sábado, mayo 26, 2012

'Men in Black 3', eficaz y olvidable divertimento

Han pasado diez años desde que se estrenó Men in Black 2, que as u vez llegó a los cines cinco años después que Men in Black. Entonces, en 1997, narrar las andanzas de estos hombres de negro, una agencia secreta norteamericana que se dedicaba a detener a los criminales alienígenas en la Tierra, fue un concepto simpática. Hoy parece algo superado, pero sigue siendo un divertimento digno y eficaz. Algo olvidable precisamente porque ya no esconde ni ofrece sorpresa alguna y porque esta segunda secuela sabe de sus limitaciones y se vuelca en el humor por encima de cualquier otro aspecto. Quizá incluso haya algo de cansancio, lo que explica por qué la historia obliga a buscar un sustituto a Tommy Lee Jones durante buena parte del metraje. Y es que aquí, por si quedaba alguna duda, la estrella ya es Will Smith. Lo mejor, insisto, es que es digna, cosa que no pueden decir todas las secuelas de películas de éxito que llegan con tanto retraso. Lo peor, que no hay nada nuevo en el horizonte y que la historia es muy, muy pequeña.

La eficacia de Men in Black 3 pasa por el hecho de que tiene momentos divertidos, por el disfrute de ver a Will Smith y Tommy Lee Jones retomando sus personajes de forma identificable, como si, en realidad, no hubieran pasado los quince años que han transcurrido desde la primera película de la serie cinematográfica (no olvidemos que está basada en un cómic y que, posteriormente, hubo una serie de dibujos animados). Pero son esos quince años el principal problema de la cinta. A estas alturas, no hay muchas explicaciones narrativas que justifiquen esta secuela y sus responsables parecen tenerlo tan claro que no han dudado en reemplazar a uno de los dos actores protagonistas para abordarla. ¿La excusa? Un viaje en el tiempo, y así el personaje ya puede interpretarlo otro actor más joven. Ya en las escenas en el presente da la sensación de que a Tommy Lee Jones le han quitado arrugas digitalmente. Lo que es innegable es que colocar a Josh Brolin es un acierto de casting.

Brolin, aunque lejos, muy lejos, de sus mejores papeles, es un actor interesante y le da un toque diferente a la dinámica entre J y K, fiel a lo que ya se había visto en las dos primeras películas y a la vez con un poco de frescura. Eso es, en realidad, lo mejor que ofrece Men in Black 3. Puede parecer absurdo, pero a Will Smith se le ve ya algo mayor para el tono juvenil de su personaje, que se mantiene intacto sobre el papel. La presencia de Emma Thompson no hace sino confirmar otra de las tendencias actuales de Hollywood y sus películas llamadas a ser éxitos, la de colocar actores conocidos más por otras facetas de sus carreras en personajes secundarios, casi de relleno. Y sí, tiene cierta gracia ver en las pantallas a pretendidos alienígenas encubiertos entre los personajes más famosos de la actualidad, pero tenía más cuando se hizo el chiste por primera vez en la película que dio origen a lo que ya es una trilogía. Así, la única gran novedad a agradecer es el escenario histórico en el que se desarrolla el modesto clímax de la película, y es que Hollywood sabe rendir homenajes de vez en cuando a su propia historia.

Esta tercera parte asume desde el principio que es una película pequeña, comparada con las dos anteriores y también con el blockbuster veraniego de Hollywood en la actualidad. El malo de la función, interpretado por el cómico y cantante Jemaine Clement, lo evidencia desde el principio. Sí que hay una invasión alienígena de fondo (que se ve minimizada a lo bestia por el gran superespectáculo del año, Los Vengadores, e incluso por el final de la tercera entrega de Transformers, con las que no hay comparación posible), pero es una historia muy pequeña y personal la que se cuenta en esta secuela. Y el añadido del 3D supone otra sospecha más sobre el oportunismo de este filme y de sus verdaderos objetivos. Claro, luego no deja de ser una película de Men in Black, trufada de detalles que son simpáticos, algunos relativos a las dos películas anteriores (aunque no es imprescindible verlas, ni siquiera conocerlas, para entender esta historia), y eso suaviza el juicio final a Men in Black 3. Pero es evidente que es una película para fans de la saga o de los actores, porque parece difícil que enganche a alguien nuevo.

