viernes, octubre 30, 2015

'El último cazador de brujas', una fantasía tópica y descafeinada

Como si no fuera un tópico mil y una veces visto, El último cazador de brujas lleva a un personaje de un medievo oscuro y fantástico al presente urbano. Por momentos da la impresión de que la cinta puede ganarse la simpatía de un Warlock, el brujo, pero pronto queda claro que estamos ante un filme pensado para exprimir la taquilla de quien caiga en el engaño. No es cuestión de rasgarse las vestiduras, porque no es tan mala como podría parecer por esta descripción inicial. Es, simplemente, que no había más medios para hacer algo mejor o más espectacular, simplemente se quería atrapar a los convencidos por las fotografías de un Vin Diesel barbudo y bárbaro, espada llameante en mano y a quienes sepan disfrutar de una fantasía poco exigente y cargada de clichés. Pero, claro, es que es una película de Vin Diesel. ¿Cabía esperar más de lo que ofrece? Probablemente no.

Esta suerte de películas suele dejar, no obstante, alguna pincelada que siempre invita a pensar en que el resultado podría haber sido diferente. El último cazador de brujas, de hecho, no arranca nada mal. Su prólogo, oscuro, violento, tenebroso e incluso hasta terrorífico invita a creer que la película puede convencer. Lo habría hecho con más facilidad de haberse mantenido en esa época medieval, porque en realidad no hay demasiados ejemplos de historias fantásticas medievales en este tono que hayan funcionado. Pero opta por lo de siempre, por una elipsis enorme y por llevar la acción al presente. Como hacen casi todas las historias de esta clase, y bebiendo de muchos referentes, empezando por Los inmortales. ¿El problema? Que quien pensar en la película con la foto de Vin Diesel con la espada llameante en la mano comprobará que apenas hay acción en lo que sigue a ese prólogo.

Ese es el talón de aquiles de la película, que opta por una historia que demanda algo más de movimiento y menos diálogo, sobre todo cuando es Vin Diesel quien lo tiene que pronunciar. Tendrá su carisma, por supuesto, pero darle el papel de un guerrero inmortal apesadumbrado por su soledad sobrepasa los límites de lo inverosímil, y, de hecho, arrastra a buena parte del reparto a terrenos completamente inofensivos. Sucede con Rose Leslie y con Elijah Wood. Michael Caine, incluso actuando con los ojos cerrados y sin pensar demasiado en lo que dice o hace su personaje, está a otro nivel. De nuevo cabe pensar en otro filme, el que podría haberse hecho haciendo un hincapié bien interpretado en las sensaciones de este solitario guerrero. Pero El último cazador de brujas tampoco apuesta por esa vía, y cuando lo hace flaquea, porque Breck Eisner (Sáhara) tampoco es un director especialmente dotado para este tipo de historias.

¿Qué funciona en la película? Lo ya conocido, el clásico desarrollo en el que un héroe va encontrando aliados y problemas para evitar que un enorme mal se apodere del mundo, sumado a un diseño de producción apañado, en un mundo con ligeras gotas de ingenio. En otras palabras, el tópico. Y el tópico puede ser muchas cosas pero no un mérito propio. Llega a ser un entretenimiento justito que no naufraga pero que tampoco sobresale por nada, pero sí, es una pena que se gasten recursos de una forma tan poco ambiciosa. Cuando se ubica una historia en Nueva York pero no se ha rodado allí, lo que sucede es que parece que se han multiplicado las escenas de interiores preciosamente porque no había dinero para eso. Y eso, de paso, se lleva también por delante la espectacularidad de la película, que pide a gritos más escenas de acción, más viendo el buen resultado de la primera, y por supuesto un clímax mucho más espectacular.

viernes, octubre 23, 2015

'Black Mass', todos quieren ser Scorsese

Cada vez que alguien hace una película sobra la mafia y los bajos fondos, Martin Scorsese se convierte en una referencia ineludible. Todos quieren ser Scorsese en este mundo, algo que es lógico porque él ha manejado como nadie este registro. Scott Cooper, que hace ya seis años dirigiera Corazón salvaje, ha tenido esa referencia tan clara en su cabeza que al final se ha olvidado de dar algo más de personalidad propia a su película, Black Mass, que no encuentra algo característico que saque a esta historia real del tono plano y acomodado que parece tener durante sus poco más de dos horas de duración. Lo que muestra le basta para hacer un filme correcto, que sabe sacar partido a su ambientación, extraordinaria por momentos, pero no para convertirse en el relato memorable de ascensión y caída que quiere ser desde el principio.

