
Y ahora llega Eragon, una película difícil de valorar. Si la hubiera visto de niño, estoy seguro de que me habría vuelto loco. Pero la he visto de adulto, y por eso asumo que es una cinta dirigida a un público juvenil. Aún así, la he disfrutado gracias sobre todo a los diez minutos de climax, en los que se al dragón protagonista en todo su apeogeo (la foto pertenece a esa batalla final, aunque no se ve con mucha claridad). Esos minutos han bastado para emocionarme, para hacerme sentir como un niño, y eso, en el cine de hoy en día, no tiene precio. Que nadie me malinterprete, que no estoy diciendo que Eragon sea un peliculón, aunque gracias a su final abierto puede ser el embrión de una interesante saga fantástica. Pero sí reconozco que, durante los 100 minutos que dura (otro punto a favor; no es necesario eternizar una película hasta las dos horas y media aunque el cine moderno crea que sí) ha despertado al chaval que sigo llevando dentro y que de vez en cuando se emociona con poquita cosa delante de una pantalla. No me habían hablado bien del todo de la película, pero para mí merece la pena. Sobre todo si crees en los dragones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario