lunes, marzo 31, 2014

'Ida', lenta disertación sobre la fe

Ida es una película lenta. Tanto, que sus escasos 80 minutos acaban pareciendo muchos más. En esa primera sensación, inevitable, no entra en juego que el filme sea bueno o malo, pero sí hay que dejar claro que esa de la lentitud es una elección consciente del director de este filme polaco, Pawel Pawlikowski. Es una complicada de tomar porque irremediablemente alejará a algunos espectadores de su película, incluso los acostumbrados a los ritmos de las cinematografías europeas o independientes. En los festivales la película ha salido muy bien parada, recibiendo galardones en su país pero también en Estados Unidos, Reino Unido, Canadá e incluso España, en el Festival de Gijón. Pero, con todo, Ida es una película que arriesga mucho en esos 80 minutos y no siempre sale triunfante. El principal problema es que es muy difícil encontrarle un mensaje, un objetivo claro, una pretensión más allá de la de espectador de la historia que cuenta, y eso provoca cierta perplejidad por algunos giros de su guión.

En los años 60, aunque la película no termina de dejar clara la época en que se desarrolla salvo por posteriores alusiones históricas, Ida es una joven que está a punto de tomar los votos y hacerse monja. Antes de eso, en el convento instan a la chica a visitar a su único pariente vivo, Wanda, una tía que no conoce y que nunca quiso hacerse cargo de ella. A partir de ahí, Ida y Wanda buscan los cuerpos de los padres de la primera para zanjar el pasado antes de afrontar su futuro espiritual. Pawlikowski, coautor también del guión de la película, crea una disertación sobre la fe que no termina de ser redonda. Hay tantos silencios, tantos huecos por rellenar en la película y, por extensión, en la historia de Ida, que no terminan de aparecer con claridad los motivos por los que toma sus decisiones. Eso no impide que haya algunas algunos momentos cargados de mucho interés, de una reflexión sincera e incluso profunda. Pero al final es difícil explicarse algunas de las cosas que han ido sucediendo.

En realidad, la fe es sólo una parte de la película. La otra, algo más manida y menos desarrollada en el guión salvo como motor de la historia, es el holocausto judío. Ese segundo tema permite dar un protagonismo muy agradecido a Wanda, y de hecho lo mejor de la película es la interacción entre dos mujeres tan diferentes, como por ejemplo la escena en la que se enfrentan por la Biblia y sus diferentes modos de ver la vida y la fe. Y las dos, además, están espléndidamente interpretadas por Agata Trzebuchowska (Ida) y Agata Kulesza (Wanda), aunque los silencios que acompañan sus escenas contribuyen a que se pierda el efecto de algunas de ellas. Pero hay una disociación importante entre los diferentes elementos de la película, quizá provocada por esos silencios, quizá por las elipsis o puede que por la ausencia no ya de explicaciones sino de los comportamientos más normales y humanos que el espectador podría esperar ante situaciones como las que muestra el filme.

Las elecciones técnicas de Pawlikowski también contribuyen a la sensación extraña que deja la película. Por un lado el regreso a un formato de 4:3 en lugar de los ya estandarizados panorámicos. Por otro, el blanco y negro (aunque la fotografía es notable). Y, finalmente, los encuadres, colocando en muchas ocasiones a los personajes en la parte inferior del plano dejando mucho espacio por encima de ellos. Ida dista mucho de ser una mala película, pero sí es una una difícil. Sus temas son valientes. Algunas de sus decisiones también. Y las interpretaciones son espléndidas. Pero es complejo señalar un público claro. Como se ha señalado, la película ha gustado mucho en los diferentes festivales en los que ha estado y ha ganado premios, aunque es una cinta en la que subjetividad con la que cada espectador la mire tendrá mucho que decir. Lo que sí entra en el terreno de lo obvio son las decisiones de Pawlikowski, y la más notoria es la también mencionada lentitud.

viernes, marzo 28, 2014

'Capitán América. El Soldado de Invierno', Marvel en su punto más poderoso

Desde hace ya algunos años, Marvel ha encontrado un extraordinario camino para desarrollar su franquicia cinematográfica. Los Vengadores fue la culminación de una idea, la del universo compartido, que no se había hecho antes en el cine y que ya fue una de las piedras angulares del éxito de sus cómics en los años 60 del pasado siglo. Tras Los Vengadores, las apuestas han subido. Y si hay una película que por el momento está a la altura del reto, esa es Capitán América. El Soldado de Invierno. Iron Man 3 fue algo controvertida entre los aficionados (aunque, para mí, genial) y Thor. El Mundo Oscuro mantuvo esa franquicia individual a un nivel inferior a sus compañeras aún superando algunos logros de su película original. Pero esta continuación de Capitán América. El primer Vengador es una película extraordinaria, con muchos niveles de éxito y, como siempre de forma debatible, la mejor película individual de este universo Marvel porque encuentra una personalidad propia irrebatible dentro de un conjunto mucho más grande que se aventura a modificar con mucha valentía y sin vuelta atrás.

El Soldado de Invierno es una película terriblemente actual en su aspecto visual pero sobre todo en los temas que plantea, y al mismo tiempo es un magnífico homenaje al thriller político de los años 70 y un formidable producto de entretenimiento. Es en esa conjunción donde trasciende el género de superhéroes al que pertenece para convertirse en algo todavía más agradecido. Y puede que haya cierta ingenuidad en alguno de sus planteamientos, pero desde luego es lo de menos. Su construcción es modélica, porque muestra que ha sabido sacar las conclusiones adecuadas de lo que funcionó y de lo que no en las películas previa de Marvel (y en las que no son de Marvel, porque hay en el trasfondo algo que también obedece a los hallazgos de Christopher Nolan especialmente en El Caballero Oscuro) para convertirse en eje de lo que ha sido y de lo que será en el futuro el universo Marvel. Es, en ese sentido, una gozada para los aficionados a estas películas, pero en absoluto una barrera para quienes no se hayan sentido atraídos por estos coloristas personajes.

Eso es otro inmenso acierto del filme, que satisface a públicos muy diversos sin dejar de lado al aficionado. Hay en la película incontables referencias para los lectores de cómics (desde el nuevo e imprescindible cameo de Stan Lee a la introducción de algunos nombres y personajes de forma nada casual) y a los seguidores de este universo cinematográfico (sobre todo con la recuperación de algún personaje de Capitán América. El primer Vengador y las dos secuencias postcréditos, en especial la primera, apasionante por las puertas que abre), pero también, al margen de esto, es un entretenimiento de acción de primer nivel. los hermanos Anthony y Joe Russo ruedas unas coreografías deslumbrantes, integran perfectamente los efectos visuales y todo ello sin que se pierda interés en la trama o en los personajes, que son nuevamente uno de los puntos fuertes de la película gracias a un acertadísimo proceso de casting, ya conocido en el caso de Chris Evans, Scarlett Johansson (por fin cómoda en el papel de Viuda Negra) y Samuel L. Jackson pero novedoso con el peso que siempre da Robert Redofrd o la frescusa de Anthony Mackie como el Halcón.

