Más que una película, en el sentido más tradicional que podamos darle al término, Baztan es un puzzle. Son dos películas en una, sin que en realidad ninguna de las dos lleguen a completarse. Iñaki Elizalde, director y coguionista, ofrece partes de ambas, a veces con una clara conexión entre unas y otras, a veces de forma tan aislada que no es fácil encontrar una justificación en la historia que quiere mostrar. Y llama la atención precisamente por eso, porque no es un filme fácil de ver (ya desde su propia concepción, rodada alternando el euskera y el español) ni tampoco de asimilar, a pesar de la universalidad de su planteamiento. Hay en su historias elementos que merecen ser contados, pero a los que les falta alguna explicación que sitúe a los espectadores más desinformados. Y hay una espléndida ambientación en toda la película, especialmente en la mitad que se sitúa en el siglo XVII. Despierta simpatía ver a actores como Carmelo Gómez haciendo de sí mismos, pero falta una conexión más allá de la emotividad. Baztan es llamativa, desde luego que lo es.
Empecemos por contar de qué va la película, porque Baztan se juega la arriesgada carta de dejar en la confusión a quienes entren en una sala a ver la película sin demasiada información. Baztan habla de la situación de los agotes en el valle navarro del mismo nombre. ¿Qué son los agotes? Lo cierto es que la película evita dar una respuesta directa y juego con ello, quedando esta definición como telón de fondo, como excusa argumental para plantear uno de los temas más clásicos de la narración universal, la discriminación de una minoría a manos de una mayoría. Quizá, para conseguir la empatía del espectador ignorante de esta historia, hubiera sido conveniente contar algo más de lo que ofrece la película, pero la opción de Elizalde, debutante en el mundo del largometraje, es ésta. Funciona en el misterio inicial, pero pasan los minutos y disgusta la ausencia de justificaciones, siendo como pretende ser Baztan un fresco de una situación tan concreta.
Baztan ofrece dos narraciones paralelas. Una, en la actualidad. Otra, en el siglo XVII. En un bonito ejercicio de metaficción que acaba por resultar muy simpático (parcialmente sobre la base de la existencia de otra película anterior, Vacas, de Julio Médem), Elizalde opta por mezclar ambas dando a los actores una doble participación. Da importancia a los vecinos reales del valle, pero no siempre termina de encontrar un enganche emocional que justifique la relación entre esa narración contemporánea y la pasada. Cuando la acción se traslada por primera vez al siglo XVII, da la impresión de que la película crece. La ambientación es extraordinaria, el pulso de Elizalde para rodar las escenas más espectaculares de la cinta es notable ¿Cómo habría sido Baztan de ser una película de época? Le faltaría el homenaje consciente que la misma película quiere hacer a la realidad, pero probablemente estaría más cerca de asegurarse una recepción más cálida entre la audiencia.
Lo cierto es que Batzan sortea muchas trampas y limitaciones autoimpuestas (el arte no deja de ser una elección del artista), y eso, al final, hace que el juicio tenga que ser positivo. Acaba el filme y, aunque el conjunto pueda dejar cierta perplejidad en un primer análisis, se pueden recordar bastantes elementos satisfactorios. Hay escenas que emocionan (la del bautizo), hay momentos que impactan (el interrogatorio del agote interpretado por Unax Ugalde a manos del personaje al que da vida Carmelo Gómez), hay instantes que enriquecen al cinéfilo (la conversación real en la que Gómez y otros actores recuerdan el rodaje de Vacas). También es verdad que hay otros que desconciertan y que no son nada fáciles de ubicar en el desarrollo de una historia fluida (la explicación escolar sobre las lamias, la escena de la discoteca), pero no dejan de profundizar en un cierto tono experimental que la película adopta no como defecto sino por decisión propia, y que encuentra una fuerza notable en el trabajo del reparto (aunque en ese sentido pesa en su contra la bonita pero descarada presencia de actores no profesionales).
Baztan es lo que es, y lo que más en su contra puede jugar es que el espectador se siente a verla sin tener una idea sobre ella. Baztan es una película que quiere mostrar más que contar un episodio de la historia del valle. Es un filme rodado en euskera con toques de español, lo que obliga a la lectura de subtítulos durante buena parte de su metraje (ese esfuerzo que tan costoso le resulta al común de los espectadores). Es, en sí mismo, un homenaje a una cultura y a unas tradiciones, a pequeñas historias cotidianas y a gentes anónimas, a pesar de tener el envoltorio de un argumento universal y extrapolable a tantas situaciones. Es un puzzle, del que Elizalde ni siquiera se acerca, insisto, por elección propia, a ofrecer todas las piezas que permitan su comprensión completa. Pero es, también, un relato visualmente hermoso y narrativamente llamativo, que cumple con creces con lo que quiere ser.
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