viernes, octubre 27, 2017

'Thor. Ragnarok', luz, color, comedia y espectáculo

Si se dice de Thor. Ragnarok que es un batiburillo no ha de entenderse como una crítica, porque es de lo que estamos hablando. Y no debe verse como algo negativo porque el resultado de este peculiar mix de superhéroes, ciencia ficción, luz, color, comedia, espectáculo y nostalgia ochentera funciona bastante bien. No de manera perfecta, por culpa de esa práctica, que casi siempre se muestra equivocada, de querer mezclar demasiadas historias y personajes, pero sí muy notable. Porque todo lo que hay en el filme es bastante acertado pero sí es verdad que en algunos momentos se puede sentir como escaso. La Hela de Cate Blanchett, por ejemplo, una de las villanas más brillantes del universo cinematográfico de Marvel pero que tiene menos tiempo en pantalla del deseado por la voluntad del estudio de mezclar a Hulk, igualmente brillante en este invento, o la Valkiria de Tessa Thompson pide a gritos ser, por qué no, la Wonder Woman de Marvel, con permiso de la Capitana Marvel.

A Taika Waititi se le ha dado un guion rompedor con la continuidad, que se ventila de una forma bastante peculiar el prometedor final que tenía El mundo oscuro y apuesta por un tono de comedia deudor del de los Guardianes de la Galaxia de James Gunn pero bastante magnificado, no solo por las bromas abundantes que llegan a convertir al propio Thor por momentos en un divertido bufón, sino también la colorista psicodelia que acompaña al filme desde el principio. Y esto, se conjunta con una fidelidad bastante superior al cómic, no al cómic oscurecido de nuestros tiempos, sino a una de las etapas más brillantes del Dios del Trueno marvelita, la de Walter Simonson en los años 80. Eso se pasa por el filtro de Planeta Hulk (qué pena que el cine ya no pueda guardarse las sorpresas que el márketing siente la necesidad de explotar) y queda un filme muy apañado.

Desde luego, es la mejor de las tres entregas de Thor, no porque las dos anteriores fueran tan malas como en algunos momentos se ha querido hacer ver, pero sí porque es la que consigue una apuesta más firme y completa. Falla a la hora de apostar por la épica, cuando está al borde de lograr sensaciones que podrían emparentar la película con la gloria fantástica de Las dos torres de El Señor de los Anillos, porque ahí se conforma con la comedia que tan bien sabe explotar por medio de Chris Hemsworth o Mark Rufallo, ni qué decir tiene que Jeff Goldblum o Tom Hiddleston se mueven ahí con mucha clase. Pero su apuesta es cómica y extravagante, se siente fuerte en ese terreno y la épica la deja para que los departamentos de efectos visuales se luzcan como suelen hacerlo en este tipo de producciones.

Thor siempre ha parecido la zona más débil del universo cinematográfico de Marvel, y Ragnarok sirve bien al propósito de redimir la franquicia, quien sabe si en lo que será su última película en solitario ante la ausencia de noticias de la futura fase cuatro. Si es así, la despedida es agradablemente delirante. Si no, lo que hace el filme de Waititi es abrir muchísimas puertas. Quizá se descarten, como pasó con ese mencionado escenario del final de El mundo oscuro. Pero si se hace con tanto convencimiento, ¿a quién le importa la continuidad? Marvel sabe que se trata de pasarlo bien. Y por muy planificado que parezca todo, Ragnarok demuestra que sabe adaptarse a los tiempos, incluso en un corto plazo de tiempo. Si Guardianes ha funcionado y Thor no, ¿por qué no fusionar sus estilos con un directos que entienda ambas cosas? Eso es lo que han hecho. Y la cosa, por mucha perplejidad que pueda provocar y provoca en algunos momentos, divierte de lo lindo.

jueves, octubre 12, 2017

'Annabelle Creation', solvente regreso a lo clásico

Expediente Warren abrió una puerta nueva al terror contemporáneo. Demostró que lo clásico, lo viejo, lo producido de maneras técnicamente más artesanales, podía generar más miedo que lo digital, lo gore, lo explícito y lo ruidoso. Aquella película arrancó con la historia de una muñeca que poco después, Hollywood no puede resistirse a estas cosas, contó con su propia película. Annabelle, que así se tituló ,fue una enorme decepción, porque la película, lejos de seguir el camino marcado por el filme del que se desgajaba, apostaba por lo de siempre, por el susto unido al sonido a todo volumen. Y a pesar de eso, por el buen regusto de Expediente Warren, había expectación por ver lo que David F. Sandberg, antes en teoría de zambullirse en Shazam!, podía contarnos en Annabelle Creation. El resultado, una precuela solvente, un buen regreso a lo clásico, incluso asumiendo de que no estamos viendo nada realmente espectacular.

