La maldición de Rookford casi consigue ser una estupenda película de terror. Y es "casi" porque en su tramo final cae en errores bastante habituales: la necesidad de un giro argumental (¿sorprendente?), la justificación de absolutamente todo lo que sucede y las incoherencias de siempre a la hora de cerrar la historia. Se pierde así, en el tramo final, lo que llevaba camino de ser una notable película de terror y misterio, llevada con elegancia y categoría, magníficamente bien interpretada especialmente por una magnética Rebecca Hall y con una atmósfera muy lograda. Empieza a sonar a excusa trillada que habría que superar, pero quizá esos errores se deban a que su director, Nick Murphy, debuta aquí en el mundo del largometraje tras su paso por el documental y la televisión. En todo caso, un entretenido relato que a ratos pone los pelos de punta y que deja alguna que otra escena para recordar.
Llegamos al punto de contar el argumento de la película y, como suele suceder, resultado del todo imposible son destripar algo importante. Las sinopsis oficiales, que yo no he leído hasta después de ver el filme, ya destrozan la primera escena, que además es una de las mejores. Así que sólo cabe decir que estamos ante una historia de fantasmas que acontece en una mansión reconvertida en internado. Más aún, yo diría que es un relato sobre el miedo. Y no tanto un miedo sobrenatural sino sobre el miedo que cada uno de nosotros es capaz de sentir en su fuero interno, y que en La maldición de Rookford adquiere numerosas manifestaciones. La historia, eso sí se puede decir sin temor a arrepentirse de nada, tiene lugar en la Inglaterra de 1921, y toma como base social las incontables pérdidas de vidas que sufrió el país en la Primera Guerra Mundial. Ya desde los rótulos que abren la película eso se convierte en una poderosa influencia.
En este contexto, la decisión más inteligente de Murphy, coguionista además de director, es dar el protagonismo a una mujer, aprovechándose precisamente de la coyuntura social del primer cuarto del siglo XX. Son sutiles e inteligentes las referencias a lo importancia que tiene para una mujer haber recibido una educación superior o no tener hijos, porque sirven para construir el personaje de Florence Cathart. Rebecca Hall llena de profundidad la bien construida carcasa de dicho personaje. Es una actriz magnética, poseedora de una belleza alejada de los cánones más habituales del cine contemporáneo y eso, probablemente, es lo que ha retrasado a esta película su primer papel principal, después de haber sido una más que interesante presencia en títulos del último lustro como The town, El desafío. Frost contra Nixon o, digan lo que digan es como lo veo, la mejor actriz de la aburrida Vicky Cristina Barcelona.
La película se construye sobre Hall, y ella hace algo más que aguantar el tipo. A ella hay que agradecer que crezcan algunas escenas, en especial las primeras de la película, donde todavía no se ha desatado el misterio que nos ocupará durante casi dos horas, en las que sienta las bases emocionales de su personaje. A partir de ahí, todo es más fácil. Luego encuentra buen respaldo en Dominic West (tiene algo interesante aquí el protagonista de The Wire), Imelda Staunton (Dolores Umbridge en la saga de Harry Potter) y el joven Isaac Hemptead Wright (sí, su cara suena porque es Bran Stark en la serie de Juego de tronos). También en el escenario escogido para el relato. Y también en la suave atmósfera que se construye para la película, alejada de los tan aborrecibles sustitos (aunque alguno también hay... y el último además es de los que desvirtúa muchos de los logros del filme) del cine de terror contemporáneo.
Como con toda película moderna del género, qué lejos quedan en realidad los clásicos de terror, el crecimiento de las incoherencias es mayor cuanto más tiempo va transcurriendo desde el visionado. Es decir, que hay trampas y agujeros bastante visibles, negarlo sería absurdo. Pero lo cierto es que durante la proyección sí se siente miedo. ¿Y no es ese, al fin y al cabo, el objetivo de la película? Pues lo consigue, y por eso hay que agradecerlo. Lo dicho, con algunas trampas y con aspectos manifiestamente mejorables. Pero si La maldición de Rookford (por cierto, nuevo título del filme en España, que iba a titularse El despertar) sirve para que alguien vea que una mujer tan interesante como Rebecca Hall puede protagonizar una película y no sólo poner interés desde papeles secundarios, habrá que dar por bien empleado el esfuerzo. Por ella, por un comienzo tan inteligente como cínico y, sobre todo, por la inquietante escena de la casa de muñecas.
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