viernes, mayo 18, 2012

'Profesor Lazhar', hermosa reflexión sobre la muerte

Si hay un miedo más que presente antes de ver Profesor Lazhar es que la presencia de tantos niños ablande el análisis, infantilice el mensaje y reduzca el efecto de la película. Basta la primera escena para disipar esas dudas por completo y comprobar que no es así, que estamos ante una historia madura y serena, reflexiva y emotiva. Profesor Lazhar, la película canadiense que se quedó a las puertas del Oscar al mejor filme de habla no inglesa en la pasada edición de los Oscar, es una hermosa reflexión sobre la muerte, sobre la tragedia y sobre las consecuencias de nuestros actos. Hermosa, y no sólo por el más que correcto trabajo de un numeroso reparto infantil, sino también por la lograda interpertración de su protagonista, el argelino Fellag y la más que competente labor de Philippe Falardeau como guionista y como director, que sabe encontrar momentos para el drama y momentos para la comedia sin caer en sensiblerías facilonas y sin ofrecer respuestas a problemas que en la vida real no las tiene.

Profesor Lazhar empieza con un puñetazo en el estómago. Y no tarda en revelarse como una película de tragedias cruzadas. La de ese profesor de origen argelino que va a parar a un colegio público de Montreal (fabuloso, carismático y muy creíble Fellag), la de toda una clase que pierde a su profesora en dramáticas circunstancias y en especial la de dos de esos niños, por un lado Alice, una chiquilla inteligente, perspicaz y más adulta de lo que se presupone a su edad por las continuas ausencias de su madre, y por otro Simon, un pequeño de compleja personalidad y temores ocultos que acabarán estallando en el momento más insospechado. El filme no sólo trata sobre tragedias, sino también de la forma de encararlas que tenemos cada uno y cómo los secretos que guardamos pueden impedir la naturalidad a la hora de afrontar una muerte inesperada. Hablar de estos temas con un reparto plagado de niños, insisto, tiene un mérito incuestionable.

Falardeau demuestra inteligencia ya desde esa primera escena que marca el tono de la película, muy bien rodada, una espléndida presentación de los niños protagonistas.Y la sigue mostrando a lo largo de todo el filme, dando información poco a poco, sin agobiar y sin presionar una narrativa sosegada, sin descansar la estructura de la película en la necesidad de sorpresa sino en el fluir sereno de la vida cotidiana. Lo que pasa en la pantalla pasa porque tiene que pasar, como resultado de un proceso de desarrollo en los personajes, humanos y creíbles todos ellos, desde los protagonistas a los secundarios como el profesor de gimnasia, la madre de Alice o el niño árabe, que se convierten en figuras de carne y hueso en la mente del espectador a pesar de tener poco tiempo en pantalla. Con todos ellos se crea un univeso singular en el que cada pieza tiene algo importante que decir para sanar las heridas que tienen los corazones de los protagonistas. Heridas dolorosas, heridas realistas, heridas que emocionan.

No es Profesor Lazhar una película que quiera parecerse, precisamente, a El club de los poetas muertos. Ni siquiera a Hoy empieza todo. El foco no está en la enseñanza. De hecho, la situación personal del protagonista me ha recordado más a Mumford, esa pequeña gran película de Lawrence Kasdan que casi nadie recuerda (y cuyo argumento, porque en su comparación desvela algo de la historia de este filme canadiense, no recomiendo consultar antes de ver Profesor Lazhar) que a cualquier otra película con profesor carismático de por medio. En realidad, Profesor Lazhar me suena diferente y auténtica, conmovedora y divertida. Y es, al mismo tiempo, una película que no se sustenta sólo en sentimientos, por poderosos que estos sean a lo largo de la poco más de media hora que dura el filme. Se sustenta también en las bases del cine, en una sabia colocación de la cámara, en una bonita planificación y en un buen trabajo de diseño producción, que hace que los escenarios transmitan tanto como los sucesos. Una buena película, de esas que permanecen en la cabeza y obligan a pensar los temas de los que trata.

