido a lo alto de la Estatua de la Libertad. Pero lo que no está en los planes es que lo más flojo de El desafío esté, precisamente, en algunos aspectos de ese desafío, en su clímax, cuando la espectacularidad visual tiene que redoblarse y, en realidad, se encoge. No porque no acierte Zemeckis, sino porque el IMAX, el 3D y los efectos visuales flaquean y dejan en manos de la ilusión del espectador buena parte de la fuerza de la escena.

En este punto, conviene distinguir entre cine y la magia del cine. Cine hay mucho en The Walk, porque Zemeckis es un tipo hábil y un muy buen director. La historia de Petit viene a ser una suerte de Forrest Gump focalizada en el mundo del funambulismo, en un sueño personal más que en el de un país como era la de aquel filme protagonizado por Tom Hnaks, y en la devoción por Nueva York más que por Estados Unidos. Zemeckis engancha por la forma y por el fondo, porque sabe manejar francamente bien este tipo de historias más grandes que la vida. La magia del cine, la que Zemeckis siempre ha sabido usar con maestría, es la de los efectos visuales. Y ahí es donde hay dudas. Pone la piel de gallina con una facilidad inmensa con la recreación de las Torres Gemelas, también con la elección del punto de vista y del movimiento de su cámara, pero la imagen falla porque su realismo no alcanza el de los sueños que provoca la historia y la misma idea de Nueva York.

Puede ser que eso sea un detalle menor, y en absoluto quiere decir que rompa el clímax emocional de la historia, pero exige un salto de fe muy similar al del propio Petit cuando coloca los dos pies sobre la delgada pasarela que le lleva a su triunfo personal. Son las Torres Gemelas. Es Nueva York. Es ese paseo por el cielo. Es un sueño, un camino para hacerlo realidad de esos que siempre son fascinantes en el cine. Pero en algunos momentos da la impresión de que el cariño que el espectador sienta por la historia y por el escenario hace tanto como la imagen del filme. Y eso sucede sólo por lo visual, por las dudas, por un realismo que, por desgracia para Zemeckis, no alcanza el grado absoluto que habría necesitado la película, y no sólo en el clímax. En todo lo demás, la película es espléndida, empezando por su reparto, cuyo enorme esfuerzo de locución exige verla en versión original, no sólo por el acento francés de Gordon-Levit sino por el sensacional trabajo de Ben Kingsley.

Quizá las dudas visuales que plantea el filme no se tendrían que tener tan en cuenta si su director no fuera Robert Zemeckis, un autor que siempre ha destacado por su exquisito uso de la tecnología para narrar historias. Y quizá no sean para tanto desde el punto de vista de la mayor parte de los espectadores de The Walk. Pero estando tan cerca del cielo, en una secuencia extensa y maravillosamente planificada, recreación definitiva de un sueño imposible y preludio de un epílogo hermoso y emocional como pocos (aunque exija un cariño por Nueva York y por este símbolo desaparecido que igual no todo el mundo tiene), es una pena no haber llegado a cruzar ese umbra por el que Zemeckis ya nos ha llevado más de una vez. No minimiza eso el impacto de la película, pero es su punto débil. Precisamente en lo que tenía que ser su punto fuerte.

'Carlitos y Snoopy. La película de Peanuts', Schulz estaría satisfecho

Hablar de Carlitos y Snoopy. La película de Peanuts supone acercarse a una forma diferente de entender la animación, más próxima a Aardman que a las producciones de los grandes estudios del ramo, llámese Pixar, Disney o Dreamworks. Y ni siquiera eso, porque las tiras de Snoopy son algo que no se corresponde con nada de lo que forma parte del ideario colectivo de la animación actual. La propuesta de Steve Martino, máximo responsable de cintas como Horton o la cuarta parte de Ice Age, busca un espacio que nadie está ocupando en este momento. Quizá no sea una cinta para niños de hoy en día, y busque su público entre los adultos, entre quienes conozcan al personaje, quienes sean de su gusto por escribir una novela en la que se enfrenta al Barón Rojo o que los adultos tienen una jerga intraducible. Quizá. O quizá no haya más que probar. Porque Charles Schulz, creador de estos personajes, estaría satisfecho. Y él sabía cómo llegar tanto a niños como a adultos.

Esa fidelidad al original tiene su expresión más evidente en que la película está escrita por Craig y Brian Schulz, hijo y nieto de Charles y sin duda perfectos conocedores de todo el pequeños y extraordinariamente inteligente universo que creó su padre y abuelo. Tanto es así, que por momentos la película parece una concatenación de tiras para dar forma a una pequeña historia que lleva la película al terreno de la comedia romántica más amable. Eso se ve con claridad en las escenas que hay entre los créditos (la última, cuando acaban, es probablemente la más prescindible de todas, pero bien vale advertir de su presencia), pero también en muchos momentos concretos de la película, una formidable traslación de todo que se ha visto durante décadas en el trabajo de Schulz. Todo está en la pantalla, todo funciona, todo divierte, y es difícil pedir algo mejor.

