miércoles, abril 23, 2008

'Closer': cuatro motivos para disfrutar de una película que no me genera empatía

Casi siempre que me pongo a ver una película cifro sus posibilidades de éxito conmigo en la empatía que puedan generarme los personajes. Cuanto más me interesan las vidas ajenas que veo, por distintas y distantes que sean a la mía, más disfrutaré con la película. Con Closer no me sucede nada parecido. Con ninguno de los cuatro personajes principales siento empatía alguna. Más bien siento una cierta antipatía. No siento la vida como ellos, no afronto las relaciones personales como ninguno de ellos. No sé ponerme en su piel. Pero me encanta la película. ¿Cómo puede ser eso posible? Hay cuatro razones que hacen que disfrute viendo las desventuras amorosas de estos cuatro personajes incomprensibles desde mi visión del mundo.

La primera razón es un reparto de lujo. Jude Law, Clive Owen, Natalie Portman y Julia Roberts. Ellos cuatro sostienen sin ayuda de más personajes secundarios los 100 minutos de película. De Jude Law admiro su capacidad para meterse en la piel de personajes tan diversos; puede ser un tipo duro o frágil, poderoso o débil, racional o pasional. De Clive Owen destaco su sobriedad; le toca un tipo duro y lo sostiene admirablemente, adaptándose a cada conversación con los distintos personajes con una facilidad asombrosa. De Natalie Portman lo admiro todo; hay pocas actrices que lloren tan bien o que sonrían tan bien en una pantalla, es una actriz inmensa, a la que adoro desde que era una niña (una Beautiful girl, en realidad). De Julia Roberts destacaría que, sin ser santo de mi devoción, no lastra la película; y eso es mucho decir.

La segunda razón es un guión sencillamente maravilloso. Es una película de diálogos. Ingeniosos, duros, ácidos, banales o trascendentes. Da igual. Hay de todo en esta película. Desde la delirante y divertidísima conversación a través del chat entre los dos personajes masculinos hasta las más tiernas conversaciones de enamorados, pasando por los durísimos cruces de palabras en los momentos de la ruptura. La conjunción de tonos tan diversos es un truco de magia. Tantas sentencias admirables contiene esta película, que es imposible destacar una sola frase de esta historia de extraños que jamás llegan a conocerse.

La tercera razón es el montaje y el uso de la elipsis. Vemos nada menos que cinco años en la vida de estos cuatro personajes. Los saltos en el tiempo son los más naturales, precisos y adecuados que he visto en mucho tiempo. La información que recibimos es la necesaria, la que es imprescindible conocer para seguir el ritmo de la historia. Lo que no sabemos lo iremos descubriendo en base al avance del guión y con acertadísimos flashbacks. Un auténtico lujo que debemos a Mike Nichols, director veterano pero al todavía que le queda mucha fuerza narrativa y cinematográfica que enseñar.

Y la cuarta razón es uno de los mejores comienzos que ha deparado el cine moderno. Es imposible ver los dos primeros minutos y medio (¿a quién no le ha sucedido algo similar, que se le vaya la mirada con una persona desconocida que vemos por la calle y a la que en ese momento sabemos que nunca jamás volveremos a ver?), los que enseña el vídeo colgado aquí abajo, y no sentir curiosidad por saber qué pasa de ahí en adelante. El resto está a la altura. Una pequeña joya moderna.

lunes, abril 21, 2008

'Robocop': ¿El futuro o los años 80?

En la segunda mitad de los años 80 llegó Robocop. Antes de producirse, nadie quería hacerla. Cuando se estaba rodando, los problemas dificultaron en exceso su estreno. Y después de que llegara a los cines, la recepción fue fantástica. Robocop nace como una película de serie B muy típica de los años 80, tanto en la temática como en el aspecto visual, pero se ubica, como tantas otras películas de su tiempo, en un futuro no muy lejano. ¿El futuro o los años 80? Ambas cosas, habría que decir. Ese es el valor actual de una película muy apreciada también en su momento como lo que es, una película de ciencia ficción con un trasfondo más profundo y que rebosa violencia por los cuatro costados, la violencia que se convirtió en la imagen de marca del director Paul Verhoeven.

Nunca queda del todo claro en qué año se desarrolla la película, pero es obviamente un futuro no muy lejano. El lugar, la ciudad de Detroit, asolada por el crimen. Quizá uno de los elementos más clarividentes de Robocop sea la presencia de la OCP, una corporación privada que lleva asuntos públicos, en este caso, el funcionamiento de la Policía de Detroit. La OCP quiere dar un paso más, que la seguridad de la ciudad tenga agentes no humanos. Pero los fallos del robot construído para ese fin (un majestuoso ED-209 realizado mediante técnicas de stop motion, las mismas que hicieron de Ray Harryhausen una leyenda en el campo de los efectos especiales) obligan a abordar otro proyecto, la creación de un ciborg, mitad hombre y mitad máquina. El asesinato de Murphy, un policía recién llegado, será la oportunidad esperada.

Vista desde un punto de vista superficial, Robocop no deja de ser el típico entrentenimiento de ciencia ficción de los años 80. El guión está plagado de lugares comunes y situaciones tópidas que pueden reforzar ese sentimiento. Pero a otro nivel, Robocop es un muy interesante ejercicio de identidad, una lucha entre la humanidad y la frialdad de la máquina. En este sentido, a Verhoeven siempre le ha gustado destacar la importancia de la secuencia en la que Robocop, una vez asumido que antes fue un hombre llamado Murphy, visita la vacía casa que ocupó junto a su familia. Los recuerdos se agolpan. El hombre, sus miedos y sus sueños, van venciendo a las órdenes programadas. Había otra secuencia prevista para reforzar esa idea, la de Robocop visitando la tumba de Murphy, pero no llegó a rodarse.

Si bien se trata de una película futurista en la que vemos ciborgs y robots, lo cierto es que la estética es muy ochentera en casi todos sus aspectos. Y también la temática. La violencia en las calles o la apuesta armamentística es muy propia de los años de gobierno de Ronald Reagan, aunque, por desgracia, nada de esto ha perdido actualidad en nuestro días. Y lo mismo se puede decir de los yuppies tan bien reflejados en el enfrentamiento directivo en la OCP. Paul Verhoeven ve una lectura más en la película, una de carácter religiosa. El director compara a Robocop nada menos que con Jesús, ve similitudes en su martirio, en su muerte y en su resurrección (pretende ser una señal en este sentido el plano en el que se le ve, enfrentándose al hombre que le ha matado como hombre, caminando sobre las aguas). Para esto hay que echarle mucha imaginación, pero lo cierto es que subyace también esa interpretación.

Pero si algo es Robocop es una auténtica película de serie B, una de las muchas realizadas en los años 80 y que han encontrado un hueco en la historia de la ciencia ficción. El escaso presupuesto no le daba al director, así que, para conseguir más dinero y tiempo para rodar la película, decidió dejar para el final una escena que no se podía eliminar, el tiroteo al cuerpo de Murphy que da inicio a la vida de Robocop. A pesar del poco dinero disponible, los efectos especiales creados por Rob Bottin y Phill Thippett son sencillamente magníficos, como la iluminación de los directores de fotografía Sol Negrin y Jost Vacano, que siempre encuentra reflejos que destacar en la piel metálica de Robocop.

Después de meses sin encontrar a un actor adecuado para el papel (se pensó en Arnold Schwarzenegger, seguramente por influencia de Terminator, pero se le descartó por ser demasiado grande y musculoso), se acabó contratando a Peter Weller, que desde el principio tuvo claro el tipo de movimiento corporal del que quería dotar a Robocop. Pero hubo problemas desde el principio. El pesadísimo traje, que le hacía perder al actor casi un kilo y medio cada día por la deshidratación, llegó al rodaje justo el día que la cámara empezaba a grabar. Pero la sorpresa llegó cuando Weller comprobó que el traje no le permitía moverse como había ensayado. Al final, un retraso de un par de días le dio tiempo a perfeccionar unos movimientos que hoy son la esencia del personaje.

El retraso en la contratación de Weller no fue el único problema en el reparto. Stephanie Zimbalista (la actriz protagonista de la serie Remington Steele) fue la escogida para el papel de la agente Anne Lewis, pero podos días antes del comienzo del rodaje abandonó la película. Hoy es difícil imaginarse a una actriz de aspecto más frágil haciendo éste papel, sobre todo después de tantos años viendo a Nancy Allen como la finalmente escogido. Era una actriz conocida por papeles más desagradables y menos heróicos que el de Lewis y por sus rubios rizos. Para romper con esa imagen, lo primero que hizo Verhoeven fue pedirle que se cortara el pelo. Si los personajes calaron en la audiencia, también lo hizo la música de Basil Poledouris, que creó una pegadiza marcha para el personaje.

Verhoeven acabó convencido de que su primera película americana es la mejor que ha rodado nunca en Estados Unidos, pero al principio no quiso hacerla. Pensaba que el guión era una basura y fue su mujer quien le convenció para que la hiciera. No deja de ser curioso que, de hecho, marcara la tendencia de un director como éste, que hasta entonces no había hecho ciencia ficción (ni tenía mucho intereés por hacerla) y hoy es famoso gracias a ese género, después de películas como Desafío total o Starship Troopers. Con ésta segunda compartió Robocop el análisis de fascista que se hizo desde algunos sectores. Hay mucha violencia, sí, incluso tendencias algo reaccionarias, pero no deja de ser la manifestación del deseo del director de que la violencia se vea en pantalla. No hay mucho más detrás de eso.

Robocop ya ha tenido dos secuelas. La primera, más apreciable de lo que fue apreciada en su día, contó, en una de sus primeras incursiones en el mundo del cine, con un guión de Frank Miller (genio del cómic, codirector de Sin City y ahora director en solitario de la futura The Spirit). Robocop 3, en cambio, fue un enorme fiasco, una película con un tono de violencia irrisoriamente rebajado y un serio déficit de imaginación y presupuesto. Ahora se habla de la posibilidad de hacer una nueva película, ya que Robocop forma parte de los planes de futuro de la renacida Metro Goldwyn-Meyer. Habrá que esperar un tiempo para saber si se trata de una secuela o de un remake de la película original, un nuevo lanzamiento de una saga que en los años 80 se hico su hueco en los corazones de los aficionados a la ciencia ficción.

lunes, abril 14, 2008

La última gran aventura clásica

John Huston siempre rodó películas de aventuras. Desde La Reina de África hasta El halcón maltés, pasando por Moby Dick o El tesoro de Sierra Madre. De distintos géneros, pero siempre aventuras. Él mismo era un aventurero y su cine lo reflejaba perfectamente. Sin saberlo quizá en aquel momento, en 1975 estrenó la última gran aventura cinematográfica del cine clásico hollywoodiense. Porque exactamente eso, y no otra cosa, es El hombre que pudo reinar. Michael Caine siempre ha dicho que si hay una película por la que la gente le recordará será ésta, porque, después de verla, todos decimos aquello de "ya no se hace cine como éste". Y es verdad, ya no se hace.

Pero costó mucho hacerla. Muchísimo. John Huston, apasionado lector de Kipling (se basa en un relato suyo), quiso emprender el proyecto en los años 40. Entonces su pareja protagonista habría sido Humphrey Bogart y Spencer Tracy (dos genios que sólo coincidieron en Río arriba, en 1930). Lo quiso hacer en los años 50, y entonces el dúo ideal de Huston lo componían Bogart y Clark Gable. En los 60 también lo intentó, y la pareja habría sido la formada por Burt Lancaster y Kirk Douglas. A comienzos de los 70 hubo un intento más, y se contactó con Paul Newman. Él declinó hacer la película porque entendía que los protagonistas debían ser británicos, como los personajes. Y sugirió dos nombres: Sean Connery y Michael Caine. El resto es historia.

Caine y Connery son dos actores brillantes, majestuosos. Dos auténticos genios de la ironía, de la mordacidad, de la tragedia y también de la comedia. Ellos sustentan el peso de una película brillante, divertida, emocionante, colosal en una palabra. El guión es una auténtica maravilla, pero cuesta imaginar lo que hubiera sido El hombre que pudo reinar en manos de otros actores. Claro que para eso ya estaba John Huston, para elegir a los mejores, como siempre había hecho a lo largo de una carrera en la que trabajó siempre con los más grandes. "Muchas de las escenas eran sólo entre ellos dos, y las ensayaban por la noche. Juntos elaboraban el trabajo de antemano de tal modo que lo único que yo tenía que hacer era decidir cómo colocar la cámara", dijo una vez Huston.