lunes, mayo 14, 2012

'Sombras tenebrosas', Tim Burton sigue perdido

Después del enorme fiasco que supuso Alicia en el País de las Maravillas en la carrera de Tim Burton, su siguiente película, Sombras tenebrosas, adquirió de repente una importancia capital en su filmografía. Había que juzgar si el sorprendente y personal autor seguía teniendo ese toque que le permitió convertirse en uno de los grandes fabulistas del cine contemporáneo y éste parecía el título clave para hacerlo. Pero Sombras tenebrosas no resuelve las dudas. Es un paso adelante desde Alicia, una leve recuperación, eso es indudable, pero parece obra del personaje que Tim Burton ha querido hacer de sí mismo más que del director que es capaz de ser. Parece una obra de la que este mismo director habría sido capaz de sacar mucho más partido en los años 80 que ahora. Y aunque da la sensación a priori de ser un material perfecto para él, gótico, siniestro y macabramente divertido, se queda en la reafirmación de que es un artista visual como hay pocos en el cine moderno, pero olvidando la importancia de la historia y de los personajes, escasos a todas luces.

Sombras tenebrosas está basada en una serie de culto de los años 60. No es que eso sea especialmente importante en la filmografía de Burton, que en numerosas ocasiones ha sabido sacar partido a un material ajeno. En esta ocasión, no obstante, sólo lo consigue a ratos. Por el material que tiene entre manos y por el enfoque que quiere darle, da la impresión de que Tim Burton quiere repetir las sensaciones que le dejó Bitelchús, su segundo filme, una historia fantástica con toques cómicos, con un protagonista central masculino y un potente reparto femenino. Pero se queda lejos, muy lejos, de la frescura que emanaba aquel divertimento freak que protagonizó Michael Keaton. Tiene Sombras tenebrosas escenas logradas, como el buen prólogo con el que arranca, pero el conjunto se antoja frío y bastante desaprovechado. Parece un título equivocado en este momento de su carrera, una fórmula de la que podría haber sacado un resultado mucho mejor hace años y, por todo ello, un producto desilusionante. Pasable para cualquier neófito, pero no para los que esperábamos el resurgir de Burton.

La película, que no ha tenido demasiada promoción previa y las sospechas de los motivos no son demasiado halagüeñas, cuenta la historia de Barnabas Collins, un vampiro que ha pasado doscientos años en un ataúd, encerrado por una bruja que decide lanzarle una maldición por no haberse enamorado de ella y sí de otra mujer. Cuando sale de su inusual prisión se encuentra en el año 1972. Evidentemente, el contraste entre lo que conoce un aristócrata del siglo XVIII y la realidad de los años 70 del siglo XX es el motor cómico de la película, aunque para ello abuse de tópicos como el de los hippies. Aunque Burton parece acomodado en esas escenas de comedia gótica, lo cierto es que lo mejor de Sombras tenebrosas está justo en el lado opuesto, en la historia de fantasmas. Apoyado en la música de Danny Elfman (él siempre mantiene su sobreslaiente talento en cada colaboración con Burton), crea una lograda ambientación. Ahí los excesos de Burton sí encajan. Pero la película falla porque, a la endeblez de la historia, hay que añadir un flojo desarrollo de los personajes que hace moverse al filme en una montaña rusa de altibajos difícil de asimilar.

Son muchos los motores de Sombras tenebrosas que no encuentran un desarrollo adecuado. Parece iniciarse como una trágica historia de amor, pero sólo se recuperan esos elementos de vez en cuando. Se configura después como una historia iniciática de la joven Victoria Winters (Bella Heathcote), pero el personaje desaparece de la narración durante incontables minutos. Parece después un duelo entre mujeres (duelo de bellezas y talento a cargo Michelle Pfeiffer y Eva Green, con el añadido de una más comedida que de costumbre Helena Bonham Carter y una Chlöe Moretz más entonada en muchos momentos que sus compañeros de reparto) con un hombre en el centro (Johnny Depp), pero tampoco termina de asentarse esa concepción. Y cuando termina la película es difícil saber de qué va realmente Sombras tenebrosas, más allá de ser un nuevo ejercicio de virtuosismo visual como tantos otros que ha ofrecido Burton a lo largo de su carrera. Si se da cuenta de que se deja por el camino a sus actores, muy esforzados en sacar algo productivo pero sin demasiado a lo que agarrarse, alguien tendría que recordarle que ahí, tanto como en su imaginería visual, es donde estaba el atractivo de su cine.