Empezando por los aciertos, Sandberg apuesta, como se ha dicho, por lo clásico, y eso es fundamental. Movimientos de cámara suaves, tensión generada por la oscuridad pero sin necesidad de un subrayado constante de la música (sí en algunas ocasiones), y sobre todo capacidad de sorpresa. No todo lo que puede ser un susto lo es. Y eso genera tensión. ¿No es acaso lo que necesita una película como esta? La tenemos, y en buenas dosis, aunque en el fondo la historia resulte mucho más sencillo de lo que parece. Y otro acierto, el movimiento continuo entre los protagonistas. No es Annabelle una película de protagonista único, pero tampoco hay que entenderla como una película coral. Es, simplemente, que Sandberg mueve bien a sus personajes y el foco central de la película según lo va necesitando la historia y sin ataduras. Con eso, más capacidad de sorpresa. Sí, Annabelle Creation sorprende. Parece difícil que lo haga, pero lo consigue.

Y crea una base sólida para la franquicia, para lo que vimos, de hecho, en la Annabelle original, película con la que conecta de una manera ligeramente tramposa pero a la vez eficaz. En realidad, toda la película se mueve entre esas dos sensaciones y no reniega de ello. Su sinceridad narrativa es, en ese sentido, positiva. Quiere contarnos una historia muy concreta, quiere hacerlo moviendo a sus nueve personajes (¿diez contando a la muñeca?) de una manera astuta, aprovechando la diferencia de edad entre las niñas para que sean importantes, y con bases muy sencillas. Y en ese Sandberg logra sus objetivos. Es verdad que cuanto más se piensa la película más salen a la luz sus trampas y argucias no especialmente limpias, pero viendo la forma en la que Annabelle quería asustarnos, la de Annabelle Creation (¿por qué no se traduce el título?) ha de considerarse mucho más válida y efectiva.

En teoría, esta película tendría que cerrar este spin-off de Expediente Warren, y lo mejor que le podría pasar a la serie es que así fuera. Annabelle Creation sería así un agradablemente terrorífico punto final que sabe aprovechar el conjunto de clichés sobre el que se construye (niños, muñecas, casa aterradora en la que todos sus rincones de madera crujen, puertas prohibidas que todos sabemos que se van a abrir) para mejorar la película anterior y generar el terror que necesita un público que, por mucho que cada película se pueda parecer a otra anterior, sigue ávido de sentir estas sensaciones en la sala de cine. Desde luego, mientras sea con artimañas tan sutiles como las que a veces muestra Sandberg y con un movimiento de cámara tan suave como el que le caracteriza, jugando más con las luces que con el impacto, es más fácil meterse en esta clase de universos.

viernes, octubre 06, 2017

‘Blade Runner 2049’, el arte visual de Villeneuve no es suficiente

Aunque hoy parezca increíble, Blade Runner no fue un éxito en 1982. Ni de taquilla ni, realmente, de crítica. La cinta de Ridley Scott, un caos absoluto durante su rodaje y un continuo cambio en la sala de montaje hasta muchos años después de su estreno, se convirtió poco a poco en lo que es hoy, una cinta de culto y clásico absoluto de la ciencia ficción de los años 80. Esa condición y este interminable revival que vivimos convertían a su secuela en un plato muy apetecible para casi todos. A diferencia de otros proyectos, que tanto se nota que nacen con la vocación única de hacer dinero, que no es malo pero no puede ser suficiente, Blade Runner 2049 nació con un aura de calidad. El respeto al original y la presencia en la silla de director de Denis Villeneuve convertían la película, a priori, en uno de los platos más apetecibles de los últimos tiempos. Y el resultado está, por desgracia, lejos de lo esperado. Que nadie piense que estamos ante una mala película o un desperdicio, ojo, pero no colma las expectativas.

Es difícil ver en la película de Villeneuve una continuación natural de Blade Runner. Es complicado sentirse dentro del mismo mundo, por mucho que haya paralelismos que casi nos pueden hacer pensar en lo que J. J. Abrams hizo con El despertar de la Fuerza para convencernos de nuevo de que Star Wars es lo más grande. Y es casi inevitable, por sacrílego que pueda parecer, recordar lo que Ridley Scott firmó en Prometheus, una obra tan absurda en su guion como deslumbrante en lo visual. Blade Runner 2049 es, en muchos sentidos, mejor que el intento de Ridley Scott de explicarnos el mundo de Alien, pero a la vez es una cinta mucho más vacía de lo que parece, tanto en su historia, sencilla y casi intrascendente por momentos, y que en su poesía queda lejísimos de su referente, como admite cuando claudica en su formidable banda sonora y recurre a Vangelis para ilustrar uno de los momentos álgidos del viaje que nos cuenta.

