viernes, septiembre 28, 2012

'Salvajes', entre la sórdida solidez y la extraña caricatura

Decía Obi-Wan Kenobi a Han Solo en el primer Star Wars aquello de "¿quién es más loco, el loco o el loco que sigue al loco?". Oliver Stone ha querido plantearse una pregunta similar, pero eludiendo a los locos y centrándose en los salvajes. Y, claro, el título de su película no podía ser otro que Salvajes. Que Stone es un polemista es algo que se sabe desde hace décadas. En Salvajes sigue esa tendencia que, a estas alturas de su carrera, ya no va a cambiar. No lo es tanto como en otras películas porque aquí sus ganas de polemizar se circunscriben a la violencia, al sexo, a lo incorrecto, y no pasan a temas de mayor calado emocional, político o policial. No traspasa esa línea en ese retrato sórdido que firma con la solidez habitual porque, al mismo tiempo que desarrolla esa película, la adorna con extrañas caricaturas, con personajes extremos que, eso sí, están entre lo que mejor funciona del filme. La mezcla funciona sin mayores pretensiones. No está entre las mejores películas de Oliver Stone, pero sí da lo necesario para ser apreciable.

Hay directores que suelen buscar siempre la película definitiva sobre un tema. Oliver Stone es uno de ellos. Y hay que reconocerle que, en ocasiones, ha conseguido esa distinción, siendo su más destacable logro la trilogía que no era tal sobre Vietnam (y en especial sus dos primeras patas, Platoon y Nacido el 4 de julio) o su visión sobre el asesinato de Kennedy, tan inverosímil como segura de sí misma (JFK). Pero en otras, esa misma pretensión ha jugado en su contra (Alejandro Magno o W., por ejemplo). Con Salvajes, Stone ha sabido moverse con habilidad. Se detecta ese presunción de querer erigirse como la película definitiva del tráfico de drogas (de un modo muy distinto a como lo quiso hacer Steven Soderbergh, otro de esos directores, con Traffic), pero al mismo tiempo quiere ser un entretenimiento puro y duro, con más fuerza en los personajes extremos que en la historia, con poderosas interpretaciones y con algún que otro elemento más que discutible en su envoltorio final.

A Stone es un director que no le ha sentado bien del todo la modernidad y los juegos visuales que conlleva. Los emplea con insistencia, logra algunos efectos interesantes de vez en cuando, pero en general siempre parecen lejos de la autoría del mejor Oliver Stone. Y tampoco parecen muy propios de su cine los retratos caricaturescos tan marcados, pero aquí los hay en abundancia. La película cuenta la historia de tres jóvenes que han formado un negocio de venta de marihuana. Los dos hombres (Aaron Johnson y Taylor Kitsch) y la mujer (Blake Lively) forman además un triángulo romántico y sexual consentido y conocido. Entonces reciben la oferta de un cartel gobernando por una mujer (Salma Hayek), para la que trabaja un violento matón (Benicio del Toro). O se unen a ellos o lamentarán las consecuencias. Para completar el cuadro, está el agente corrupto de la agencia antidroga (John Travolta). Los tres primeros simbolizan la transgresión habitual de Stone, aunque llevada a lo más vendible. Los tres últimos, esa caricatura que no es tan propia de su cine. Pero el caso es que funciona.

Y funciona por el trabajo de los actores. Benicio del Toro es, de largo, el que más parece disfrutar con su caricaturesco matón. No es nada novedoso, porque un personaje así se ve ya prácticamente en todos los thrillers modernos, pero compone un buen papel hasta un final que no termina de hacerle justicia. John Travolta y con Salma Hayek están un peldaño por debajo, pero se les puede sacar algún que otro momento divertido a ambos. Y cuando se cruzan Del Toro y Travolta, la película tiende por completo a la caricatura, diverida y funcional, pero igualmente sorprendente dadas las pretensiones iniciales del filme. ¿Y cuáles eran esas? Parece lógico pensar que están en el retrato de la transición de personas normales a salvajes, sobre todo la del personaje de Aaron Johnson. Más interesante en su conjunto (es decir, viendo el inicio y el final del personaje) que en su transición, que a veces parece demasiado forzada. Y es que es ahí donde está el punto débil de Salvajes, en su guión, muy descompensado.

