viernes, agosto 31, 2012

'Las aventuras de Tadeo Jones', una grata sorpresa

La animación pasa por un momento curioso en el que casi nada parece sorprender. Pixar domina el mercado con una fuerza abrumadora, Disney sobresale cada vez con menos frecuencia, Dreamworks y el resto de estudios norteamericanos han encontrado fórmulas que repiten hasta la saciedad y en España hay talento que no termina de encontrar un camino, quizá por falta de apoyo, de dinero o de ambas cosas. Las aventuras de Tadeo Jones sí lo ha encontrado, y es una espléndida noticia, más en un verano con tanta competencia animada como el que estamos acabando. Con un presupuesto menor del que se podría pensar, la película sortea con mucha habilidad el riesgo de que parezca un refrito burlón de Indiana Jones y ofrece una película cargada de entretenimiento para chavales de todas las edades (parece una obviedad, pero es uno de sus grandes puntos a favor) y que consigue un nivel espléndido en la animación. Hay unas limitaciones técnicas entendibles, disimuladas eso sí con talento, y también en los tópicos que no esquiva la película, aunque tampoco lo necesita, porque al final pasan 90 minutos de aventura visualmente atractiva y narrativamente muy entretenida. Las aventuras de Tadeo Jones es una grata sorpresa.

Aunque a muchos pueda no sonarles el personaje, la historia de Tadeo Jones viene de lejos. Nace en 2001 y sus dos primeros cortos, Tadeo Jones y Tadeo Jones y el sótano maldito ganaron sendos premios Goya al mejor corto de animación. El segundo, de casi veinte minutos, ya era casi una prueba en toda regla para comprobar si un largometraje era viable. Y claramente lo era. Dio el salto al cómic dibujado por Jan en Tadeo Jones y el secreto de Toactlum y Tadeo Jones en el rally París-Paká. Y ahora llega el largometraje que, de alguna manera, supone partir de cero para contar la historia del personaje protagonista. Tadeo es un obrero de la construcción que aspira a convertirse en un gran arqueólogo, siguiendo el ejemplo del mediático Max Mordon, su ídolo, y los consejos del profesor Humbert, su mentor. Cuando él mismo se empieza a convencer de que no es capaz de hacer ningún hallazgo de valor, una serie de casualidades le pondrán en la búsqueda de la ciudad perdida de Paititi, misión en la contará con la ayuda de un variopinto grupo de amigos.

Las influencias en Tadeo Jones son muy evidentes. Indiana Jones no es que sobrevuele tanto en lo más paródico como en lo más formal del filme, es que incluso aparece mencionada en los títulos de crédito (y en alguna divertida broma del guión). Para el personaje de Sara, es también notoria la sombra de Lara Croft, la heroína de videojuego a la que dio vida en la gran pantalla Angelina Jolie. Y en el diseño de los personajes es indudable la impronta de Jan, creador de Superlópez. Todo ello se mezcla con habilidad, simpatía y buen humor, creando una historia que consigue personalidad propia. Y eso es lo difícil. Cierto es que no hay excesiva originalidad en el planteamiento, en el argumento o en del desarrollo de los personajes, pero no hay que olvidar que se trata de una película infantil, y en ese plano funciona a la perfección. No comete el error de idiotizar a los personajes, sí aplica estereotipos a los que dota de elementos diferenciadores, muy españoles en algún caso (sí, es posible que funcione un chiste visual sobre toreros) y muy deudores de la herencia del cómic español en el que destacan, precisamente, autores como Jan.

Quizá lo más agradecido de esta película es justo eso, que haya personalidad. Parodiar a Indiana Jones es fácil. Hacerlo con un personaje identificable y con características propias, no tanto. Y Tadeo Jones logra esa distancia aprovechando los elementos más exóticos de la aventurero del arqueólogo de George Lucas y Steven Spielberg: escenarios deslumbrantes (ahí se ve en la pantalla el buen nivel de dibujo y animación de la película), la inevitable y atractiva chica, secundarios cómicos (es una concesión indudable a la comercialidad, como también lo es el uso de algunas canciones, pero el pájaro que no habla y sólo se comunica con carteles es, sin duda, lo más divertido de la película), unos villanos perversos (que sí parecen directamente sacados de En busca del Arca perdida, siendo lo menos original de este debut cinematográfico de Tadeo Jones) y un misterio a resolver. El doblaje corre a cargo de voces conocidas, pero salvo José Mota, que se acerca demasiado en algunos momentos al Asno de Shrek, todos aportan su granito de arena a esa impresión de esta viendo algo con personalidad propia.