Porque cada instante y cada personaje de Bitelchús, Eduardo Manostijeras, Batman, Ed Wood o Big Fish tenía atractivo, tanto en las páginas del guión como en el cuaderno del diseñador de vestuario o en las ilustraciones del propio Burton. Pero en Sombras tenebrosas no sucede y demasiadas cosas caen en el olvido con una facilidad inhabitual en las películas de este director. Cansa ya ver a Johnny Depp prácticamente fotocopiando sus personajes de una película de Burton a otra (y eso que aquí está mejor que en Alicia o en Charlie y la fábrica de chocolate), y es una pena ver que los personajes de la siempre maravillosa Michelle Pfeifer o la cada vez más prometedora Chlöe Moretz están tan poco desarrollados y mal encajados en la historia sin demasiado talento. Sólo la sensual malvada de Eva Green adquiere cierta entidad, aunque la rocambolesca escena de sexo, paradigma de todo lo que falla en esta película, y el exagerado final (¿no recuerdan muchas cosas, aunque sea superficialmente a la entretenidísima Stardust?) acaban por romper la escasa magia conseguida hasta ese punto. Tim Burton vuelve a decepcionar. Menos que en Alicia porque Sombras tenebrosas se deja ver. Pero al genio de Burbank se le añora en las dos horas largas que dura esta película.

miércoles, mayo 09, 2012

'Battleship', infumable remedo de 'Transformers', 'Independence Day'... y un juego de mesa

Esto es lo que pasa cuando tienen el éxito que tienen películas como Transformers, y sus secuelas, cada una peor que la anterior y todavía amenaza Michael Bay con una cuarta entrega. ¿Y qué pasa? Pues que siempre sale algún entendido en marketing que se cree que ha encontrado la gallina de los huevos de oro y quiere fotocopiarla para seguir ganando dinero. Battleship es heredera directa de Transformers, en su ¿estilo? y en su ¿historia? Pero, es además, una mezcla de varios centenares de tópicos, de películas como Independence Day (vapuleada en su día pero que ahora, casi dos décadas después, igual ya se puede decir que era la más honesta y divertida de todas estas megasuperproducciones infantiloides) y, lo que faltaba por oír, de un juego de mesa. Pásmense los que no lo sepan todavía, Battleship es la adaptación a la gran pantalla de lo que en España se conoce como hundir la flota. Eso sí, el modo en el que los guionistas logran incluir las características del juego en la película es algo digno de ver.

Ver una película como Battleship sin tener claro de antemano que se va a ver un filme malo de solemnidad es un craso error. La clave para salir más o menos cabreado de su visionado es directamente proporcional a las vueltas que le queramos dar a la cabeza con este subproducto multimillonario. Será que me puede la ingenuidad, pero sigo convencido de que es posible hacer un cine épico y espectacular que no tome al espectador por un imbécil descerebrado, que es lo que hace Battleship desde el principio hasta el final, desde el facilón homenaje patriotero a los veteranos de guerra a la imprescindible inclusión de personajes tan variopintos como la rubia ex modelo de prominente escote y camiseta de tirantes (Brooklyn Dekker), el secundario cómico supuestamente inteligente, el protagonista bueno para nada que acaba salvando al universo y ganándose el reconocimiento del mundo entero (Taylor Kitsch), o el negro de turno (aquí encima con el añadido de no tener piernas, lo que añade una segunda minoría a contentar). Como los tiempos cambian, ya es necesario dar un toque de globalización y amistad entre razas y naciones.

Llama la atención que Battleship haya tenido un razonable éxito de taquilla, sobre todo si tenemos en cuenta que el otro gran vehículo de acción que protagoniza este año Taylor Kitsch, John Carter, ha sido un rotundo fracaso tanto de crítica como de público. Y, la verdad, las aventuras del héroe de Edgar Rice Burroghs en Marte son infinitamente más entretenidas que las de este combate de hundir la flota. Kirsch sigue siendo un actor que no transmite carisma a sus personajes, ni siquiera aunque aquí Peter Berg se tome una larguísima media hora en presentarle, con todas sus torpezas y debilidades para que al final nos asombremos aún más de sus hazañas. Battleship también confirma que este tipo de cine debe de dar mucho dinero a sus intérpretes. Si no, es imposible entender la presencia de Liam Neeson. O la de Rihanna, a la que le vendría mucho mejor volcarse en una carrera artística suficientemente satisfactoria con la música que tener papeles tan lamentables (y multiusos, sabe hacer de todo) como éste.