Ellos consiguen hacer creíble la rocambolesca historia de dos truhanes británicos, ex soldados del imperio, que parten desde la India, atravesando Afganistán, con el único objetivo de ser coronados como reyes de Kafiristán, una tierra que ningún occidental ha pisado desde Aljandro Magno ("¿Alejandro qué?", pregunta el personaje de Caine a Kipling, quien le responde explicándole quien és y les alerta de que nadie más consiguió llegar allí. "Si un griego pudo, nosotros también", es la inmensa réplica de Caine). Es imposible no ir cogiendo cariño a estos dos viejos tramposos según se van sucediendo los pasajes de su aventura, es imposible no sonreír ante cada golpe del destino que sufren, ante cada nuevo escenario que contemplan, ante cada diálogo brillante que dicen con una naturalidad propia sólo de los genios.

Visualmente, la película es una auténtica maravilla. Que Huston sabía colocar la cámara es algo que cualquier apasionado del cine puede decir. Pero dos nombres más hicieron posible que la película brille como lo hace, incluso más de 30 después de haberse estrenado, porque ésta es una película que nunca envejecerá. Se trata de Ben Bart, responsable de la dirección artística (incluyendo no sólo los escenarios sino también las joyas y demás ornamentos), y Edith Head, encargada del vestuario (un nombre mítico por sus 35 nominaciones al Oscar y ocho estatuillas que tiene en haber, por películas como Eva al desnudo, Sabrina o El golpe).

La película, por cierto, se rodó en Marruecos, en el pueblo de Ouarzazate, conocido como el Hollywood marroquí por la cantidad de producciones que se han realizado allí, algunas de las más recientes Gladiator o El reino de los cielos. Allí encontró Huston al hombre que daría vida al sumo sacerdote de Sikandergul, un tipo que tenía nada menos que 103 años. Cuando Huston terminó la película, hizo un pase para él y otros ancianos que aparecen junto a él en la película, y le pidió al intérprete que les preguntara que les había parecido. "Después de esto, nosotros nunca moriremos", fue lo que le dijeron a Huston los ancianos. Y es verdad. Ese es el mágico poder que tiene el cine. Y más si es una película de John Huston.

Una curiosidad patria para acabar. El hombre que pudo reinar no es el título original exacto de la película. The man who would be king debiera haberse traducido como El hombre que sería rey. Pero, claro, la película se estrenó en España apenas unos meses después de que Franco muriera, y la mención del "rey" podía no gustar en los sectores más franquistas de la sociedad de la época.

miércoles, abril 09, 2008

Las caras que Oliver Stone pone a Bush y compañía

Oliver Stone ya está perfilando el reparto de W, la película biográfica que está preparando sobre el presidente norteamericano, George W. Bush. Será el tercer presidente que Stone refleje en sus películas, después de haber hecho JFK (Kennedy sólo aparecía en imágenes de archivo) y Nixon (Anthony Hopkins era el actor que se metió en la piel del entonces inquilino de la Casa Blanca). Los nombres escogidos por Stone no tienen desperdicio, y conforman un reparto de lo más interesante. Ahora bien, está claro que ha buscado visiones mucho más atractivas que la realidad en la mayoría de los casos...

Josh Brolin dará vida a Bush. Brolin se ha destapado como uno de los actores más interesantes del momento, gracias a sus papeles secundarios en películas como American gangster o En el valle de Elah, o su protagonista de No es país para viejos.

Elizabeth Banks no es un nombre excesivamente conocido, aunque ha tenido apariciones importantes. Por ejemplo, era la secretaria de Jameson en las tres entregas de Spider-Man y tenía un pequeño papel en Atrápame si puedes, de Steven Spielberg. Dará vida a Barbara Bush, esposa de George W. Bush.

James Cromwell es un actor de sobra conocido. Desde que allá por 1995 protagonizara Babe, ha aparecido en multitud de películas como secundario. En Pánico nuclear, la última aparición cinematográfica del agente Jack Ryan, ya ejerció de presidente de Estados Unidos. Ahora será Bush padre.

Ellen Burnstyn, la protagonista de El exorcista que lleva unos cuantos años sin hacer papeles de demasiada relevancia, volverá por la puerta grande de la mano de Stone. En W será Barbara Bush, esposa de Bush padre y madre del todavía presidente de los Estados Unidos.

El ex primer ministro británico Tony Blair tendrá nuevo rostro. En La Reina fue Michael Sheen quien le dio vida, y, de hecho, se ha hablado de una nueva película en la que repetiría papel, ésta centrada en el propio político británico. En la película de Oliver Stone, Tony Blair será Ioan Gruffudd, protagonista de Los 4 Fantásticos.