Momentos más que interesantes se mezclan con escenas superfluas. El final es sencillamente extraño y poco justificado. La voz en off del personaje de Blake Lively no parece nunca el hilo conductor adecuado. Y eso último es una lástima, porque Blake Lively está entre lo mejor de la película. Mucho más que un precioso maniquí, los papeles de alma torturada o de muñeca rota le van como anillo al dedo. Lo demostró en The Town, lo demuestra aquí. No termino de saber si es fascinación ante su peculiar belleza o una auténtica demostración de talento, supongo que para eso harán falta más años, más películas y menos Green Lanterns en su carrera, pero su personaje es, con diferencia, el que más satisfacciones ofrece. Aunque el guión no termine de hacerle justicia con esa voz en off y aunque algunos caminos de esta Salvajes no estén tan explorados como podrían haberlo estado (el vídeo en el móvil, lo más salvaje de la película, queda como una anécdota casi sin importancia), es imposible no rendirse ante la infinita tristeza que desprende su mirada. Es la luz que ilumina un buen conjunto. Sólido y raro, pero bueno en definitivo si se ve sin las pretensiones de que sea la película definitiva sobre nada.

jueves, septiembre 27, 2012

'Atrapados en Chérnobil', el terror conformista de siempre

Atrapados en Chernóbil es el tipo de película que resulta fácil despedazar. Muy fácil. Tópica hasta la extenuación, siguiendo modelos más que trillados, con grandes errores de bulto en su desarrollo, algún que otro diálogo sonrojante... Pero en el fondo no tiene trampa ni cartón. Ni por encima ni por debajo de lo que ofrecen otras películas similares. ¿Qué quiere decir esto? Que seguro que hará pasar un rato entretenido a quienes habitualmente disfruten de las películas en la que un grupo de jóvenes guapos entran en un territorio más o menos exótico en plan de fiesta para acabar luchando por sus vidas mientras van cayendo uno por uno, retando al espectador a que haga una quiniela para averiguar el orden y la forma en que caen, hasta llegar a la gran sorpresa/susto/lucha final. Si se siguen haciendo tantas películas así, y si tienen el éxito suficiente como para llegar a los cines y no acabar como un estreno en vídeo, es porque tienen mercado. Buena no es. Pero digna dentro de lo suyo, sí. Tampoco es La hora más oscura. Esa, con las mismas premisas, sí que era mala sin remedio.

Chris (Jesse McCartney) y Natalie (Olivia Taylor Dudley) son una pareja norteamericana que está haciendo un viaje espectacular por toda Europa con una amiga de ella, Amanda (Devin Kelley), que acaba de cortar con su novio. Llegan a Kiev, donde vive Paul (Jonathan Sadowski), el hermano de Chris, que es quien les propone un plan diferente al que tenían pensando. En lugar de ir a Moscú, les sugiere ir a los alrededores de Chernóbil con un amigo que ha conocido en su estancia en Ucrania, Uri (Dimitri Diatchenko), que tiene una agencia de turismo extremo. Allí conocen a otra pareja que se va a unir a ellos, Michael (Nathan Philips) y Zoe (Ingrid Bolsø Berdal). Y ahí es donde se complicara la cosa y, como decía, tendrán que luchar por sus vidas. Nada nuevo en el horizonte, ¿verdad? Dos parejas, una posible, dos rubias, una de ellas con un amplio escote, una morena, un ruso que ponga acento exótico, un paisaje diferente y llamativo (y esta vez no sólo para un espectador norteamericano). Y todos menos Uri, que es el ucraniano exótico, jóvenes y guapos, porque no se puede hacer una película de este estilo sin un rostro, un torso, unas piernas o un trasero que admirar. Lo de casi siempre, en realidad.

La estructura de la película no podría ser más clásica, con su introducción, su nudo y su desenlace, y hace con sus 90 minutos un reparto casi idéntico de cada una de sus tres partes. Las tres tienes pegas. La primera es muy, muy larga. Quien quiera ver una película de seis jóvenes atrapados en Chernóbil no tiene tanto interés en la presentación de los personajes o en sus planes de futuro, en las juergas que se corren en Kiev o los matones con los que se encuentran en la noche ucraniana. Es asumible que hay que poner algo para intentar generar cierta empatía con los personajes, pero no durante media hora. La segunda parte impresiona más por el escenario que por lo que genera la película. Ver Chernóbil (aunque sea un escenario y, obviamente, no el auténtico) y sus consecuencias impacta, sea en un informativo, en un documental o en un filme de ficción, pero es en ese tramo donde aparecen las primeras trampas para el espectador, habituales por desgracia en este tipo de películas. Y en la tercera, la que se convierte en el videojuego que el espectador sí quiere jugar, adolece de una planificación más serena o de planos más claros. Pero la cámara está demasiado en movimiento y enfocando espaldas.

Bradley Parker, técnico en efectos especiales que se encargó de la segunda unidad en la versión americana de Déjame entrar y que hace con esta película su debut como director, no se sale del camino marcado ni para bien ni para mal. Quiere ofrecer una película oscura de sustitos (el del oso evidencia lo fácil que es introducir algo tan efectivo como inverosímil e imposible) iluminados casi siempre con linternas que se encuentran convenientemente, una lucha por la supervivencia ante un enemigo que, siguiendo los cánones del terror más clásico, apenas se deja ver, y con menos sangre por metro cuadrado de la que cabría esperar en un filme de este estilo. Lo bueno es que lo más entretenido y trepidante está en sus veinte minutos finales, y cuando uno sale del cine lo hace con la suficiente adrenalina en el cuerpo para sentirse mínimamente satisfecho, sabiendo que no ha visto nada del otro jueves, en realidad algo tirando a malo, pero sí exactamente lo que ofrecía la película. Sin trampa ni cartón. Sin mucha calidad tampoco, pero el terror es hoy en día un género conformista.

