martes, agosto 31, 2010

'Los mercenarios', con la mente cerrada

Siempre que algún aficionado al cine recomienda una película que, por los motivos que sea, sabe que puede no gustarle, dice aquello de que hay que verla con la mente abierta. Definitvamente, a Los mercenarios no se le puede aplicar esa máxima. Lo que se tiene que recomendar para verla es justo lo contrario: tener la mente cerrada. Cerrada para que no entre nada de aquello que no vamos a ver, nada de lo que pudiéramos esperar, nada de lo que podría hacer de ella una mejor película. Porque Los merecenarios es sólo una cosa, muy concreta, muy definida. Cualquier pensamiento alejado de lo que es llevará al desastre en la experiencia de ver este filme. ¿Y qué es Los mercenarios? Pues nada más y nada menos que una reunión de viejos amigos y algún nuevo invitado con el único propósito de disfrutar, hacer explotar cosas y crear un vehículo de acción anclado para casi todo en los años 80. La película sólo es disfrutable si se ve así, con la mente cerrada a cualquier concepto que no sea éste.

Veamos. En la película aparecen, entre otros, Jason Statham, Jet Lee, Dolph Lundgren, Eric Roberts y Mickey Rourke. A Jean-Claude Van Damme y Wesley Snipes les ofrecieron un papel. Arnold Schwarzenegger y Bruce Willis protagonizan sendos cameos, y un tercero para Steven Seagal estaba planeado. El papel principal, el de director y el de guionista se lo reserva Sylvester Stallone, que hace 27 años que no dirige una película que no tenga al frente a Rocky o a Rambo. Estos nombres lo dicen todo, lo bueno y lo malo. Y hablando con franqueza es obligado decir que Los mercenarios es una mala película que tiene multitud de puntos en común con las malas películas de acción de los años 80. Pero, claro, si echamos la mirada a esos años nos daremos cuenta de que eran películas malas... que nos hicieron disfrutar. Así sucedió con títulos como Commando, Cobra o El último boy scout, por citar algunas de las principales nombres citados al comienzo de este párrafo. Y al final de Los merecenarios uno se da cuenta de que mal del todo no lo ha pasado, pero no queda más remedio que reconocer que es mala.

Y es mala porque el guión es horrible. No es posible, y sin embargo lo es, meter en apenas 90 minutos de película tantos y tantos tópicos. Es inverosímil, y pese a todo lo consigue, que todos los diálogos suenen huecos y conocidos. No puede haber dos personajes femeninos escritos de una forma tan plana. No hay actuaciones, porque en realidad no son necesarias. El único objetivo de la película es hacer explotar cuantas más cosas mejor y matar hasta al apuntador (un entretenimiento mientras se ve el filme puede ser contar los muertos en pantalla, la tarea promete ser ardua...). La única forma de entender Los mercernarios es como un canto nostálgico de los viejos rockeros a su cine de acción. Y como han pasado treinta años desde muchas de aquellas películas que convirtieron a los protagonistas de este revival en los reyes del género, eso le da un toque autoparódico probablemente no buscado (a diferencia de lo que sucedía en la mucho más entretenida El equipo A).

Ese toque paródico sólo se ve con claridad en una escena, la más divertida e interesante de la película, pero que tiene más valor personal que cinematográfico: la del cameo de Schwarzenegger y Willis. Son apenas un par de minutos, pero hay tantos mensajes anclados en la realidad que leer entre las frases del guión, que parece durar más de lo que se puede disfrutar. Stallone y Schwarzenegger son dos amigos que siempre se han picado en la pantalla con bromas ocultas (desde la burla de Arnie a los músculos de Stallone en Los gemelos golpean dos veces al poster ficticio de Terminator 2 con Stallone de protagonista en El último gran héroe, pasando por la broma sobre la presidencia de Schwarzenegger que sufre Stallone en Demolition Man), y esa labor de años encuentra aquí su cenit. Es, sin lugar a dudas, el mejor momento de la película, a pesar de que los poco avispados responsables de la promoción del filme decidieron incluír varios planos de esta escena en el trailer.

Dicho todo eso, lo normal sería llevarse las manos a la cabeza por el rotundo éxito que ha tenido la película, lo que, a pesar de que Stallone dijo que probablemente éste sería su último papel como actor, ya ha provocado el anuncio de que habrá una secuela. Pero el caso es que la película funciona como lo que es. Y es una mala película nostálgica de acción que ofrece justo lo que promete. Y no parece hecha hace veinte años por culpa de un frenético montaje (dicho esto en el peor de los sentidos) en bastantes momentos del clímax final, que la colocan entre el cine de acción más actual, repetitivo y, por qué no decirlo, prescindible. Quizá Los merecenarios es una de esas películas que son tan malas que acaban siendo buenas. Quizá es que hay que cerrar la mente para disfrutarla. Quizá. Y lo peor de todo es seguro que hay espectadores que mal no lo pasan viéndola, aunque uno no sabe si es por sus méritos o por sus deméritos.

jueves, agosto 26, 2010

'Ondine', una bonita trampa

Se están poniendo de moda los cuentos de hadas en el cine contemporáneo. O también películas que pretenden ser cuentos de hadas, que insuflan un contenido más o menos cercano a lo fantástico a historias cotidianas. Tim Burton ha coqueteado en varias ocasiones con ese particular subgénero del cine, M. Night Shyamalan lo llevó hasta la excelencia en algunas de sus películas, no sería descabellado entroncar algo del cine de Christopher Nolan en esta corriente. ¿Neil Jordan? Pues sí, Neil Jordan también con esta su última película, Ondine (película que por cierto no tiene todavía fecha de estreno en España a pesar de que se pudo ver ya en septiembre de 2009, hace casi un año, en el Festival de Cine de Toronto y se estrenó en Irlanda, su país de origen, en marzo de 2010). Y aunque en el fondo lo que Jordan ofrece no es más que una trampa, es una trampa bonita que engancha con la más sencilla magia del cine: con unos buenos actores, con un guión atractivo, con una hermosa historia y con preciosas localizaciones.

Me asombraba de que Neil Jordan se acercara al cuento de hadas, pero en realidad es una sorpresa relativa. Y es que Jordan es un director inclasificable. En sus ya treinta años de carrera, ha hecho terror, drama, comedia o thriller, tanto le da sumergirse entre vampiros que entre personajes que han sido víctimas de las mayores tragedias sociales, ha trabajado con actores muy conocidos y con intérpretes poco reconocibles (pero normalmente de mucho talento). Es un todo terreno. Con desiguales resultados, sí, pero no se ha especializado en género alguno como para que sorprende verle dirigiendo cualquier película. Ondine, además, se desarrolla en su Irlanda natal, lo que hace que sea una historia cercana y personal. Y entronca con una frase que dijo una vez Jordan: "la única razón por la que quiero hacer películas es que haya personajes que tienen partes de sí mismos que no entienden". Y de eso va Ondine. De personas que no tienen claras muchas cosas de sus propias vidas y de su búsqueda por entenderlas.

El filme arranca con la parte de cuento de hadas. Un pescador irlandés saca sus redes del mar para encontrar en su interior a una misteriosa mujer, cuya voz de sirena atrae la buena suerte, pero que no quiere que nadie la vea. Hermoso y poético punto de partida que consigue atrapar al espectador, no hay duda sobre ello. Luego empiezan las trampas, pero esas quedan para el juicio de cada espectador, que se sentirá más o menos satisfecho por las explicaciones (o ausencia de ella) sobre lo que está viendo y por la mezcla (en realidad, también muy personal y dependiente de cada uno de nosotros) entre realidad y ficción. Lo que es indudable es que se trata de una bonita historia, bien llevada si no disgustan demasiado los atajos que a veces escoge Jordan (más como guionista que como director) y que presenta, como decía, un magnífico envoltorio en forma de actores y escenarios.

Colin Farrell tiene buena parte de responsabilidad en el notable acabado de Ondine. Y es que el irlándes, después de muchos años en los que tampoco ha demostrado demasiado, compone un personaje complejo y atrayente, lleno de matices con los que genera una empatía importante. No sé si sería descabellado decir que es su mejor actuación (el caso es que ha trabajdo con grandes directores como Steven Spielberg, Michael Mann o Terry Gilliam, pero no se le recuerda ningún papel en concreto) pero muy lejos no puede estar. Quizá, y sólo quizá, un flashback sobre su problema con la bebida le hubiera dado una dimensión mayor al personaje. La desconocida polaca Alicja Bachleda (aunque nació en México), la pequeña Alison Barry o la también irlandesa Dervla Kirwan completan un reparto muy adecuado, muy profesional y muy comprometido con la película. Los escenarios, todos del irlandés condado de Cork, se suman al reparto como un personaje más. Uno muy hermoso y muy acorde con la historia.

Ondine es una historia de amor, pero también una historia de cariño. Es una fábula, pero también un filme de intriga. Es un cuento costumbrista, y también un drama social. Esta amalgama funciona en las dos vías. Por un lado, se puede echar en falta una concreción en algo, un mensaje claro. Por otro, ofrece mucha riqueza, pone diferentes temas sobre la mesa y permite al espectador disfrutarla a muchos niveles. Y eso funciona, por lo que lo primero queda ligeramente en el olvido. Una buena muestra de cine europeo, de que, en el fondo, las rocosas estrellas de Hollywood también saben, a veces, ofrecer actuaciones de lo más estimulantes y de que, por mucha inocencia que se pierda, siempre habrá cuentos de hadas con los que maravillar a niños y adultos.

viernes, agosto 20, 2010

'Centurión', romanos confusos

Llega una de romanos. Pero, en realidad, no son romanos de los de siempre. O quizá lo que habría que decir es que los romanos son una excusa para llegar a algo totalmente diferente. Lo que está claro es que Centurión es una película difícil de clasificar. No sé si gustará a los amantes del cine de romano más clásico. Ni siquiera a quienes adoraron (adoramos) el retorno del moribundo (¿muerto?) género de la mano del Gladiator de Ridley Scott. Pero quizá gustará a quienes provengan de un cine más afín al director de esta cinta, Neil Marshall, a quienes gusten de una violencia más gráfica en pantalla y a quienes les satisfaga la acción por encima de la historia (aunque algo de historia hay, y más interesante de lo que podría parecer y de lo que los propios responsables de la película parecen haberse dado cuenta). En cualquier caso, una propuesta diferente. El placer que uno encuentre en esa diferencia promete ser muy variable en cada espectador.

Gladiator logró para el cine de romanos lo que Sin perdón obtuvo en el western. Explicó a cinesastas y espectadores cómo hacer una gran película de género, de géneros además que triunfaron muchas décadas antes, deudora de los clásicos pero creíble en su propio tiempo. Lo malo es que también cerró esos géneros casi para siempre, quizá acomplejando al resto de realizadores, sabedores que la excelencia es muy difícil de conseguir. Desde que ambas películas se estrenaron, apenas ha habido intentos de acercarse a su calidad. Centurión no es uno de esos intentos, porque no bebe del cine de romanos más clásicos, ni siquiera busca una actualización más o menos diferente y no tiene entre sus objetivos colocarse a la altura de las mejores. Su apuesta es otra totalmente diferente. Es crear una historia gráfica de violencia en un entorno con romanos. "Con" y no "de" porque Roma no es parte de la historia que se nos cuenta. Muy al contrario, lo que vemos en la lucha por la supervivencia de una legión romana en tierras bárbaras.

Eso le permite a Neil Marshall (director de películas como Dog soldiers o The descent) dotar de un cuadro pseudohistórico a sus pretensiones de imágenes de violencia. Pero es una violencia muy personal y particular, quizá demasiado usada (y no siempre con sentido) en el cine más contemporáneo, basada en la sangre y en los golpes en cámara. Es una opción con la que seguramente quiere mostrar la crudeza de aquellos tiempos, pero es una opción discutible. Tras la primera escena de batalla, se pierde el factor sorpresa. Las muertes violentas dejan de asombrar para producir cierto hastío y sensación de repetición. Y son muchas y muy similares todas ellas. Lo que dejan no es precisamente la impresión de estar viendo una realidad histórica, y en eso se distancia, por ejemplo, de Gladiator (que tampoco era un ejemplo historicista precisamente, pero sí era una película "de" romanos). Además, entronca con el habitual olvido del cine moderno: no es más violenta la película que más muestra. La violencia no es sólo sangre en pantalla.

Ese exceso de sangre parece haber confundido el camino de lo que podría haber sido una película mucho más interesante, aquella que emerge en la media hora final (y, de forma muy sútil, en la breve introducción) de Centurión y que sí podría haber supuesto una notable aportación al género de romanos. Cuando los bárbaros se sienten extranjeros entre los suyos y los romanos también, surge un universo diferente, interesante y algo rompedor. Pero la decisión que adopta Marshall como guionista y director en el protagonismo que da a sus dos personajes femeninos dicta sentencia: puede la acción en lugar de esa narración alternativa. Y la decisión es ésta seguramente por seguir la corriente del moderno cine de acción, en la que hay que tener a una mujer de armas tomar compartiendo cartel con el héroe, sea como su ayudante o como su enemiga. Parecía mucho más interesante el personaje de Imogen Poots que el de Olga Kurylenko (difícil de reconocer a simple vista la última chica Bond, la de Quantum of Solace).

