viernes, agosto 25, 2017

'Verónica', arquetipos de terror

A Paco Plaza le conocemos. Sabemos que es un director solvente, que conoce bien los códigos del terror y que los sabe llevar a la gran pantalla. Verónica lo demuestra, es una película construida sobre una buena idea, una de esas que demuestra que aquí, cerca de nosotros, hay excusas maravillosas para construir películas sin necesidad de sucumbir a la globalización también para esto, que cumple con todo lo que promete y que llega a un buen clímax. Es verdad que no hay mucho más, que Verónica no pasa de ser una correcta historia de género que no tiene ambición de ser nada más, pero las expectativas que generan el relato, el trailer, el género y el propio director quedan suficientemente satisfechas. Y no engañar a nadie también es una buena carta de presentación para cualquier tipo de película, y más viendo el destrozo que suele hacer la promoción en algunas ocasiones.

Plaza tiene la suficiente habilidad como para construir su película en torno a cuatro pilares. El primero, una historia real, un suceso paranormal que aconteció en el madrileño barrio de Vallecas en 1991. Eso nos lleva al segundo, la nostalgia, algo que está muy de moda y que pocas veces podemos ver, como aquí, con tintes patrios, con jingles televisivos, los juegos que realmente teníamos en la España de la época, o incluso un mobiliario urbano y doméstico al que Plaza presta una atención que al comienzo de la película parece casi obsesiva. La conexión con los otros dos elementos es evidente, por un lado el protagonismo que concede a una adolescente y sus tres hermanos pequeños, algo a lo que se presta el género, y finalmente eso mismo, un respeto casi reverencial a lo que pide el terror, desde planos ominosos a una música que aventure y dé ambiente a cada situación de miedo.

Eso se convierte, lógicamente, en un arma de doble filo, que además segregará al público, aunque eso tampoco puede sorprender a nadie, en aficionados del terror y quienes no lo son. No es una película para los segundos, pero nadie podrá acusar a Plaza de no conocer los códigos del género o de saltárselos. Eso mismo, eso sí, también supone un cierto límite a la película dentro del marco en el que se encierra. Cada cosa está en su sitio porque, en realidad, no puede estar en otro. Y si visualmente Plaza tiene un poder considerable a la hora de componer imágenes impactantes, el mejor ejemplo desde luego está en el clímax, en cuanto al sonido se rinde demasiado a los tópicos del género. No por el uso de las canciones de Héroes del Silencio, que ese es directamente algo repetitivo, sino porque el sonido y la música acaban por minimizar el efecto y distraer la atención con demasiada frecuencia.

En lo que Plaza sí sobresale es en el uso de su reparto infantil. Y además lo hace desde la base. Sus diálogos, siempre difíciles, están muy bien escritos para que los jóvenes actores los pronuncien con naturalidad, algo que no siempre se ve. Sandra Escacena, debutante, lleva bien el peso de la película, y Bruna González, Claudia Pellicer y el pequeño Ivan Chavero secundan muy bien a la protagonista. Ellos hacen que Verónica funcione de manera solvente y dentro de los códigos del género incluso en los momentos más débiles de la historia o de la producción, que los hay y seguro absurdo negarlo. Pero Plaza tiene buenas ideas, lo que también contribuye a que la película se deje ver con bastante facilidad, incluso aunque quizá sea un pelín más larga de lo que demandaba la historia y se va a los 105 minutos. Como ejercicio de terror español cargado de nostalgia para construir la historia desde niveles muy distintos, incluso desde el mundo del fútbol, un guiño simpático y realista, Verónica cumple con efectividad aunque, no lo pretende, no sea la reinvención de nada.

viernes, agosto 04, 2017

'Transformers. El último caballero', rizando el rizo de lo absurdo

Película tras película, Michael Bay ha ido consiguiendo que la serie de Transformers se fuera enterrando cada vez más en un pozo de absurdos, incoherencias y flagrantes fallos cinematográficos. Pero el director, aclamado por el público y habitualmente despedazado por la crítica, ha vuelto a rizar el rizo en esta espiral de cine palomitero lamentable, estúpido y desprovisto de toda inteligencia. Se podrá argumentar que no todas las películas tienen que hacernos pensar, que tiene que haber un hueco para el cine de escapismo y efectos especiales sin pretensiones. Desde luego que sí. Pero ese se puede hacer bien o mal. El que hace Bay es del malo. Y además lo hace conscientemente. El último caballero es, visto desde una esfera irónica, una burla del director hacia sus críticos, cargada de dobles intenciones en sus diálogos, que no ayudan a la película pero sí al debate sobre la supuesta genialidad de Bay.

Su cine no la demuestra. No lo hace desde hace muchos años, desde los 90, en los que sí se presentó como un prometedor director de acción. Transformers, curiosamente la serie que más dinero le ha dado, es una colección de todos sus defectos. Y El último caballero es, así, la quintaesencia. Es un galimatías que no hay por donde coger, una historia que roza la estupidez tanto en su rocambolesco argumento como en la ejecución final que vemos en la pantalla, es la enésima demostración de que no hay un solo personaje interesante, bien escrito o bien desarrollado en Transformers, y que a Bay le importa muy poco ser un director coherente, porque las fronteras del espacio y del tiempo no le afectan a la hora de meter y sacar personajes de las escenas. Todo le da igual a Bay si puede hacer su mix de estrenos veraniegos para mostrarnos un campo de batalla medieval, un escenario nazi de la Segunda Guerra Mundial, muchos robots haciendo chistes, presentaciones a lo Escuadrón Suicida y explosiones desde el mismo logo de Paramount que abre la película.

En una historia con diálogos que parecen escritos por adolescentes, en la que desfilan actores que valoran más el cheque que sus reputaciones y en la que hay constantes traiciones a la misma franquicia de la que forma parte (a lo que el propio Bay ha contado en sus películas y, sobre todo, al material de referencia), es difícil encontrar algo rescatable. Si acaso, que los actores hacen un esfuerzo ímprobo por creerse sus difíciles papeles, más sencillo en el caso de los héroes de acción, Mark Wahlberg y Josh Duhamel, y mucho más complicado en la cuota femenina, la que firman Laura Haddock o Isabela Moner, o en el caso de los actores consagrados, reducidos a meras comparsas cómicas como Anthony Hopkins, John Turturro (¿para qué sale realmente en la película?) o Stanley Tucci. Ni siquiera los Autobots o los Decepticons importan. Optimus Prime y Megatron son reducidos a secundarios, Bumblebee a acróbata desmontable y los Dinobots a la nada más absoluta.

¿Qué hay entonces en El último caballero que pueda convencer? Prácticamente nada. Si acaso, el hecho de que forma parte de una franquicia que, sin contar prácticamente nada, repitiendo esquemas, y con tono autoparódico en la filmografía de Bay cada vez más acusado, sigue cosechando un éxito increíble. Los muchachos de efectos digitales se lo habrán pasado en grande con los inexplicados y cada vez más numerosos poderes de los robots, pero más allá de eso es difícil encontrar nada positivo en una película larga, por momentos bastante aburrida, con un humor de dudoso acierto ("te has cargado el momento", le dice Anthony Hopkins a un robot en cierta ocasión, analizando a la perfección la forma en la que Bay usa el humor) y que ojalá, como ha dicho su propio director, sea su última incursión en la serie. A saber si alguien puede reflotar esto, cinematográficamente hablando porque en taquilla va de fábula, pero que le dejen intentarlo lejos de las garras de Bay.