martes, septiembre 25, 2012

'Contrarreloj', Nicolas Cage como género

Después de unos años de frenética actividad, parece que ha llegado el momento de considerar a Nicolas Cage como un género en sí mismo. Las suyas ya no son películas de acción, o de serie B, o de fantasía, o de ciencia ficción. Son películas de Nicolas Cage. Sin más. Siempre hace el mismo tipo de personaje que casi siempre va de negro, siempre corre mucho, no hay película de Nicolas Cage en la que no tenga que huir de alguien o perseguir a alguien, y casi siempre lo hace porque hay algún familiar amenazado por algo. Cambia el envoltorio, el escenario y el motivo que le impulsa, pero nunca la cara de Nicolas Cage, centro neurálgico e irremediable de todas las películas que ha rodado en estos últimos años. Contrarreloj, sin ser nada del otro jueves, no tenía pinta de ser una de las peores (es muy difícil igualar todo lo negativo que tenía En tiempo de brujas), pero entonces llega su terrible final, risible, bastante esperpéntico, y se carga todo el liviano entretenimiento que podría haber conseguido esta película e su hora y media anterior.

En Contrarreloj, Nicolas Cage es un ladrón que trabaja con otras tres personas, pero después de uno de sus atracos brillantemente planificados (su montaje paralelo, lo más acertado y llamativo de toda la película) las cosas se tuercen y entonces dejamos de ver una película de ladrones para ver otra de padre preocupado. Mejor no saber más sobre el argumento. La primera parte de esa película funciona razonablemente bien. La segunda no comienza mal. Nada nuevo en el horizonte, eso está más que claro desde el principio, pero tampoco es terrible. Sí, la chica (Malin Akerman, la de Watchmen) es poco más que un florero. Precioso, pero florero. Y la película hasta lo dice (lo del "masaje visual" es su mejor hallazgo). Sí, la hija adolescente rebelde (Sami Gayle) es muy rebelde pero en el fondo no lo es. Sí, el oponente inicial es un actor de cierto prestigio (Danny Huston) que tampoco le pone demasiado picante a su personaje porque con su presencia tendría que bastar. Y sí, el malo real (Josh Lucas) es un personaje pasado de vueltas que tiene que ser malo malísimo y que es el causante del delirante, incomprensible e insalvable clímax de la película.

Como Contrarreloj podría ser perfectamente intercambiable con alguna otra película reciente de Nicolas Cage, hay que buscar la diferencia con las demás en el envoltorio. La ciudad escogida es Nueva Orleans, y el momento en el que transcurre la segunda mitad del filme es su carnaval. En realidad valía cualquier otra fiesta que reuniera multitudes en la calle para cubrir algunos de los más flagrantes excesos del guión. Simon West, como ya ha demostrado en la más que reciente Los mercernarios 2, es un director impersonal que no saca partido del material que tiene entre manos. Sus escenas de acción son aquí bastante más confusas que en el vehículo para el lucimiento de Stallone y otras viejas glorias, y la forma en la que rueda y monta el final (hay un momento que casi parece una mala parodia del primer Terminator en el que es imposible no reírse) es torpe y tramposa a partes iguales. Ni siquiera un epílogo agradable (made in Hollywood) pero totalmente fuera del tono de la película y de los personajes consigue despertar simpatía. El final se ha comido cualquier juicio positivo.

Es difícil no ver Contrarreloj como otro producto perecedero más con Nicolas Cage como protagonista. El guión de David Guggenheim (El invitado) está más pendiente de las carreras que de los retratos de los personajes, y por eso la inconsistencia es otro de los defectos de la película. Pero si Contrarreloj no consigue salvarse de la quema, no hay que preocuparse. Nicolas Cage como género sigue adelante. Tiene ya en postproducción dos películas, está rondando otra, tiene cuatro en preproducción y una más anunciada. Todo es cuestión de esperar hasta la siguiente y volver a pensar otra vez en la incontenible presencia del actor en el cine de los últimos años. Pero sólo en su presencia, porque su permanencia en la memoria es nula. Y eso que alguna que otra película interesante sí que ha hecho en estos años (Señales del futuro, Next o la delirante Furia Ciega). Pero Contrarreloj se hunde al final irremediablemente.

domingo, septiembre 23, 2012

'Sin frenos', delirante y divertida

La simple idea de tener a un mensajero en bicicleta por las calles de Nueva York protagonizando una película es delirante. Muy delirante, si la bicicleta es, efectivamente, tan protagonista como el propio mensajero. Delirante, sí, eso es Sin frenos. Y en ese delirio es donde está el gran acierto del ya más que inclasificable David Koepp, director y coguionista de la película, porque adopta un tono impecable, serio cuando debe serlo y abiertamente cómico cuando corresponde, colocando una historia tópica en un envoltorio tan extraño y rocambolesco que divierte, divierte mucho. Con sus golpes de efecto, quizá incluso con diálogos que no estaban pensando para arrancar risas y, sobre todo, con las interpretaciones de Joseph Gordon-Levitt y Michael Shannon. Es hasta gracioso ver que uno ha salido en la última película de Batman y el otro será el malo de la próxima de Superman. Si es que hasta eso es divertido en Sin frenos, una sorpresa entretenidísima, una idea descabellada de Koepp que funciona a la perfección a lo largo de los 90 minutos que dura.

