Por Lucía Alegrete.
En los años 60 el célebre Akira Kurosawa filmó una de sus
grandes obras maestras, Los canallas duermen en paz. Cinta cumbre del cine
negro y de suspense, en donde a lo largo del metraje se iba destapando una
intrigante trama de asesinato y conspiración. Cincuenta años después la
consolidada directora francesa Claire Denis (Una mujer en África), inspirada en el maestro japonés,
se atreve con otro thriller que narra de igual manera los entresijos y el
oscuro trasfondo de una familia envuelta en terribles e intrigantes asuntos. Marco
Silvestri (Vincent Lindon)
recibe una llamada desesperada de su hermana Sandra (Julie Bataille), a
quien los problemas personales parecen desbordarla. Su marido se ha suicidado, la
empresa familiar está en bancarrota y su hija se halla internada en un centro
psiquiátrico. Las súplicas dan resultado y Marco se muda inmediatamente a
París, donde poco a poco irá desentrañando la horrible y oscura verdad que se
cierne sobre su familia, en un thriller inquietante y desasosegador.
A pesar del poderoso comienzo y el inteligente guión, el
resultado final resulta ser bastante irregular. Cierto es que se ha conseguido
plasmar de forma magnífica esa atmósfera sombría y misteriosa, gracias al buen
uso de los planos, al cuidado de las escenas y a la acertada elección de la
banda sonora. Gracias a ello vemos a través de la mirada oscura de la cámara,
palpamos la tensión que rasga la pantalla y sentimos ese halo impenetrable de
angustia, dolor y desesperación que recorre a los protagonistas. Todo ello nos
inquieta y conmueve y nos encontramos alerta y expectantes esperando ese toque
de gracia final. Sin embargo ese esperado y anhelado desenlace nos deja un
sabor agrio, la cinta finaliza de modo precipitado y confuso. O, más bien,
deberíamos decir que concluye una historia tratada de manera desordenada y por
momentos difícil de seguir, perdiéndose en tramas secundarias y personajes
extrañamente desdibujados.
Entre los actores protagonistas, todos muy correctos en sus
papeles, podemos destacar a la hija del estelar matrimonio Mastroianni-Deneuve,Chiara Mastroianni,
quien interpreta a la amante del poderoso empresario Edouard Laporte y, al
igual que al protagonista, nos atrapa por su sensualidad y misterio. Pero, sobre
todo, es la joven lolita Justine (Lola Creton) la que
se merece todos los elogios. Interpretando el papel de hija desequilibrada y
sexual atrae nuestra mirada e interés y, a pesar de ser un personaje secundario
y su desarrollo superficial, sus escenas son los únicos momentos en los que la
película consigue captar toda nuestra atención. Las imágenes de una bella joven
vagando desnuda y desorientada por las calles de París, dejando tras de sí un
rastro de sangre, muestra de una brutal agresión, son estremecedoras e
hipnotizantes y aventuran la gran magnitud de lo que sucederá más adelante y se
configura como su parte más memorable.
La debilidad del filme reside en su complejidad y la obcecada
necesidad de complicar los hechos para trasmitir una profundidad que acaba
convirtiéndose en complejidad. Las elipsis y saltos temporales tampoco ayudan,
sino que nos facilitan desconectar y que nos dejemos de interesar por el gran
drama que recorre a esta familia. Si la directora hubiera enfocado la película
desde otra perspectiva y se hubiera centrado únicamente en el problema personal
de la familia, evitando todos los elementos adyacentes, se hubiese conseguido
esa interesante e inquietante propuesta que no alcanza ser. La historia es
atrayente, la atmosfera turbadora y la dirección destacable y, sin embargo,
resulta ser un fracaso en términos generales. Ahí es donde destaca la
importancia, ya no sólo de lo que se quiere contar, sino de cómo se cuenta, de
la narración y la manera de plasmar un relato, de saber conducir la trama
adecuadamente y no enredarla innecesariamente.
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