El primer obstáculo al que hace frente es su equilibrio. Toda vez que la historia es lineal, a pesar de algunos flashbacks que simplemente anuncian que la historia es la de la caída de un gángster y que no sirven para potenciar a los personajes secundarios, ese equilibrio se ve en el reparto. No es la película de Johnny Depp dando vida a Withey Bulger, criminal del Boston de los años 70 y 80, a pesar del dominio absoluto del actor en el cartel. De hecho, dado que su historia no difiere tanto de la de otros criminales de cine, hay elementos atractivos en otros lugares de filme que, por ese equilibrio que se busca entre su amplio reparto se van quedando en el tintero sin ser demasiado aprovechados. La historia del agente del FBI que se entrega a Bulger, la del hermano del criminal o incluso la del muchacho con el que arranca la película se quedan a medio camino.

Ese problema, que impide que en la película haya momentos memorables que rompan el equilibrio, esos instantes que entren en el terreno de lo antológico que marcan la diferencia entre lo correcto y lo inolvidable, también afecta al reparto. Aceptemos que, como se indica en el cartel, esta sea la mejor interpretación de Johnny Depp en décadas. Tampoco era tan difícil, metido como estaba en una espiral repetitiva y comercial. Pero tampoco está tan memorable, poco ayudado por cierto por una caracterización excesiva, incluso irritante por las lentillas azules que se le proporcionan, y por mucho que haya instantes en los que la referencia a Scorsese, al Ray Liotta de Uno de los nuestros, se haga inevitable. Con la contención de Depp, poco habitual en sus últimos filmes, es Joel Edgerton quien se lleva la exageración, aceptable en la primera mitad del filme pero que después está lejos de lo que la película necesita. Y lo mejor, pese a su escasa presencia, vuelve a ser Benedict Cumberbacht.

Lo cierto es que ahí es donde está el freno del filme, en que casi todo parece demasiado contenido, atrapado en esa corrección de la que quiere sacar partido, de ese ritmo estable y continuo que impide un despegue más ambicioso de la cinta. Cooper rueda con absoluta corrección, y saca partido de la fantástica fotografía que tiene la película, pero la colección de episodios que va reuniendo no terminan de demostrar que estamos ante el gran genio criminal que la película quiere vender. Y sin esa sensación, es difícil colocar a este gángster al lado de los que Scorsese ha capturado a lo largo de su carrera. Black Mass no patina en ningún momento, pero opta por quedarse en terrenos cómodos, en sensaciones conocidas, en hechos que ya han acontecido en otras muchas películas del género. Se ve con agrado, pero son dos horas esperando que suceda algo que no llega a suceder.

viernes, octubre 09, 2015

'Pan', polvos de colores

Se hace difícil entender cómo es posible que Hollywood sea capaz de alejarse tanto de los espíritus originales de las obras que presumiblemente quiere honrar expandiendo sus historias hacia el futuro o, como es el caso de Pan, hacia el pasado. La idea del filme de Joe Wright es rendir homenaje a Peter Pan, la inmortal creación de J. M. Barrie contando la llegada del niño que no quería crecer al País de Nunca Jamás y su primer encuentro con James Hook antes de que este fuera el temible Capitán Garfio, siendo aquí el villano de la función un exaltado Barbanegra interpretado por Hugh Jackman. Pues más allá de unas cuantas alusiones no demasiado brillantes al saber popular sobre el universo de Peter Pan, poco hay de la obra original y de su espíritu. Lo que queda son polvos de colores, efectos digitales tridimensionales y una historia tan poco elaborada que no se puede salvar por su más o menos grandilocuente espectáculo de luz y sonido.

Quizá ahora es el momento de echar la vista atrás y recordar el injusto vapuleo que recibió Hook, el filme de Steven Spielberg que hablaba de un Peter Pan que había crecido y que había olvidado quien era. Aquella película tenía una razón de ser, una historia que contar y un encaje formidable en la mitología creada por Barrie, por mucho que se pudieran criticar algunos de sus excesos visuales. Pero Pan está en las antípodas de los logros de aquella. No le importan los temas de Peter Pan, no es inteligente al incorporar los elementos ya conocidos y su único interés parece estar en la recreación de un mundo digital que, además de ser imposible y estar mal explicado (¿por qué hay, por ejemplo, un cocodrilo en una de esas burbujas de agua voladoras que reciben la llegada del barco pirata a Nunca Jamás?), tiene planos que parecen impropios de una superproducción de Hollywood en los que simplemente hay que colocar a los actores conocidos de la película como único reclamo posible.

La entrada en la película, aunque no brillante en exceso, al menos es esperanzadora. Las escenas de Peter está en el orfanato londinense, aunque repetitivas, invitan a pensar que hay algo interesante que contar. Pero no lo hay. La ilusión se desvanece cuando se comprueba que sólo importan los planos en 3D, por aquello de cobrar las entradas más caras, y la extravagancia visual y formal, con diseños de personajes y escenarios sin explicación, ni siquiera dentro de la lógica fantástica de este mundo, y con la pretensión de llamar la atención, hasta el punto de que se pervierten los propósitos de la actualización musical que ofrecía Moulin Rouge para hacer que los corsarios de Barbanegra, Hugh Jackman a la cabeza, y sus esclavos en las minas, entonen una canción de Nirvana. Ahí se acaba el disimulo de que Pan pueda llegar a entretener, como se confirma después con los desdibujados personajes y el inevitablemente previsible desarrollo del filme de principio a fin.