Visualmente sí es una película medianamente digna. Los efectos, al nivel de lo esperado, cumplen razonablemente bien. Pero ni las naves ni las criaturas aportan algo novedoso o arriesgado. Tanto se parece todo a Transformers que, en realidad, parece un intento de Hasbro de continuar al éxito de los robots transformables sin necesidad de depender de Michael Bay. Reconozco que encontré memorable un detalle: la forma en la que han adaptado los pivotes con los que marcábamos los tocados en nuestros barcos. Ese "memorable" seguramente se puede tomar por el lado más irónico, para qué nos vamos a engañar. Sobre todo si tenemos en cuenta que el lamentable guión de Jon y Erich Hoeber (no es extraño que su anterior trabajo sea RED) deja una historia mediocre y unos diálogos lamentables, que van desde el trilladísimo "no me alisté para esta mierda" que suelta el militar de turno hasta el "esta es una idea estúpida" que se convierte en el mejor resumen posible de esta película, insisto, adaptación al cine de hundir la flota. Con eso está todo dicho.

lunes, mayo 07, 2012

'Los diarios del ron', escasa radiografía del vicio exótico

Tenía ciertos alicientes esta Los diarios del ron, pero casi todos se quedan escasos. Apetecía ver a Johnny Depp en un papel alejado de sus Piratas y demás vicisitudes palomiteras, y más encabezando un reparto alejado del estrellato pero con nombres y rostros más que conocidos. Sin ser un director especialmente brillante, había curiosidad por ver qué hacía Bruce Robinson nada menos que veinte años después de su anterior película (Jennifer 8, de 1992). Y siempre parece atractiva la historia de un periodista, y más en los conflictivos años 60 y en un entorno exótico como es Puerto Rico. Pero la verdad es que la película se queda a medias en casi todo. Quiere ser una radiografía del vicio, de todo tipo de vicios (lo que quiere decir, alcohol, droga, juego y mujeres) y se queda en una simple historia más de un americano perdido en un escenario exótico, que no engancha ni enamora. Visible, pero lejos de ser lo que pretendía.

Investigando, uno puede encontrar fácilmente la historia de Hunter S. Thompson, un periodista que creó una nueva forma de reporterismo, la de introducirse en sus investigaciones hasta el punto de convertirse en protagonistas de las mismas. Desconozco el grado de fidelidad de Los diarios del ron con respecto al original literario, que Thompson escribió en los años 60 pero no consiguió publicar hasta 1998, o la autobiografía que pueda contener el libro, pero no se vislumbra en la película el interés que tiene esa definición del periodista, a pesar de tocar levemente esa concepción de la profesión. Lo que se ve, en cambio, es el retrato de un tipo en realidad bastante anodino y lejos del carisma, rendido al alcohol, malviviendo en Puerto Rico porque no sería capaz de estar en aquel momento en ningún otro sitio y con la inevitable sensación de que acabará inmerso en un triángulo amoroso que terminará por destruir lo poco o lo mucho que tenga construido en Puerto Rico.

Con Johnny Depp me sucede algo curioso. En los últimos años el mundo entero parecido rendido a su trabajo, y es justo ahora cuando menos interesante me parece. De sus colaboraciones con Tim Burton, me quedo con las primeras (Eduardo Manostijeras por encima de todas las cosas), no le veo la gracia a su Jack Sparrow de los archifamosos y para mí sobrevalorados Piratas del Caribe, y no me termina de convencer en prácticamente ninguna de sus películas más recientes (y, como ejemplo, la aburridísima The Tourist). Sí que es cierto que en algún momento consigue meterse de lleno en la piel de Paul Kemp, un escritor fracasado que se mete a periodista en Puerto Rico, pero también es fácil confundir al Depp de Los diarios del ron con el The Tourist, La ventana secreta o cualquier otra película en la que no tenga que llevar encima una gruesa capa de maquillaje. Con una interpretación memorable, Los diarios del ron podría haberse sostenido en su actor principal. Depp no consigue ese objetivo.

