miércoles, octubre 30, 2013

'La mirada del amor', dos monstruos

Poner una película en manos de Annette Benning y Ed Harris debe de ser una de las decisiones más gozosas y sencillas que puede adoptar un director. La explicación es muy sencilla: son dos auténticos monstruos del cine. Da igual lo que les eches, ellos lo convertirán en algo trascendente. Lo que Arie Posin les da, como director y coguionista de La mirada del amor, no es tampoco cualquier cosa. La historia, un drama romántico, es a ratos bastante previsible (lo es sobre todo en su más que previsible desenlace), pero permite a los dos protagonistas muchos momentos de lucimiento desde la naturalidad y la categoría interpretativa. Durante hora y media, dejan de ser actores, dejan de ser personajes y se convierten en personas de carne y hueso con las que sufrir e ilusionarse. Benning y Harris son extraordinarios, de esos actores que de vez en cuando recuerdan al espectador que el cine no tiene por qué estar vinculado al glamour de las bellezas veinteañeras. De verdad que no.

Por eso siempre es espectacular que dos actores veteranos den lecciones como las que dan Annette Benning y Ed Harris en La mirada del amor, con sus 55 y casi 63 años respectivamente. Sus interpretaciones hablan de sinceridad, de humanidad, de sentimientos, y están llenas de matices y recovecos en los que el espectador puede bucear. Ella da vida a Nikki, una mujer que aparenta normalidad pero que en realidad no sabe cómo rehacer su vida tras la muerte de su marido. Y él interpreta a Tom, un pintor y profesor universitario que es la viva imagen de ese marido muerto. Cuando Nikki encuentra a Tom por pura casualidad y en un momento cargado de emotividad, se plantea qué debe hacer y si está bien la relación que quiere entablar con él. Intentar abrirse camino por lo que tienen que estar pensando ambos personajes, sobre todo el de Nikki, es una de las grandes satisfacciones que permite la película.

Se puede hablar de que Posin arranca su filme con un acertado juego de saltos en el tiempo, de planos tan hermosos como los de la playa, la piscina o el museo, de que juega acertadamente con la puesta en escena o de lo precioso que es el final del filme, pero es obligado decir que cualquier logro del director en esta historia pasa irremediablemente por lo que hacen Benning y Harris. Es así. Y también, en el tercer papel en discordia, por lo que ofrece un Robin Williams que destila melancolía y que siempre que tiene uno de esos pequeños personajes demuestra lo buen actor que es. Pero es la pareja protagonista la que marca el ritmo en todos y cada uno de los diferentes estados anímicos por los que pasa la película, con un realismo sobrecogedor, con emociones contenidas y visibles según lo requiere la historia.

Viendo la historia y su desarrollo, también es lícito pensar que sin dos actores de semejante categoría La mirada del amor podría haber quedado como un tópico telefilme. No es así gracias a sus portentosos trabajos y a la apreciable habilidad de Posin (es su segunda película tras la prácticamente desconocida Historia de un secuestro, de 2005) para multiplicar los escenarios. Pero nada puede distraer de lo que realmente importa. Annette Benning y Ed Harris. Viéndoles, un espectador puede llegar a entender la enorme cantidad de matices, recursos y detalles que se pueden plasmar en un trabajo interpretativo. Siempre habrá quien piense que su profesión es sencilla, que no consiste más que en lucir delante de una cámara. Pero siempre quedarán actorazos descomunales como estos dos para recordar la belleza de su oficio y, de paso, de lo hermoso que es el cine incluso en películas que no encontrarán un hueco de honor en la historia. La mirada del amor son ellos.

martes, octubre 29, 2013

'Turbo', tan rocambolesca como entretenida

Hay películas que permiten un simpático ejercicio de imaginación, el que lleva al espectador a pensar en una oficina de Hollywood en la que un guionista y/o director le propone a un productor la película que tiene en mente. Sólo con imaginarse esa escena, Turbo se gana las simpatías de cualquiera. ¿Qué cara pondría el productor de turno cuando David Soren, director debutante, autor del argumento y coguionista de Turbo le dijera que quería hacer una película... sobre un caracol que participa en las 500 millas de Indianápolis midiéndose contra coches de carreras? La propuesta, sin duda, es rocambolesca. Y eso siendo benévolos. Pero la sorpresa es que la película funciona admirablemente bien. Por supuesto, el target de edad es bastante bajo, es una historia sin ninguna sorpresa y pensada para los más pequeños, pero que divierte y está muy bien animada. No es poca cosa, teniendo en cuenta, insisto, que es la historia de un duelo entre un caracol y un bólido de carreras. Ahí es nada.

Turbo convence desde la primera escena, en la que se ve una carrera de bólidos muy bien animada, viéndose incluso los restos de goma en la pista (lo que después tendrá una explicación argumental). Por no ser lo habitual, por desgracia ni siquiera en el cine de animación, hay que destacar que el 3D es espléndido, especialmente en las escenas en el circuito, tanto del comienzo como del final. Pero más allá de la imagen, lo que convence desde el principio es que el descabellado planteamiento resulta creíble. Tenemos a un caracol, Theo, que disfruta con la velocidad, por mucho que la naturaleza no le haya dado los medios para disfrutarla. Pero un cúmulo de casualidades le dará la posibilidad de cumplir su sueño. Cabría decir que lo mejor es el arranque y el clímax final, pero la verdad es que la película no llega a decaer en ningún momento, porque los personajes, simples y arquetípicos como se puede esperar en un filme para los más pequeños, están muy bien introducidos y desarrollados.

Dreamworks sigue ofreciendo ideas increíblemente originales para ampliar su universo animado. Eso, desde luego, es un mérito que hay que reconocer. Lejos de estancarse en un modelo fijo, y aún asumiendo el segundo plano en el que Pixar ha dejado a todos los estudios de animación (y ojo, que sus tres últimas películas, Cars 2, Brave y Monstruos University no están precisamente entre las más logradas, aún siendo estas dos últimas bastante apreciables), busca nuevos mundos en los que crear sus fantasías animadas. Turbo es más simple que títulos anteriores como Los Croods, Ga'Hoole. La leyenda de los guardianes o incluso Megamind, pero es un paso en la misma dirección. Como cinta de dibujos animados, funciona. Para los adultos hay suficientes chistes y guiños como para reírse con los más pequeños. Y como película sobre deportes, si es que en algún momento se puede olvidar que uno de los participantes en una carrera automovilística es un caracol, lo cierto es que también es bastante emocionante, incluso siendo previsible.