El último papel adjudicado que se ha conocido hasta el momento es el de Condoleezza Rice. Thandie Newton, conocida por Misión Imposible 2 o Crash, es la actriz que se lo ha adjudicado. La diferencia de atractivo entre personaje real e intérprete es aquí más acusada que en los demás papeles.
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Quedan jugosos papeles todavía por adjudicar, como son los del vicepresidente Dick Cheney o el secretario de Defensa Donald Rumsfeld. Y como se dice que la película tendrá numerosas escenas relacionadas con la guerra de Irak (que serán en las que aparecerá Tony Blair), me sigo preguntando si José María Aznar tendrá protagonismo en la historia... ¿Hay algún actor que pueda parecerse a nuestro ex presidente del Gobierno...?

domingo, abril 06, 2008

Adiós a un grande, Charlton Heston

Cuando muere un actor tan conocido como Charlton Heston, las crónicas se ocupan de decir lo que todo el mundo ya sabe de él. Las principales películas que ha protagonizado. Sus papeles que han pasado a la historia. Sobra que yo añada algo más a todo lo que se ha escrito ya de este mítico actor, que ha muerto a la edad de 84 años, después de unos cuantos luchando contra el Alzheimer que primero le apartó de las pantallas de cine y más tarde ha acabado con su vida. Pero es que se ha ido un grande, uno de los últimos actores del Hollywood más clásico, de ese con el que hemos crecido muchas generaciones. Y se merece un emotivo recuerdo.

Teniendo en cuenta el dominio del doblaje en España, no mucha gente conocerá su voz, profunda y dura, tan propia de los personajes fuertes que siempre interpretó. Echad un vistazo a algún DVD en versión original y disfrutad con su voz. Nadie la llamaba Charlton. Todo el mundo prefería Chuck. Todo el mundo salvo una persona, su esposa y ahora viuda, Lydia Clarke, que le llamaba Charlie.

Pudo haber interpretado el papel principal de la serie Yo, Claudio, o de películas como Tiburón (lo rechazó, al igual que Oliver Reed), Alejandro Magno (prefirió hacer Los diez mandamientos), 1941 (porque entendía la película como un insulto a los veteranos de la Segunda Guerra Mundial), Superman (los productores optaron por Marlon Brando), La profecía, Sólo ante el peligro o El Álamo (papel que no quiso hacer por las connotaciones políticas de la película). Pero no formar parte de estas grandes películas no mermó en absoluto su carrera.

Cuando en 1960 protagonizó una obra de teatro dirigida por Laurence Olivier, éste le dijo a Heston que tenía potencial para ser el mejor actor americano del siglo XX. Heston volvió al día siguiente con malas críticas de la obra y le preguntó a Olivier si él había aprendido a olvidar esas malas críticas cuando le llegaban. "Lo que es más importante, amigo, y mucho más duro es olvidar las buenas", le respondió. Heston nunca abandonó el teatro por la pantalla grande y, de hecho, hizo su último papel sobre las tablas en 1999, junto a su esposa.

Dijo que su peor película era La selva blanca, de 1972. Pero todos le recordaremos siempre por las buenas. Por ser un Ben-Hur majestuoso. Por su papel de Taylor en El planeta de los simios (y por formar parte, como simio, en un precioso cambio de roles, en el remake que hizo Tim Burton). Por el Moisés que separaba las aguas del Mar Rojo en Los diez mandamientos. Por el detective Vargas de Sed de Mal. Por ser la imagen cinematográfica de El Cid. Por ser El último hombre vivo en aquella peculiar y setentera versión de Soy leyenda. Por formar parte del impresionante reparto del Hamlet de Kenneth Branagh. Por tantas horas de sueños y de historias inolvidables.