Y no lo consigue porque, en realidad, el guión es bastante tópico. Los personajes, más allá de ofrecer alguna rocambolesca y divertida situación (la recuperación del coche destrozado), se dibujan entre el estereotipo y la indefinición. Y no importa que el reparto lo formen interesantes actores como Aaron Eckhart o Richard Jenkins, que cumplen sobradamente con lo poco que tienen, porque no hay mucho que rascar. En realidad, lo único que parece funcionar es el atractivo sexual y la dinámica de seducción que ejerce el personaje de Amber Heard sobre casi todos los personajes y, por qué no decirlo, sobre el espectador. Tópico, desde luego, ya sea como motor de las ilusiones de Paul Kemp (sí que existe química con Johnny Depp) o como reclamo para el espectador (en su más que sensual baile con un portoricense), pero es de largo lo que mejor funciona en la película. También dentro del tópico y dejando una muy mala resolución para el personaje, pero funciona por momentos.

Pero es, insisto, lo único que acaba mereciendo la pena. Los diarios del ron va prometiendo casi en cada escena un avance de la historia que pueda enganchar pero nunca termina de ofrecerlo. Y así se queda en un mosaico de exotismo y vicio, que pasa de mostrarnos a un protagonista resacoso a otro enganchado a una mujer contra la que sus amigos le advierten, que nos lo enseña enganchado a las apuestas locales, las de las peleas de gallos, y ligeramente los problemas de integración en el país, que pasa de ser un tipo al que todo le da igual a convertirse en un periodista cargado de idealismo injustificado. Muchos vaivenes y poca concreción tiene esta película que, lejos de aburrir gracias a su insatisfecha promesa de algo mejor y algún que otro momento interesante, tampoco consigue engancharse en la memoria por encima del resto de historias de un americano intentando vivir en un lugar más o menos perdido o de cualquier película que plantee un triángulo amoroso en escenario parecido a éste.

viernes, mayo 04, 2012

'Los juegos del hambre', flojísimo, fallido y nada valiente entretenimiento juvenil

A día de hoy, coloco con cierto pesar Los juegos del hambre como la película más decepcionante del año. Digo con cierto pesar porque tenía razonables expectativas en encontrar un filme entretenido. La legión de fans que tienen tanto la novela como probablemente la película seguro que no están de acuerdo conmigo en mi valoración final, pero, sin haber leído el original literario de Suzanne Collins, no he sido capaz de encontrar prácticamente nada salvable en una película muy floja en todos sus planteamientos, fallida a la hora de hacer creer lo que está contando y nada valiente, por no decir directamente cobarde, en su conclusión. Eso último, imagino, no es culpa del filme, claro, pero no deja de disminuir el ya de por sí flojísmo impacto que provoca la película. Habrá quien contraponga a estos argumentos que es un entretenimiento juvenil y que no hay que pedirle más. Pero es que se tiende a usar esa calificación como una disculpa. Hay docenas de entretenimientos juveniles que son mucho más sólidos, coherentes y notables que éste.

No es fácil escoger qué aspecto es más decepcionante en la película porque son muchos los que no llegan a un mínimo exigible. Quizá lo más indicado sea empezar por el mismo planteamiento de la película. Por poco original que sea, y referentes tienes a patadas, es interesante y abre muchas posibilidades narrativas y visuales. Tras una guerra, el Capitolio, una especie de gobierno absolutista a lo 1984, se impone sobre los doce distritos que quedan tras el conflicto. Para recordar esos días oscuros, cada año se organizan los juegos del hambre, en los que doce chicos y otras tantas chicas de entre doce y dieciocho años (todos menos una, aparte de ser sanos, atléticos, guapos y perfectos, ya es casualidad, parecen en realidad de dieciocho o más), eligidos por sorteo en cada distrito, se miden en un combate a muerte a lo El malvado Zaroff, convertido en un espectáculo televisado a lo Perseguido con ciertos toques de El show de Truman. Gary Ross, cuyas dos anteriores películas (Pleasantville y Seabiscuit) eran mucho más entretenidas y valientes que Los juegos del hambre, no consigue en ningún momento transmitir lo mal que se vive en esos doce distritos, no explota las vertientes sociales de la historia y se limita a convertir la supuesta opulencia del Capitolio en un colorista y extravagante desfile de moda.