Es verdad que esa misma fidelidad implica que la película asume muy poquitos riesgos, por no decir ninguno. Desde luego, no en lo argumental ni en el humor que se despliega a lo largo de sus 86 minutos. Lo más complejo es, probablemente, la técnica de animación escogida, que mezcla una moderna animación por ordenador con un aspecto que recuerda mucho más al 2D y que se muestra sobre todo en ojos, bocas y gestos faciales de los personajes, de aspecto mucho más arcaico. La mezcla da a la película una textura singular y muy diferente a todo lo que se viene haciendo, a ratos con similitudes hacia la animación stop motion pero sin abandonar el trabajo por ordenador que luce sobre todo en las escenas de Snoopy imaginándose en esos combates aéreos contra el Barón Rojo pilotando su propia caseta.

La tentación es decir que Carlitos y Snoopy. La película de Peanuts es un producto pensado para seguidores o, al menos, conocedores del trabajo de Schulz. Es evidente que ellos son los que más van a disfrutar con las andanzas de Carlitos, Snoopy, Woodstock, Lucy, Linus y compañía, pero al mismo tiempo es una de esas películas que dan ganas de confrontar con una audiencia que no sepa demasiado de este mundo. El encanto que tiene Snoopy es tan universal que casi resulta difícil pensar que la película podría aburrir. Probablemente sucederá en demasiados cosas, por desgracia, porque hemos acostumbrado a los niños (y a los adultos) a un cine infantil carente en demasiadas ocasiones de la inteligencia de Peanuts. Pero Carlitos y Snoopy es una de esas pequeñas maravillas que, con el mínimo de ingenuidad que requiere entrar en su mundo sin adultos, se disfruta de principio a fin con una sonrisa en la boca.

viernes, diciembre 18, 2015

'Star Wars. El despertar de la Fuerza', una maravilla que podría ser mejor

La de crítico de cine es una profesión mucho más complicada de lo que parece. Se exige imparcialidad, pero también un juicio de opinión. Y la opinión es algo que sólo puede surgir desde el interior, desde lo más personal, desde los gustos y el bagaje que uno tiene. Cuando llega un título como el Episodio VII de Star Wars, ambas facetas se enfrentan como no lo hacen con otro tipo de cine, y más cuando, hablando en primera persona, soy un entusiasta seguidor del portentoso universo creado por George Lucas en 1977. ¿Cómo habla de El despertar de la Fuerza desde esa difícil posición? ¿Cómo explicar que he disfrutado como lo haría un niño pequeño, que en lo que realidad siempre se han propuesto estas películas aparte de sus aciertos y errores, que me ha hecho sentir una diversión y una nostalgia únicas, pero que, al final, siento una ligera punzada en el corazón porque no he visto como esperaba la mejor película de la saga? ¿Cómo decir que esto es una maravilla desde su concepción pero que podría ser aún mejor? Intentémoslo.

J. J. Abrams es un tipo inteligente. Ha apostado a caballo ganador. Eso le ha llevado a buscar referentes temáticos y visuales muy cercanos a los de la trilogía original. Hay un planeta desértico y uno helado, se recupera a personajes como Han Solo, Leia, Chewbacca, Luke Skywalker o C-3PO y R2-D2, se sigue un camino muy parecido al del original Episodio IV, con una lucha entre una rebelión y el poder, en este caso la Primera Orden sustituyendo al Imperio, y muchas cosas más que recuerdan a elementos de la trilogía clásica. Muchas. Quizá, demasiadas. Puede que a J. J. y a Lawrence Kasdan se les haya ido la mano en esas simetrías. Algunas se agradecen, y desembocan en una acción extraordinaria, impagable cada vez que se ve al Halcón Milenario o los Ala-X, otras recuerdan que el camino escogido es el fácil. Y eso se siente sobremanera en la batalla final, que en este círculo concreto sólo aporta la maestría del rodaje de escenas de acción que luce el director y al uso sensacional de los efectos visuales, más integrados en la realidad que en la trilogía de precuelas.

Los añadidos, espléndidos, porque revitalizan la serie de una manera muy inteligente. Hay tres aciertos rotundos en la película, y no era fácil. El primero, Daisy Ridley interpretando a Rey, un sensacional personaje femenino que está llamado a ser leyenda en Star Wars, y en menor medida John Boyega como Finn, porque ambos sostienen la película en su lenta (y adecuada) introducción hasta que Han Solo, Harrison Ford, se come literalmente la pantalla y nos devuelve a todos el niño que éramos hace tres décadas y que sigue vivo en nuestro interior. Ese es el segundo acierto, que Abrams, fan él mismo de la saga, contenta de una forma bestial a quienes querían recuperar los iconos de la trilogía original. Y el tercer acierto lo ejemplifica BB-8, ese pequeño droide llamado a sustituir a R2-D2, demostración en sí mismo de que es posible innovar respetando el espíritu inmortal de la saga. Entre esos tres aciertos, Star Wars vuelve a ser algo intenso y emocionante en la gran pantalla, aunque el 3D sea tan absurdo como innecesario.

¿Pero qué hace que El despertar de la Fuerza no sea la cúspide de la saga que muchos esperábamos? Lo esencial apenas se puede decir sin recurrir a spoilers, pero el personaje de Kylo Ren, sensacional en lo visual y en buena parte de su perfil, acaba desinflado por errores de guión notables, quizá debidos a que se ha querido correr demasiado y juntar sensaciones que en la trilogía original se conseguían en dos películas. Quizá es por el excesivo mimetismo en la gran batalla de fondo que hay con algo que ya hemos visto. Quizá porque John Williams no encuentra dentro de su buena pero menos presente banda sonora temas tan emblemáticos como los de antaño. O quizá porque se nota demasiado que se han guardado muchas cosas para el siguiente episodio, tal y como evidencia el precioso final del filme. Es un deleite para los fans, una gran película para cualquiera. Pero tanto al crítico como al fan que esto suscribe le falta algo que le provocara un cosquilleo en la espalda durante toda la película y no sólo puntualmente. Pero la Fuerza ha despertado y eso es fantástico.

viernes, diciembre 04, 2015

'El puente de los espías', magnífica simplificación

Desde ya más años de los que merece la pena recordar, cada película de Steven Spielberg es una masterclass es sí mismo. Puede ser mejor o peor, más o menos atrevido, más o menos entretenido, pero Spielberg deja siempre una marca indeleble en el espectador a través de cada uno de sus filmes. El puente de los espías no es ninguna excepción a esa norma que sigue colocando al cineasta entre los grandes. No es tan osado como el Spielberg de Munich, ni tan solemne como el de Lincoln, ni tan preciosista como el de Caballo de batalla, ni tampoco, por supuesto, tan profundo como el de La lista de Schindler o tan aventurero como el de cualquier entrega de Indiana Jones. Pero es Spielberg. Y su sello impone. La suya es una versión de la guerra fría tremendamente simplificada en algunos aspectos en la historia del abogado James Donovan, pero en todo caso, y con alguna que otra concesión ya habitual en el cine de este espléndido director, magnífica.

Por mucho que la temática sea un auténtico caramelo que encaja de forma natural entre su filmografía, no deja de ser una sorpresa que Spielberg esté detrás de una película cuyo guión acredita a los hermanos Coen, que corrigieron el libreto original de Matt Charman y a quienes parece fácil atribuir los medidos y muy acertados golpes de humor suave que hay en la historia. Y quizá haya que pensar también en ese aspecto para que el filme no sea tan crudo o tan dramático como podía anticiparse por la simple relación entre el cineasta y la época que retrata o por lo que mostraba su trailer. Es posible que por ese lado se le escape a Spielberg una oportunidad de haber redondeado un título memorable dentro de su filmografía, algo que no llega a ser, pero en cualquier caso es un filme de 140 minutos que se pasa volando, absorbidos por la fascinante historia de este abogado que acabó siendo mediador en un intercambio de prisioneros entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

La fuerza de la película, de hecho, la marca ese personaje protagonista, que Spielberg deja descansar en los hombros de un Tom Hanks formidable. Es ya la cuarta colaboración entre actor y director, después de Salvar al soldado Ryan, Atrápame si puedes y La terminal, y la simple comparación entre todas ellas sirve para valorar el espléndido trabajo de ambos a lo largo de esta colaboración. Hanks es un maestro que se adapta, como muestra este cuarteto de títulos, a personajes muy diferentes entre sí, y a eso se suman la habilidad que tiene Spielberg de hacer creíbles a actores mucho menos conocidos y la presencia igualmente magnética de un soberbio Mark Rylance, que interpreta al espía ruso al que el abogado neoyorquino tiene que defender. Puestos a poner alguna pega en este apartado, los personajes de Alan Alda, uno de los jefes de Donovan, y Amy Ryan, la esposa del protagonista, quedan algo desaprovechados, incluso formando parte de algunas de las mejores escenas de la cinta.