Hay una pega. Y va con los nombres de Ryan Reynolds, Paul Giamatti, Michael Peña, Michelle Rodriguez, Samuel L. Jackson, Luis Guzmán o Richard Jenkins. Ellos ponen las voces en la versión original y no podremos escucharles en España, con lo que se perderán matices de todo tipo (entre ellos los raciales, hay hispanos y negros) y la película será menos película y más producto infantil. La culpa, en todo caso, no es de la distribuidora, Fox, sino de la educación de los espectadores españoles, demasiado acostumbrados a la versión doblada. Siendo una película para los más pequeños, es obvio que no habrá copias en versión original porque no hay mercado para ello en este alicaído momento que pasan la vida y el cine. Pero qué lástima, una vez vista doblada, repasar los créditos de la película y darse cuenta de lo que nos hemos perdido. No tengo la menor duda de que esas voces habrían enriquecido una experiencia, que, en todo caso, es muy agradable.

lunes, octubre 28, 2013

'El camino de vuelta', lo de siempre, pero delicioso

El camino de vuelta es una película típica, de eso no cabe duda. Por su temática, por su enfoque, por su reparto, por su historia... Pero es de esas películas que, aún siendo típicas, son deliciosas, que dejan un buen rollo impresionante, que se disfrutan de principio a fin, en la que hay siempre personajes con los que sentir una empatía especial. E incluso, a pesar de la distancia geográfica y cultural, la identificación es tan sencilla que es imposible no sentir cariño por el filme. Es una historia bien escrita, pero sobre todo bien interpretada y dirigida por los debutantes Nat Faxon y Jim Rash, que se reservan además dos divertidos papeles secundarios. Y sí, puede que sea lo de siempre, la historia del chaval tímido e introvertido al que se le avecina un verano horrible y que en realidad está a punto de empezar a descubrir su sitio en la vida. Pero tiene gracia, simpatía e inteligencia, algo que en una comedia dramática siempre se agradece. Eso y actores que encajen. Aquí, todos, desde los jóvenes Liam James y AnnaSophia Robb a los conocidos.

Duncan (Liam James) tiene 14 años. Su madre (Toni Collette) tiene un nuevo novio, Trent (Steve Carrell), que a su vez tiene una hija, Steph. Todos juntos van de vacaciones a una casa que él tiene junto a la playa. Por supuesto, Duncan se siente el ser más desgraciado y asilado del mundo. Pero allí empezará a encontrar su sitio junto a un tipo que conoce por casualidad, Owen (Sam Rockwell), que le ofrece un lugar tremendamente divertido en el que olvidar todos sus problemas y ser él mismo, y Susanna (AnnaSophia Robb, una de las niñas de Charlie y la fábrica de chocolate), la hija de la alocada vecina, que parece ser la única persona casi de su edad (es algo mayor que él) que comprende por lo que está pasando. Sencillo y tópico. Pero sumamente efectivo ya desde la primera escena, una conversación entre Duncan y Trent rodada con bastante buen criterio para interesar desde el principio.

La primera media hora deja la impresión de que la película va a dejar un buen recuerdo gracias a sus personajes más extravagantes, especialmente los de Owen y Betty (la madre de Susanna, una siempre divertida Allison Janney), pero poco a poco la película va creciendo, ganando en otros muchos aspectos, y acaba siendo un magnífico y agridulce retrato sobre la madurez y los diferentes momentos de la vida y las muy variadas situaciones en las que ésta puede llegar. Y siendo como es un relato vital y realista, en el que todos los personajes son usados con mucho acierto, es imposible no encontrar elementos de interés en las situaciones más cotidianas y no sólo en las extravagancias. Incluso viendo cómo uno de esos dos personajes extravagantes, el de Owen, es el que va conduciendo las sensaciones de la película. Rockwell es un espléndido actor y la forma en la que hace evolucionar a su personaje es una hermosa muestra.

Si hay algo por lo que destaca El camino de vuelta es por el buen rollo que transmite, incluso asumiendo que buena parte de sus escenas apuestan por el drama de una forma evidente sin perder por ello la oportunidad de sacar risas y sonrisas en muchos momentos. Y una película que transmite buen rollo es difícil que sea mala. Muy buena la carta de presentación como directores de Faxon y Rash, que han manejado con inteligencia una historia que en el fondo está llena de situaciones una y mil veces vistas, pero que han suplido la reiteración temática con una espléndida dirección de actores y unas muy sinceras ganas de que el público pase un rato agradable delante de la pantalla. Mucho más si encima se disfruta con los diálogos (grandes las conversaciones entre Duncan y Owen, con diferencia las más vivas y divertidas) y con los actores. Y con 103 minutos de duración, algo perfecto para que no se note su sencillez con un metraje más ambicioso ni se haga artificial por excesivamente corta. Una película muy agradable.

viernes, octubre 25, 2013

'Grand Piano', gozoso y casi ejemplar suspense

Decía Hitchcock a sus espectadores en el cartel de Psicosis que no desvelaran el final de la película porque no tenían otro. Con aquella primitiva (pero brillante) estrategia comercial, se empezó a dejar claro al espectador de cine que una parte importante de la experiencia que ofrecen las películas de suspense está en eso mismo, en los giros que dejan en vilo, en la sorpresa inesperada, en la tensión que se vive en el patio de butacas al mismo tiempo que en la pantalla, en todo lo que ahora mismo ahoga el márketing y la promoción, con esa desmedida ansia por saber antes de descubrir. Grand Piano es una película que exige algo más que eso. Pide a gritos no contar absolutamente nada sobre ella, no sólo sobre su final, y así dejar que el espectador la descubra poco a poco. Lo que sí se puede decir es que Eugenio Mira, en su tercera película como director ha conseguido una notable y modélica obra de suspense, que siendo muy apreciable no se convierte en un clásico inmediato por la escasa sutileza con las que el guión deja algunas pistas.