Las aventuras de Tadeo Jones se convierte así en una aventura simpática, divertida y desenfadada, que cobra personalidad propia gracias a su aspecto, que sabe mezclar además varios tipos de animación cuando la historia lo requiere (desde los títulos de crédito iniciales hasta el vídeo promocional de Max Mordon). El suyo es un mundo de apariencia realista pero, en realidad, moldeado a imagen y semejanza de su protagonista. Las formas se caricaturizan y encajan a la perfección en el imperfecto mundo de Tadeo. Incluso la banda sonora entiende a la perfección el carácter aventurero y juvenil de la película. El conjunto es muy entretenido. Infantil, sí, pero para niños de todas las edades. Y ahí encajan de vez en cuando también los adultos, esos que ocasionalmente son sólo críos que han pasado por unos cuantos cumpleaños más. Tadeo Jones despierta esas sensaciones, y deja con ganas de más. De más película, de más películas.

Aquí, otra crítica en Suite 101.
Aquí, un artículo en el que hablan el director, Enrique Gato, y el productor, Nico Matji.
Aquí, otro sobre la participación en el doblaje de Miguel Ángel y Michelle Jenner.
Aquí, fotografías en A través del Objetivo del photocall de los Jenner, José Mota y Enrique Gato.

miércoles, agosto 29, 2012

'Los mercenarios 2', buscarlos, encontrarlos y matarlos

No hay mejor forma de definir Los mercenarios 2 que con esa memorable frase que marca la película (y el trailer): "buscarlos, encontrarlos y matarlos". Esa frase, una simple frase de tres palabras y dos comas para separarlas, resume la trama de la película, que no esconde nada más que eso, una refriega descomunal de tiros, golpes y explosiones para acabar con el malo. Explica, también, el nulo esfuerzo acometido en un guión plano, risible, que quiere transformar la nostalgia de la primera entrega en un tono de parodia salpicada de buddy movie en la que ni siquiera cree. Y supone, sin duda, la mejor frase que puede dar el espectador, una vez finalizada la película, para referirse a todos sus artífices. En un sentido figurado, por supuesto. Porque Los mercenarios 2 es para matarlos. La primera era mala, pero se contaba con ese elemento para hacer del visionado una especie de revival de los años 80. La segunda es aún peor. Aunque exploten muchas cosas.

Quizá lo primero que haya que hacer a la hora de valorar Los merecenarios 2 es echar la vista atrás y compararla con la primera entrega. Eso ya se antoja una misión complicada, porque es una película que no dejó huella alguna. El cartel y el trailer, en el que se ve a los protagonistas y en el que se revientan los cameos, está más grabado en la memoria que la propia película. Viendo la secuela, dirigida por Simon West (Con Air, Tomb Raider, The Mechanic), es difícil incluso decir si estaban en la película original todos los actores que, al inicio de la secuela, forman parte del grupo de mercenarios que encabeza Barney Ross (un Sylvester Stallone tan de cartón piedra como siempre). La única novedad que salta a a vista es la que cumple, aunque de otra manera, la doctrina Stallone, la de incluir una mujer por el simple hecho de incluir una mujer. La elegida es Yu Nan, cuyo carisma es equiparable al del resto del grupo protagonista, es decir, nulo.

Porque el carisma emana de donde tiene que emanar, de Arnold Schwarzenegger y de Bruce Willis. A pesar de que son los dos actores que menos aparecen en pantalla, ellos mandan, la película camina a su ritmo y sólo sus apariciones permiten despertar levemente del letargo (si es que es posible el letargo ante el ruido de tantos disparos y explosiones). Lo malo es que el tono paródico de este filme acaba devorándolo todo, sobre todo a un Schwarzenegger al que utilizan casi de mono de feria, repitiendo algunas de las frases más conocidas de las películas que le convirtieron en estrella. Él mismo se ríe de su mítico "volveré", y en el fondo da lástima que sea su principal baza. Eso sí, luego coge dos armas más grandes que su brazo (que ya es de por sí grande) y arregla un poco la situación. Incluso en este sentido habría que hablar de Chuck Norris, pero su carisma aparece por el juego cinéfilo-musical con el que aparece en pantalla, ni siquiera por sus propios méritos.