Empieza Sin frenos y uno tiene la sensación de estar viendo la película oficial de Google Maps. O de cualquiera de esas aplicaciones para móvil con los mapas de una ciudad. Continúa el filme y parece que estamos viendo Matrix desde el punto de vista de un mensajero (porque tiene la capacidad de detener mentalmente el tiempo para ver qué ruta le interesa coger para no estrellarse en este Nueva York de locos que forman taxistas y peatones). Y sigue, y casi parece un French Connection en bicicleta, al menos en la escena de la persecución. Delirante todo, algo a lo que contribuye el grafismo de la película. Pero, de repente, te das cuenta de que te lo estás pasando bien. Que el delirio definitivo que se ha instalado en la pantalla te ha contagiado. Te ríes con los golpes de humor, incluso con los abiertamente sádicos (cuando esas visiones anticipadas de lo que le sucedería a nuestro mensajeros se asemejan a cualquier escena sacada del Carmageddon, ese juego en el que había que atropellar todo lo atropellable), te importa hasta la obligada historia de amor que salpica la película, te sientes identificado con la competencia que se establece entre los dos mensajeros y te intriga qué puede haber dentro del maldito sobre que dispara la trama.

Como ya he dicho, Koepp es un tipo inclasificable. Director de películas como El efecto dominó, El último escalón o La ventana secreta, guionista de Spielberg en Parque Jurasico, La guerra de los mundos, o el último Indiana Jones, de Ángeles y demonios, de la irremediablemente genial Atrapado por su pasado o del primer Spider-Man de Sam Raimi. Y ahora director de Sin frenos. Lo cierto es que se lo monta bien en este filme porque va acumulando motivos para que su película se vaya deslizando en el terreno de lo apreciable desde el delirio inicial. Lo hace, además, con notables técnicas cinematográficas, como los flashbacks que van rellenando los huecos de la historia, que permiten ver las escenas que ejercen de ancla entre los personajes desde diferentes puntos de vista. Y lo hace, sobre todo, con un perfil en sus personajes protagonistas que engancha con mucha más efectividad que el trasfondo social que se descubre en torno a la hora de película.

Que Joseph Gordon-Levitt es un actor más que interesante lo había probado ya Christopher Nolan en Origen y en El Caballero Oscuro. La leyenda renace, pero dar vida de forma creíble y humana a este tipo al que agobian los despachos y prefiere sentir la velocidad de la bicicleta es una tarea que aprueba con nota y que tiene su mérito, precisamente por el atípico envoltorio que tiene el filme. Michael Shannon, polifacético actor donde los haya, ofrece una nueva muestra de lo fácil que se le da cambiar de piel, desde el introvertido paranoico de Take Shelter al inquietantemente sincero personaje de Revolutionary Road. Los toques oscuros de su personaje hacen más deseable verle ya como el General Zod de El Hombre de Acero, el regreso de Superman a los cines del próximo año. Dania Ramirez, vista en la serie Héroes, consigue que su personaje tenga presencia a pesar de que parezca una mera excusa. Y todos juntos ofrecen tanto divertimento que se pueden perdonar las barbaridades que, en el fondo, contiene la película. Porque eso de hacer mountain bike sobre unos coches con varias costillas rotas parece ciencia ficción.

Sin frenos es una rareza. Parece que va a ser una de esas películas en las que el protagonista tiene que hacer algo que se muestra a tiempo real (y mientras lo parece recuerda a A la hora señalada, una película semiolvidada con Johnny Depp) y sus flashbacks hacen que sea mucho más que eso. Parece que va a ser una glorificación del mensajero en bicicleta, como si eso fuera necesario, y resulta que se convierte en una película entretenidísma y divertida desde el comienzo hasta ese último y casi imperceptible gag final sobre el tráfico de Nueva York. Recomendable por delirante y por diferente. Y una curiosidad. Después de la primera parte de los títulos de crédito finales, se incluye una toma de cómo quedó el taxi contra el que se estampó el propio Gordon-Levitt rodando la película. Para entonces, Sin frenos ya me tenía ganado sin remedio porque, por muy delirante que pueda ser y por muchos prejuicios que uno lleve encima a la hora de sentarse delante de la pantalla, me lo ha hecho pasar en grande.