Pensar que la Katniss que interpreta Jennifer Lawrence es una chiquilla de 16 años que lucha por su supervivencia día tras día exige un ejercicio de ingenuidad enorme. No es culpa suya, pero yo veo a una muchacha saludable, no a alguien que sufre por sobrevivir, ni siquiera herida, sola y en pleno bosque. Como también parece inverosímil encontrar la crudeza de lo que tendría que ser un crudo y violento retrato sobre la naturaleza humana. Falla la película (no sé si también la novela) a la hora de crear las condiciones que hagan creíble esos juegos. No hay trasfondo para ninguno de los personajes ni, por supuesto, para el que se supone que ejerce de villano de la función. No importa lo más mínimo, porque no se genera la suficiente empatía, quién va muriendo y quién va sobreviviendo, además de que la película se entrega a las elipsis con una comodidad insuficiente. Y, para colmo, Gary Ross se equivoca por completo a la hora de filmar las escasas escenas de acción que tiene la película, en las que no deja de mover la cámara hasta hacer imposible saber lo que está sucediendo. Es más sencillo esperar a que acabe la pelea en cuestión y saber quién queda en pie.

Lo cierto es que la película tiene un problema narrativo enorme. Para la historia que quiere contar le falta muchísima información, sobre los personajes, sobre los antecedentes, sobre los mismos juegos (cuyas normas van cambiando sobre la marcha y exigiendo al espectador que lo asuma como normal). Pero, al mismo tiempo, tiene una excesiva duración de 142 minutos que no se justifica en absoluto por lo que aparece en pantalla. Seguramente se deba al mismo afán que tienen todas estas franquicias cinematográficas basadas en novelas juveniles de éxito de querer meterlo todo en la pantalla, aunque el lenguaje del cine diga que no es lo indicado. Hay cuantiosas escenas que uno no sabe muy bien para qué están en la película, si no es más que para ir haciendo desfilar a un elenco de secundarios notable en cuanto a nombres y pasable en cuanto a trabajo interpretativo (un sobreactuado Stanley Tucci, un sereno Donald Sutherland, un sorprendentemente comedido Woody Harrelson, una Elizabeth Banks devorada por el maquillaje, un figurante Toby Jones...). Las actuaciones, también de los más jóvenes que tienen cierto papel (sobre todo Josh Hutcherson), son de hecho de lo más convincente de la película, pero nada del otro mundo.

Y junto al problema narrativo, hay un evidente problema de valentía. Una historia así, incluso hecha desde un enfoque juvenil, requería algo más. Puede que ya desde la novela, pero sobre todo en la película. Juvenil se identifica ahora con poco inteligente y no acabo de entender por qué. Con un par de hilillos de sangre y un par de heridas (que, por supuesto, se curan con facilidad), se pretende justificar un juego en el que tienen que morir todos los integrantes menos uno, lo que no deja de ser curioso. El escaso riesgo se ve, además, en los medios empleados en la película, muy escasos, sabedores los productores de que están ante un caballo ganador antes incluso del estreno. Los juegos del hambre es un producto fallido, cómodo y de escasa calidad. De no proceder de una franquicia literaria de éxito entre los más jóvenes, lo más normal es que esta película no hubiera contado con actores conocidos ni tampoco hubiera generado la expectación o el éxito que ya está teniendo. Supongo que el libro ha generado entre sus aficionados el deseo de ver la película, pero a mí la película no me motiva para embarcarme en el original en papel. Es una inmensa decepción.