Capitán América. El Soldado de Invierno es, decididamente, la mejor película individual de esta segunda fase de Marvel Studios, la que arrancó tras Los Vengadores y la demostración de que no es necesario fotocopiar cómics (vale lo mismo con los libros) para lograr una adaptación espléndida, o de que no es necesario calcar los méritos de una película, la primera de la saga, a la hora de hacer una secuela. Porque con el mismo personaje y dentro del mismo universo, lo que El Soldado de Invierno hace es actualizar El primer Vengador, continuar su historia y la de Los Vengadores y abrir incontables puertas para el futuro de la franquicia. Pero, ojo, que además lo hace contando una historia bien llevada, notablemente cerrada y con una personalidad única dentro de este cuadro mayor. Esto es Marvel en su punto más poderoso, demostrando que la figura del superhéroe sirve para muchos registros diferentes con una formidable mezcla de piezas de acción y trama de intriga y espionaje, con personajes carismáticos, sólidas actuaciones y una dirección por momentos sobresaliente. Una gozada.

jueves, marzo 27, 2014

'Los canallas', inquietante pero confuso thriller

Por Lucía Alegrete.

En los años 60 el célebre Akira Kurosawa filmó una de sus grandes obras maestras, Los canallas duermen en paz. Cinta cumbre del cine negro y de suspense, en donde a lo largo del metraje se iba destapando una intrigante trama de asesinato y conspiración. Cincuenta años después la consolidada directora francesa Claire Denis (Una mujer en África), inspirada en el maestro japonés, se atreve con otro thriller que narra de igual manera los entresijos y el oscuro trasfondo de una familia envuelta en terribles e intrigantes asuntos. Marco Silvestri (Vincent Lindon) recibe una llamada desesperada de su hermana Sandra (Julie Bataille), a quien los problemas personales parecen desbordarla. Su marido se ha suicidado, la empresa familiar está en bancarrota y su hija se halla internada en un centro psiquiátrico. Las súplicas dan resultado y Marco se muda inmediatamente a París, donde poco a poco irá desentrañando la horrible y oscura verdad que se cierne sobre su familia, en un thriller inquietante y desasosegador.

A pesar del poderoso comienzo y el inteligente guión, el resultado final resulta ser bastante irregular. Cierto es que se ha conseguido plasmar de forma magnífica esa atmósfera sombría y misteriosa, gracias al buen uso de los planos, al cuidado de las escenas y a la acertada elección de la banda sonora. Gracias a ello vemos a través de la mirada oscura de la cámara, palpamos la tensión que rasga la pantalla y sentimos ese halo impenetrable de angustia, dolor y desesperación que recorre a los protagonistas. Todo ello nos inquieta y conmueve y nos encontramos alerta y expectantes esperando ese toque de gracia final. Sin embargo ese esperado y anhelado desenlace nos deja un sabor agrio, la cinta finaliza de modo precipitado y confuso. O, más bien, deberíamos decir que concluye una historia tratada de manera desordenada y por momentos difícil de seguir, perdiéndose en tramas secundarias y personajes extrañamente desdibujados.

Entre los actores protagonistas, todos muy correctos en sus papeles, podemos destacar a la hija del estelar matrimonio Mastroianni-Deneuve,Chiara Mastroianni, quien interpreta a la amante del poderoso empresario Edouard Laporte y, al igual que al protagonista, nos atrapa por su sensualidad y misterio. Pero, sobre todo, es la joven lolita Justine (Lola Creton) la que se merece todos los elogios. Interpretando el papel de hija desequilibrada y sexual atrae nuestra mirada e interés y, a pesar de ser un personaje secundario y su desarrollo superficial, sus escenas son los únicos momentos en los que la película consigue captar toda nuestra atención. Las imágenes de una bella joven vagando desnuda y desorientada por las calles de París, dejando tras de sí un rastro de sangre, muestra de una brutal agresión, son estremecedoras e hipnotizantes y aventuran la gran magnitud de lo que sucederá más adelante y se configura como su parte más memorable.

La debilidad del filme reside en su complejidad y la obcecada necesidad de complicar los hechos para trasmitir una profundidad que acaba convirtiéndose en complejidad. Las elipsis y saltos temporales tampoco ayudan, sino que nos facilitan desconectar y que nos dejemos de interesar por el gran drama que recorre a esta familia. Si la directora hubiera enfocado la película desde otra perspectiva y se hubiera centrado únicamente en el problema personal de la familia, evitando todos los elementos adyacentes, se hubiese conseguido esa interesante e inquietante propuesta que no alcanza ser. La historia es atrayente, la atmosfera turbadora y la dirección destacable y, sin embargo, resulta ser un fracaso en términos generales. Ahí es donde destaca la importancia, ya no sólo de lo que se quiere contar, sino de cómo se cuenta, de la narración y la manera de plasmar un relato, de saber conducir la trama adecuadamente y no enredarla innecesariamente.

martes, marzo 25, 2014

'Jimmy P.', psicoanálisis inconcluso

Jimmy P. es una película extraña. Es ambiciosa, en tanto que quiere mostrar uno de los primeros estudios psicoanalíticos, el de un indio pies negros, veterano de guerra, que sufre fortísimos dolores a pesar de estar completamente sano. Pero al mismo tiempo es mucho más artificial de lo que querría ser, sobre todo teniendo en cuenta que arranca con la etiqueta de "hechos reales". Pero tan reales quieren ser que casi siempre resultan algo farragosos, muy largos (117 minutos de película en los que muchas escenas no consiguen ser significativas) y menos emotivos de lo que se busca. Y el caso es que es una película bien interpretada, con un atractivo punto de partida y con una imaginativa realización del francés Arnaud Desplechin, pero el filme está muy lejos de captar la atención emocional que busca, sobrando casi tantas cosas como las que faltan. Es un psicoanálisis inconcluso.

Empezando por lo más positivo, Benicio del Toro y Mathieu Amalric merecen casi todos los elogios que se llevará la película. El primero interpreta al mencionado soldado indio, el segundo al médico que en realidad no lo es (el psicoanálisis no tenía aún esa consideración en aquella época). Y la dinámica que se establece entre ambos es lo más acertado del filme. Entre ellos sí se ve una complicidad atractiva, aunque casi siempre falte lo que consiga hilar esas emociones con el resto de la película. Todo es, en realidad, bastante plano, a veces incluso artificial, como la forma en que Desplechin finaliza algunas escenas, o incluso con secuencias completas (en especial las que afectan al resto de médicos que se explican la dolencia del paciente) a las que es difícil encontrarles demasiado sentido. No es esa la consecuencia de que el espectador pueda no responder a lo mucho que exige la película de él, sino que a la película le falta un propósito claro.

Sí lo tiene en cuenta a la linealidad de la historia, basada en el libro de George Devereux, el personaje que interpreta Amalric, pero más allá de instantes concretos la película no sabe emocionar. Acaba importando más la imaginativa realización de Desplechin y su forma de saltarse las barreras narrativas que lo que realmente está pasando en las vidas de sus personajes. Y eso produce una cierta fascinación momentánea, pero no basta para que la película como un conjunto completo perdure en la mente del espectador. Instantes concretos sí, algún flashback, cortes de las conversaciones que mantienen los dos protagonistas. Eso sí. Pero a la historia le falta algo, algo que haga entender qué es tan especial en torno a ese paciente, algo que muestre el carácter revolucionario del trabajo de ese doctor, algo que establezca una conexión emocional más allá de la pantalla que no llega a sentirse casi nunca.