La mención a Hitchcock al comienzo de estas líneas no es casual, ya que es la principal inspiración de Grand Piano. Menuda novedad, pensarán algunos. Hitch ha influenciado a incontables directores y películas durante décadas y lo seguirá haciendo sin duda en el futuro. Pero resulta obligado mencionar al maestro cuando un alumno destaca, y Eugenio Mira, desde una posición modesta y trabajada, lo hace. Sin necesidad de adelantar más que el hecho de que la trama se mueve alrededor de un pianista (un buen Elijah Wood), un piano único y un concierto muy especial, es evidente que la referencia para esta película está en el apoteósico clímax que el mago del suspense creó en El hombre que sabía demasiado. Lo que Mira aprende de aquella es no sólo el uso del suspense, sino la perfecta fusión entre imagen y música (es imposible no atender al impresionante efecto metafórico que causa un acorde de violenchelo) y el efecto que tiene sobre ese suspense la espera de una nota concreta.

La otra referencia básica para entender la propuesta de Grand Piano, insisto sin anticipar nada inadecuado, es Buried. Esta es, de hecho, una referencia con la que se quiere vender la película con la famosa etiqueta "de los productores de". Pero esta vez las similitudes con aquel filme están muy presentes. Aunque no son únicos, casi todo pivota en torno a un escenario y un personaje, el director apuesta por planos imaginativos para ampliar su puesta es escena hasta lo sobresaliente y superar los límites del marco escogido para situar la acción, el suspense es el arma definitiva para colocar al espectador en el borde de su asiente durante todo el metraje y éste se condensa en unos muy agradecidos y muy buen montados 90 minutos. El único pero que se puede poner en ese sentido, y después de una formidable introducción en la que se acentúa la soledad del protagonista (algo que cobrará aún más importancia después), es que las pistas para resolver el misterio que se propone al espectador no se ofrecen con sutileza y no es difícil anticipar acontecimientos o la importancia de personajes y objetos.

Para generar ese suspense y conectar las dos referencias principales de la película, Hitchcock y Buried, es esencial valorar en su justa medida la música de Víctor Reyes, uno de los mejores compositores de oberturas que hay en el cine contemporáneo y con evidentes resonanciancias hermannianas (por si es necesario aclaración, de Bernard Herrmann, uno de los más grandes compositores del séptimo arte y el preferido de Hitchcock). Todo ello culmina en una película notable, sobresaliente a ratos y que sólo rebaja mínimamente que se puedan anticipar algunas cosas con cierta facilidad, no así el clímax, brillantemente elaborado... e incluso con alguna perversa pista que puede llevar al espectador por el mal camino, síntoma de una inteligencia que sí está presente en el guión, que rueda con mucha imaginación y gran solvencia. Y un detalle más. Dada la forma en la que se manifiesta uno de los personajes, altamente recomendable ver la película en versión original. Avisados quedáis.

miércoles, octubre 23, 2013

Concuso 'R3sacón', gana un combo Blu-Ray+DVD+Copia digital de la película

Gracias a Warner Brothers y Partners Hub, podéis ganar un Combo Blu-Ray+DVD+Copia digital de la película R3sacón, tercera entrega de esta saga, dirigida por Todd Phillips. Para participar en este concurso La Sala de Cine, sólo tenéis que seguir las siguientes instrucciones:

1. Entrar en la sección de R3sacón de la siguiente aplicación y después en el cuestionario ¿Eres un gran fan? ¡Comienza el test!



2. Dejar un comentario en esta entrada (si es un comentario anónimo, indicando un nombre al que poder asignar un número para el sorteo) contando al menos el resultado del cuestionario.

3. Tenéis de plazo hasta la medianoche del próximo lunes día 28 de octubre de 2013. Todos los comentarios que lleguen después de esa hora, no entrarán en el concurso.

4. El ganador se comunicará en los comentarios de esta misma entrada a lo largo del día 29. En ese mismo momento se solicitará a dicho ganador que escriba un correo electrónico a la dirección que aparece en el perfil para comunicar su dirección postal y así recibir el Blu-Ray.

5. El ganador podrá reclamar su premio, bien con ese correo electrónico o bien con un posterior comentario en esta entrada durante los días 29 y 30 de octubre. A partir de ahí, el premio pasará a manos de un primer reserva.

6. Este concurso está abierto a participantes de cualquier lugar de España.

¡Mucha suerte a todos los que decidáis participar! Esta es la nota oficial de la película:

"¡La manada ha vuelto! R3SACÓN es la épica conclusión a una incomparable odisea de caos y malas, muy malas decisiones, por las que la manada debe finalizar lo que comenzó volviendo al origen. Vegas. De nuevo vemos las caras de las estrellas de nuestra comedia favorita: Bradley Cooper, Ed Helms, Zach Galifianakis, Ken Jeong, John Goodman y Heather Graham".

lunes, octubre 21, 2013

'El quinto poder', fascinación más de la historia real que de la visión cinematográfica

La figura de Julian Assange y todo el controvertido trabajo de Wikileaks genera una inmensa y lógica fascinación. Es verdad que vivimos en una sociedad de consumo tan rápido que probablemente muchos de los espectadores de El quinto poder apenas recuerden ya los detalles de las revelaciones más traumáticas de esta organización, pero eso no le resta poder de fascinación. La película está basada en dos libros, uno del integrante de Wikileaks que en la película es interpretado por Daniel Brühl, y otro de dos periodistas británicos, y es evidente que esa fascinación se mantiene en esta adaptación. ¿Pero es una fascinación que procede de la historia real o de la visión cinematográfica de la misma? Al final da la impresión de que importa más lo primero, aunque se agradece que no sea una obra que quiera sentar cátedra y ofrecer una verdad inamovible dando al espectador el poder de informarse. Eso sí, el Assange que compone Benedict Cumberbatch es formidable.