Aquí las fotos de Jennifer Lawrence cuando acudió a presentar la película en Madrid.

martes, mayo 01, 2012

'La maldición de Rookford', un apreciable "casi"

La maldición de Rookford casi consigue ser una estupenda película de terror. Y es "casi" porque en su tramo final cae en errores bastante habituales: la necesidad de un giro argumental (¿sorprendente?), la justificación de absolutamente todo lo que sucede y las incoherencias de siempre a la hora de cerrar la historia. Se pierde así, en el tramo final, lo que llevaba camino de ser una notable película de terror y misterio, llevada con elegancia y categoría, magníficamente bien interpretada especialmente por una magnética Rebecca Hall y con una atmósfera muy lograda. Empieza a sonar a excusa trillada que habría que superar, pero quizá esos errores se deban a que su director, Nick Murphy, debuta aquí en el mundo del largometraje tras su paso por el documental y la televisión. En todo caso, un entretenido relato que a ratos pone los pelos de punta y que deja alguna que otra escena para recordar.

Llegamos al punto de contar el argumento de la película y, como suele suceder, resultado del todo imposible son destripar algo importante. Las sinopsis oficiales, que yo no he leído hasta después de ver el filme, ya destrozan la primera escena, que además es una de las mejores. Así que sólo cabe decir que estamos ante una historia de fantasmas que acontece en una mansión reconvertida en internado. Más aún, yo diría que es un relato sobre el miedo. Y no tanto un miedo sobrenatural sino sobre el miedo que cada uno de nosotros es capaz de sentir en su fuero interno, y que en La maldición de Rookford adquiere numerosas manifestaciones. La historia, eso sí se puede decir sin temor a arrepentirse de nada, tiene lugar en la Inglaterra de 1921, y toma como base social las incontables pérdidas de vidas que sufrió el país en la Primera Guerra Mundial. Ya desde los rótulos que abren la película eso se convierte en una poderosa influencia.

En este contexto, la decisión más inteligente de Murphy, coguionista además de director, es dar el protagonismo a una mujer, aprovechándose precisamente de la coyuntura social del primer cuarto del siglo XX. Son sutiles e inteligentes las referencias a lo importancia que tiene para una mujer haber recibido una educación superior o no tener hijos, porque sirven para construir el personaje de Florence Cathart. Rebecca Hall llena de profundidad la bien construida carcasa de dicho personaje. Es una actriz magnética, poseedora de una belleza alejada de los cánones más habituales del cine contemporáneo y eso, probablemente, es lo que ha retrasado a esta película su primer papel principal, después de haber sido una más que interesante presencia en títulos del último lustro como The town, El desafío. Frost contra Nixon o, digan lo que digan es como lo veo, la mejor actriz de la aburrida Vicky Cristina Barcelona.

La película se construye sobre Hall, y ella hace algo más que aguantar el tipo. A ella hay que agradecer que crezcan algunas escenas, en especial las primeras de la película, donde todavía no se ha desatado el misterio que nos ocupará durante casi dos horas, en las que sienta las bases emocionales de su personaje. A partir de ahí, todo es más fácil. Luego encuentra buen respaldo en Dominic West (tiene algo interesante aquí el protagonista de The Wire), Imelda Staunton (Dolores Umbridge en la saga de Harry Potter) y el joven Isaac Hemptead Wright (sí, su cara suena porque es Bran Stark en la serie de Juego de tronos). También en el escenario escogido para el relato. Y también en la suave atmósfera que se construye para la película, alejada de los tan aborrecibles sustitos (aunque alguno también hay... y el último además es de los que desvirtúa muchos de los logros del filme) del cine de terror contemporáneo.

Como con toda película moderna del género, qué lejos quedan en realidad los clásicos de terror, el crecimiento de las incoherencias es mayor cuanto más tiempo va transcurriendo desde el visionado. Es decir, que hay trampas y agujeros bastante visibles, negarlo sería absurdo. Pero lo cierto es que durante la proyección sí se siente miedo. ¿Y no es ese, al fin y al cabo, el objetivo de la película? Pues lo consigue, y por eso hay que agradecerlo. Lo dicho, con algunas trampas y con aspectos manifiestamente mejorables. Pero si La maldición de Rookford (por cierto, nuevo título del filme en España, que iba a titularse El despertar) sirve para que alguien vea que una mujer tan interesante como Rebecca Hall puede protagonizar una película y no sólo poner interés desde papeles secundarios, habrá que dar por bien empleado el esfuerzo. Por ella, por un comienzo tan inteligente como cínico y, sobre todo, por la inquietante escena de la casa de muñecas.