En realidad, Jimmy P. esconde muy pocas sorpresas más allá de su aspecto, el relato apenas se sale de los cauces esperables y sólo los actores provocan los sobresaltos emocionales que el filme tendría que haber provocado de otras muchas maneras. Eso sí, no es un tropiezo como película, pero el resultado sí se puede catalogar de extraño. Incluso en aspectos como su banda sonora (de Howard Shore, casualmente el mismo compositor de Un método peligroso, la otra película más o menos reciente con el psicoanálisis como tema central), que no termina de adquirir el protagonismo que requiere o de acertar en el tono del relato, o incluso en su ambientación, mucho más atemporal de lo que habría sido necesario. Jimmy P. es Benicio del Toro y Mathieu Amalric. Fuera de ellos, no termina de ser gran cosa.

domingo, marzo 23, 2014

'Non-Stop (Sin escalas)', una tensión tan enorme como sus agujeros

Ante una película como Non-Stop, subtitulada en España como Sin escalas (igual como juego de palabras que haga recordar a Sin identidad, la anterior película de su director, Jaume Collet-Serra), caben dos posibilidades. La primera es dedicarse a triturar la película por los enormes agujeros que hay en su guión, más visibles a medida que van pasando los minutos, la por lo visto inevitable concatenación de casualidades que el thriller moderno ha convertido en indispensables para que las tramas funcionen, e incluso para lamentar que el final no esté a la altura de la propuesta. La segunda es, simplemente, dejarse llevar. Es desde esta segunda concepción como Collet-Serra se muestra como un director espléndido, competente, que acierta casi siempre a la hora de colocar la cámara, que sabe generar tensión y colocar al espectador al filo de la butada. La pregunta es qué no sería capaz de hacer Collet-Serra con un guión redondo, que éste está lejos de serlo. Porque da la impresión de que el español afincado en Estados Unidos podría ser capaz de hacer que funcionase lo que le echen.

Más que hablar de la premisa de la película, lo que corresponde es destacar el escenario en el que transcurre. Casi en su totalidad, Non-Stop se desarrolla dentro de un avión. ¿Original? Puede que no, porque, por ejemplo, Serpientes en el avión o Plan de vuelo: desaparecida optaban por lo mismo para sus historias. Pero ésta acaba mejorando las aspiraciones de aquellas. Y casi es mejor no decir mucho más, porque resulta divertido ir descubriendo poco a poco y al ritmo que marca Collet-Serra cuál es realmente la historia, que introduce con mucha pausa; quién es cada uno de los personajes, empezando por su protagonista, Bill Marks, interpretado por Liam Neeson; y qué les va haciendo sospechosos a casi todos ellos de ser ser quien está detrás de toda la intriga. Y es el que director maneja a la perfección el suspense y se mueve como pez en el agua en un escenario tan reducido, haciendo que absolutamente todo lo que depende de él funcione francamente bien.

Así llegamos al problema esencial del filme: el guión. La premisa es espléndida y algunos de sus giros argumentales son fantásticos porque sirven a la tensión que crea Collet-Serra. Pero es difícil no notar los grandes agujeros que hay en la trama o la concatenación de sucesos casi imposibles para que funcione el plan maestro que quiere estar detrás de todo lo que acontece. Además, quizá se pueda tener la sensación de que algunos personajes están de relleno (se lleva la palma en este sentido la azafata que interpreta la recientemente oscarizada Lupita Nyong'o, precisamente por ser ahora mismo la actriz más reconocible), aunque no termina de ser del todo cierto, y casi todos acaban jugando el papel necesario, aunque es verdad que la tensión, junto con el carisma de Liam Neeson y Julianne Moore, se llevan por delante todo lo demás. Y viendo los defectos de la trama, que devienen en un final casi imposible de asumir si no fuera porque la tensión es espléndida y casi ni se nota, ese protagonismo es una espléndida noticia para el filme.

La conclusión es sencilla. ¿Entretenida? Muchísimo. Efectivamente, es una película que no se detiene, como adelante su título, que tiene picos de tensión espléndidos, que en ningún momento cae en el aburrimiento y que no hay momentos prescindibles en sus 106 minutos. Pero el análisis en frío es más complejo de superar. No es cuestión de derrumbar la película antes de su visionado, pero un espectador medianamente despierto notará que hay detalles absolutamente imposibles en el desarrollo, sobre todo en su segunda mitad, cuando las pistas se van aclarando algo más. Por eso, y aún disfrutando lo suyo este filme, lo que cabe esperar es que a Collet-Serra le llegue un guión que no se preste a buscarle agujeros, por mucho que también tenga bastantes aciertos (difíciles de detallar sin reventar lo que va sucediendo). Sin identidad y Non-Stop le consolidan como un autor muy a tener en cuenta, capaz de hacer creíble lo que después se asume como increíble. Y ya quisieran otras películas con agujeros ser la mitad de vibrantes que ésta.

viernes, marzo 21, 2014

'El gran hotel Budapest', Wes Anderson en su apogeo

El cine de Wes Anderson tiene unas características tan marcadas que no hay película suya que no sea inmediatamente reconocible. Y viendo una, sea Life Aquatic, Viaje a Darjeeling, Fantástico Mr. Fox o Moonrise Kingdom, se asumen las directrices de su estilo con suma facilidad. Es verdad que eso le lleva a mostrar una forma sumamente original de entender el séptimo arte, pero también que sus películas siempre corren el riesgo de no ser comprendidas por sectores muy grandes del público. Pero es igualmente que El gran hotel Budapest puede ser fácilmente la manifestación de que Anderson ha llegado a su apogeo. Esta puede ser la película más redonda hasta la fecha de su autor, que maneja su habitual e imaginativo teatro de guiñoles, a veces literalmente, para mostrar una rocambolesca historia, en este caso la del conserje del gran hotel Budapest y el chico que acaba de empezar a trabajar como mozo de vestíbulo, en los años 30 y resolviendo un misterio igualmente inverosímil. Y todo tremendamente divertido.

Anderson basa su cine en dos pilares innegociables: un personalísimo estilo visual y unas historias que rozan el surrealismo. Lo primero le lleva en El gran hotel Budapest a rodar buena parte del filme en un formato no panorámico, convirtiéndolo en un cuento antiguo que se narra en el presente, cuyas escenas sí se muestran en un formato más acordes a lo esperado. Y aunque técnicamente sea arriesgado, como también lo es el acelerar algunas escenas sin caer en el ridículo, lo cierto es que esos saltos funcionan francamente bien y cada elección se amolda perfectamente a las extravagancias visuales de lo que propone el cineasta. Lo segundo, el surrealismo de la historia, es definitivamente lo que define su cine. No sólo el suyo, pero en su caso adquiere una personalidad tan clara que no cabe más que reconocer que estamos ante algo no sólo diferente sino notable. Y con mucha más claridad que en anteriores películas de Anderson, que se movían en terrenos más discutibles o menos agradecidos.

La historia de El gran hotel Budapest, de la que casi es mejor no revelar absolutamente nada para no chafar ninguna de las sorpresas que va escondiendo Anderson en el guión, funcionaría probablemente contada de otra forma, pero si crece hasta convertirse en el mejor filme de su director es por las impagables interpretaciones que tiene. Algo tendrá Anderson si tantos actores de tanta categoría quieren trabajar con él, en papeles casi insignificantes en ocasiones. Por supuesto, Ralph Fiennes como protagonista se lleva buena parte de la atención, bordando una faceta cómica que muy pocas veces se aventura a mostrar y que domina con tanta brillantez como los registros más dramáticos, que son los que le trajeron el reconocimiento casi universal. Pero junto a él van desfilando infinidad de rostros conocidos que impiden cualquier posibilidad de aburrimiento. Cada aparición es un destello. Y tratando de desvelar lo menos posible, es imposible no destacar a Willem Dafoe, Jeff Goldblum, Harvey Keitel o Bill Murray.