En medio de estas decisiones aparentemente confusas, objetivos algo contradictorios y propuestas sin duda diferentes, Michael Fassbender (que ha tenido papeles en Malditos bastardos o 300 y dentro de poco tomará el testigo de Ian McKellen para interpretar a un joven Magneto en X-Men. First Class) construye un interesante personaje protagonista. Quizá algo perdido entre tanta carrera y tanta pelea, pero cuyo atractivo crece a medida que avanza el filme y, sobre todo, cuando éste se adentra en el tramo final, sin duda lo mejor de Centurión. Cine de romanos, sí, pero no el cine de romanos con el que mucha gente ha crecido. Los romanos, al final, parecen una excusa. Entretiene pero no perdura. Qué pena que la película no fuera ese choque personal y cultural que sólo se deja entrever.

lunes, agosto 16, 2010

'Airbender', Shyamalan a ratos

La crítica norteamericana ha descubierto un nuevo juego: la caza de M. Night Shyamalan. Desde que hace ya once años nos impresionara a todos con El sexto sentido, los entendidos han decidido que este director ya no les vale. Han despreciado una por una todas sus películas, negando la genialidad, la poesía, la aventura, la brillantez visual o el carácter único y personal que desprendían casi todas ellas. Cierto es que había razón en los palos que recibió el cineasta (cineasta, sí; director se le queda corto) por su último trabajo, El incidente, pero choca que alguien tan original y tan fiel a sí mismo no tenga algún pequeño grupo de adeptos entre la crítica. Cuando se anunció que iba a hacer Airbender. El último guerrero, muchos lo interpretaron como una renuncia a seguir siendo él mismo. Abrazar un material ajeno por primera vez en su carrera (a pesar de haber escrito también el guión) no entierra a Shyamalan, ni mucho menos. Sólo a ratos se le ve en esta película, pero en absoluto es el desastre que ha querido dibujar la crítica americana.

Airbender adapta una serie de dibujos animados. Elección atípica a simple vista para Shyamalan, pero que una vez visto el resultado es fácil de explicar. En el fondo, este filme aborda los mismos temas que tocaba en sus anteriores trabajos, en especial la búsqueda de personas, extraordinarias por algún motivo, de su lugar en el mundo. De eso va Airbender, como también era el tema de El bosque, El protegido (estas dos, probablemente, las obras más redondas de Shyamalan), La joven del agua o El sexto sentido. Y sus imágenes, para quien no se deje engañar por la artillería de efectos especiales que contiene este filme, aportan la misma genialidad de antaño, la misma habilidad para colocar la cámara allí donde debe estar para explicar lo que esconde cada plano sólo con imágenes, sin necesidad de otro apoyo (aunque los tiene, en especial la nuevamente brillante música de James Newton Howard, con quien el realizador forma un tándem mágico). Y rodando planos abiertos, fáciles de comprender y lejos de la confusión que presenta la acción moderna de Hollywood. Es ahí donde se ve al Shyamalan más auténtico. Pero, por desgracia, eso no llega a toda la película.

El cineasta falla donde habitualmente triunfaba: con las palabras. No hay un solo diálogo en esta película que sea realmente necesario para entender lo que estamos viendo. Ni siquiera interesante de verdad. La mayoría de ellos son rutinarios. La voz en off que cubre las (algo extrañas) elipsis temporales es directamente superflua. Pero eso no puede ser excusa para quien hizo de una frase ("en ocasiones veo muertos") su tarjeta de presentación al mundo. Con las palabras, falla en ocasiones el ritmo de la película, a la que le pesa demasiado el hecho de no ser más que una introducción (nuevamente estamos ante un filme pensado para ser la primera parte de una trilogía, pero luego volvemos sobre eso). Pero eso no puede ser excusa para Shyamalan, que ya deslumbró a quien quisiera verlo haciendo de El protegido una perfecta película en sí misma a pesar de ser, en realidad, el primer acto de lo que podría haber sido una saga más larga (desde que se estenó, se rumorea con que Shyamalan hará una segunda parte). Y falla en algunas imágenes, afortunadamente no en demasiadas, por esa moda que hasta el propio Shyamalan ha criticado de estrenar ya toda película de fantasía en 3D. Christopher Nolan ya ha demostrado con Origen que no hacen falta gafas para deslumbrar.