Resulta curioso que Scharzenegger y Willis lleven la voz cantante cuando la película quiere ser, en realidad, otra cosa. Dado que el grupo de mercenarios va desde lo insulso a lo prescindible, el filme se convierte casi en una buddy movie protagonizada por Stallone y Jason Statham. Ellos son las víctimas de unos diálogos infumables, terribles, malos hasta decir basta. Habrá quien piense que no se le puede pedir más al género o a películas con estas pretensiones, pero es que el guión rebasa lo tolerable con mucho. No es ya que la historia sea mala (¿cuál es el plan del villano de turno que tienen que impedir los buenos?), que no haya momentos de gloria para todos los personajes (¿todavía no se ha aprendido la enorme lección que en ese sentido dio Joss Whedon en Los Vengadores?), que sea aburridamente predecible o que compagine la filosofía de El equipo A televisivo (esa de que ni una sola bala alcanzase a nadie, en este caso a los buenos) con el aumento de la sangre (la de los malos). Es que no hay una sola línea de diálogo decente. Ni una.

Los mercenarios era mala, pero quizá eso podía formar parte del disfrute. Los mercenarios 2 es peor porque ni siquiera sigue la senda que inspiró a la primera, al menos no completamente. Ya no es un ejercicio de nostalgia para reunir a las estrellas de acción de los años 80, sino un batiburrillo en el que lo único que queda claro es que hay que vaciar cargadores y hacer explotar todo lo que se pueda. ¿Explicaciones? ¿Para qué? ¿Una historia sensata? Como si hiciera falta. Mala hasta decir basta. Lo único salvable está en ver a Arnie disparando como un poseso (como en las mucho más entretenidas Commando o Eraser) y a Willis soltando sus socarronerías habituales, que ya devoran cualquier personaje hasta convertirlo en el propio Bruce Willis. Es como si John McLane saltara de película en película y de universo de ficción en universo de ficción. Ya sólo cabe preguntarse qué harán en la tercera y a quién tratarán de convencer para que se sume a este desaguisado que, todo hay que decirlo, da dinero.

miércoles, agosto 22, 2012

'Ted', el camino equivocado

Hay ocasiones en las que los autores de una película no son completamente responsables del desastre que supone. En Ted sucede algo parecido, porque es una película con la que se han escogido varios caminos equivocados. El esencial, el más molesto, está en su doblaje. No es sólo que Santi Millán doble al personaje principal de la película, un oso de peluche que cobra vida por arte de magia, sino que a los traductores se les ha impuesto que trufen la película de bromas autóctonas, o se les ha animado a ello. Y lamento decir a quienes toman estas decisiones que lo último que quiero encontrarme cuando me siento a ver una película protagonizada por Mark Wahlberg y Mila Kunis, repito, lo último, es alguna broma de supuesta gracia sobre Belén Esteban. Sólo eso ya se carga por completo cualquier impresión positiva que pudiera dejar Ted, que, todo hay que decirlo, tampoco es demasiado importante porque, también ahí, escoge un camino equivocado.

Lo del doblaje va camino de convertirse en uno de los aspectos más contraproducentes de la explotación del cine en España. Más incluso que su injusto y elevadísimo precio. Dicen las críticas americanas que uno de los mejores aspectos de Ted es la voz que el propio director del filme, Seth MacFarlane, creador de Padre de familia, le presta al oso de peluche protagonista. Aquí en España tenemos a Santi Millán. La primera sensación que produce ver la película doblada es que su voz y la del resto de dobladores no forman parte de la misma historia. Hay una ruptura formal que saca continuamente de la película. Chirría siempre optar por alguna voz conocida por méritos que no sean los puramente actorales (y, ojo, que la voz sigue siendo el gran problema de muchos actores españoles y ese es un fenómeno que el doblaje había sabido capaz de evitar con categoría hasta no demasiado tiempo). Ahora afecta continuamente a los dibujos animados y, por lo visto, con películas como Ted se abren nuevos caminos.

El problema de las voces, en este caso sólo la de Santi Millán, encuentra una derivación igualmente irritante, pues que incluso más, en los textos, en los diálogos. No puede pasarse por alto que el guión de una película se altere de una forma tan liviana para su explotación en otro país distinto del de producción como se hace en Ted. Si MacFarlane y su equipo de guionistas ruedan un libreto es, imagino, porque se sienten cómodos con él, porque es la historia que quieren contar y porque contiene las bromas que desean incluir. ¿Por qué en la versión española de modifican diálogos para hacer referencia a Belén Esteban o Falete? ¿Por qué? ¿En qué mejora eso la película? Una cosa es que haya bromas intraducibles en una película y otra muy distinta que se altere para incluir otras que los traductores consideren más o menos graciosas. Eso es lo que sucede en Ted y me resulta intolerable.