Quien no conozca el cine de Wes Anderson encontrará en El gran hotel Budapest una espléndida ocasión de zambullirse en su peculiar y original universo, probablemente uno de los más personales del cine contemporáneo. Y quien le conozca, sencillamente gozará incondicionalmente con los 99 minutos de su última propuesta, que está cargada de momentos divertidísimos que definen su sentido del humor como un absurdo continuo (dentro de los muchos gags que hay, es imposible no destacar la escena del gato con Dafoe y Golrdblum como la que definitivamente decanta la película hacia el triunfo absoluto), de un estilo visual llamativo entre lo juguetón y lo imposible, y de tantos buenos actores (puede que alguno hasta pase desapercibido detrás de su caracterización) que no hay aburrimiento posible. Y también, gusten o no gusten sus películas, lo que siempre hay que reconocerle a Anderson: una frescura impagable en el a veces tan impersonal cine que se hace.

miércoles, marzo 19, 2014

'Una vida en tres días', dos actores brillantes en una película rara

Que el cine de Jason Reitman tiende a ser raro, entendiéndose ese adjetivo de múltiples maneras, es algo que ya parecía aceptado, pero Una vida en tres días, que se presenta como su películas más clásica en cuanto a su planteamiento, es, en realidad, la más rara de todas. Por momentos brillante, aunque eso es algo que se puede achacar con facilidad a sus dos magníficos actores protagonistas (Kate Winslet y Josh Brolin), por momento desconcertante. Con una tensión bastante inverosímil, es mucho más una historia de amor que parte de unas premisas bastante difíciles de creer. Por eso, lo que funciona es lo que aportan los intérpretes y no tanto lo que parte de la labor de Reitman como director y guionista, adaptando la novela de Joyce Maynard. No deja de ser curioso que en la película se intuyan rasgos de dos trabajos de Clint Eastwood, Un mundo perfecto y Los puentes de Madison, pero desde luego Retiman se queda muy lejos de la brillantez de aquellas dos.

Y es que Reitman ha ido apagándose poco a poco. Con Juno captó la atención de todo el mundo, Up in the Air mantuvo el reconocimiento mayoritario pero ya sembró las dudas (sin duda, entre quien esto suscribe) y Young Adult fue, literalmente, un fiasco. Es cierto que en todas ellas se mantiene una premisa básica, el espléndido trabajo de los actores. Reitman, por tanto, algo tendrá en ese aspecto de su trabajo, pero tampoco se puede obviar que se rodea de intérpretes de renombre y categoría en cada película que hace. Se hace difícil creer que Una vida en tres días (curioso título en español si tenemos en cuenta que la historia empieza un jueves y acaba el martes siguiente, lo que vienen a ser seis días) tenga el mismo nivel de credibilidad y fluidez de no contar con cabezas de cartel como Winslet y Brolin, dando vida a Adele, una madre separada que vive junto a su hijo Henry, y a Frank Chambers, un preso fugado cuyas vidas se cruzan y cambian para siempre, con interpretaciones sensibles, sutiles, cargadas de matices, que sostienen la película por sí solas.

La premisa es compleja de tratar, eso es evidente, porque es la historia de amor fugaz entre un convicto fugado y la mujer a la que secuestra para esconderse en su casa. Y es que ésto no es un thriller, sino una película romántica. Por eso es complejo asimilar que Reitman apueste por una ambientación de misterio, con una música de Rolfe Kent que no termina de sonar acertada nunca, cuando en realidad no lo hay y lo que complica la película no es la subtrama policial, sino los caminos más inverosímiles de la historia de amor. Y en ese punto, destacando también la buena presencia del joven Gattlin Griffith, hay que volver de nuevo a Winslet y Brolin, que imprimen una enorme intensidad a sus personajes, llevan al terreno de lo creíble lo más inverosímil de la historia, aunque Reitman no controle demasiado bien los tiempos de la película, dé mucha importancia a algunas escenas que se hacen pesadas (la de la tarta de melocotón, por mucha explicación que tenga al final, es cansina) e introduzca algunos personajes casi para justificar que algo esté sucediendo alrededor de la historia central (el policía o la chica que conoce Henry).

Como historia de amor se maneja con cierta soltura, aunque a Reitman se le va el relato en los momentos en que se acuerda de cómo arranca, con la presencia de un criminal fugado que altera la vida de esta familia. Como historia iniciática en la vida y en el amor del joven Henry, también podría haber funcionado, pero tiene muy poco encaje en la parte central de la película lo que hace y lo que le sucede al chico, más allá de la influencia que pueda tener después en las decisiones de su madre. Es ahí, en realidad y una vez asumido que esta pareja de tan dispar origen ha de centrar el relato, donde se localizan casi todos los momentos que llevan a lo más inverosímil del filme. Y aunque los defectos son apreciables, la película alcanza casi las dos horas con bastante facilidad gracias a Winslet y Brolin, bien acompañados además por las fugaces presencias de Tobey Maguire, Clark Gregg y J. K. Simmons. Ellos hacen que la película valga la pena, aunque quede una sensación extraña, más incluso después de su epílogo.

lunes, marzo 17, 2014

'La bella y la bestia', sin un rumbo claro

Si se han tenido noticias previas de lo que se iba a pretender con esta nueva versión de La bella y la bestia, esto es, una versión más oscura, la nada velada evocación a Disney del cartel de la película tiene que ser el primer signo de alerta. Y es que el filme de Christophe Gans sufre de una indefinición que arranca ahí pero que se extiende a todo el producto, en el que faltan explicaciones para casi todo lo que sucede en un guión que está lejos de concretar incontables elementos y en el que los personajes aparecen y desaparecen a conveniencia, entre otros muchos problemas. No deja de ser una lástima que se pierda la oportunidad de hacer algo nuevo, diferente y menos Disney con un cuento tan complejo y atractivo, cuyo potencial apenas se divisa en esta cinta, que sólo destaca por su imaginación visual pero que tiene agujeros en casi todo lo demás. Lo que es indudable es que cuando el espectador tiene tantas razones para cuestionar lo que está viendo, y eso sucede muchísimo en La bella y la bestia, es que el trabajo no se ha hecho bien.

Empieza la cosa mal, porque ese disneyano cartel desvela las imágenes de la bestia y de unas inexplicables criaturas perrunas, cuando la película se pasa escenas enteras tratando de ocultar el aspecto de ambas para preservar la sensación de misterio. Ni siquiera está claro que se quiera tomar distancia con respecto a la inolvidable versión de dibujos animados, porque se opta por un comienzo de cuento similar al de aquella y se intenta convertir de forma parcial a Bella en la Cenicienta de Disney. Tampoco es obvio que quiera ser una versión adulta del cuento, porque de repente se cuelan esos perros que nadie sabe de dónde salen, qué saben hacer (¡hasta muñecas!) o qué pintan en la película. Y lo cierto es que durante toda la película uno no deja de preguntarse por qué pasan las cosas, de dónde salen los elementos mágicos que hay en la historia o para qué hace falta que Bella tenga cinco hermanos o un padre que, en realidad, es el protagonista de la primera media hora de la cinta, en la que Bella apenas participa y habla aún menos, para luego desaparecer.