Lo cierto es que El puente de los espías destaca en los dos ámbitos que quiere tocar, por un lado las consecuencias de defender a un espía ruso, que centra la primera mitad del filme, y por otro la partida de ajedrez que es en realidad el trabajo de espionaje en el que se ve envuelto Donovan, y que es donde se ve al Spielberg más espectacular, el que es capaz de sumergir al espectador en cualquier mundo, sea este fantástico o del pasado. No obstante, destacando en ambos, es verdad que el conjunto se resiente mínimamente y no alcanza lo sobresaliente. Sobra también que la película quiera ser demasiado amable y, dicho esto con todo el cariño y ninguna animadversión, demasiado americana. Spielberg es, en cualquier caso, un cineasta brillante, que rueda con la misma habilidad una escena de acción que una basada en la puesta en escena tan memorable que hace con el puente que da título a la película, una gran muestra del cine clásico que sólo él parece ser capaz de hacer en nuestros días.

'En el corazón del mar', aventura de diseño

Cada generación tendría que tener al menos una gran aventura marítima plasmada en el cine. Da igual el género, da igual el protagonista, da igual la época, mientras haya un barco, una tripulación y un objetivo. Vale desde el Moby Dick de John Huston al Master & Commander de Peter Weir, pasando por La tormenta perfecta de Wolfgang Petersen o incluso La aventura del Poseidón de Ronald Neame. En el corazón del mar entronca en esa tradición, pero lo hace desde una perspectiva curiosa para ser Ron Howard su director. Aunque Rush ya había apuntado unas inquietudes estilísticas singulares, en este filme se acrecientan, y no necesariamente de la mejor manera, algo que sí había conseguido con su recreación del mundo de la Fórmula 1. Es una aventura de diseño que funciona como el gran espectáculo que tiene que ser, el de la recreación de la historia que inspiró a Herman Melville (él mismo, un personaje más) para escribir Moby Dick, pero quedan algunas dudas.

Las principales estriban en que el filme se convierte en un batiburrillo curioso. Por un lado, el visual ya mencionado. Momentos absolutamente deslumbrantes se combinan con extraños ángulos de visión, que buscar modernizar en exceso lo que desde el principio se plantea como una aventura clásica. No es en absoluto descabellado decir que Howard se acerca más a la sensibilidad de Michael Bay (salvando las distancias con el sobrevaloradísimo director de Transformers) que a la del mismo Howard en sus películas más reconocibles, aunque Rush, hay que insistir en ello, ya era un primer paso hacia En el corazón del mar. Pero ese batiburrillo no se queda ahí, sino que se extiende también a lo argumental. A ratos, una historia de caza. A ratos, una de supervivencia. A ratos, una familiar. A ratos, un viaje iniciático de un joven muchacho. Y a ratos, la del antagonismo entre el capitán del barco y su primer oficial. Todo ello aparece y reaparece a conveniencia.

Todo ello da la sensación de que la película no termina de ser lo que le habría gustado o, visto desde un prisma más negativo, que no llega a saber qué quiere ser. Pero como hay tanto bueno a lo largo del camino, las dos horas de En el corazón del mar se convierte en un disfrute más que aprobable. Howard convence con el gran espectáculo, en el que se maneja muy bien, pero lo mejor de la película, ballena aparte, está en lo más modesto. El filme se narra como un gran flashback contado por una formidable conversación entre Melville y Thomas Nickerson, el último hombre vivo de la tripulación del Essex, un barco ballenero de Nantucket, ambos personajes interpretados por un genial Brendan Gleeson y un muy buen Ben Wishaw. Esa parte de la película se ve como si fuera una pequeña obra teatral que eleva la categoría del filme más allá del espectáculo palomitero, dicho eso como una valoración positiva, en que se convierte la aventura.

Centrándose ahí la parte más destacada del reparto, para el enfrentamiento con las ballenas queda un carisma más de aspecto que de interpretación, y no se puede negar que eso también lo consigue Howard del resto de sus actores, de unos tan limitados como Chris Hemsworth (que, con todo, es un tipo que queda sensacional en el plano casi siempre), de otros tan dotados como Cillian Murphy y de talentos todavía por consolidar como Tom Holland, con el paso atrás que supone la aparición en la película de Jordi Mollá, no demasiado necesario en la historia y no demasiado bien insertado. Con todos ellos, En el corazón del mar se convierte en un filme algo irregular pero muy entretenido. Sin necesidad de alcanzar la categoría de imprescindible, sin ser neeesariamente la mejor película marítima que tendrá esta generación y sin ser lo mejor de Howard, el entretenimiento está asegurado.

