Decía Obi-Wan Kenobi a Han Solo en el primer Star Wars aquello de "¿quién es más loco, el loco o el loco que sigue al loco?". Oliver Stone ha querido plantearse una pregunta similar, pero eludiendo a los locos y centrándose en los salvajes. Y, claro, el título de su película no podía ser otro que Salvajes. Que Stone es un polemista es algo que se sabe desde hace décadas. En Salvajes sigue esa tendencia que, a estas alturas de su carrera, ya no va a cambiar. No lo es tanto como en otras películas porque aquí sus ganas de polemizar se circunscriben a la violencia, al sexo, a lo incorrecto, y no pasan a temas de mayor calado emocional, político o policial. No traspasa esa línea en ese retrato sórdido que firma con la solidez habitual porque, al mismo tiempo que desarrolla esa película, la adorna con extrañas caricaturas, con personajes extremos que, eso sí, están entre lo que mejor funciona del filme. La mezcla funciona sin mayores pretensiones. No está entre las mejores películas de Oliver Stone, pero sí da lo necesario para ser apreciable.
Hay directores que suelen buscar siempre la película definitiva sobre un tema. Oliver Stone es uno de ellos. Y hay que reconocerle que, en ocasiones, ha conseguido esa distinción, siendo su más destacable logro la trilogía que no era tal sobre Vietnam (y en especial sus dos primeras patas, Platoon y Nacido el 4 de julio) o su visión sobre el asesinato de Kennedy, tan inverosímil como segura de sí misma (JFK). Pero en otras, esa misma pretensión ha jugado en su contra (Alejandro Magno o W., por ejemplo). Con Salvajes, Stone ha sabido moverse con habilidad. Se detecta ese presunción de querer erigirse como la película definitiva del tráfico de drogas (de un modo muy distinto a como lo quiso hacer Steven Soderbergh, otro de esos directores, con Traffic), pero al mismo tiempo quiere ser un entretenimiento puro y duro, con más fuerza en los personajes extremos que en la historia, con poderosas interpretaciones y con algún que otro elemento más que discutible en su envoltorio final.
A Stone es un director que no le ha sentado bien del todo la modernidad y los juegos visuales que conlleva. Los emplea con insistencia, logra algunos efectos interesantes de vez en cuando, pero en general siempre parecen lejos de la autoría del mejor Oliver Stone. Y tampoco parecen muy propios de su cine los retratos caricaturescos tan marcados, pero aquí los hay en abundancia. La película cuenta la historia de tres jóvenes que han formado un negocio de venta de marihuana. Los dos hombres (Aaron Johnson y Taylor Kitsch) y la mujer (Blake Lively) forman además un triángulo romántico y sexual consentido y conocido. Entonces reciben la oferta de un cartel gobernando por una mujer (Salma Hayek), para la que trabaja un violento matón (Benicio del Toro). O se unen a ellos o lamentarán las consecuencias. Para completar el cuadro, está el agente corrupto de la agencia antidroga (John Travolta). Los tres primeros simbolizan la transgresión habitual de Stone, aunque llevada a lo más vendible. Los tres últimos, esa caricatura que no es tan propia de su cine. Pero el caso es que funciona.
Y funciona por el trabajo de los actores. Benicio del Toro es, de largo, el que más parece disfrutar con su caricaturesco matón. No es nada novedoso, porque un personaje así se ve ya prácticamente en todos los thrillers modernos, pero compone un buen papel hasta un final que no termina de hacerle justicia. John Travolta y con Salma Hayek están un peldaño por debajo, pero se les puede sacar algún que otro momento divertido a ambos. Y cuando se cruzan Del Toro y Travolta, la película tiende por completo a la caricatura, diverida y funcional, pero igualmente sorprendente dadas las pretensiones iniciales del filme. ¿Y cuáles eran esas? Parece lógico pensar que están en el retrato de la transición de personas normales a salvajes, sobre todo la del personaje de Aaron Johnson. Más interesante en su conjunto (es decir, viendo el inicio y el final del personaje) que en su transición, que a veces parece demasiado forzada. Y es que es ahí donde está el punto débil de Salvajes, en su guión, muy descompensado.
Momentos más que interesantes se mezclan con escenas superfluas. El final es sencillamente extraño y poco justificado. La voz en off del personaje de Blake Lively no parece nunca el hilo conductor adecuado. Y eso último es una lástima, porque Blake Lively está entre lo mejor de la película. Mucho más que un precioso maniquí, los papeles de alma torturada o de muñeca rota le van como anillo al dedo. Lo demostró en The Town, lo demuestra aquí. No termino de saber si es fascinación ante su peculiar belleza o una auténtica demostración de talento, supongo que para eso harán falta más años, más películas y menos Green Lanterns en su carrera, pero su personaje es, con diferencia, el que más satisfacciones ofrece. Aunque el guión no termine de hacerle justicia con esa voz en off y aunque algunos caminos de esta Salvajes no estén tan explorados como podrían haberlo estado (el vídeo en el móvil, lo más salvaje de la película, queda como una anécdota casi sin importancia), es imposible no rendirse ante la infinita tristeza que desprende su mirada. Es la luz que ilumina un buen conjunto. Sólido y raro, pero bueno en definitivo si se ve sin las pretensiones de que sea la película definitiva sobre nada.
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