Vamos a la película en sí misma. Se gana el calificativo de decepcionante por un motivo muy simple. La fachada quiere ser la de una película irreverente, políticamente incorrecta, transgresora. Pero, y es un síntoma muy acusado en este tipo de cine desde hace ya unos cuantos años, desemboca en los tópicos más tradicionales, costumbristas y blandos. Y luego está el hecho de que la transgresión ya sólo sepa manifestar de dos formas: o con bromas soeces y escatológicas o con chiste de contenido sexual. Por desgracia, no hay más. Y Ted no defrauda en ese sentido. Es lo que promete y es lo que da. Nada original. Transita también otro camino más que conocido, la continua referencia a los años 80 y a la nostalgia del espectador que, como su protagonista (Mark Wahlberg, no el oso), ha superado ya los 30 años. Sus alusiones a Flash Gordon (a un nivel que sorprende y divierte) y sus bromas sobre Star Wars o Indiana Jones son, de largo, lo más conseguido de la película, muy por encima de la rocambolesca historia, que tenía ciertos elementos de interés no demasiado bien explorados.

Wahlberg asume con comodidad el papel de hombre de 35 años con un modo de vida de un quinceañero, se divierte y realiza un trabajo competente. No olvidemos que está continuamente interactuando con un oso de peluche, por lo que cabe darle cierto mérito. Mila Kunis, en cambio, y a pesar de seguir siendo una actriz interesante, deambula sin rumbo durante la película. No tiene ocasión de probar sus dotes para la comedia y su personaje, con un final blando y bastante pusilánime, es la causa de que la película sea en realidad tan políticamente correcta aunque quisiera estar en el polo opuesto. No es que Ted sea una mala película. Supongo que quienes disfrutan con la comedia contemporánea pasarán un buen rato con ella. Pero, para mí, escoge demasiados caminos equivocados como para que pueda calificarla positivamente. Y, encima, su versión española estropea cualquier posibilidad que tuviera Ted de conquistarme. Para eso, cualquier monólogo de Santi Millán. Y si quiero ver a Mark Wahlberg y Mila Kunis, indudablemente en versión original.

viernes, agosto 17, 2012

'¡Piratas!', el márketing gana al cine

¡Piratas! es el ejemplo perfecto para explicar por qué la animación no termina de ser tomada en serio por los espectadores. No es un debate sobre la calidad de la película, ese viene luego y hay que colocarlo al margen de esta primera discusión, sino sobre lo que se hace con los dibujos animados. El márketing se ha apoderado de estas películas y se siente capaz de hacer con ellas cualquier cosa. Que Andrés Iniesta, jugador del Fútbol Club Barcelona y de la selección española, doble a uno de los personajes secundarios es algo que no se consideraría digno en ningún otro tipo de película. ¿Por qué en una de animación sí? Si se sabe que Iniesta pone voz a uno de los piratas, es muy difícil entrar en la película. Pero incluso si no se sabe es evidente que algo chirría en las voces. En cualquier caso, ¡Piratas! no está entre las mejores películas de Aardman, pero seguro que a los más pequeños les hace pasar un buen rato. A los adultos sólo les ofrece algún que otro momento lúcidamente divertido, pero el conjunto es algo flojo. Y poco pirata para llamarse así la película.

Toda la simpatía que pueda despertar una película como ¡Piratas! se derrumba cual castillo de naipes al escuchar a Iniesta gritar, en la película, su conocido "viva Fuentealbilla", nombre de su pueblo natal. Esa sencilla frase, que despierta sentimientos totalmente opuestos en otro contexto, es aquí una aberración, un signo de descarada comercialidad que se busca y un desagradable triunfo del márketing sobre el cine. Da igual que la película sea buena o mala, ese grito produce una mala leche instantánea y justificada. Como en su día, por citar otro ejemplo, la transformación del protagonista de El espantatiburones de un negro con marcado acento al personaje televisivo de Fernando Tejero. En España se opta por colocar famosos en los repartos de las películas de animación sin ton ni son. Y seguro que el hecho de poner el nombre de Iniesta en el póster de la película lleva a algunos niños al cine (o induce a sus padres a pagarles la entrada), pero a mí me da pena ver que eso es lo que el trabajo de doblaje significa para la industria española.