Sólo se puede entender tanto agujero en La bella y la bestia de dos maneras. O bien es una película muy mal escrita y pensada, o bien le falta cerca de media hora de metraje. Ninguna de las dos explicaciones deja a la película en muy buen lugar, pero quizá, por paradójico que parezca, la segunda sea aún peor. Porque no sería sólo que falten cosas, es que entonces se habrían producido elecciones francamente malas dejando en la película escenas e incluso personajes que no dicen nada en detrimento de explicaciones que, en ausencia, se antojan necesarias. Quizá lo más difícil de digerir sea que el propio personaje de Bella (Léa Seydoux), quede tan desdibujado. Tarda en aparecer en la película y no se llega a entender por qué o cuándo ella y la bestia (un Vincent Cassel transformado casi en un león pero que se antoja poco corpulento) se enamoran. Como tampoco se sabe qué parte tiene en la historia el villano de la función, Perducas (Eduardo Noriega, aparentemente doblado en la versión francesa). Y así, con casi todo.

La película, no obstante, no se hace pesada. Deja la enorme sensación de oportunidad perdida y de exhibir un resultado final algo descuidado (ya sea en el guión o en el montaje), pero la poderosa fuerza visual que tiene el trabajo de Gans basta para pasar las casi dos horas que dura el filme sin sentirse especialmente aburrido. No tiene la brillantez de la versión de Disney ni la magia del insuperable trabajo de Jean Cocteau en 1946, y se queda lejos de ser una interpretación generacional tan definitiva como lo fueron aquellas dos, pero la simple curiosidad basta para seguir adelante con cierto empeño, ver a la bestia en movimiento, admirar los poéticos flashbacks (que se narran, de nuevo, de una forma que no tiene ningún sentido), disfrutar de lo que dan de sí 35 millones de dólares de presupuesto en el apartado visual y disfrutar de los rostros conocidos que desfilan por el filme (Seydoux, correcta; Cassel, adecuado; y Noriega acostumbrándose al papel de villano). Poca cosa para lo que podría haber sido.

viernes, marzo 14, 2014

'Dallas Buyers Club', la inagotable infalibilidad de McConaughey

No hay forma humana de explicar que el mismo actor que protagonizó en 2009 Los fantasmas de mis ex novias es el mismo que renació en El inocente en 2011, fascinó en todas y cada de las películas que ha hecho desde entonces y ahora se asoma al Oscar por su descomunal papel en Dallas Buyers Club. Él es la película y la película es él, y eso es un arma de doble filo. Porque él está absolutamente inmenso, construye un personaje de una forma modélica y se apodera de él, lo carga de matices y sensaciones y entusiasma en todos y cada uno de los planos que protagoniza. Pero, claro, si él es la película, ¿que dice eso de la película por sí sola? Que se deja llevar por lo que haga el actor, y como es tan extraordinario el filme se contagia. Pero, en realidad, suma mucho menos de lo que aporta McConaughey. Es verdad que es un filme equilibrado y bien llevado, pero supeditado completamente a la genialidad interpretativa, y eso hace que el conjunto, aún con un espléndido final, sea menos impactante de lo que parece.

McConaughey interpreta a Ron Woodrof, un electricista drogadicto, alcohólico y mujeriego cuya vida cambia para siempre el día que le diagnostican el sida, algo que no cree en un principio porque lo considerar una enfermedad de homosexuales. A partir de entonces inicia una lucha por la supervivencia que se sale de las canales hospitalarios habituales y le lleva a fundar un club de compradores para probar medicinas que las autoridades norteamericanas aún no han aprobado. Estamos, por supuesto, en los años 80, cuando el sida tenía un protagonismo social inmenso por el enorme número de afectados por la enfermedad, por su indiscriminada selección de víctimas en diferentes estratos sociales y, sobre todo, por el enorme desconocimiento que había sobre ella y los lentos pasos que se daban hacia una cura. El filme combina con acierto la faceta más personal con la lucha que Woodrof entabla contra el sistema farmacéutico establecido, evitando el peligro de convertirse en un duro y exagerado melodrama personal o en un aséptico documental.

Ese es el principal logro que se puede extraer de la dirección de Jean-Marc Vallée y uno de los tres que emanan del guión de Craig Borten y Melisa Wallack. El segundo, es un gran uso del tiempo, con constantes saltos y elipsis que, sin ser perfectos, dan una mayor agilidad a la película y evitan el peligroso del drama continuo. Y el tercero es el personaje central. Se nota que está construido desde el guión con mimo, pero es McConaughey quien consigue que este luchador se convierta en algo memorable. Muy, muy por encima del por momentos demasiado exagerado papel de Jared Leto (que, curiosamente, crece cuando más en un segundo plano está, como por ejemplo en la escena del supermercado), aunque haya cosechado las mismas alabanzas e incluso más premio que el actor principal de este filme. Porque mientras Leto crea un personaje que sólo podría existir aquí, el de McConaughey trasciende. El cierre de la película no deja lugar a dudas sobre la poesía que hay en su interpretación.

Pero con ese poderosísimo influjo del personaje principal, el resto todo lo que le rodea, se antoja algo escaso en algunos momentos. Su ritmo lento y pausado cae en ocasiones en un tono de telefilme que no ayuda a que la película esté al mismo nivel del trabajo interpretativo, y donde destaca la inserción del personaje de la doctora Saks (Jennifer Garner), una concesión clara a la narrativa más previsible. Con elecciones diametralmente opuestas, le sucede algo parecido a la primera gran película emblemática que se atrevió a retratar a un enfermo de sida, Philadelphia. Esto es, muchos elementos positivos a tener en cuenta pero, a la larga, una interpretación principal como elemento a perdurar. En un estado de gracia difícil de describir para quienes le hayan visto con frecuencia en sus películas anteriores a 2011 pero merecedor de lo más encendidos elogios, McConaughey perdurará para siempre con el que a día de hoy se puede considerar su mejor trabajo. Pero la película, siendo un cine tan comprometido como necesario, se queda algún peldaño por debajo.

miércoles, marzo 12, 2014

'Las aventuras de Peabody y Sherman', Dreamworks apuesta fuerte... y muy diferente

Ya no hay dudas: Dreamworks no quiere ser Disney. Ni Pixar. Y por ello se ha marcado un camino muy, muy diferente en sus películas de dibujos animados con apuestas fuertes y arriesgadas que, ojo, le están saliendo bien. Quizá no tanto a nivel de taquilla, donde sus niveles de ganancia siguen generalmente muy lejos de lo que logran Disney y Pixar, pero sí en cuanto a sus propuestas. Las aventuras de Peabody y Sherman es una que provoca impacto. Incluso perplejidad por momentos. Pero al final resulta ser una entretenidísima propuesta de aventuras y ciencia ficción accesible para todos los públicos, que arranca como una comedia para niños y acaba mostrando algunos de los mejores gags cinéfilos y para adultos que se han visto en una película de dibujos animados en los últimos tiempos. Tarda en arrancar, probablemente mucho y eso pesa, pero luego lo acaba compensando con creces. Y con su originalidad, no queda más remedio que aceptar el filme como algo atractivo, divertido y meritorio.

