Cuando uno junta en pantalla a Meryl Streep y Tommy Lee Jones, tanto da que les de un guión o no. Si de verdad quieres... es una película de apariencia normalita que trata de la crisis de un matrimonio maduro, con un desarrollo normalito y pocas aspiraciones más allá de la que hacer un retrato medianamente atractivo de la pareja. Pero están Meryl Streep y Tommy Lee Jones. Palabras mayores. No hay una sola escena de la película en la que al menos uno de los dos esté presente y eso hace que la película sea gozosa y divertida. Los dos bordan sus papeles, las partes más divertidas (aquí gana él porque es imposible no reírse con sus expresiones de viejo malencarado) y en los más dramáticos (¿de verdad hace falta decir que ella borda ese tipo de escenas...?). Y la película es de consumo fácil, porque seguramente se olvida tan rápidamente como han pasado los 100 minutos que dura. Pero son Meryl Streep y Tommy Lee Jones. Dos monstruos.
Arnold (Tommy Lee Jones) y Kay (Meryl Streep) son un matrimonio que tiene una vida basada en la fría costumbre. Duermen en habitaciones separadas, ella siempre le prepara el mismo desayuno a él para que se lo tome leyendo el periódico, apenas hay interacción verbal ni contacto físico entre ellos, ambos se van a trabajar y cuando vuelven ella hace la cena y friega los platos mientras él se queda dormido viendo un programa sobre golf. Así todos los días. Tienen dos hijos que ya no viven con ellos y 31 años de matrimonio a cuestas. Pero mientras para él no hay ningún problema, o al menos no aparenta que los haya, ella le da vueltas a la cabeza y se pregunta si el matrimonio que tiene es el que quiere o el que tendría que tener. Y, así, ella decide recurrir a un particular consultor matrimonial (Steve Carell).
Descrita de esta manera, Si de verdad quieres... se asemeja a una docena de películas que se estrena cada año, esas que cuentan preferentemente con actores de prestigio para evitar el tono de telefilme inevitable. Y todas esas películas presentan una condición indispensable para superar el aprobado: que su pareja protagonista evidencia química, que conecten en la pantalla, que parezcan reales. Si ese es el mejor baremo posible para medir este tipo de cine, obviamente Si de verdad quieres... es una de los mejores títulos al alcance del espectador. Ya desde la primera escena, memorable por melancólica, Meryl Streep y Tommy Lee Jones se comen la pantalla, se meten en la piel de sus protagonistas para convertirlos en personas de carne y hueso. Y de esta forma, experimentar un viaje con ellos no sólo no cansa, sino que divierte. Con ellos en el plano, hasta Steve Carell funciona, y hay que reconocerle un gran esfuerzo de contención para dejar el tono cómico en manos de Tommy Lee Jones y del guión.
El gran acierto de la película es que, hablando mucho de sexo (y es un tema recurrente en las bromas más fáciles de películas protagonizadas por actores de más de 60 años), de lo que está hablando en realidad es del amor. Y el sexo ofrece algunos de los momentos más divertidos del filme (Arnold y Kay hablando de sus fantasías sexuales o la escena del cine), pero adquieren sentido más allá del gag porque el amor es el tema de la película. Ahí destaca el guión, en que retrata una realidad en su conjunto, mostrando un presente pero con un pasado. Y ahí destaca la dirección de David Frankel (El diablo viste de Prada, El gran año o Miami, que también escribió), en que no intenta recargar la película con añadidos superfluos, lo que le lleva a usar a un rostro conocido como el de Elisabeth Shue en un papel que casi es un cameo. Sabe que lo mejor que puede hacer es no desviarse del tema y deja que sus dos actores se comen la pantalla. Y lo hacen.
Si de verdad quieres... es una película más que agradable para pasar el rato. No es una profunda reflexión sobre la vida o la muerte, ni siquiera una película a tener en cuenta para analizar el amor en la madurez o la perdurabilidad del matrimonio, porque no son esos sus objetivos, mucho menos elevados. Pero, insisto, son Meryl Streep y Tommy Lee Jones. Ellos son las dos razones para sentarse de la pantalla y disfrutar. Lo menos disfrutable está en los títulos de crédito, con el desarrollo de una escena más que superflua y que se come el gran efecto que tiene la escena final de la película, de largo una de las más divertidas y un cierre perfecto que Frankel se carga con esa manía, agradable en algunos casos y difícil de explicar en otros como éste, de tener que rellenar los títulos de crédito con algo más que los nombres de las personas que han hecho el filme. Pero aún así se sale satisfecho del cine cuando se ve a dos monstruos disfrutando tanto con lo que mejor saben hacer.
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