Nada salva el resultado final, porque el clímax no es más que ruido, y para llegar ahí la perplejidad no ha hecho más que aumentar, porque encima la película se salta hasta sus propias reglas. Por ejemplo, no hay que introducir la mano en el agua porque hay cocodrilos, y sin embargo los recuerdos de Peter se avivan sumergiéndose en el agua después de haber salvado la vida frente al cocodrilo. Y eso por no hablar de la profecía que se anuncia en la película, tan de andar por casa y tan mal desarrollada en el final que parece casi una broma. El reparto, además, sabe lo que estaba haciendo, y simplemente se lo quiere pasar bien, sin más consecuencias. No será precisamente esta la película de la que mejor recuerdo guarde Jackman, ni tampoco un insustancial Garrett Hedlund o una aburrida Rooney Mara, ni siquiera Amanda Seyfreid con su escasísima presencia. En realidad, Pan se olvidará con facilidad, aunque sea otro claro paso atrás del hasta ahora interesante Joe Wright, autor de Expiación o Hanna.

'El coro', un camino fácil para agradar

Hay historias que casi se construyen solas. El coro es claramente una de ellas. Un chico conflictivo que tiene un don y tiene que aprender a desarrollarlo con la ayuda de un mentor que al principio tiene sus dudas. Es una historia que se ha visto una y mil veces, que descansa habitualmente en una vinculación temática directa, en este caso la música, y el acierto fundamental en la elección de los dos actores principales, el joven y el veterano. Vista desde ese punto de vista, El coro es una película bastante apreciable. Lo malo es que, precisamente por el mismo hecho de que es una historia que se construye sola, la hemos visto ya una y mil veces. Y es verdad que François Girard consigue lo esencial, conmover desde la música y con las vivencias de los personajes, pero no sería justo omitir que la suya es una película harto predecible desde el primer minuto.

Es curioso que lo más conseguido de la película desde el punto de vista emocional y psicológico esté en sus primeros minutos, precisamente cuando el tema central de la historia, la habilidad vocal y musical de Stet (Garrett Wareing), todavía no se ha planteado. El coro engancha mucho más por el retrato que por la evolución, porque lo primero sí impacta pero lo segundo está en el terreno de lo predecible. Y es bonito, sin duda, porque los relatos de superación y aprendizaje, mucho más cuando tienen un trasfondo cultural o intelectual, tienen un encanto que es muy difícil de malograr. Girard se aprovecha de eso para que los defectos de la cinta queden enterrados, pero es muy evidente que se trata de una película con muy poco riesgo, y que para evitar que el protagonismo de un chaval, por mucho que Wareing esté bastante notable, le rodea de grandes actores y nombres conocidos.

El de Dustin Hoffman es el más notorio, es evidente, y también el de mayor categoría. Y el que más agrada ver en papeles en los que puede explorar todo su talento. Hoffman forma parte de una generación de intérpretes ya veteranos que han coqueteado con un cine que no está a su altura, con comedias alocadas o películas que directamente no valían la pena, y por eso es tan bonito verles en filmes como El coro. Como los otros nombres conocidos del reparto (Kathy Bates, Debra Winger, incluso Josh Lucas), entra en terrenos que para él no suponen un reto excesivo, eso también es verdad, pero Hoffman tiene un carisma inagotable y cada vez que aparece en la pantalla la ilumina. Girard lo sabe, y una vez que ha introducido a su personaje le deja mucho espacio para que la película se beneficie de esa presencia. Eso no habla excesivamente bien de sus virtudes como narrador, pero después no perjudica en absoluto al filme.

Uno de los problemas de El coro es que se deja llevar por lo fácil, efectivamente, y eso incluye también la música. Aunque en el clímax y en otras escenas clave de la película sí la utiliza Girard con bastante acierto, pero en algunos momentos da una sensación exagerada de refuerzo, que no necesita precisamente porque ya tiene en pantalla una serie de personajes muy atractivos. Ninguno se sale del guión y la película siempre camino por territorios cómodos y sencillos, pero tampoco está escrito que todo tenga que ser rompedor y sorprendente. Es verdad que eso se valora con más facilidad, y que en el caso de El coro se puede achacar a la dependencia que genera la presencia de un actor como Hoffman, pero al final la película se disfruta bastante. Al fin y al cabo, la empatía está servida desde el principio y, con el buen trabajo del joven Wareing, es fácil implicarse con él en su camino.