viernes, septiembre 21, 2012

'Mátalos suavemente', cuánto daño ha hecho Tarantino

Cada día que pasa y cada película como Mátalos suavemente que veo, lo tengo más claro: cuánto daño ha hecho Tarantino al cine. No lo digo por el hecho de que no soy precisamente un admirador del cine del autor de Reservoir Dogs, Pulp Fiction o Malditos bastardos, sino por la cantidad de imitadores, de una u otra forma, que le han salido. Viendo El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, la anterior película de su director, no hubiera pensado que Andrew Dominik podría entrar en esa categoría, pero así es. Lo que hace en Mátalos suavemente es mezclar la lentitud de su cine, que en esta ocasión sobrepasa en más de una ocasión el aburrimiento, con eso que para muchos forma parte de la esencia del cine de Tarantino, la violencia y los diálogos pretendidamente ingeniosos sobre cuestiones triviales. Y todo con ello con Brad Pitt de por medio en una película que, en el fondo, no tiene mucho que contar.

Y es que ahí es donde está el principal problema de Mátalos suavamente. Apenas hay una historia que contar. Hay una anécdota que se podría haber solventado en poco más de media hora, pero que se alarga hasta los 97 minutos. Hay una cierta indefinición. Y es que tenemos una película de Brad Pitt en la que el actor tarda casi 30 minutos en aparecer en pantalla (ya fue un problema vender El árbol de la vida como "película de Brad Pitt"). Lo anterior podría haberse resumido en cinco minutos, pero Dominik se obliga a estirar ese arranque para llegar a la extensión del largometraje. ¿Cómo? Con esos diálogos triviales que aquí se hacen más interminables que nunca. El tono lento y pausado de El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford llevado a terrenos tarantinianos. Esos diálogos acaban cayendo en la repetición y no es hasta el último de ellos cuando se consigue algo de cierta transcendencia.

Entre tanto, Dominik, autor también del guión, quiere envolver su anecdótica historia con una especie de metáfora sobre la actual situación económica. Lo hace colocando de fondo, como una insistente melodía de fondo que sustituye a la música (que no a las canciones, otro rasgo del daño que ha hecho Tarantino a este tipo de cine, que repite machaconamente el modelo sin cuestionarse si está bien aplicado o si hay otras vías), frases reales de George W. Bush y Barack Obama, pues el filme se sitúa en vísperas de las elecciones presidenciales de hace cuatro años. La metáfora no funciona por ningún lado, a excepción, insisto, de ese diálogo final, el único que sí marca una diferencia. Tarde para que la película remonte el vuelo, pero al menos deja un buen sabor de boca.

Brad Pitt tarda en salir porque Dominik quiere explicar primero, y con demasiado detalle, por qué tiene que salir. Pitt interpreta a un asesino a sueldo al que encargan acabar con los responsables del atraco a una partida de póker millonaria y clandestina. Su misión es matar a los dos jóvenes que perpetran el atraco y a quien lo ha ordenado. Su intermediario es un espléndido Richard Jenkins, cuyas conversaciones con Pitt son de largo lo más entretenido de la película. Por un motivo que acaba resultando inverosímil e inexplicado, el asesino recurre a un colega, un mujeriego y alcohólico interpretado por un inspirado James Gandolfini, en un largo desvío de la historia de difícil encaje y de muy dudosa resolución. Y por el camino queda el organizador de la partida, un Ray Liotta interesante. De hecho, y asumiendo que esos dos atracadores (Scoot McNairy y Ben Mendelsohn) no tienen el peso del resto de personajes a pesar de que la película se base en ellos, el reparto es lo más destacado de Mátalos suavamente.

Desde que Tarantino hizo Pulp Fiction, da la impresión de que todo el thriller y el policíaco quiere seguir esa senda. Sólo David Fincher ha arriesgado lo suficiente (y más de una vez, con lo que su mérito es aún mayor) como para salirse de ese camino. Mátalos suavemente sufre por la escasa entidad de su historia y por el interminable desarrollo de unos diálogos intrascendentes... que buscan precisamente trascender. Dominik abusa de algunos recursos (la escena en la que Mendelsohn está colocado repite recursos una y otra vez), sorprende por lo inadecuados que parecen otros (el tiroteo a cámara lenta) y no consigue sacar partido de un notable reparto. Si se hacen tantas películas como ésta, será que pueden gustar al espectador medio. Yo no encuentro atisbos de originalidad ni elementos que me hagan disfrutar demasiado. Una película de asesinos a sueldo como ésta exige más ritmo, lo necesita, lo pide escena a escena. Y aquí no hay ritmo. Sólo lentitud.

viernes, septiembre 14, 2012

'Total Recall', otro remake inferior

Empecemos por lo bueno. El remake de Desafío total dirigido por Len Wiseman y que en España se estrena con su título original, Total Recall, ofrece una propuesta visual completamente diferente a la del filme de 1990 de Paul Verhoeven. En la narrativa, en cambio, pasa de la más que evidente fotocopia (mover algún elemento de sitio no es sinónimo de originalidad) al alejamiento más evidente del relato corto de Philip K. Dick en que están basadas ambas películas. Y es que, y aquí es donde llega el palo para los amantes tanto de aquel relato como de la película de Verhoeven, Marte no aparece en este Total Recall. Normal, por tanto, que el enfoque visual esté tan alejado del de la película original. La apuesta de Wiseman es una película con mucha y muy lograda imagen por ordenador y mucha acción para que se luzcan como héroes y villanos sus tres actores protagonistas, Colin Farrell, Jessica Biel y, sin duda la mejor de los tres, toda una reina tardía pero en alza de este género, Kate Beckinsale.