Lo arriesgado surge ya de sus protagonistas. No hay que olvidar que los personajes surgen de la serie de dibujos animados de los años 60 de Las aventuras de Rocky y Bullwinlkle (que tuvo una inclasificable adaptación a la gran pantalla en el año 2000), y nunca se puede perder de vista que el protagonista es un perro, el señor Peabody, terriblemente inteligente a todos los niveles y que ha adoptado a un niño, Sherman, al que educa, por ejemplo, enseñándole historia con la máquina del tiempo que ha ideado. Rocambolesco, y eso siendo generosos. Entre eso y que el corto que precede a la película deja bastante frío, lo cierto es que la cinta tarda lo suyo en convencer. Y quizá eso pese mucho en algunos espectadores, sobre todo en los más adultos, pero poco a poco, escena a escena, con cada arriesgado planteamiento y con una cierta vocación de divertimento sin pretensiones (por mucho que tenga escenarios históricos, ni es ni quiere ser una película educativa) se va ganando el favor del espectador.

En realidad, y aunque su director sea Rob Minkoff, el mismo de El rey león, Las aventuras de Peabody y Sherman es una pequeña gran gamberrada. Supone coger a unos personajes clásicos, y por cierto bastante desconocidos en España como ya lo eran los Rocky y Bullwinkle de su serie madre, meterles en una rocambolesca historia de ciencia ficción y trufarla de detallitos disfrutables para los adultos (memorables los dos cameos de la escena final, uno cinéfilo y el otro... político) mientras se pasea por diferentes momentos de la historia (el antiguo Egipto, Troya, el Renacimiento, la Revolución Francesa). Y es verdad que no funcionan todas sus propuestas o que la película dista mucho de ser perfecta, pero sobre todo su tercio final, cuando se produce la mezcla explosiva entre sus diferentes personajes históricos en el clímax de fantasía que propone y, por supuesto, el colofón a la historia personal (que habla de la paternidad y el amor; no deja de ser la clásica moralina de un filme de estas características), es una magnífica explosión de luz, color, aventura y risas.

Por eso, porque lo mejor está en el último tramo, cuando acaba el filme, predomina el buen rollo y los errores de la película, o mejor dicho su falta de aciertos verdaderamente notables en algunos segmentos, se acaban olvidando con bastante facilidad. No hay que olvidar tampoco que Las aventuras de Mr. Peabody y Sherman es la película de Dreamwors que sigue a otra igualmente rocambolesca, Turbo, y que viene a confirmar una clara tendencia en el estudio para producir películas de dibujos animados muy diferentes, poco convencionales y con ideas bastante más arriesgadas de lo que podría parecer. Los cuentos y las princesas no los hace nadie mejor que Disney, y Frozen lo ha confirmado. Y nadie entiende mejor que Pixar el cine de animación que llega al público más adulto, aunque sus últimos títulos no hayan logrado los mejores efectos. Dreamworks ha escogido otro segmento, el más jovial, infantil y aventurero, y que haya cine diferente siempre es algo positivo.

lunes, marzo 10, 2014

'Joven y bonita', Ozon perturba pero no redondea

Cuando uno firma una obra casi unánimemente aclamada, no es fácil dar un paso más en una carrera. François Ozon vivió un momento de gloria con En la casa, una hermosísima y original película que terminó de colocar el nombre de su director en primera línea. Joven y bonita ahonda en algunas de las obsesiones del autor para construir una historia que perturba, la de una joven de 17 años que descubre el sexo y decide vender su cuerpo por dinero a hombres de mucha más edad que ella. Sugerente y misteriosa por momentos, pero menos redonda de lo que fue En la casa, Joven y bonita acaba siendo una película en la que destaca más lo que se mueve alrededor de la joven protagonista que por ella misma, a pesar de que Marine Vatch, en su primer gran papel, desprende el carisma necesario para llevar el peso de la historia. En todo caso, Ozon consigue un objetivo muy importante entre los muchos que persigue: su película sigue en la cabeza del espectador mucho después de verla.

La apariencia de Joven y bonita es la de una película por y para su protagonista principal. Es lo que pide y, en cierta manera, también la apuesta de Ozon. Pero el resultado no termina de ser eso, o al menos no tanto como seguramente le hubiera gustado a su guionista y director. Sí lo es en cuanto que Marine Vatch es la protagonista absoluta del filme, aparece en el 90 por ciento de los planos de la película y la actriz hace un trabajo convincente. Pero se echa en falta en el guión de Ozon que deje escapar algo más sobre el personaje. Sí, sabemos que es una adolescente que acaba de mantener su primera relación sexual, pero con las elipsis que aplica queda en el aire una motivación clara para sus decisiones posteriores. Alguna se intenta apuntar a posteriori, pero no hay en la película nada demasiado definitorio en este sentido. Tampoco parece una elección demasiado decidida porque, en ese sentido, los personajes que se mueven a su alrededor parecen mucho mejor definidos que el de la joven Isabelle.

El problema es que, con algunas pinceladas magistrales, Isabelle no termina de ser un personaje definido a la perfección. Tiene momentos brillantes, muestras evidentes del talento de Ozon, pero hay grietas por las que se escapan detalles, actitudes, frases y miradas que no siempre parecen formar parte del mismo personaje. No es tanto que a Ozon se le escape su creación una vez que la ha desatado, sino que no ha terminado de domarla desde el principio. No se le puede negar, eso sí, el talento que tiene para hacer atractiva, seductora e inteligente una historia que perturba desde que transforma el despertar sexual de una adolescente, que es lo que se ve en el primer cuarto del filme, en un sucio descenso a los infiernos. Decir que rueda con mucho gusto una historia como ésta casi parece impropio, pero es cierto. Es, obviamente, una película de sexo y con muchas escenas que así lo atestiguan, pero está lejos de ser una cinta desagradable en sus imágenes. Perturba y hace pensar, pero no repele.

En todo caso, esa falta de definición del personaje de Isabelle y sus giros no siempre bien motivados (y que no se pueden achacar sin más a locuras de juventud) hacen que la película no sea tan redonda como En la casa. Incluso se puede decir que, al final, se aprecian más elementos de interés en otros personajes de la película, como el hermano de Isabelle, su madre o su padrastro (quizá quien mejor ejemplifica algunos de los temas y metáforas de la cinta), o algunos de sus clientes. Aun así, Ozon es un director que tiene un toque especial, sensible incluso ante cuestiones sumamente delicadas, puesto que no se puede obviar que estamos ante la historia de una menor de edad que decide prostituirse y que, en realidad, no lo hace con repulsión o con arrepentimiento. Y se agradece un cine de múltiples lecturas y profundidades psicológicas como el que plantea Ozon, pero también resulta inevitable pensar en Joven y bonita como un muy atractivo pero leve paso atrás de su autor. Veremos qué tiene ya en mente para seguir adelante.

viernes, marzo 07, 2014

'300. El origen de un imperio', un festín más salvaje

Es cierto que ya había dirigido El amanecer de los muertos, pero la auténtica carta de presentación de Zack Snyder ante el mundo fue 300. Su estética, quizá no tan novedosa como se quiso hacer ver pero sin duda muy atractiva y rodeada de decisiones inteligentes, llamó la atención y arrasó en taquilla. La secuela, como suele suceder en estos casos, era inevitable. Y aunque ha tardado mucho en llegar y ha vivido diversos avatares, entre ellos un continuo cambio de título que sembró dudas sobre su alcance, finalmente es un hecho. 300. El origen de un imperio es una especie de mezcla entre precuela, secuela y spin-off que amplía más que continúa la historia original y que deja un sabor de boca agradable. Viene a ser algo lógico, por el salvaje festín de violencia que propone, que el primer 300 sea el filtro. A quien le gustara aquella, le gustará esta. Y aunque el impacto no puede ser el mismo, lo cierto es que el cuasi debutante Noam Murro firma una película que cumple con los objetivos y minimiza los errores.

Murro introduce algún pequeño cambio en la estética, prescinde casi siempre de los famosos zooms que empleó Snyder en 300 pero no de las cámaras lentas y de esa estética glorificadora de la violencia, que hace que la sangre salpique continuamente a la cámara o se mueva con una irrealidad curiosa. Es, en todo momento, puro 300. Y para ofrecer algo que también pueda marcar distancia de la película original, multiplica las escenas de acción, tanto en la narración central como en los flashbacks, escenas que por su épica se colocan entre lo mejor de esta continuación. Murro se apunta dos grandes aciertos más. El primero, esencial para que la película funcione, es la acertada traslación de la narrativa de esta franquicia a las batallas navales. El escenario es más grande y quiere ser más espectacular. El segundo, la introducción de un nuevo personaje del lado de los persas, Artemisia, que Eva Green borda hasta el punto de devorar a todos sus compañeros de reparto sin excepción.

Viendo lo que hace Green en pantalla, dan ganas de ver lo que habría sucedido si la película hubiera sido capaz de encontrar un antagonista con el mismo nivel de carisma que el Leónidas que Gerald Butler interpretó en el filme original. No es que Sullivan Stapleton fracase como Temístocles, ni mucho menos, pero hay una evidente diferencia entre ambos. Quizá la Grecia unida que defiende el protagonista ateniense no tenga la misma fuerza que la Esparta belicosa de Leónidas, quizá una guerra abierta por desigual que sea no genere el mismo encanto que la lucha de los 300 espartanos contra el ejército de Jerjes, pero es palpable que la película no tiene la misma emoción que la de Snyder, al menos hasta su tramo final (que, no será casualidad, coincide con la mayor presencia de espartanos). Sí la misma espectacularidad, puede que incluso más, algo a lo que contribuye todo el imaginario visual de la película (aún con algunos planos no demasiado logrados en sus grandilocuentes efectos visuales) y la contundente música de Junkie XL.

La película busca ese carisma en las apariciones de los personajes conocidos, la reina Gorgo de Lena Headey o el Jerjes de Rodrigo Santoro (aunque éste queda reducido a un mero secundario que incluso desmerece su retrato en 300, al margen del flashback en el que se habla de su origen), pero se nota mucho que Butler no formaba de la plantilla, con alguna excusa mal perpetrada y un par de planos de 300. Pero al final lo queda, aún con sus defectos y sus diferencias, es un gran espectáculo, de bases similares a las del primer filme, con muy buenas escenas de batalla en las que la estrategia forma parte del entramado tanto como los planos de impacto que busca o violencia omnipresente, con sangre que casi sobrepasa la pantalla en la conversión en 3D del filme y muchas más muertes y mutilaciones de las que se vieron en el filme de Snyder. Para los amantes del cómic, hay que añadir que hay mucho de Frank Miller aún en esta secuela, incluso sin que ésta haya visto la luz en forma de viñetas. La película hace disfrutar en su violenta exageración. ¿No es acaso lo que busca?

miércoles, marzo 05, 2014

'El poder del dinero', nombres para compensar enormes vacíos

El poder del dinero ha sido un enorme fracaso en taquilla, donde apenas lleva recaudados 13 de los 35 millones de dólares que costó, y de crítica, vapuleada por prácticamente todo el mundo. Y tristemente hay que decir que de forma merecida. El único valor que tiene el filme es haber reunido un reparto muy atractivo sobre el papel. Están muy lejos de conseguirlo, pero los nombres son lo que tenía que haber ocultado los enormes vacíos que hay en una película con innumerables defectos, tópicos y situaciones absolutamente inverosímiles, rodada aparentemente con una enorme desgana, lo que posibilita que hasta los detalles más pequeños sean fuente de críticas y lamentos fundados. Como revisión de lo que andan haciendo en estos momentos Harrison Ford o Gary Oldman y los inevitablemente guapos protagonistas Liam Hemsworth y Amber Heard, es mínimamente pasable. Desde cualquier otro punto de vista, totalmente prescindible. Y siendo quisquilloso, hasta cabreante.

Empezamos mal hasta desde el título. Paranoia, que es el origen, se convierte en el impersonal El poder del dinero, que recuerda a otras doscientas películas y que podría ser un título genérico para ir estrenando una tras otra con la misma denominación. En realidad, la historia no habla de ninguna paranoia y del poder del dinero se habla poco y mal. Y es que el siguiente gran problema que tiene el filme es su guión. Cuenta la historia de Adam (Liam Hemsworth), un tipo al que echan de una empresa de telefonía después de no haber convencido con un nuevo proyecto a su jefazo, Nicholas Wyatt (Gary Oldman), que después le medio obligan a trabajar para ellos haciendo espionaje industrial en la competencia, en la empresa que dirige Jock Goddard (Harrison Ford), y en la que casualmente trabaja como directora de marketing Emma Jennings (Amber Heard), la chica con la que se enrolló la misma noche en la que le despidieron. Lo que sorprende es que, enlazando esos elementos, nadie haya querido darse cuenta de cuántos absurdos hay en la película.

En realidad, lo más probable es que todo el mundo sea consciente de esos enromes vacíos que hay en la película, y eso es triste, pero que se haya confiado en que los actores llenen ese vacío. Ni siquiera a eso se puede agarrar el filme. Gary Oldman y Harrison Ford son dos actores a los que se les suele notar cuando están en una película por un cheque, y éste es el caso. Ninguno de los dos convence lo más mínimo y más allá del carisma que puedan tener, están lejos de ser razones de peso para disfrutar de la película. El caso de Liam Hemsworth y Amber Heard parece estar sustentado en estudios de mercado. Esos que dicen que protagonistas jóvenes, guapos y esbeltos tienen el suficiente tirón como para que se vendan entradas de cine, independientemente de que sus personajes sean inverosímiles y planos. Pero parece poco factible que funcione, porque más allá del torso de él y la espalda de ella, renuncia a esas escenas de desnudo que suelen llenar estas películas con ese ansia sexual de consumo que mueve a tantas películas.

