Paul Schrader en la dirección y Jeff Goldblum, Willem Dafoe y Derek Jacobi en la pantalla parecen motivos más que suficientes para caer en la tentación de ver una película. Que el tema ronde el holocausto judío a manos de los nazis es otro empujoncito a sentarse en una butaca y disfrutar del espectáculo. Pero Adam resucitado, a pesar de presentarse con estos mimbres, no termina de funcionar del todo. Hay talento y se nota en algunas escenas, pero la más que extraña historia que se nos cuenta, basada en la novela de Yoram Kaniuk, no encuentra una conexión completa con el espectador a lo largo y ancho de la película. A ratos interesa, a ratos emociona, a ratos aburre y parece demasiado pretenciosa, y su resolución parece algo forzada. El tour de force interpretativo de Jeff Goldblum sin duda impacta, pero le falta algo. Sobre todo si tenemos en cuenta que las mejores escenas de la película son, precisamente, aquella que no descansan únicamente en su actor principal.
A pesar de los grandes nombres que aparecen en el cartel de la película (no olvidemos que Paul Schrader es el guionista de algunos de los mejores títulos del primer Martin Scorsese), lo primero que hay que decir es descorazonador. La película se estrenó en Estados Unidos a finales de 2008 y no ha llegado a España hasta ahora, casi cuatro años después. Es, evidentemente, una pieza cinematográfica que no tiene mucho encaje en el circuito comercial y está llamada a desfilar, como así ha hecho, por diferentes festivales de todo el mundo. Pero aún así es una lástima que un filme así tarde tanto tiempo en llegar a nuestro país. Una lástima porque, en el fondo, conocer este dato predispone negativamente y la película sí se merece una oportunidad al margen de su distribución.
Adam resucitado cuenta la historia de Adam Stein, un antiguo payaso, mago y actor de variedades judío que, tras pasar por un campo de concentración nazi, acaba en un sanatorio en Israel dedicado expresamente a supervivientes del Holocausto. La película arranca en los años 60 y va sumando una sucesión de flasbacks que van añadiendo piezas al puzzle psicológico que quiere plantear la película. Goldblum hace un auténtico y sobresaliente esfuerzo por meterse en la piel del personaje en todos y cada uno de los estadios por los que pasa a lo largo de la historia, pero el envoltorio a su alrededor no termina de ser tan convincente. Ni el escenario cabaretero y circense parece un entorno tan feliz, ni el campo de concentración se ve tan ominoso como debiera (a pesar del blanco y negro con el que quiere evocar a la película definitiva sobre este tema, La lista de Schindler), ni el sanatorio se ve como un auténtico lugar de redención, ni las explicaciones sobre el estado físico y mental del protagonista son tan completas como sería deseable para una mejor comprensión del cuadro.
Con un Goldblum sobresaliente pero al que el ritmo y el montaje de la película no terminan de ayudar, lo que destaca es el duelo interpretativo con Willem Dafoe (espléndida su transformación desde el apocado y desesperado hombre que es en su primera aparición al despiadado y seguro de sí mismo en que se convierte a partir de entonces). No deja de ser curioso que en una película ideal para ese tour de force de un solo actor, sea en las confrontaciones entre actores cuando más se eleva, pero es así. El gran Derek Jacobi, en cambio, no alcanza el nivel acostumbrado y su presencia es demasiado anecdótica, como, en realidad, buena parte de lo que sucede alrededor del protagonista, como las episódicas apariciones de la enfermera interpretada por Ayelet Zurer (una actriz, por cierto, más que interesante), o incluso toda la trama del niño, que tiene una justificación dramática evidente pero que lleva la película a niveles extraños y bizarros que no terminan de encajar. Lo cierto es que la relación entre el personaje de Goldblum y ese niño está pensada para ser un eje básico de la película, pero distrae más de lo que emociona.
Ya que se pueden contar con los dedos de una mano las escenas realmente intensas y memorables de la película, se puede decir que lo mejor de Adam resucitado está en el reparto. Es, efectivamente, una película para reivindicar el talento interpretativo de Jeff Goldblum, un actor normalmente más asociado a su participación en blockbusters comerciales como Independence Day o Parque jurásico, y también para recordar que Willem Dafoe es un actor muy versátil que convence casi siempre. La película en su conjunto es una pequeña rareza que toca el Holocausto como tema de fondo, pero que no termina de llegar a los ambiciosos objetivos que sin duda se marca. No le conviene ni el misterio con el que arranca ni la indefinición con la que se desarrolla. Sí se beneficia, en cambio, de las escenas que mejor describen en el presente el estado mental de su protagonista o los flashbacks en los que Goldblum y Dafoe comparten pantalla. Una curiosidad para mentes abiertas y dispuestas a ver un cine diferente.
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