Es un remake y, como tal, es obligado compararlo con la original. Y es evidente que sale perdiendo. Desafío total es un clásico y Total Recall se queda en una película entretenida que anda todo el rato peleando entre la inevitable tentación de respetar situaciones y diálogos de aquella con la necesidad de innovar y ofrecer alfo diferente. Visualmente sí consigue el objetivo de ser una película independiente, pero narrativamente no hasta el final (por cierto, absolutamente prescindible su absurdo epilogo), cuando ya parece tarde para remontar el vuelo en ese sentido. No es Total Recall, ojo, una mala película, o una que deje una sensación de fiasco, en absoluto. Tenía todas las papeletas para serlo y, sin embargo, es un videojuego entretenido, que solventa con eficacia las escenas de acción y que sabe explotar el trabajo de los animadores por ordenador para recrear un futuro más que atractivo. Además de eso, lo que multiplica con respecto al original es la acción. Wiseman elimina diálogos, personajes y secuencias para meter más persecuciones, más tiros, más caídas y más explosiones. Se nota mucho, en ese sentido, que han pasado 22 años entre una y otra.

¿En qué falla entonces? Como decía, en que anula buena parte del encanto del Desafío total original por dos modificaciones de base. La primera, la ya mencionada ausencia de Marte en la trama más allá de un guiño pasajero. Desafío total, el de Verhoeven y Arnold Schwarzenegger, era la lucha por el aire en el planeta rojo, era la creación de mutantes por el aire contaminado, era el conflicto por el control de la colonia extraterrestre. Y todo eso aquí no está. Aquí se habla de un conflicto entre las dos zonas en las que ha quedado dividida la Tierra, con un gobierno autoritario en una y una colonia oprimida en la otra. Se meten unas gotas de terrorismo, se agita un poco el cóctel y ya parece que hay una trascendente cuestión política de fondo. Tampoco es eso, pero se intenta. Y eso, cuando el foco está tan desacaradamente puesto en la acción y en el trío protagonista, no es más que un detalle trivial. La segunda modificación está en que la historia es lineal. El encanto de romperse la cabeza pensando si la aventura del Quaid interpretado por Arnold Schwarzenegger es real o la ilusión implantada en Memoricall (Rekall en el original) aquí no está presente. Lástima.

Pero es que el cine de acción moderno es así. Si hay un remake, prima el guiño al original (abundante, muy abundante en Total Recall) y la acción desenfrenada por encima del guión. Sólo así se pueden entender fallos tan de principiante como convertir al líder del pueblo dominante, el Cohaagen interpretado por Bryan Cranston (muy inferior al de Ronny Cox de hace dos décadas), en un oponente físico que pelea con el doble agente Quaid/Hauser de Colin Farrell. Y más teniendo en cuenta que la inclusión más importante de la película (parcialmente desaprovechada y no siempre contada con coherencia) es la de un ejército de androides de combate. En cualquier caso, eso sucede en la segunda mitad de la película, cuando Total Recall intenta alejarse del guión de la original y, mucho más todavía, del relato de Philip K. Dick. La acción por la acción es lo que es y no hay que pedirle más, pero tiene sus ventajas, eso sí. Y es que sus escenas están muy logradas, las interpretadas por los actores, las orquestadas por los dobles (Kate Beckinsale tiene una doble que quita el aliento) y las preparadas en el monitor del ordenador.

Le falta mucho espíritu a este Total Recall, pero es más producto de un guión sin pausa que del trabajo de los actores, bastante competente en todos los casos. Sobresale Kate Beckinsale, que de un tiempo a esta parte, curiosamente también desde la muy inferior saga de Underworld donde está dirigida por Wiseman, su marido, está opositando muy seriamente para ser considerada como la reina del género, muy por encima de otras actrices de más nombre. Su personaje es una fusión de los que hacían Michael Ironside y Sharon Stone en el original, y la combinación es sumamente atractiva. Colin Farrell le da un toque algo más realista que Arnold Schwarzenegger a su papel y Jessica Biel cumple con las exigencias del guión, incluida la ya casi siempre inevitable pelea de mujeres (por cierto, fue Desafío total una de las primeras películas en darle un protagonismo inusitado a esos duelos de féminas con el de Sharon Stone y Rachel Ticotin). No es Total Recall mejor que Desafío total, eso es evidente. Pero son dos horas de ciencia ficción y acción palomiteras bastante dignas, sin duda lo mejor que ha hecho Wiseman junto a La Jungla 4.0 pero el mismo problema de rozar el exceso en muchas ocasiones. Pero entretiene, que no es poco.