No será aquí donde se desvelen los secretos de Blade Runner 2049, pero sí se puede decir sin miedo que Villeneuve busca un respeto tan reverencial que es difícil ver la línea entre la secuela y el remake, sobre todo porque este Deckard de Harrison Ford apenas conecta con el que ya conocíamos y cede el protagonismo a un Ryan Gosling al que ya hemos visto antes en estas lides sin necesidad de ser un replicante. Porque del mundo del Blade Runner original apenas nos queda una mínima pincelada de historia. Los replicantes han cambiado. La caza no es la misma. El discurso sobre la vida y la muerte ha desaparecido. Y lo que sí encaja, como por ejemplo el personaje de Ana de Armas, en realidad tendría que ser la guinda para entender la evolución de este mundo cyberpunk y no lo más destacado de este regreso a una sociedad que se antoja menos violenta, menos radical y menos oscura que la que ya conocíamos, a pesar de que en teoría el escenario es peor.

Villeneuve, desde luego, es un artista visual de los que hay pocos ahora mismo en el cine actual. Y eso, probablemente, consigue un efecto hipnótico que oculta algunas de las carencias de su película, seguramente y en todo caso la más impersonal de su filmografía. El problema quizá esté ahí, que no termina de ser Blade Runner ni tampoco termina de ser Villeneuve puro. Y en esa indefinición hay muchos tiempos muertos. El ritmo lento era previsible, pero no que haya escenas superfluas (como el regreso de un viejo conocido) o instantes que rozan el aburrimiento, sobre todo durante su larga primera mitad. No da la sensación de que las mejores ideas de la cinta, como el sistema de control de los replicantes o la manera en la que la inteligencia artificial se ha colado en la vida emocional incluso de estos seres artificiales, logren elevar la película al nivel que cabía esperar. Sin ser un tropiezo, tampoco es la joya que podría haber sido.

'La montaña entre nosotros', los problemas que van y vienen

Las historias de supervivencia afrontan un reto adicional al de cualquier otro tipo de historias. Han de ser creíbles para el espectador. Y no solo por el escenario, sino por la forma en que los protagonistas superan o sucumben a dicho escenario. La montaña entre nosotros supera solo la mitad de ese reto. Su escenario, modélico y bien construido. Sin explicaciones innecesarias y sometiéndose a un azar realista que convence, sobre todo porque Hany Abu-Assad, sorprendente elección la suya siendo un director que destaca por un cine mucho más profundo que este como evidencia Paradise Now, encuentra una forma muy imaginativa de rodar el accidente de avión que da inicio a la trama. Porque eso es lo que se nos cuenta, un cirujano y una fotoperiodista que no se conocen de nada hacen frente a la cancelación de su vuelo comercial alquilando una avioneta que se estrella en la montaña del título y les obliga a luchar por sus propias vidas en un entorno hostil.

La cuestión es que la historia se va inventando obstáculos que aparecen casi por azar, sin demasiada explicación, y que se disuelven casi de la misma manera. No los impone casi nunca el escenario, sino la necesidad de establecer nuevos cimientos para lo siguiente que nos venga. Y eso hace que la película se alargue en exceso en esta sufrida parte. Una de esas soluciones surgidas de la nada hace además que la película cambie radicalmente de planteamiento, deja de ser, al menos en su fondo, una historia de supervivencia para convertirse en otra cosa. No hay que echarle demasiada imaginación para saber en qué se convierte, pero apostaremos a la ingenuidad del espectador para no analizarlo aquí. ¿Convence ese cambio? La verdad es que no demasiado. Un poco más en el epílogo, porque ahí sí regresa al menos al terreno de la verosimilitud realista, pero aún así no termina de convencer.

¿Que queda entonces? Pues disfrutar de las vistas, rodadas de una manera algo impersonal por Abu-Assad, lo que sorprende de manera negativa viendo sus ganas de ser creativo en la mencionada escena del accidente, y admirar los buenos recursos de los dos protagonistas y casi actores únicos de la cinta, Idris Elba y Kate Winslet, entre los que se establece una química bastante agradable que casi permite olvidarse, al menos por momentos, de los problemas que tiene la película. Ninguno de los dos siente la necesidad de mostrarnos un sufrimiento extremo e imposible a lo Leonardo Di Caprio en El renacido, pero sí sabe cómo ponernos en la piel de sus respectivos personajes. Y eso que juegan con un elemento importante en contra, y es que tantos sus diálogos como la misma historia les llevan con demasiada frecuencia a situaciones bastante previsibles.

La montaña entre nosotros se convierte así en una aceptable historia de supervivencia con actores notables, pero que se conforma con ser simplemente eso. No termina de acertar en las explicaciones a los escollos que se encuentran los protagonistas ni tampoco en la forma en que los resuelve, sumando contratiempos casi porque sí, no mide bien los tiempos porque la película se alarga demasiado en su cuerpo central sin tener necesidad para ello, ni por lo que enseña ni por lo que construye narrativamente, y se rinde, sin más, a lo que puedan hacer los actores. Pero como Winslet y Elba dan mucho, la película pasa con cierto agrado. Ellos acumulan casi todos los méritos de La montaña entre nosotros, porque juntan dos miradas increíbles y porque se mantienen fieles a sus personajes en los diferentes momentos de su odisea.