A estas alturas, sigue sorprendiendo que se hagan las películas de esta forma. No hay sorpresa en que su director sea Robert Luketic, responsable de Una rubia muy legal, La madre del novio o La cruda realidad, pero sí en que gente con nombre respetado como Oldman o Ford y con posibilidades de ascender como Hemsworth o Heard se vean envueltos con tanta facilidad en títulos como éste, en los que falla todo. La intriga es absurda, la resolución es completamente dependiente de la casualidad, los detalles hunden por completo muchas escenas (¿de verdad uno pierde el tiempo en vestirse antes de piratear el ordenador de su novia después una noche de sexo mientras ella se está duchando o va andando tranquilamente mientras intenta robar un prototipo y le persiguen todo el cuerpo de seguridad de una empresa puntera?), el arranque es el lento y aburrido, y el final es tópico. Por desgracia, porque había mimbres para más, ver a sus actores, y más por fetichismo que por lo que ofrecen, es el único aliciente por ver El poder del dinero. Y eso es tan poco...

lunes, marzo 03, 2014

Oscars 2014: 'Gravity' sobresale en una gala decepcionante y sin muchas sorpresas

Qué pocas sorpresas han deparado los Oscars de este año. Tan pocas que se puede defender con bastante legitimidad y acierto que la ceremonia fue bastante superflua. Los premios fueron a las manos de quienes se esperaba, la gala siguió unos cauces muy políticamente correctos, la música recuperó un protagonismo perdido y poco más. Se intuía que película y director no irían para el mismo título, y fueron demasiadas las estatutillas cantadas que fueron a manos de quienes ya se había señalado antes de la ceremonia. La Academia lleva tiempo sin grandes sorpresas y sin apuestas arriesgadas, en los premios y en la propia gala, y eso, al final, juega en contra de este evento mucho más que las siempre habituales críticas a la ceremonia, al conductor de la misma (este año conductora, Ellen DeGeneres) o incluso al mismo cine norteamericano. En los premios principales, sólo el que se llevó Lupita Nyong'o como actriz secundaria se puede catalogar de sorpresa, y bastante relativa porque ya había ganado el premio del sindicato de actores y estos son mayoritarios en la Academia.

Estaba más que cantado que Gravity iba a ser la reina de la noche, indiscutible en los premios más técnicos. Se llevó los galardones en las categorías de fotografía, efectos especiales, banda sonora, montaje, edición de sonido y mezcla de sonido antes de coronar su gran noche con el de mejor director para Alfonso Cuarón, un reconocimiento casi necesario vistos los premios anteriores por su trabajo descomunal tras las cámaras. En total, siete premios. Claro que ahí empiezan las contradicciones. Gravity es una película de prácticamente una sola actriz. Por mucha maestría técnica que tenga el filme, que la tiene, su éxito reposa en los hombros de Sandra Bullock, en la mejor interpretación de su carrera con mucha diferencia. Lo dijeron varios de los premiados en sus agradecimientos y no les falta razón. Pero Bullock se quedó sin estatuilla, porque en la categoría de actriz la ganadora fue Cate Blanchett por Blue Jasmine. ¿Justo? ¿Injusto? Son premios, una mirada de ese tipo no se corresponde con su naturaleza.

También parecía cantado que Gravity no se iba a llevar el premio a la mejor película, un camino que ya se emprendió cuando no estaba entre las nominadas en la categoría de guión (da para un larguísimo debate hablar de lo que hace bueno o malo un guión). Cuando John Ridley logró el premio al guión adaptado por 12 años de esclavitud, se colocó en una posición inmejorable, corroborada cuando su a priori gran rival, La gran estafa americana, sucumbió en la de guión adaptado al Her de Spike Jonze. Efectivamente, 12 años de esclavitud se llevó el premio a la mejor película pero apenas tres estatuillas en total. Sólo hay nueve películas en la historia que ganaron menos premios que la cinta de Steve McQueen incluyendo el de mejor película, y todas ellas en épocas muy, muy lejanas. El mayor espectáculo del mundo (1953), Rebecca (1941), Vive como quieras (1939), Cimarrón (1932), Sin novedad en el frente (1930) y Alas (1927) lograron dos, y La tragedia de la Bounty (1936), Gran Hotel (1932) y La melodía de Broadway (1930) sólo uno, el principal.

Entre los ganadores hay que contar a Dallas Buyers Club (la única de entre los grandes títulos de este año que aún no ha llegado a los cines españoles), que logró tres estatuillas como 12 años de esclavitud, y dos de ellas fueron para sus actores, Matthew McConaughey y Jared Leto. También a Frozen, que rompió la histórica injusticia de que Disney no hubiera ganado aún el Oscar a la mejor película de animación (el reinado de Pixar había sido indiscutible hasta ahora), superando además la retirada de Miyazaki en esa categoría y nada menos que a U2 en la de mejor canción. Triunfó Spike Jonze, porque así hay que entender que Her se llevara el Oscar al mejor guión original. Lo hizo también Blue Jasmine, película que salió galardonada gracias a Cate Blanchett y que no aspiraba a mucho más. Y triunfó, quizá siendo lo más inesperado de la noche, el estilo visual de Baz Luhrmann en El gran Gatsby, que logró los premios de vestuario y diseño de producción, ganando este segundo en contienda con la intratable Gravity.

¿Los perdedores? Más que evidentes: La gran estafa americana y El lobo de Wall Street, con diez y cinco nominaciones respectivamente se marcharon a casa de vacío. Ya es sabido que la Academia nunca ha reconocido demasiado el cine de Scorsese, error histórico que subsanó con Infiltrados, y el palo a David O. Russell, al que ya dejaron de lado con El lado bueno de las cosas en la edición del pasado año (sólo el Oscar a Jennifer Lawrence) quizá hay que entenderlo como un reflejo de la división de opiniones que ha generado La gran estafa americana, que ha suscitado tantos juegos de palabras con su título en español que casi parece que es una película para olvidar aunque esté muy lejos de serlo. Una lástima que su descomunal reparto se quede sin un solo reconocimiento. Capitán Phillips, la misma Her, Nebraska y Philomena ya habían alcanzado su techo con las nominaciones, y salvo el premio al guión de Spike Jonze parecía, de nuevo, cantado, que estas películas se irían también sin ningún premio.

Y es que todo pareció, efectivamente, cantado. Incluso que Ellen DeGeneres convencería relativamente. Empezó muy, muy bien, con personalidad, buenos chistes y prescindiendo del habitual vídeo inicial para darle un perfil propio a su trabajo, pero poco a poco decayó porque sus apariciones en la gala eran intrascendentes, para presentar a los presentadores y dar paso a la publicidad. Remontó gracias a la espontaneidad de las grandes estrellas de Hollwyood con sus números de las fotografía (en realidad, una más que calculada estrategia para arrasar en las redes sociales, que todo el mundo picase y poder presumir en la misma gala) y el gag de la pizza (Brad Pitt pasando platos, Harrison Ford cogiendo un trozo con avidez), pero no fue nada memorable. En realidad, todo muy preparado. Por eso, lo mejor de la gala fue la espontaneidad de Bill Murray para introducir a Harold Ramis entre los nominados a modo de homenaje, o el sentido aplauso que recibió Sidney Poitier cuando salió al escenario del brazo de Angelina Jolie.

En ese sentido, fue una gala algo extraña, en la que los homenajes fueron raros. El del aniversario de El mago de Oz, aún siendo imprescindible, es una sorpresa, porque cumple los mismos años la entonces reverenciada por la Academia, Lo que el viento se llevó. El homenaje a los héroes tan anunciado se quedó en un vídeo con una mezcla tan extraña que incluía al Rick de Casablanca o el Schindler de Spielberg junto a Superman o el Iñigo Montoya de La princesa prometida. La Academia prohibió los aplausos durante el In Memoriam (en el que no estuvo Sara Montiel, para cabreo de muchos españoles; ¿la Academia de nuestro país no tendría que hacer algo al respecto para que esos olvidos no se produjeran?), dejando el reconocimiento en un vídeo que, tristemente, se vio de una forma muy aséptica y menos emoción de la necesaria, aunque se agradezcan los reflejos de introducir a los nombres que nos dijeron adiós de forma más reciente como el de Harold Ramis. Frialdad y previsibilidad son malas compañías para una gala que llegó a las tres horas y media y que, por eso mismo, no fue nada memorable y sí algo decepcionante.