Eso es lo negativo. Lo positivo está en que Shyamalan ha encontrado un buen camino como director de acción, algo a lo que hasta ahora no se había lanzado. El clímax, extenso y bien montado, demuestra que se maneja a gusto con multitudes, cuantiosos elementos en pantalla y el ritmo de una batalla. También hay cierta habilidad en la dirección de actores, la mayoría de ellos desconocidos para el gran público, y a ese reto de no tener rostros populares se enfrenta por primera vez en su carrera. No es que ninguno de los intérpretes haga el papel de su vida, pero hay mucho oficio en pantalla, incluso entre los actores más jóvenes. Son más que interesantes las dos chicas que aparecen, la tierna ingenuidad de Nicola Peltz (que apenas tiene experiencia en el mundo del cine pero cuyo nombre apunto) y la presencia magnética de Seychelle Gabriel (que ya se merendó a la sorprendentemente bien considerada Eva Mendes en la horrenda The Spirit haciendo su mismo personaje pero de joven). Y es interesante ver a Dev Patel, protagonista de la para mí sobrevalorada Slumdog Millonaire, ofreciendo nuevos registros.

El conjunto final puede saber a poco para quienes admiramos la categoría de Shyamalan, pero Airbender no deja de ser una correcta y entretenida película de fantasía. A pesar de la ferocidad con la que ha sido recibida entre los críticos (no tanto entre el público; lleva 200 millones de dólares recaudados aunque costó 150), es mucho mejor que otras sagas de fantasía juvenil (por temática, público o protagonistas) que han visto la luz en los últimos tiempos. Ni se le acercan primeras partes de sagas que no continuarán en el cine, como La brújula dorada, El circo de los extraños o Eragon. Es más adulta que las interesantes Crónicas de Narnia. Y tiene más diversión que Crepúsculo o Harry Potter (y aquí ya sé que me enfrentaré a la ira de los fans). Pero ésta la firma alguien que se reivindica como cineasta y eso, por lo visto, merece más palos que aplausos. Los míos no, desde luego. Shyamalan sigue siendo Shyamalan, aquel director que me asombró hace once años y que, salvo en una ocasión, me ha deslumbrado con algo en todas sus películas. Espero que haya secuela. Y espero que Shyamalan dirija también otro guión original suyo lo antes posible.

miércoles, agosto 04, 2010

'Toy story 3', el mejor final posible para quince años de genialidad

Qué difícil es dar con un buen final para cualquiera historia. En el cine, cuando esas historias se alargan en varias películas, el miedo crece. Hay miedo a que lo que nos estén contando no merezca la pena. Miedo a que, en el caso de que consigan interesarnos a lo largo de toda una saga, el final no esté a la altura. Pero con Pixar no hay lugar a esos miedos. Con Toy story no hay rincón posible para el miedo previo o la decepción posterior. Quince años después de que la primera entrega de esta saga revolucionara por completo el cine de animación, los chicos de John Lasseter han vuelto a conseguir todo lo que se proponían. Todo. Pocas veces una tercera parte emocionará tanto como ésta. Pocas veces encontrará una conclusión más hermosa a una historia que conocemos desde hace tantos años. Lo único que puede hacer uno cuando termina la proyección y sale del cine es aplaudir a estos genios que durante tantos años nos han dado lo mejor de sí mismos en esta historia. Y secarse las lágrimas de los ojos.

Hablar de Toy Story siempre es sencillo porque los halagos no terminan nunca. Tendrá puntos débiles, seguro que sí, pero entre tanto maravilla es difícil encontrarlos. Las tres películas que conforman la saga son el mejor ejemplo de lo que debe ser un cine animado de entretenimiento y calidad. Hay mucha gente que todavía no se ha dado cuenta de que lo que antaño era el trazo de un lápiz y ahora es un dibujo por ordenador no es sino una herramiento más para hacer el mejor cine posible. No se han dado cuenta que, en los quince años que han pasado desde que Toy Story llegara a los cines, la animación de Pixar ha dejado un puñado de obras maestras, no ya del cine de animación sino del séptimo arte como tal. Es una pena que no vean que estos personajes de trazos y colores animados pueden expresar tanto o más que cualquiera actor de carne y hueso. Gracias a Pixar, cada vez son menos los que piensan así, pero alguno queda todavía. Pero para ellos, sin duda, porque se pierden algo imprescindible como es Toy story. La primera, la segunda y la tercera.