viernes, noviembre 27, 2015

'Los juegos del hambre. Sinsajo, parte 2', un globo pinchado

Los juegos del hambre no ha sido una de las peores series fantásticas juveniles de los últimos años, pero probablemente sí pasará a la historia por ser una de las que peor se despide. La segunda parte de Sinsajo, cuarta entrega de la franquicia y confiemos en que última para siempre, confirma muchos de los temores que se podían tener desde hace tiempo, sobre todo los relacionados con la exagerada extensión de una historia que podría haberse condensado mucho más, incluso en una única película, pero añade algunos defectos inesperados. Si se podía esperar que el capítulo final fuera el más espectacular, Sinsajo, parte 2 queda como un globo pinchado, como una película en la que apenas suceden cosas, que no tiene grandes escenas de acción y que se envuelve en un lujo ficticio, mal explicado y peor ejecutado, sin un un clímax atractivo y con interminables epílogos.

Es evidente que Los juegos del hambre es una serie de películas pensadas para aficionados, bien de los libros o incluso de la misma serie cinematográfica, que apuestan por incluir todo lo que se pueda, aunque resulte tan absurdo como las presentaciones de personajes que apenas tienen importancia narrativa. No hay más que ver cómo empieza este capítulo final, sin explicaciones, sin contexto, sin una alfombra que permita una entrada confortable en este mundo. Francis Lawrence simplemente ha cortado por la mitad una película que se le ha ido casi a las cinco horas de duración. Y eso, desde un punto de vista artístico, es nefasto. Desde el comercial no, por supuesto, porque en realidad se ha multiplicado por cuatro la recaudación de una historia que tendría que haber pasado por la sala de montaje con mucha más decisión. Obviamente, el dinero manda. Y si se pudieran hacer cuatro películas más, se harían. Los fans las consumen. Pero eso no convierte el producto en uno bueno.

Efectivamente, a pesar de su más que previsible éxito comercial, Los juegos del hambre. Sinsajo, parte 2 no es una buena película. Con más claridad que en sus predecesoras, no funcionan los personajes ni las relaciones que se trazan entre ellos, no se motivan sus acciones adecuadamente (más bien al contrario, hay momentos que rozan el absurdo... aunque se atisba alguna explicación que seguramente estará en el blu-ray como escena eliminada), cada secuencia supera lo inverosímil de la anterior y reduce la película en su segunda mitad, cuando se inicia el asalto al Capitolio (cuyos momentos más espectaculares se escamotean como si esta fuera una producción de bajo presupuesto) a un corriente videojuego de plataformas, y salvo escenas muy puntuales no hay demasiada emoción. Hay hasta diálogos que son invitaciones a relacionarlos con el pobre resultado del filme, que ni siquiera supone el punto culminante de la serie, que se quedó atrás en la segunda entrega, En llamas.

Por muy comercial que sea, sigue pareciendo un error esta apuesta por sagas que se alargan con el único objetivo de amasar billetes y pisando el lenguaje cinematográfico. En esta segunda parte de Sinsajo hay tantos diálogos vacíos e incluso repetitivos, tantos personajes que hacen acto de presencia simplemente porque se demanda que lo hagan (los de Woody Harrelson, Elizabeth Banks o la trucada presencia del fallecido Philip Seymour Hoffman), que parece evidente por dónde se podría haber cortado para, al menos, no alargar el capítulo final a dos filmes. Esto, obviamente, es un producto para fans. Más de Los juegos del hambre que de Jennifer Lawrence, una actriz que muestra signos de estancamiento, y ellos seguramente saldrán satisfechos de este final. Por desgracia, esto seguirá multiplicando los productos que quieren seguir sus pasos. Y si una franquicia de esta envergadura ya da la impresión de no poner cada dólar en la pantalla, lo que venga de sus sucedáneos más baratos es como para echarse a temblar.

'El viaje de Arlo', un Pixar desconcertante

Asumiendo que los niños se lo pueden pasar en grande con El viaje de Arlo, es difícil no ver el filme como algo desconcertante en la filmografía de Pixar. Más aún después de la genialidad de Inside Out, que hace que estemos ante el primer año en el que llegan a estrenarse dos filmes del estudio. Esa es la primera característica desconcertante pero no la principal. Lo más llamativo es que sea una película que sobresalga de una forma tan extraordinaria en su animación de escenarios, con un dominio del agua y de la naturaleza nunca antes visto, con la simpleza de sus personajes, unos dinosaurios que casi parecen diseñados para formar parte de producciones animadas en plastilina. Desconcierta también el camino Disney (dicho esto desde la admiración al estudio madre pero de la forma más peyorativa que pueda entenderse), el uso de animales y de moralinas, pero sobre todo la copia casi indisimulada a elementos de El Rey león. Desconcierta mucho, sí.