Bill Condon pone fin con esta película al paréntesis que supondrían las dos películas de la saga Crepúsculo en la filmografía de cualquier director. Y no es una papeleta fácil. El referente real amenaza con desdibujar o afectar a muchos de los elementos de la película, y las acusaciones de propagandísmo que el propio Assange le dedicó después de leer su guión dan fe de ello. El quinto poder, en todo caso, no es esa película adoctrinadora que teme Assange. Es cierto que cuenta una historia lineal que ofrece una visión de la misma en la que cree firmemente y sin fisuras. Y en ella, Assange es un tipo como poco excéntrico que no duda en usar a su antojo a las personas que trabajan con él. Sobre todo la media hora final no le deja especialmente en buen lugar. No obstante, es el epílogo lo que forma el corazón de la película. Ahí, el mensaje queda claro: la capacidad de informarse está en la persona. Es un mensaje sobre Wikileaks, sobre Assange, pero también sobre el poder y sus abusos e incluso sobre la misma película, que parece decir "os hemos contado una historia, ahora informaos si queréis saber más".

Ese epílogo es, a la vez, la mejor escena de la película, la que rompe las barreras de la pantalla y la que apela directamente al espectador, casi tanto aunque de otra manera como el hermoso arranque de la película, una brevísima historia de la comunicación. Lo que está entre ambos instantes es bastante correcto, funciona como thriller personal y periodístico pero tampoco aporta gran cosa que no se pueda encontrar en fuentes informativas. Lo que sí aporta, y tampoco es que se pueda decir que sea poco, es una composición sensacional de un personaje, la de Benedict Cumberbacht, un actor que sigue en alza, creciendo y sin techo aparente en todo tipo de géneros (tanto le da meterle en la piel de Assange que ser el villano de Star Trek. En la oscuridad, su trabajo es excepcional... y ojo a su voz, que sigue haciendo esencial ver la película en versión original). Si encima está tan bien rodeado con un reparto del que forman parte Daniel Brühl, Anthony Mackie, David Thewlis, y sobre todo una inmensa Laura Linney y un siempre fascinante (y qué fácil parece cualquier papel en sus manos) Stanley Tucci.

Considerando las dificultades intrínsecas a una película sobre esta cuestión, es obligado reconocer que El quinto poder funciona relativamente bien. Es un acierto fijar la película como la relación entre los personajes de Cumberbatch y Brühl, porque de esa manera el conflicto emocional se equipara al ético y al periodístico, y el guión permite que todo aparezca con cierto equilibrio sin pensar que se están menospreciando temas. Al mismo tiempo, contiene la información suficiente como para que no haga falta estar muy informado para ver la película, y eso siempre es algo a agradecer. Assange, su obra y su controversia están bien reflejados, independientemente de la veracidad que haya en la película, y eso es en realidad lo más evaluable de El quinto poder. Es evidente que nada acaba en la película, que es una aceptable incitación al espectador para que no sea pasivo, para que la información siga siendo un derecho y para fomentar debates que seguramente propiciará en espectador más bien formados pero quizá no tanto en quienes simplemente busquen un entretenimiento de dos horas.

viernes, octubre 18, 2013

'Capitán Phillips', el espectador es el rehén de una extraordinaria película

Capitán Phillips es la historia real del secuestro de un barco norteamericano por piratas somalíes. Leyendo la premisa, resulta complicado encontrar un director más capacitado para completar esta película que Paul Greengrass. Como uno de los revitalizadores del moderno cine de acción en la saga de Jason Bourne, de la que dirigió la segunda y la tercera entrega, sabe reproducir en el patio de butacas la tensión que se ve en la pantalla. Pero si hay un referente obvio es United 93, que no deja de ser la historia de otro secuestro. Aquella fue brillante y emocional. Y ésta también lo es. Explota la tensión de otra manera y con otros trucos, pero como hacía Greengrass con aquella parte del relato del 11-S consigue aquí también que el espectador esté pegado a su butaca, sufriendo como el personaje protagonista, siendo un rehén más. Pero no el rehén de un secuestro, porque de lo que está cautivo es de una extraordinaria experiencia cinematográfica.

Lo que Greengrass consigue es que su película esté formada por tres partes. la primera, una lenta introducción, de largo el punto más débil de la película y el causante de que se vaya a los 134 minutos; la segunda, un enorme clímax de casi dos horas de duración, tenso, magníficamente bien rodado y planificado, sin apenas picos bajos en su intensidad y haciendo que las sensaciones no paren de crecer hasta llegar a la resolución de la historia; y la tercera, un desahogo emocional brillante, revelador de la inmensa tensión acumulada hasta ese momento y, por si alguien tenía alguna duda, prueba de la extraordinaria interpretación que ofrece Tom Hanks. El plan es casi perfecto, porque dos de las tres partes son excepcionales. Flaquea levemente la primera (a pesar de la brevísima presencia de la estupenda Catherine Keener, en un cameo más que en un papel), pero queda sobradamente compensado con el resto del filme, espléndidamente subrayado con la música de Henry Jackman.

A veces da la sensación de que Capitán Phillips se puede convertir en una de esas películas que brilla tanto como lo hace su protagonista, pero Greengrass es hábil, muy hábil. Evita caer en esa limitación con una forma de rodar frenética, con mucho movimiento. Es, y esto es de nota, de los pocos directores que no marea al espectador a pesar del continuo movimiento de su cámara. Y lo hace también ofreciendo un espléndido entorno al personaje protagonista. Primero, porque no hace de la película un monólogo, sino que apuesta de forma esencial por el duelo, especialmente con dos de los terroristas (interpretados con enorme carisma por Barkhad Abdi y Barkhad Abdirahman, a pesar de que no tienen ninguna experiencia cinematográfica previa), y haciendo que no sólo sea la lucha del capitán Phillips por su superviviencia, sino también una operación de rescate. Todo se une y se interrelaciona para componer una historia inmensa, compleja y muy humana desde todos los puntos de vista.