No hay más que mirar el reparto original de la película. Hugh Grant, Martin Freeman, Brendan Gleeson, Brian Blessed, David Tennant, Imelda Staunton... Actores todos ellos. En la industria anglosajona, las voces se cuidan, forman parte del trabajo de un actor completo. En España, no creo que haya que ocultarlo o negarlo, nunca se ha prestado demasiada atención a ese detalle en la industria cinematográfica más allá del gremio de los dobladores. Aunque ahora el doblaje español no es tan bueno como hace algunos años, es evidente que hay profesionales en este terreno. Iniesta no lo es. Pero ni siquiera José Coronado, que pone la voz al protagonista y que también chirría bastante. Al ver la película, apenas se reconoce a ninguno de los dos. Si no se tiene la información, no sacan al espectador de la historia por ser quienes son, pero sí porque suenan raro, diferente. No forman parte del mismo universo de ficción que el resto de personajes. Son una excepcionalidad. Y una, además, que tendría que molestar más de lo que lo hace. Pero el márketing gana la partida al cine, eso está claro.

Al margen de las voces, y con el temor de que con el doblaje se hayan alterado más cosas de las que uno puede suponer con respecto al producto original, ¡Piratas! tampoco termina de convencer. No es que sea una mala película, no. Tiene momentos divertidos, algunos golpes de humor muy logrados y algún personaje secundario realmente conseguido (sobre todo Míster Bobo, un mono mudo que se comunica con carteles.. que aún así tampoco parece del todo original), pero la historia en su conjunto parece floja y convencional. Es una forma de recuperar el cine de piratas, y eso siempre se agradece, pero le falta esplendor y épica para poder considerarse como un auténtico homenaje a ese género. Hay mucho exceso rocambolesco en torno a las partes más divertidas de la historia y falta un villano de importancia, algo que una desquiciada Reina Victoria no termina de ser. La animación de plastilina, mezclada con los gráficos por ordenador, sí está bastante lograda casi siempre, aunque en los planos más generales no se consigue el mismo éxito que en los más cercanos.

La gracia de la película está en el entorno, en colocar a Charles Darwin, el padre de la teoría evolutiva, en el centro de una historia de piratas. Muchos de los mejores chistes, o al menos los más elaborados, acaban girando en torno a este personaje. Peter Lord dirige la película, después de doce años sin ponerse detrás de las cámaras, precisamente con uno de los grandes éxitos de la factoria Aardman, Chicken run. Evasión en la granja. El resultado es una película decente para niños y muy olvidable para adultos, que se llama ¡Piratas! pero cuyos protagonistas son, en realidad, maestros del disfraz antes que piratas. Es la primera película en 3D de Aardman y eso añade un nuevo elemento que no cumple las expectativas. Salvo en contadísimas excepciones, el 3D sigue siendo un engañabobos. Muy pocas películas desarrollan las posibilidades que tiene este sistema y ¡Piratas! no es una de ellas. Tampoco tiene mucho sentido que la animación de Aardman recurra a esta técnica. Pero aquí también el márketing gana la partida. Y así nos va a los que seguimos pensando que el cine de animación es, o al menos puede ser, tan cine como cualquier otro.

jueves, agosto 16, 2012

'Prometheus', preciosista confusión

Prometheus es, probablemente, una de las películas más complejas de analizar de este año. Es, puede que con diferencia, la que más disparidad de criterios provocará. No creo que haya muchos que lleguen a tacharla de obra maestra o que equiparen su nivel al de Alien, película de inevitable aunque parcialmente esquivada referencia, pero sí será fácil encontrar espectadores que caigan rendidos ante su inmensa y preciosista fuerza visual, incluso ante las ideas que incorpora al tapiza de la mitología de la saga en la que quiere introducirse. Y tan fácil, incluso más, será encontrar detractores, gente que la vea pretenciosa, vaga, mal construida. Hay un poco de todo en dos horas que, eso sí, parecen estar lejos de la pérdida de tiempo, son necesarias para entender el devenir de este tipo de cine y de la carrera de su director, un Ridley Scott que, una vez más, demuestra que tiene pocos equivalentes cuando se trata de ofrecer un portentoso espectáculo visual pero que se topa con un guión que en ocasiones parece a medio hacer... o reclamando su ya habitual Director's Cut.

Más que nunca en su carrera, Ridley Scott ha hecho un salto al vacío cuyas consecuencias no son fáciles de predecir. Alien era una saga en absoluto y progresivo declive, que encontró niveles absolutamente vergonzosos ya en su cuarta entrega, Alien resurrección, y que incluso empeoró en las innombrables mezclas con otra de las franquicias de la Fox, Predator. Por eso, que Scott recogiera la mitología de Alien era una noticia de calado y un elemento de esperanza para todos los que llevamos años soñando con recuperar el elevadísimo nivel que tenía la ciencia ficción cinematográfica hace no tantos años. ¿Pero esto es realmente Alien? Sí, lo es. Indiscutiblemente. Que nadie espere ver una precuela directa, o que el final de Prometheus enganche directamente con el comienzo de Alien, pero sí que hay sobradas referencias (desde las musicales hasta la grafía del título, pasando por nombres y conexiones temáticas y argumentales) que evidencian que estamos hablando del mismo universo. Pero, al mismo tiempo, quiere ser algo diferente. Radicalmente diferente.

Alien era un cuento de terror de incontables ramificaciones posibles. Aliens, de James Cameron, era tan buena porque cogía sólo una de esas ramificaciones y creaba algo totalmente diferente a su predecesora. De algún modo, Prometheus quiere ser algo parecido, seguramente basándose en una de las obsesiones de Ridley Scott, el Jinete Espacial muerto que encontraban los tripulantes del Nostromo en la película original. El planteamiento argumental de Prometheus es mucho más ambicioso que el de cualquier película de Alien, habla de la creación, del origen de la raza humana, de clásicas preguntas existencialistas que, por raro que parezca, encajan a la perfección en la mitología de la saga, al igual que en el género de ciencia ficción en general. Pero estos elevados objetivos chocan con un problema que no está lejos de llevarse por delante todas las buenas intenciones y las grandes ideas que esconde la película: su guión. En todo momento da la sensación de faltarle una o dos reescrituras, ofreciendo resoluciones torpes, comportamientos absurdos y giros inverosímiles, además de unas cuantas cuestiones bastante mal explicadas y que no conviene detallar por no arruinarle la película a nadie.

Esos flagrantes fallos en el guión sorprenden en una producción de esta envergadura. Es cierto que a Ridley Scott siempre le han cortado sus películas hasta alcanzar una duración estándar con el fin de estrenarlas en cines. También lo es que sus posteriores Director's Cut para las ediciones en vídeo son mejores que sus películas estrenadas. Pero por momentos da la sensación de que faltan demasiadas cosas, de que se han quedado explicaciones en el camino, de que hay escenas clave que no hemos visto. Eso crea desconcierto y, sobre todo, destroza el ritmo de la película, inexistente en muchos momentos y mal medido en otros. Las elipsis que ofrece son francamente inexplicables y lo que pueden parecer interrogantes sin resolver son, en algunos casos, preguntas mal formuladas y respuestas torpes. Se corre así el riesgo, insisto, de pensar que el ambicioso planteamiento no es más que un envoltorio vacío. No lo es, pero sí que está mal forrado.

A nivel visual, en cambio, Prometheus es todo un espectáculo intachable. Su 3D está más que justificado y sirve para meterse con una facilidad inusitada en el interior de los claustrofóbicos escenarios de la película, deudores en todo momento de la imaginería que diseñó H. R. Giger para el primer Alien. Sus hallazgos visuales usando los efectos por ordenador son asombrosos, hermosos, cargados de imaginación. Y su aspecto general coloca esta película en un plano diferente al de Alien. Lo que allí era sucio y gastado, aquí es luminoso y reluciente. Lo que allí era opresivo, aquí es espacioso. Las sensaciones son diferentes y hablan, cerrando el círculo, de las diferentes ambiciones de una y otra película. Lo malo en realidad es entrar en comparaciones irresolubles precisamente por ese motivo, porque las aspiraciones no son las mismas. Michael Fassbender fascina por sí solo, sin necesidad de compararle con el Ash de Ian Holm en Alien o el Bishop de Lance Henrikssen en Aliens. Charlice Theron evidencia que ha nacido para interpretar papeles oscuros sin pensar en otros referentes y Noomi Rapace encaja como su propio personaje, a pesar de los claros ecos a la Ripley de Sigourney Weaver que desprende.

Prometheus es una película confusa que deja esa misma sensación en el espectador, sin que eso sea algo necesariamente negativo. La torpeza de su guión en algunos momentos (desde la constante explicación para espectadores tontos al inverosímil comportamiento de algunos de sus personajes) amenaza con resquebrajar los grandes temas que aborda y que no son en absoluto baldíos o fruto de una filosofía barata con la que vender un producto comercial. En Alien encajan esas grandes preguntas que ofrece Prometheus. El enganche con lo mejor de la saga original está ahí, aunque no siempre le haga justicia. Algunos personajes son un relleno injustificado. Otros, como el de Guy Pearce, una expectativa no satisfecha. Y la propia Prometheus, como película, deja sensaciones tan contradictorias que no es fácil decidir si es un título realmente notable, como sugieren algunas de sus partes y de sus planteamientos (algunos temáticos y todos los visuales) o si es una obra deslabazada y descuidada que no cumple con lo que se presumía de ella. Creo que un segundo visionado aclararía percepciones, pero el simple hecho de querer volver a verla ya indica que para mí es una obra preciosista que merece revisión y recuerdo. Aunque ahora mismo todavía me tenga sumido en la confusión de no saber qué pensar sobre ella con rotundidad.

lunes, agosto 13, 2012

'Rock of Ages', blanda y escasa reivindicación rockera

Cada vez que se estrena un musical, en las pocas ocasiones en que eso sucede en nuestros días, parece que está obligado a reinventar el género, pero es una ilusión basada en la escasez de títulos y no en las expectactivas de cada película. Rock of Ages no va por ahí. En conjunto es bastante blanda, se aleja de la reivindicación rockera que parece esconder su guión en algunos momentos (sobre todo en la divertida pero claramente caricaturesca confrontación final entre defensores y detractores del rock), y se deja devorar por los tópicos de cualquier historia de "chico-conoce-chica". Eso sí, Rock of Ages es un musical que proporciona el entretenimiento que se le presupone, una buena selección musical para amenizar las dos horas de metraje, adecuadamente montadas las canciones en la película, y alguna que otra interpretación más que notable, sobre todo la de un Tom Cruise al que estará siempre de moda darle palos pero que siempre cumple cuando aparece en una pantalla. Y aquí hace más que cumplir.

Habría que conocer el musical de Broadway en que está basado para hacer un juicio más completo sobre la adaptación cinematográfica, pero conociendo sólo la película parece evidente que hay números musicales modificados, recortados y mezclados. Y el resultado no parece malo. Quizá hay una obsesión no siempre justificable en que demasiadas canciones mezclen a diferentes personajes en distintos lugares cantando temas con mensajes que puedan ser aplicados a todos ellos, pero seguramente eso también permite recortar la duración de la película a dos horas, una duración que, en todo caso, se antoja excesiva y penaliza al filme en algunos altibajos que tiene, sobre todo pasado su ecuador. Tampoco ayuda el poco carisma de los dos actores protagonistas, la guapísima Julianne Hough (encasilladísima en el cine musical tras protagonizar el reciente remake de Footloose) y el más soso Diego Boneta (actor y cantante mexicano).

Pero el principal problema que tiene Rock of Ages está en su guión. Quitando algunos momentos inspirados y más los de comedia (tópico pero divertido uso de un más que pintoresco animal), no deja de ser la típica  historia de amor en la que uno de los miembros de la pareja, que inevitablemente se enamorará después de pasar las lógicas dificultades y malentendidos, lo ha dejado todo para probar suerte en la gran ciudad, en este caso ella. La sensación de haber visto lo que cuenta la película es imposible de superar, aunque el envoltorio le da cierta independencia con respecto a otros títulos. No hay, además, espíritu reivindicativo, por mucho que pueda parecerlo en algunas escenas. No es Rock of Ages un filme que enarbole temáticamente la bandera del rock aunque se deje caer esa impresión en algún momento. Es, más bien, una visión amable de lo que podría haber sido la película de haberse rodado realmente con esa intención (quizá también si se hubiera rodado a finales de los años 80, donde se dice que transcurre la trama).

Adam Shankman, director de Hairspray y especialista en este terreno del musical, está más concentrado en que funcionen bien las coreografías, muy efectivas, que en ese poso reivindicativo. Y más en sus actores más conocidos que en el conjunto final de la historia. Por eso, desde que Tom Cruise, Paul Giamatti o Catherine Zeta-Jones entran en la pantalla se hace más difícil concentrarse en la pareja protagonista. Cruise borda su papel de estrella del rock excéntrica y deja las mejores escenas de la película con diferencia, verosímil completamente sobre el escenario e hipnótico y divertido fuera de él. Siempre arriesga y casi siempre gana, y eso dice mucho sobre él. Giamatti es uno de esos secundarios de lujo que se amolda a cualquier tipo de papel con una facilidad asombrosa. Y Zeta-Jones (con un impactante número musical en el que se atisban movimientos... ¡de Michael Jackson!) interpreta al personaje que mejor ejemplifica la parodia que esconde esta versión de Rock of Ages, sobre todo por su rocambolesco final. Alec Baldwin también sabe reírse de sí mismo como parte de ese tono paródico que impregna la película, pero su personaje no termina de funcionar tan bien.