Aquí, otra crítica de la película en Suite 101.

lunes, septiembre 10, 2012

'The Possession', el mismo esquema de siempre

En los últimos años hay toda una avalancha de películas que trata el tema de la posesión. Y todas, irremediablemente, tienen que lidiar con el fantasma de El exorcista. Es difícil acercarse a un género, a un tema o a un enfoque cuando la película definitiva sobre el mismo se ha rodado hace ya unas cuantas décadas. Pero como el terror tiene tirón en la taquilla, siguen llegando propuestas. The Possesión, con la innecesaria coletilla en español de El origen del mal (que además ya se usó con la última película sobre Hannibal Lecter), es la última. O quizá la penúltima. Correcta, bien hecha, con pocos sustos para lo que anticipa la temática y con escasa originalidad, que aquí se busca en el origen de la posesión con las referencias al judaísmo. Lo mejor del filme está en las convincentes interpretaciones, lo peor seguramente en el tópico final. Muy tópico. Muy visto. Quizá es que una película así no puede acabar de otra forma, pero... En todo caso, es el mismo esquema de siempre.

Hay un detalle que inspira desconfianza ya desde el principio, la consabida frase de "basada en hechos reales". Es una película sobre una posesión demoníaca que está basada en hechos reales. Como casi todas. Se supone que eso tendría que impresionar, pero no lo consigue como pretende. Es más, empieza a parecer imprescindible que una película sobre posesiones tenga que proceder de un hecho real, y eso aburre. Dudo también del efecto generado por esa mezcla de fantasía oscura y ciencia en la que desemboca el tratamiento de la niña poseída. Y tampoco convence la atmósfera sonora. Tópica en cuanto a los susurros, demasiado obvia en cuanto a la música, y algo extraña en cuanto al cortante montaje. Es difícil generar una atmósfera de terror con esos mimbres y, sin embargo y a pesar de ser previsible y anticipar mucho los momentos más tensos, se logra en algún que otro momento, porque The Possession, salvando el ya visto clímax (se cambia el cura por un rabino y ya tenemos la novedad), es una película de atmósfera más que otra cosa.

Lo malo de The Possession es que todo parece demasiado obvio como para ser creíble. Es decir, la historia es la de siempre: familia normal (aunque los padres de las dos niñas están divorciados, por aquello de darle un toque socialmente actual supongo), niña encantadora que acaba poseída y padre coraje que hará lo imposible por librar a su pequeña de la maldición que le ha caído encima ante la incomprensión del mundo entero. La pequeña Natasha Calis, la protagonista real de la función si nos atenemos al título, está más que convincente en su papel de poseída. Tanto, incluso en el obvio maquillaje que hace rápidamente de su personaje el centro de atención, que resulta inverosímil que el único que se da cuenta desde el principio de que algo va mal es su padre. El realismo de la película salta en pedazos por ese pequeño detalle, más importante de lo que pueda parecer sobre el papel, pero la historia fluye con cierta naturalidad gracias al buen hacer de los actores.

Siempre es agradable ver que los intérpretes no se encasillan. Y ver a Jeffrey Dean Morgan tan alejado del Comediante que interpretó en Watchmen, allí un tipo duro y aquí un hombre desesperado, es un gran aliciente para meterse en la película. Todo el reparto está correcto en función de lo que le permite el guión, en el que hay muchas incongruencias (sin revelar nada, ojo a la explicación relativa a la inocencia aplicada al clímax final) y personajes que entran y salen a conveniencia y sin explicaciones convincentes (desde la hermana mayor de la poseída o el tipo con el que comienza a salir su madre tras el divorcio). El danés Ole Bornedal dirige el invento con cierta corrección, sin abusar de la casquería en ningún momento, aunque hace demasiado obvio lo que tendría que ser misterioso. Aún así, y dado que se trata de un producto solvente y conocedor de sus propias carencias, seguro que entretiene a los amantes de este peculiar subgénero del terror.

viernes, septiembre 07, 2012

'Dredd', pura serie B

Una vez aceptado su juego, resulta difícil no cogerle cariño a Dredd. En primer lugar, porque es una película que ofrece exactamente lo que promete: acción a raudales, tiros y violencia. En segundo lugar, porque resucita las características esenciales de la serie B más gamberra y descarnada de los años 80, esa que había desaparecido entre la corrección política y la necesidad de que las películas sean para todos los públicos. Y en tercer lugar porque es una fiel (que no exacta) adaptación del cómic británico en el que está basada y porque supera ampliamente la versión que hace ya casi dos décadas nos había ofrecido el director Danny Cannon con Sylvester Stallone como protagonista. Pete Travis, a pesar de que en ocasiones se deja llevar con unos planos que sólo tienen sentido en la versión en 3D de la película, se apunta un buen tanto con este filme que no se esfuerza en ocultar sus limitaciones presupuestarias porque no le hace falta. Karl Urban, espléndido bajo el casco, hace disfrutar como este emblemático antihéroe, rudo, violento y salvaje que encuentra aquí una versión más que notable de sus aventuras.