Él mismo dijo que "el minuto en el que sientas que has dado una actuación floja, es el momento de retirarse". Mientras su salud se lo permitió, nunca se retiró. Porque Charlton Heston siempre fue Charlton Heston. "Puedes vivir toda una vida, pero si eres honesto contigo mismo, tu trabajo nunca será perfecto", dijo también. Perfecto o no, él era un grande que seguiremos viendo en las películas. Hasta siempre.

martes, abril 01, 2008

'Náufragos', o cómo rodar una espléndida película de suspense en un bote salvavidas

A Hitchcock le encantaban los retos. Lo que quería por encima de todo era sorprender a la audiencia y para ello nada era intocable. No lo era la estrella, que podía morir en un asesinato antes de la mitad de la película. No lo era la música, que podía no aparecer sin que nadie la echara en falta. No lo era el reparto, que podía estar repleto de nombres desconocidos. No lo era la estructura cinematográfica, que podía quebrar completamente la clásica estructura de tres actos o incluso en el montaje, rodando en larguísimos planos sin corte. Y no lo era tampoco el escenario. Hitch podía rodar en decenas de ellos para una sola película, desde los más famosos hasta los más intimistas, o en uno solo. Náufragos sólo tiene un escenario. Un bote salvavidas. Apenas una decena de personajes en todo el metraje. Y es una maravilla de película.

Náufragos no fue entendida en su estreno y muchos críticos de la época (se estrenó en 1944) la despedazaron... precisamente porque no captaron el mensaje. Hitchcock quiso hacer su contribución a la lucha contra el nazismo. Y la hizo mediante una metáfora del momento histórico, por lo visto demasiado sutil para algunos. Vista hoy sorprende que alguien pensara incluso que los nazis la podrían haber utilizado para sus propósitos, pero así se llegó a publicar en Estados Unidos. Paradójicamente, en Alemania no se pudo llegar a ver la película hasta el año 1974, ya en televisión. Para el doblaje germano, y como en algunas escenas se hablaba alemán, se pretendió que el náufrago nazi era en realidad en holandés que se había enrolado en el ejército de Hitler.

Lo realmente prodigioso de Náufragos no es sólo que mantenga la tensión en un escenario único tan pequeño como es un bote salvavidas que recoge a un pequeño grupo de supervivientes de un barco hundido por un submarino nazi. Lo increíble es la verosimiltud de todos y cada uno de sus planos. Aunque se rodó en el interior de un estudio, la barca siempre se está moviendo como si la estuviera meciendo el oleaje marino (eso y el agua provocó que todos los miembros del equipo sufrieran mareos, y más de uno incluso neumonías), por orden expersa del director. Y tan increíblemente verosímil como el movimiento es el cambio de ángulo para cada plano. Hithcock hace la barca tan grande como quiere y es capaz de ofrecer planos desde todos los ángulos.

Quizá sea una de las películas más desconocidas de Hitchcock (lo que permite el maravilloso gustazo de poder descubrirla todavía hoy, seis décadas después de su estreno), pero también es uno de sus títulos que más reconocimiento obtuvo de Hollywood. No ganó ningún Oscar, pero tuvo tres nominaciones (director, guión original -el escritor John Steinbeck es el autor del libreto- y fotografía en blanco y negro), lo que no está nada mal para un director frecuente y tristemente repudiado por la Academia. Talullah Bankhead, el nombre más conocido del reparto en aquella época (más como actriz de teatro que de cine), logró el premio a la mejor actriz concedido por el Círculo de Críticos de Nueva York.

Una anécdota memorable del rodaje Náufragos es una conversación que habla y mucho del carácter de su director. Una de las actrices de este filme (ninguna de ellas cumple precisamente el arquetipo rubio de la mujer soñada por el director, que se acercaba muchísimo a la imagen de Grace Kelly), Mary Anderson, le preguntó a Hitch cuál era su mejor lado para rodar sus planos desde ese ángulo. "Estás sentada en él, querida", le contestó el realizador. La historia no ha recogido la respuesta de Anderson ante este comentario, tan machista como ácido. Anderson nunca llegó a hacer una gran carrera en el mundo del cine, aunque antes había llegado a aparecer en Lo que el viento se llevó.

Sabido es que a Hitckcock le encantaba hacer un cameo en todas sus películas. ¿Y cómo puede hacerse esa breve aparición en una película que tiene por único escenario un bote salvavidas...? Fácil, al menos para el mago del suspense: apareciendo en un periódico que lee uno de sus naúfragos, en un anuncio de un producto para perder peso. ¡Y ambas fotos son reales y del famoso realizador, puesto que el propio Hitchcock se había puesto a dieta antes de rodar esta película! Sin duda alguna, uno de sus cameos más logrados y divertidos, que incluso propicio que el estudio que se encargó de la película, 20th Century Fox, recibiera cartas preguntando por estas píldoras para adelgazar que, claro está, no existían...