El mayor logro de Capitán Phillips es que el espectador sufre, se emociona, recobra y pierde la esperanza y en definitiva siente al mismo tiempo que su protagonista. Esa empatía se genera dentro de un ritmo endiablado, el que Greengrass da a las escenas de acción (impresionante el asalto al barco, una escena modélica y con un dinamismo que muchos directores no saben conseguir ni siquiera en persecuciones automovilísticas), convirtiendo la angustia real en una delicia cinematográfica. Porque es elogiable el pulso narrativo que tiene la película en todo momento, la puesta en escena y, sobre todo, la credibilidad. Eso no se consigue con un rótulo de "basado en una historia real". Eso se hace construyendo personajes y situaciones. Y si encima lo haces con un actor de la categoría de Tom Hanks, parece casi imposible fallar. Capitán Phillips es una película brutal y espléndida que lleva al espectador donde le apetece en todo momento. Mucho, mucho más que United 93 en un barco, por si alguien se siente tentado a definirla así.

miércoles, octubre 16, 2013

'Caníbal', la frialdad como forma de hacer cine

La frialdad es una elección evidente de Caníbal. Es una película que quiere ver el horror desde una perspectiva gélida, calmada, casi adormecida por momentos, que genera esas sensaciones dentro y fuera de la pantalla. Esa es la elección de Manuel Martín Cuenca para trazar un retrato psicológico de un tipo que asesina mujeres y se las come, literalmente. Esa frialdad descarta la fácil relación entre ese argumento y personajes como Hannibal Lecter, Dexter o el Patrick Bateman de American Psycho. Pero también, como principal defecto de la película, aleja en el espectador todas las emociones posibles salvo la que provoca la contemplación de las imágenes, bellísimas en algún caso, que rueda el director y guionista de este filme. Eso habla bien de Martín Cuenca como director, al menos parcialmente, pero deja a su película por debajo de sus posibilidades, porque no hay demasiadas posibilidades de empatizar o simpatizar con los personajes.

Ese ritmo lento y pausado es algo anunciado desde el principio, con un larguísimo plano fijo en una gasolinera, de noche y una secuencia inicial prácticamente sin diálogos. El personaje protagonista, interpretado con una gran sobriedad por Antonio de la Torre, es un hombre parco en palabras, por lo que cabe entender Caníbal como una extensión de su personalidad. Fría y cruda. En toda la película, de hecho, no hay música (una opción siempre discutible para conversaciones sin un final posible e independientemente del resultado final del filme) y el ritmo lo lleva De la Torre, insistiendo en la misma idea, con suma frialdad y quietud. No parece en absoluto un error la forma de encarar el personaje, y él es lo mejor de la película. Sin embargo, y a pesar del tramo final, casi todo lo que tenía que contar la película está en sus primeros diez minutos, haciéndose incluso reiterativas algunas de las escenas de las dos horas que dura el filme.

Y es que la frialdad y la lentitud acaban jugando en contra de la película, a pesar de que tanto De la Torre como la rumana Olimpia Melinte convencen sobradamente con su trabajo, frío en el caso de él, emocional en el de ella, exactamente lo que demandan sus personajes. Pero cuesta encontrar las motivaciones en la historia y en los mismos personajes, sobre todo en el caso del protagonista, del que no se da razón alguna, ni siquiera alguna leve indicación de por qué actúa como lo hace. Simplemente, lo hace y el espectador está obligado a asumirlo. Sin antecedentes, sin explicaciones, y eso por desgracia lleva a una sensación de vacío y falta de empatía (independientemente de que el personaje no merezca simpatía). Las explicaciones sobre lo que sucede en la segunda parte de la película son levemente más claras, pero para entonces, después de haber intrigado con acierto en su introducción, la película ya está dejando demasiadas dudas.

Queda en Caníbal una muy buena planificación visual, unos planos casi siempre acertados y una bellísima localización de exteriores, pero a la película le falta alma, espíritu y fuerza. Puede que, en realidad, la frialdad haya sido el objetivo fundamental de Martín Cuenca y todo lo demás no sean más que daños colaterales que estaba dispuesto a asumir. Pero para un espectador que no conecte de forma inmediata e incondicional con la propuesta, Caníbal se convertirá en una película larga y lenta, incluso con algunos errores de continuidad o en la utilización de algunos personajes. Eso sí, el autor del filme elude con inteligencia los aspectos más escabrosos de su personaje protagonista sin limitar por ello su descripción (y eso se ve claramente en la parte final de la primera secuencia, ya en la cabaña). Hay aciertos, especialmente en su corto reparto, pero predomina a la salida de la sala la misma sensación de frialdad que parece haber buscado la película.

lunes, octubre 14, 2013

'El mayordomo', un gran protagonista en una película que sabe a poco

No hace falta profundizar mucho en las características de El mayordomo, incluso antes de verla, para deducir que es una película con intenciones de ser grande y de conseguir premios. Lee Daniels, sorprendentemente encumbrado con la sobrevaloradísima Precious, ofrece un fresco histórico de casi todo el siglo XX en Estados Unidos a través de un mayordomo negro de la Casa Blanca. Precisamente por esa vocación de llegar a todas partes, acaba ofreciendo demasiado poco de todo. Pinceladas, momentos muy buenos, otros no tan buenos y un gran actor protagonista, Forest Withaker. Pero el gran problema que tiene la película, además de un final simple y propagandístico, es que nunca llega a emocionar. Es más atractivo el impresionante reparto que va desfilando por la pantalla o la caracterización de los diferentes inquilinos de la Casa Blanca que el drama racial que subyace en esta historial real. Y eso acaba por minimizar demasiado el impacto de una película que cumple con lo esperado en el cine de Daniels.

El principal aliciente de El mayordomo es, paradójicamente, su mayor defecto. La película es un continuo carrusel de personajes, con el eje principal del presidente de los Estados Unidos, empezando en Eisenhower y finalizando en Ronald Reagan. Todos esos años son los que Cecil Gaines (Forest Whitaker) sirvió como uno de los mayordomos de la Casa Blanca. Y es ese desfile de presidentes uno de los aspectos que más se disfruta. Robin Williams como Eisenhower, James Marsden como Kennedy, Liev Schreiber como Johnson, John Cusack como Nixon y Alan Rickman como Reagan. Y aún más, las primeras damas: Minka Kelly como Jackie Kennedy y Jane Fonda como Nancy Reagan. Pero el desfile de actores no acaba ahí: Mariah Carey en un extraño papel como la madre de Cecil, Vanessa Redgrave como la mujer que convierte a Cecil de niño en un criado doméstico, Cuba Gooding Jr. y Lenny Kravitz como otros mayordomos de la Casa Blanca, y con Oprah Winphrey interpretando a la mujer de Cecil y Terrence Howard a un amigo y vecino.

Muchos nombres, muchas caras, muchos personajes, muchos temas y poca concreción. Porque la película va oscilando entre un drama racial (en un tono diametralmente opuesto al de Criadas y señoras pero con objetivos similares), una historia personal (la de Cecil con su propia familia, sus dos hijos, su mujer) y un relato histórico (incluyendo no sólo a la élite política que ocupaba la Casa Blanca, sino también a Martin Luther King). Y, claro, hay momentos muy logrados y otros bastante menos trascendentes en cada una de las historias que quiere mezclar Daniels. Por eso, el resultado acabo siendo tremendamente irregular. La entrada y salida de los actores y personajes animan el resultado, pero sólo cuando aparecen. No se termina de percibir una homogeneidad en su conjunto porque Daniels repite técnicas (el montaje paralelo, el uso emocional de la música) y no sujeta los saltos en el tiempo suficientemente bien. Hay grandeza por momentos, pero no en el conjunto.

El mayordomo encuentra el principal problema en la sensación que deja al final. Porque sus últimos minutos rozan el panfleto político, con vías emocionales fáciles y trilladas. Y formará parte de la historia real en la que está basado el filme, pero no funciona. De alguna manera, eso se lleva por delante algunos momentos brillantes que impulsan a pensar que la película puede crecer mucho (el ataque de Ku-WinKlux-Klan, la escena de Nancy Reagan, la cena familiar en la que el hijo mayor regresa a casa). El enorme esfuerzo de Forest Whitaker, uno más en una película sustentada de una forma descarada en el personaje protagonista, es lo mejor de la película junto con las breves apariciones de tantos y tantos actores conocidos y personajes históricos. Y es una historia que pide a gritos emocionar en muchos momentos... pero no lo termina de conseguir. Es un formidable retrato histórico y es gozoso ver el trabajo, por reducido que sea, de los actores que interpretan a los personajes reales (y Alan Rickman puede ser el mejor sin problema). Pero algo falla. Y eso, siendo una película de Lee Daniels, tampoco sorprende demasiado.

viernes, octubre 11, 2013

'Prisioneros', gran drama con media hora final discutible

Qué cerca está Prisioneros de ser una película extraordinaria y qué fácilmente reduce con lo que muestra en su media hora final el enorme efecto que causa en las dos primeras horas. Algunos detalles, quizá inaprecibables para algunos espectadores pero muy presentes, se llevan por delante parte de la impresionante tensión con la que Denis Villeneuve construye un magnífico thriller, portentosamente interpretado por un reparto encabezado por unos formidables Hugh Jackman y Jake Gyllenhaal. La historia, tan sencilla de resumir como problemática de tratar en la pantalla por su temática, está llevada con precisión, con intensidad donde hace falta, con inquietud cuando se necesita, con un buen dominio del ritmo a pesar de su larga duración. Pero es llegar a la media hora final y hay varias puntos de inflexión en los que algunos de los personajes dejan de ser reconocibles, rompiendo el efecto que tanto ha costado lograr. Así, el resultado es notable, sobresaliente por momentos, pero con problemas difícilmente olvidables que hacen que la película no sea tan redonda como podría haber sido.

Hay un referente muy claro para Prisioneros, y no es otro que la opera prima de Ben Affleck como director, Adiós, pequeña, adiós, una extraordinaria película que no es demasiado conocida, ni siquiera después de que el próximo actor que se enfundará la capucha de Batman firmara la premiada Argo. Prisioneros, no obstante, acaba yéndose por derroteros muy diferentes a los de aquella (quien vea las dos sabrá qué subtrama, brutal en todo momento, es la que se lleva los 40 minutos que hay de diferencia entre una y otra), pero sí que es cierto que los 114 minutos que duraba Adiós, pequeña, adiós, hacen poner en duda los 152 que Villenueve necesita para Prisioneros. No porque se hagan largos, cosa que no sucede, pero sí porque la capacidad de síntesis es un valor cada vez más necesario y muchos directores se descartan del olimpo de los grandes precisamente por la ausencia de esa cualidad. Villeneuve aprueba en ese sentido porque se antoja francamente difícil decir dónde se podría cortar y el ensamblaje de la historia es casi perfecto.

Lo que pierde a Prisioneros está en su media hora final (salvada, eso sí, por una impresionante escena en la carretera, desborde absoluto de las emociones que inundan el filme), aunque explicarlo obliga a desvelar demasiados elementos de la trama. Hasta ese momento, la desaparición de dos niñas (lamentablemente anunciada por una música de Jóhan Jóhansson que salvo ese instante contribuye con mucho acierto a la tensión) sirve para crear una tensión palpable, en la que Hugh Jackman se convierte en un decidido y sufrido padre, Jake Gyllenhall en un intenso agente de policía, Maria Bello en una madre destruida emocionalmente, con Terrence Howard y Viola Davis creando registros diametralmente opuestos como la otra pareja afectada, y Melissa Leo con un papel secundario brillante. El reparto en su totalidad hace efectiva la emoción, la empatía con los protagonistas y el malestar general por el fondo de la trama que propone la película.

Villeneuve propone una película apasionante y contundente, un auténtico puñetazo en el estómago que no depende en absoluto de su resolución, un claro acierto. Y es que lo que importa en Prisioneros es el viaje y los dilemas que plantea y no el hecho de saber, por tirar de un tópico que permita eludir detalles de esta trama concreta, si el mayordomo es el asesino (porque, en realidad, quien esto suscribe lo supo prácticamente desde el principio y por eso puedo decir que no afecta a la fascinación que provoca la película). Importa ponerse en la piel de los personajes, sufrir, pensar y actuar con ellos, cobra valor el debate ético. Y cinematográficamente se aprecia el ritmo, la pausa, la emoción y la tensión que todos sus elementos consiguen trasladar al patio de butacas. Pero qué lástima de detalles absurdos en esa última media hora, que si pasan el filtro del espectador para que no se dé cuenta es precisamente por los inmensos méritos de las dos primeras horas. Pero están ahí. Y por eso Prisioneros es una muy buena película, pero no la enorme película que podría haber sido.

miércoles, octubre 09, 2013

'Zipi y Zape y el club de la canica', Escobar cobrando vida

Los precedentes de las dos entregas de Mortadelo y Filemón (aunque la primera sí goza de cierto prestigio) y, sobre todo, el reciente descalabro de El Capitán Trueno y el Santo Grial eran presagios nefastos para cualquiera que se aventurara a adaptar algún otro título destacado del cómic español, conjunto de palabras que reúne tal cantidad de prejuicios que hacen la tarea aún más compleja. Pero Zipi y Zape y el club de la canica aprende de los errores de aquellas y sale más que airosa del trance, convirtiéndose en un simpático entretenimiento juvenil, que quiere recuperar el cine de pandillas de chavales que ejemplificó mejor que ninguna otra película Los Goonies adaptándola a un estilo visual más cercano a lo que triunfa hoy en día entre los más jóvenes, como Harry Potter, sin por ello abandonar la esencia del tebeo que adapta. Porque El club de la canica no es una historia que recupere todos y cada uno de los elementos esenciales del cómic, pero sí los suficientes como para que los famosos y traviesos gemelos sean más que reconocibles.

Empecemos por lo bueno. La película es entretenida, divertida y simpática. Consigue que la mezcla entre la historia juvenil y los toques de fantasía visual no chirríen (aunque el internado, radicado una mansión, evidencie demasiado la ansiada conexión con Harry Potter) y fluyan adecuadamente en el guión. Ayuda que, dentro de ese concepto visual, los personajes parezcan reales pero sin dejar de ser propios de una viñeta de Escobar, y que los actores se crean que están rodando una historia de aventuras juvenil sin necesidad de caer en la caricatura fácil, asumiéndola con naturalidad en los casos en los que procede pero sin romper la tridimensionalidad que propone la película. Porque esta no es una traslación directa del tebeo, sino una película basada en el mismo. Parece un matiz sutil, pero es importante porque la película consigue una autonomía que habría perdido con la fotocopia del tebeo, un problema en el que caen con demasiada frecuencia las adaptaciones de cómic y de libros juveniles e infantiles.

Dentro de lo bueno, es obligado destacar el aspecto visual de la película, brillante y no sólo utilizando estándares de la industria española, porque todo es creíble e imaginativo, adaptándose a la historia, por sencilla que sea ésta. Y dentro de esa acertada imagen está la de los actores, la pandilla que forma el club de la canica y que encabezan Zipi y Zape. A pesar de que no pasarían por gemelos, Raúl Rivas y Daniel Cerezo sí encajan en los papeles protagonistas, como también Claudia Vega (en apariencia, la mayor del grupo y la más conocida por su papel en la brillante Eva), Fran García y Marcos Ruiz. Aunque, y aquí ya entramos en el terreno de las pegas que se le pueden poner a la película, fallan en algo elemental. Cuando hablan, no parecen niños, no tienen el desparpajo que se espera de chavales, sino que a ojos del espectador son actores a los que por encima de todo se les pide una dicción tan clara que en sus frases les falta una necesaria naturalidad.

Ese detalle lleva a la película a algunos momentos de falta de convicción, le da un corsé que amenaza con reventar algunas escenas, aunque al final todo esto pesa menos que el entretenido conjunto, al que contribuyen dos aspectos muy destacables. Por un lado, la gran interpretación de Javier Gutiérrez dando vida a Falconetti, el director del internado en el que Zipi y Zape tendrán que penar todo el verano por sus travesuras. Por otro, la espléndida música de Fernando Velázquez, que potencia el tono aventurero de la película. Y con sus 97 minutos, abiertos y coronados con un adecuado homenaje al cómic del que procede (y un divertido cameo de Álex Angulo), Zipi y Zape y el club de la canica consigue lo que se propone: entretener enriqueciendo y respetando el original de Escobar en las viñetas, haciendo que sus personajes cobren vida en un mundo moderno y actual, sin caer en la fácil escatología a la que suele acabar rendida la comedia moderna y proponiendo un divertido juego que tampoco echa para atrás a los adultos. ¿Se puede pedir mucho más en un intento de llevar a la gran pantalla un cómic español? Probablemente no, al menos en un primer intento. Pues a disfrutar.

lunes, octubre 07, 2013

'Runner Runner', corrección y caras conocidas

Viendo que Runner Runner está fundamentalmente ambientada en Puerto Rico, en un mundo de lujo y dinero, casi da la impresión de que los responsables y protagonistas de la película decidieron pasar allí unas vacaciones de diversión y fiesta y, de paso, rodar una película. No es que eso sea especialmente malo, porque Runner Runner acaba siendo un correcto entretenimiento que, eso sí, podría haber ido por derroteros más interesantes y menos convencionales, pero sí es verdad que acaba siendo una historia como otras muchas en la que aparecen varias caras conocidas, los rostros bonitos que luzcan en un cartel y atraigan espectadores a una sala de cine. Y es que el reclamo está ahí, en Justin Timberlake, en Ben Affleck y en menor medida, por una cuestión de tiempo en pantalla y porque su personaje es el menos explotado en el guión, en Gemma Arterton

Runner Runner se centra en el mundo del juego online y los ingentes beneficios que genera, y es esa parte la más atractiva de la película, la primera, aquella en la que expone la trama y presenta a los actores que, nunca mejor dicho, forman parte del juego. Y es la más atractiva porque además de fascinar la exposición que hace Brad Furman (El inocente) y lo bien que da en cámara siempre Justin Timberlake, independientemente de lo mejor o peor actor que luego resulte ser en cada película, es la que deja con ganas de más. Cuando luego la película deviene en la relación entre el experimentado hombre de negocios (Ben Affleck) y el chico que intenta progresar, se está intentando explotar una fórmula que ya es habitual desde Wall Street (Oliver Stone, 1987) y sin aportar demasiado más allá del carisma de sus actores y la ubicación exótica, algo que Hollywood ya ha venido empleando con mucha frecuencia en sus películas. ¿Entretiene? Sí. ¿Algo más? No.