Cuando oyen "serie B", algunas personas creen que ya estamos ante una mala película. Al contrario, la serie B es necesaria, y más en este tipo de cine. No todas las adaptaciones de cómic pueden (o deben) aspirar a ser Los Vengadores, The Amazing Spider-Man o El Caballero Oscuro. La leyenda renace, por citar las superproducciones de este año basadas en franquicias de viñetas. Hay docenas de personajes y universos de ficción que piden a gritos un acercamiento como el de Dredd  (por citar dos fiascos superheroicos más o menos recientes, ojalá Lobezno o Ghost Rider se parecieran a esta adaptación), una serie B sin complejos, en la que no importe destrozar cabezas a balazos, en la que la sangre inunde la pantalla (literal e hilarantemente en el caso de la última muerte que se ve en el filme) y en la que la violencia sea un elemento no sólo imprescindible sino definitorio. Como es una violencia tratada con ese planteamiento y con leves dosis de humor negro, no es una violencia molesta o perturbadora, sino un elemento más del entretenimiento que proporciona Dredd.

Serie B implica un presupuesto menor y Dredd sabe lo que tiene y en qué liga juega, a diferencia de otros títulos como Legión o El sicario de Dios, que quieren ser mucho más de lo que son cuando podrían haber apostado descaradamente por la serie B con mucho más éxito. Dredd es una película de ciencia ficción, pero no enmascara lo que puede ofrecer con fastuosos efectos visuales o un diseño de producción que se lleve por delante la historia. Saca lo justo, lo que tiene. De hecho, es bastante alentador (y sorprendente, porque hacía tiempo que no se veía) entrar a la película con una escena de persecución en la que todo parece escandalosamente contemporáneo salvo la futurista moto que lleva el Juez Dredd o el arma que empuña. Y como hay poco presupuesto, la película acontece en un escenario cerrado pero amplio, uno de los bloques de viviendas de Mega City 1 (con 75.000 habitantes nada menos). Vista la suciedad de su mundo y la funcionalidad del vestuario, hay que olvidarse de los luminosos diseños del Juez Dredd que interpretó Sylvester Stallone en la más que fallida y superada película de hace casi veinte años. Este Dredd vive en un universo sucio, decadente, violento y oscuro. Es decir, en el universo del Juez Dredd del cómic. Esta es una película fiel al original, aunque le falte quizá algo de la mala leche sarcástica que lucía en el tebeo.

Puede parecer una tontería, pero la fidelidad de la película al cómic arranca de algo tan sencillo como que Dredd nunca se quita el casco en toda la película. En el cómic no lo hace y Stallone sólo tardó diez minutos en quitárselo en su película. Karl Urban (Eomer en Las dos torres y El retorno del Rey), en cambio, entiende que tiene que construir a Dredd desde el movimiento corporal y desde la voz. Lo hace con una eficacia sobresaliente y hace exactamente lo que se espera de él. Como el reparto en general. Olivia Thirlby (la amiga de Juno) es una más que interesante juez novata con poderes psíquicos y Lena Headey (300) una eficaz villana malencarada a la que, no obstante, quizá se podría haber sacado algo más de partido. La trama, sencillisíma. Dredd (Urban) y Anderson (Thirlby) van a detener a un asesino a un bloque de viviendas y la mala de la función lo sella a cal y canto y ordena a todos sus habitantes que maten a los dos jueces. Directo y efectivo.

Aunque había fundados temores de que Dredd pudiera ser un fracaso, lo cierto es que triunfa por su honestidad. Su acción está bien planificada y rodada, es fácil seguir la acción, que no se pierde en giros de cámara imposibles como suele ser tan habitual en el cine moderno de acción, aunque Pete Travis a veces se queda demasiado embelesado con tomas de 3D que pierden todo el sentido en 2D. Sus personajes están bien construidos ya desde el guión pero parecen incluso mejorados por los actores, que desbordan carisma a pesar de no ser precisamente estrellas de Hollywood. Los pequeños detalles (¿por qué Anderson no lleva casco más allá de para mostrar a la protagonista femenina de la película?) encuentran explicaciones narrativas, algo que tampoco es habitual. El sabor a serie B se ve acentuado por una banda sonora que casi parece sacada de las viejas películas de John Carpenter, en las que él mismo era el compositor. Y el divertimento es continuo y sin complejos. La serie B es eso. Dredd es pura serie B, y por eso es una película muy, muy entretenida.

Aquí, otra crítica de la película en Suite 101.