Que estemos ante una secuela generará los temores habituales. Pero esta vez más infundados que nunca. Con Toy story 3 se cierra la historia que nos comenzaron a contar en 1995, la relación entre Andy y sus juguetes. Y se cierra con tanta genialidad que es difícil hasta destacar algo. Porque la película empieza, como ya lo hacía la segunda, con un terremoto, con un torrente de imaginación, con una historia dentro de la historia que sencillamente maravilla. Y continúa ofreciendo un caudal de diversión, emociones y sensaciones. Si la segunda entrega destacó, además de por un guión sencillamente extraordinario, por los guiños cinematográficos que encerraba, esta tercera lo hace por recuperar buena parte de la propia mitología de Toy Story (ojo al gancho de los marcianos...). Y lo hace con clase, sin necesidad de recurrir a los mismos momentos de ingenio de las dos películas anteriores. No hay chistes repetidos, no hay personajes que no hayan evolucionado. Y, al mismo tiempo, siguen siendo los mismos de 1995.

Bueno, los mismos no. Pixar es la vanguardia de la animación por ordenador. Los demás siguen muy por detrás. La diferencia entre la primera y la última entrega es notable, sobre todo en lo que se refiere a las texturas de los seres humanos. Eso era hace quince años el talón de Aquiles de la tecnología. Hoy ya da igual. Los animadores pueden recrear lo que quieran con una precisión y una asombrosa. Los humanos son más humanos que nunca, pero no es sólo eso. Es la hierba. Es el entorno. Es la pintura. Es la suciedad. Es el fuego (¡por fin un fuego animado convincente!). Es todo. Es una maravilla visual que está años luz por delante de lo que nos pueden ofrecer los demás estudios que se dedican a la animación (y este año ha habido fácil comparación, pues además de ésta se han estrenado la entretenida Como entrenar a tu dragón o la cuarta entrega de Shrek, una saga que sí viene dando muestras de agotamiento ya desde su segunda parte).

Quizá hay quien piensa que el guión pierde fuerza al mismo tiempo que se ha perdido el elemento de la sorpresa. No voy a negar que hay algunos momentos de la película, en su tramo central, en el que hay cosas que recuerdan demasiado a detalles de las dos anteriores, pero esa sensación desaparece a medida que los nuevos elementos se van integrando con naturalidad en el universo de juguetes que ya conocíamos y, sobre todo, en el tramo final de la tercera parte. Porque es ahí cuando de verdad te das cuenta de que estás viendo el final de la historia. De que están desfilando por delante de tus ojos los últimos instantes de una parte de nuestras vidas. No sé si todo el mundo es consciente de ello. O de que está viendo Historia pura del cine (una sensación que ya viví de forma clara cuando se estaba terminando La venganza de los Sith). Sí, es lo que pienso, es lo que digo y es lo que mantendré siempre. Historia del cine. Eso es lo que hace Pixar. Eso es lo que supone Toy story.

Muchos son los platos fuertes que ofrece Toy story 3. Después de que la muñeca rubia debutara en la segunda parte, es impagable ver la historia de amor entre Barbie y Ken. Como innenarrable es el momento flamenco de Buzz Lightyear (que encuentra además un colofón perfecto en los títulos de crédito, esos que uno nunca puede dejar de ver en una película Pixar, esos que hacen que salgas del cine siempre sonriendo... y cierran el círculo con la sonrisa inicial, la del imprescindible corto de turno; Día y Noche, por cierto, es de los mejores que ha hecho Pixar si no el mejor). Todo lo demás raya a gran altura. Pero si algo es Toy Story 3 es su final. La saga es una hermosísima historia de amistad con el envoltorio de una película de aventuras. Y todo lo que representa está encerrado en los últimos cinco minutos antes de los créditos. Si Toy story ha formado parte de tu vida en los últimos quince años, es imposible no derramar alguna lágrima. Y en esa escena hay una frase que resume perfectamente lo que uno siente hacia Pixar, Toy Story, John Lasseter y Lee Unkirch, director de esta última entrega.

"Gracias, chicos". Gracias de corazón.