Aún así, se agradece que Furman, aún dando un pequeño paso atrás después de El inocente, sepa cuándo acabar la película, sin necesidad de alagar tramas sin necesidad y ajustando su duración a unos agradecidos 90 minutos, auténtica razón de que el resultado final sea aceptable, porque permite quedarse con lo bueno sin necesidad de sufrir la película más allá de las dos horas que muchos directores suelen consumir. No es causalidad que el guión se centre en el mundo del juego, ya que está escrito por Brian Koppelman y David Levien, que debutaron con Rounders (¿es ésta una actualización en la era digital de aquella?) y son también autores de Ocean's Thirteen. Y la pena es que ese mundo se queda en segundo plano en la segunda parte del filme, cuando éste se convierte en el clásico thriller criminal, especialmente desde la aparición del agente del FBI de un Anthony Mackie menos amable que de costumbre.

Pero el problema en realidad de Runner Runner es que, a pesar de que ofrece un honesto entretenimiento, lo hace con soluciones fáciles. La excusa argumental de la película es fácil. Su final es fácil. Y algunos detalles de su desarrollo también lo son. Es verdad que hay carisma, y más que podría haber habido de haber mejorado el uso del personaje de una Gemma Arterton que siempre deja detalles interesantes (da la impresión de que tanto guionistas como directores tienen miedo de introducirla en un tópico triángulo amoroso y la fórmula escogida no sé hasta qué punto mejora su presencia), y que la historia arranca con bastante fuerza y con alguna escena muy bien planificada. Pero el conjunto decae hasta mezclarse en la retina cinéfila del espectador con otras películas similares. Ahora bien, para quien esté al tanto de las polémicas que se cuecen en Hollywood es una espléndida oportunidad para evaluar las posibilidades de Ben Affleck interpretando al Caballero Oscuro en la próxima Batman vs. Superman.

viernes, octubre 04, 2013

'Gravity', portentosa e imprescindible experiencia cinematográfica

Por grandilocuentes que puedan ser las palabras, no es en absoluto exagerado decir que Gravity es una portentosa experiencia cinematográfica, 90 minutos imprescindibles, bellos, con los mejores planos del espacio que jamás se hayan inmortalizado en una película, los que hubiera querido filmar Stanley Kubrick cuando cambió para siempre las leyes de la ciencia ficción en el cine con la mítica 2001. Una odisea del espacio, los que soñaron centenares de directores que se hayan asomado a la ciencia ficción, género al que en todo caso no pertenece esta película. Gravity es un drama, es un poderosísimo viaje emocional, una historia de supervivencia revestida con imágenes deslumbrantes, con enormes planos secuencia, con un movimiento de cámara que se convierte en sí mismo en un impagable curso de cine y con dos actores, en especial Sandra Bullock, que consiguen un intensidad memorable. Memorable. Ese es otro adjetivo que encaja a la perfección a la hora de explicar lo que es y lo que significa esta extraordinaria película, una de las mejores del año y de muchos años.

Y eso se debe a algo muy sencillo en la teoría pero prácticamente imposible ya en la práctica. Gravity inventa, crea, convierte la pantalla en un escenario en el que envuelve al espectador. Es lo más cerca que estará un espectador de sentir cómo es el espacio. Cuarón destroza los límites que hasta ahora han tenido los cineastas para mostrarlo. Nunca se ha visto como aquí. Nunca. Y no hay palabras que hagan justicia a la fascinación que produce cada una de las largas secuencias con las que nos deleita el realizador mexicano, cuya filmografía no hacía pensar en absoluto que fuera capaz de plasmar estas imágenes con semejante maestría. Se puede alabar el realismo de Y tu mamá también, reivindicar El prisionero de Azkaban como la mejor película de Harry Potter (algo que se lee con cierta frecuencia) o incluso el desolador mundo que plantea en Hijos de los hombres (para mí, una cinta algo sobrevalorada). Pero no hay nada, absolutamente nada que prepare para el portentoso espectáculo visual que plantea en Gravity. Visual y humano. Porque se equivoca quien piense que la película es sólo una colección de imágenes bonitas.

Porque sí es cierto que es un curso brutal de cine, de cómo montar planos secuencia hasta componer una historia vibrante en tiempo ral, de cómo dotar de movimiento a la escena sean cuales sean sus elementos, de integrar en una historia los efectos visuales, de cómo crear una apabullante experiencia sensorial con las imágenes y con el sonido (incluso con la ausencia de éste). Pero todo eso es tan emocionante como la historia que plantea. No sé si mucha gente comprende el Oscar que ganó Sandra Bullock por la anodina The Blind Side (Un sueño posible), pero es aquí donde se convierte de verdad en una actriz, por primera vez en su carrera. Con el complemento de un fantástico George Clooney al que se le podrán reprochar muchas cosas pero nunca que deje de arriesgar en su carrera, Bullock, hilo conductor de la película desde el primer minuto hasta el último, crea un personaje fascinante. Y sobre todo crea un universo compatible con la excelencia visual de Cuarón. No hay absolutamente nada que sobre o que falte en una película que roza la perfección en todos y cada uno de los campos necesarios para realizar la película, que merece dos, tres, cuatro o cuantos visionados sean necesarios para comprender toda su grandeza, asumible pero inabarcable en el primero, en el que manda la excitación emocional y sensorial.

Quien haya leído con atención se habrá dado cuenta de que, en realidad, no he contado de qué va la película. Y es que no pienso decir qué sucede en la pantalla. No creo que sea pertinente ni siquiera leer la más sencilla sinopsis de la película. Creo que destroza una parte, por ínfima que pueda ser, de la memorable experiencia cinematográfica que propone este memorable filme. Con Gravity se evidencia una vez más, quizá de la forma más deslumbrante en años, que lo más bonito del cine es descubrirlo plano a plano, fotograma a fotograma, sentirlo dentro y admirarlo con la vista y el oído. Pero no es ésta la única reivindicación que permite hacer. La versión original es tan imprescindible como la propia película, por el entorno, por el escenario, por el trabajo de los actores y porque alguno ni siquiera aparece más que con su voz (y quien quiera descubrir a quién me refiero tendrá que esperar a los créditos finales). Y hasta el 3D, por primera vez en mucho tiempo, se convierte en algo esencial aunque sea sorprendentemente una película convertida y no rodada en ese formato. Todo junto, algo sencillamente brutal, grabado a fuego en la memoria y casi en las entrañas. Qué maravilla.