El caso es que la película, pese a todo lo que parece desconcertante en su concepción y en su desarrollo (incluyendo una brevísima secuencia alucinógena que resulta muy difícil encajar), no deja de ser una historia bastante tópica, que busca apelar continuamente a los sentimientos, buscando una lágrima casi fácil, a través de los temas más habituales de la animación norteamericana, la amistad y sobre todo la familia. Arlo, el buen dinosaurio del título original, es pequeño y asustadizo, incapaz de llevar a cabo de forma exitosa las tareas que sus padres le asignan en su granja (sí, son dinosaurios... pero en un presente también desconcertante que se explica con un divertido gag inicial). Y un buen día las circunstancias le pondrán en un viaje único en el que, básicamente, aprenderá a ser adulto y a asumir responsabilidades.

Efectivamente, la historia no se sale de lo más habitual en este tipo de cine, pero sí, desde luego, para la apuesta habitual de Pixar. Como Brave, la película menos Pixar del estudio, la razón de ser a la que parece agarrarse el proyecto está en la animación. Si allí llamaba la atención el caballo de la protagonista, Merida, aquí lo que deja sin aliento es la creación de los escenarios. El agua, la hierba, las montañas... Todo tiene un detalle apabullante, pero eso mismo hace que el contraste con el divertido personaje de Spot, ese niño salvaje que casi parece sacado de Los Croods, y el propio Arlo, sea todavía más acusado. En realidad, pensando en la efectiva de Spot, lo mejor de la película está claramente en los secundarios, que son los que sacuden el efecto de historia previsible en la que muchas veces se cae (y la palma se la lleva un trío de dinosaurios voladores que protagonizan una primera escena brillante y que después se suman a lo desconcertante de la película en su clímax).

No es que El viaje de Arlo sea una mala película, pero sí cae a lo más bajo de Pixar, probablemente superando apenas a las dos entregas de Cars. Cumplirá el objetivo de satisfacer a los más pequeños, porque siempre va a funcionar con los niños una película de dinosaurios, incluso aunque el adulto que les acompañe tenga que explicar por qué son granjeros o cowboys (sí, se puede añadir a lo desconcertante que haya una par de escenas que homenajean al western), y porque la historia es correcta, adecuada para los cánones modernos de la animación. Pero la excelencia habitual de Pixar hace que ver su nombre en un cartel o en la pantalla sea un sinónimo de una mayor exigencia. Mucho más si encima está el tan cercano precedente de Inside Out, que más vale dejar aparcado antes de unirse a El viaje de Arlo, porque no hay comparación posible entre una y otra.

viernes, noviembre 20, 2015

'I Am Your Father', ilusión de fan

Con la ilusión de un fan es la mejor manera de ver I Am Your Father. Es Star Wars, es el documental que reivindica la figura de Dave Prowse, el hombre que se escondía bajo el disfraz y la máscara de Darth Vader en la trilogía original, frente al olvido en que ha querido sumirle Lucasfilm. Marcos Cabotá, codirector de este documental, es igualmente un fan, y como tal ha encarado la película. Eso, que hace que su ilusión traspase la pantalla y contagie al espectador (siempre y cuando se sea fan de Star Wars, algo que casi parece esencial para valorar el trabajo de Cabotá y Toni Bestard), también es el mayor freno de la película. Donde hay una gran historia, la de los motivos por los que Prowse no fue el rostro de Vader cuando el mayor villano de la historia del cine ve desvelado su rostro al final de El retorno del Jedi y la de ese ninguneo posterior de años, queda descafeinada por la idéntica presencia de ese furor de fan, el de Cabotá convirtiéndose casi en coprotagonista del documental.

La sorpresa que esconde I Am Your Father es que es tanto esa historia de Prowse, su odisea como actor encargado de dar vida a Darth Vader, como la de Cabotá y su empeño de "hacer justicia" con el actor y culturista rodando de nuevo la escena en la que no pudimos verle a él y sí a Sebastian Shaw cuando Luke retiró el mítico casco negro y vio a Anakin Skywalker por primera vez. Y es una sorpresa que no funciona, precisamente porque las escenas del documental en las que Cabotá cobra protagonismo son las menos realistas. Se nota demasiado un trabajo de preparación previa, y las entrevistas y las escenas documentales no son tales sino marcos excesivamente preparados como para que se capte en ellos la naturalidad que sí se quiere transmitir en otros pasajes. De hecho, esa sensación llega a invadir algunas intervenciones de Prowse, que incluso habla demasiado poco en el documental para ser su auténtico protagonista.

