No hace falta profundizar mucho en las características de El mayordomo, incluso antes de verla, para deducir que es una película con intenciones de ser grande y de conseguir premios. Lee Daniels, sorprendentemente encumbrado con la sobrevaloradísima Precious, ofrece un fresco histórico de casi todo el siglo XX en Estados Unidos a través de un mayordomo negro de la Casa Blanca. Precisamente por esa vocación de llegar a todas partes, acaba ofreciendo demasiado poco de todo. Pinceladas, momentos muy buenos, otros no tan buenos y un gran actor protagonista, Forest Withaker. Pero el gran problema que tiene la película, además de un final simple y propagandístico, es que nunca llega a emocionar. Es más atractivo el impresionante reparto que va desfilando por la pantalla o la caracterización de los diferentes inquilinos de la Casa Blanca que el drama racial que subyace en esta historial real. Y eso acaba por minimizar demasiado el impacto de una película que cumple con lo esperado en el cine de Daniels.
El principal aliciente de El mayordomo es, paradójicamente, su mayor defecto. La película es un continuo carrusel de personajes, con el eje principal del presidente de los Estados Unidos, empezando en Eisenhower y finalizando en Ronald Reagan. Todos esos años son los que Cecil Gaines (Forest Whitaker) sirvió como uno de los mayordomos de la Casa Blanca. Y es ese desfile de presidentes uno de los aspectos que más se disfruta. Robin Williams como Eisenhower, James Marsden como Kennedy, Liev Schreiber como Johnson, John Cusack como Nixon y Alan Rickman como Reagan. Y aún más, las primeras damas: Minka Kelly como Jackie Kennedy y Jane Fonda como Nancy Reagan. Pero el desfile de actores no acaba ahí: Mariah Carey en un extraño papel como la madre de Cecil, Vanessa Redgrave como la mujer que convierte a Cecil de niño en un criado doméstico, Cuba Gooding Jr. y Lenny Kravitz como otros mayordomos de la Casa Blanca, y con Oprah Winphrey interpretando a la mujer de Cecil y Terrence Howard a un amigo y vecino.
Muchos nombres, muchas caras, muchos personajes, muchos temas y poca concreción. Porque la película va oscilando entre un drama racial (en un tono diametralmente opuesto al de Criadas y señoras pero con objetivos similares), una historia personal (la de Cecil con su propia familia, sus dos hijos, su mujer) y un relato histórico (incluyendo no sólo a la élite política que ocupaba la Casa Blanca, sino también a Martin Luther King). Y, claro, hay momentos muy logrados y otros bastante menos trascendentes en cada una de las historias que quiere mezclar Daniels. Por eso, el resultado acabo siendo tremendamente irregular. La entrada y salida de los actores y personajes animan el resultado, pero sólo cuando aparecen. No se termina de percibir una homogeneidad en su conjunto porque Daniels repite técnicas (el montaje paralelo, el uso emocional de la música) y no sujeta los saltos en el tiempo suficientemente bien. Hay grandeza por momentos, pero no en el conjunto.
El mayordomo encuentra el principal problema en la sensación que deja al final. Porque sus últimos minutos rozan el panfleto político, con vías emocionales fáciles y trilladas. Y formará parte de la historia real en la que está basado el filme, pero no funciona. De alguna manera, eso se lleva por delante algunos momentos brillantes que impulsan a pensar que la película puede crecer mucho (el ataque de Ku-WinKlux-Klan, la escena de Nancy Reagan, la cena familiar en la que el hijo mayor regresa a casa). El enorme esfuerzo de Forest Whitaker, uno más en una película sustentada de una forma descarada en el personaje protagonista, es lo mejor de la película junto con las breves apariciones de tantos y tantos actores conocidos y personajes históricos. Y es una historia que pide a gritos emocionar en muchos momentos... pero no lo termina de conseguir. Es un formidable retrato histórico y es gozoso ver el trabajo, por reducido que sea, de los actores que interpretan a los personajes reales (y Alan Rickman puede ser el mejor sin problema). Pero algo falla. Y eso, siendo una película de Lee Daniels, tampoco sorprende demasiado.
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