Pero volviendo a la historia que sirve de excusa al documental, esta es fascinante. Ahí sí triunfa el filme, porque investiga bien y llega a conclusiones interesantes. Por eso resultan tan capitales las entrevistas a los productores Gary Kurtz y Robert Watts, que sí contribuyen de una forma excepcional a los propósitos de la obra de honrar a Prowse y limpiar su nombre de la ofensa que, en teoría, ha hecho que Lucasfilm le borrara de todos los eventos que ha venido organizando durante las últimas décadas, que no es otro que la filtración a la prensa del destino de Vader en el mencionado Episodio VI. Si el documental hubiera tirado más por ese lado, podría haber cimentado una espléndida obra informativa sobre uno de los aspectos probablemente más desconocidos de la saga cinematográfica más popular de la historia, pero como no termina de hacerlo se tiene una pequeña sensación de oportunidad perdida.

No, y hay que insistir en ello, porque no haya buen material en la cinta, sino porque este se ve rodeado de otros elementos que le restan valor al esfuerzo. Obviamente, hay que tener en cuenta las limitaciones presupuestarios y de acceso que tiene una producción que ha recurrido al crowdfunding y que desde luego no cuenta con el beneplácito de Disney (sólo hay una imagen oficial de las películas, la mítica estampa de Darth Vader pronunciando la frase de El Imperio contraataca que da título al documental) o George Lucas (del que se indica que declinó participar en el proyecto), pero al mismo tiempo hay demasiado protagonismo del fan, no sólo del mismo Cabotá sino de otros tantos que aparecen entrevistados en eventos dedicados a Star Wars, que resta poder al cineasta. I Am Your Father apela por tanto a la nostalgia, y es una obra demasiado sustentada en ella. Con todo, siempre es delicioso encontrar obras que profundicen en leyendas del cine injustamente desconocidas.

viernes, noviembre 13, 2015

'Sicario', en la guerra no hay fronteras

Resulta fascinante que haya directores que sepan romper fronteras. Y cuando son capaces de hacerlo en más de una película, la sensación es aún más gratificante. Denis Villeneuve ya se ha sumado a esa lista de privilegiados cineastas que son capaces de traspasar todos los límites para contar una buena historia, lo hizo con Prisioneros o con Enemy, y lo vuelve a hacer en Sicario, donde retuerce un escenario que ya empieza a tener demasiadas interpretaciones en la ficción norteamericana de nuestros días, la frontera entre Estados Unidos y México como terreno esencial para el tráfico de drogas, para llevarlo a un terreno que le es más propio, el personal. Sicario no es una película sobre la guerra contra la droga, sino sobre cómo ven tres personajes muy concretos esa guerra y la forma de lucharla. El punto de vista escogido (aunque modificado al final para un brutal desenlace) es el de Kate (Emily Blunt) una agente de acción reclutada para un equipo integrado por diferentes agencias.

Villeneuve tiene dos enormes virtudes. La primera es que es capaz de captar lo más cotidiano de los escenarios más extraordinarios. Kate es una mujer obsesionada con su trabajo, y eso lo muestra con su despliegue profesional pero también con el contraste con su vida personal. Encajar a ese personaje en una guerra tan extrema y hacer del seguimiento de las reglas (o cómo se rompen para lograr un bien mayor) un tema capital de la película es un indudable acierto, porque explica cada una de las acciones de Kate, sus dudas antes, durante y después de las operaciones, e incluso sirve para explicar por qué es escogida para ese trabajo. La segunda virtud de Villeneuve es que es un extraordinario director de actores. Buscar a un intérprete que no entienda lo que requiere su personaje, por breve que sea su aparición en pantalla, es una misión imposible.

Esa cualidad, cuando además uno tiene un reparto encabezado por Emily Blunt, Benicio del Toro y Josh Brolin, es sencillamente una formidable tarjeta de presentación para que después la película vaya sobre ruedas. Los tres están impresionantes, aportando unos matices riquísimos para sus personajes. Blunt confirma su descomunal versatilidad y tanto Del Toro como Brolin que, incluso en terrenos que se acercan a sus escenarios de seguridad más confortable, los que les han hecho merecedores de elogios en trabajos anteriores, saben encontrar elementos diferenciadores. Villeneuve sabe cómo sacar lo mejor de sus actores y cómo aprovecharlo para que su forma de rodar sea personal e identificable. No necesita primeros planos continuos para entender las emociones de sus personajes y sabe jugar con los escenarios para que la tensión del thriller que no deja de ser Sicario crezca junto a estos tres actores.

Como Villeneuve sabe rodar de una forma extraordinaria, la película rentabiliza todos los aciertos del guión y va dejando pequeñas escenas de acción que dan un ritmo bastante impresionante al filme y que construyen la historia, pero que funcionan casi como pequeñas piezas individuales. Sucede con el brutal arranque de la película, una operación de salto modélicamente planificada; con la extraordinaria escena en la frontera, milimétricamente pensada y ejecutada con maestría; o con el sensacional clímax, en dos partes, una grupal en la que no chirrían ni siquiera las cámaras térmicas o de infrarrojos que emplea y una individual que recuerda a la mejor tradición del género. Si Heat, de Michael Mann, fue el mejor retrato posible del crimen urbano, Sicario se convierte en el mejor exponente de las historias que cuentan cómo afronta la Ley la guerra contra el narcotráfico. Porque narcotraficantes hay pocos en Sicario. Lo que hay es cine y del bueno.

viernes, noviembre 06, 2015

'Spectre', ambición insatisfecha

Spectre tenía a priori todos los elementos para convertirse en el mejor filme de 007 protagonizado por Daniel Craig. El espléndido resultado de Skyfall, el retorno de la mítica organización criminal de película pretéritas y el añadido al reparto de nombres como Christoph Waltz, Monica Bellucci o Léa Seydoux invitaban a pensar que en esta segunda tentativa Sam Mendes podría convertirse en el título definitivo de James Bond. Pero la enorme ambición que tiene la película, por escenarios, por tramas y por duración (a dos minutos de las dos horas y media) queda finalmente insatisfecha. Spectre es una película fácil, poco valiente, previsible en demasiados aspectos pero también, eso sí, muy entretenida. En muchos aspectos, es puro Bond. Pero un Bond más clásico y casi humorístico, lejos del tono que se había asentado en la saga con la llegada de Daniel Craig en Casino Royale. Es, probablemente, un buen cierre de ciclo, pero se pierde la posibilidad de ver algo mucho más imponente.

Con Spectre se pretende redondear la saga, eso es obvio. Se quiere conectar Casino Royale, Quantum of Solace y Skyfall, y eso se hace de una manera no siempre inteligente (la forma en la que se explica la misión de Bond es facilona y casi absurda; el juego de las fotos en el clímax casi parece de opereta de serie B). Con todo, es un cierre satisfactorio. No brillante, pero sí suficiente. No sería justo decir que Spectre aburre, aunque tiene valles demasiado profundos que invitan a pensar que le sobran algunos minutos a su montaje, porque al final sí se pueden encontrar muchos elementos que invitan al disfrute habitual de las películas de James Bond, empezando por el cada vez más arrollador carisma de Daniel Craig, que se amolda a los tonos más oscuros de estos filmes como también, aquí, se ve, a los más joviales.

De hecho, la película arranca con suma brillantez, con un prólogo excepcional, que parte de un maravilloso plano secuencia en el Día de los Muertos mexicano, pero el mismo final de esta larga escena, exageradamente espectacular para lo que acostumbra Bond (sobrepasando incluso las temeridades que sí funcionan espléndidamente bien en Misión imposible), ya indica que Spectre va a sobrepasar límites que no benefician al resultado final. Sucede con todo, y afecta a la película porque resulta facilísimo anticiparse a casi todo lo que va a suceder. Spectre, intentando resucitar el espíritu clásico, se apropia también de una ingenuidad que Skyfall no tenía y que, con la entrada en juego de la organización criminal que da título al filme se antoja innecesaria. Hay tanto de eso, que al final la película se olvida un poco de sí misma, se da por satisfecha con acumular escenas de acción en escenarios exóticos y tópicos de Bond, y se olvida de sus personajes.

El más perjudicado es el de Christoph Waltz, un actor que, todo hay que decirlo, ha decidido instalarse en un registro inamovible que ya roza lo aburrido, pero también el de Léa Seydoux, que acumula tópicos y pierde personalidad por el camino. En realidad, la película se mueve en un terreno tibio. Nada destaca especialmente (a excepción del plano secuencia inicial), pero nada descarrila de una forma flagrante. Es, simplemente, que Spectre no enamora. Da la impresión de que Mendes, y de paso Craig, se han querido sacudir la presión de Bond con una película relativamente fácil, poco arriesgada y que no continúa, en realidad, el tono con el que finalizó Skyfall. Es satisfactoria como un filme más de Bond, pero escasa viendo la escalada de la franquicia. Y si Skyfall fue una nolanización de 007, para esta despedida también se puede decir que le ha sucedido a Mendes lo mismo que a Chistopher Nolan al despedirse de Batman: con todo a su favor, falló más que en el filme anterior. Sólo que El Caballero Oscuro. La leyenda renace es bastante mejor que Spectre.