Rock of Ages es un musical simpático. No mucho más porque, en el fondo, pretende detenerse ahí. Las canciones, buenas y conocidas, funcionan. Las interpretaciones que los actores hacen de esos temas, también. Las coreografías, sin ser excesivamente complejas en la mayoría de los números, son efectivas. Y las actuaciones de los intérpretes más conocidos, con un magnífico Tom Cruise a la cabeza (sorprendente y positivo que un personaje tan psicológicamente ido como el suyo consiga una envidiable química con el de Malin Akerman, otro rostro bonito de Hollywood que busca el éxito variando sus personajes en todo lo posible; ojo a la escena de la entrevista... y al hilarante comentario que le suelta Giamatti cuando ella se marcha), sobresalen con facilidad. Con eso se compensan las carencias en el libreto y en las prácticamente inexistentes aspiraciones de dar algo más que dos horas de entretenimiento. ¿Y entretiene? Todo es muy políticamente correcto (cuota homosexual incluida), pero sí, la verdad es que sí. Y es que, en mayor o menor grado, es difícil no salir de la sala asumiendo el I Love Rock & Roll que proclama una de las canciones añadidas para el filme.

viernes, agosto 10, 2012

'Brave (Indomable)', el Pixar más Disney

Brave (Indomable) es el mayor acercamiento de Pixar a Disney hasta la fecha. Son desde hace algunos años parte del mismo conglomerado empresarial, pero sus historias no se habían cruzado todavía con tanta claridad como en la aventura de esta joven princesa escocesa. Procede ya desde este punto una aclaración. Tachar de "Disney" una película de Pixar no implica, en absoluto, una valoración negativa de la misma. Hay que decirlo porque mucha gente valora con demasiada dureza el cliché Disney y, sin embargo, tiene una categoría a la que no se acercan marcas del mundo de la animación que tiene hoy una mejor valoración. Que es Pixar se nota en la excelencia visual. Es imposible no verse absorbido por un torrente de imágenes preciosas y fascinantes, por una labor de animación sencillamente brillante. Su supremacía es hoy indiscutible. Y es bonito que esta casa explore otros terrenos, aunque sean los lindantes con los más conocidos cuentos de Disney. ¿Por qué no, si el resultado final es entretenido para niños y mayores?

Brave es la historia de Merida, una princesa escocesa y la primogénita del clan que gobierna. Los otros tres clanes se desplazan para, como manda la tradición, ofrecer a sus primeros hijos varones para que uno de ellos se case con la princesa. Merida, no obstante, es un espíritu libre, una adolescente que quiere casarse por amor y que disfruta mucho más con su arco que en las tareas que, según su madre, son propias de una princesa.  Trece largometrajes lleva producidos Pixar y tan emblemático número no ha dado mala suerte a la compañía, pero sí un ligero cambio de rumbo. O, al menos, un nuevo experimento. Brave es más Disney que Pixar. Es innegable que tener a una joven como protagonista marca mucho en ese sentido. Disney siempre ha presumido de sus princesas, con razón, y Merida podría ser perfectamente una de ellas. Sobre todo, hay mucho en esta adolescente escocesa de La Sirenita (ambas princesas de nacimiento, ambas pelirrojas, ambas rebeldes y de buen corazón).

El acercamiento a Disney también se nota en el uso de las canciones, interpretadas por Julie Fowlis en la versión original y Russian Red en la doblada, algo que en Pixar siempre se había hecho de un modo más limitado. En todo caso, es la música lo primero que marca una diferencia entre esta película y Disney. El escocés, y se nota, Patrick Doyle no parece el clásico compositor Disney. De hecho, ya tenía cierta experiencia en música de corte medieval para una película de dibujos animados, la entrañable La espada mágica. En busca de Camelot. Y su trabajo es precioso, el mejor modo de que el espectador se sienta dentro de la historia. A partir de ahí, la magia Pixar hace el resto. La animación es sublime. Es fácil enredarse en la alborotada melena de Merida, según se ha publicitado compuesta por 1.500 mechones y más de 100.000 cabellos, pero el resto, por muy desapercibido que pueda pasar, es formidable. Si impresiona tanto por su naturalidad, es que el trabajo de animación es excelente. Pixar no tiene rival en este terreno. Los demás pueden aspirar a hacer un gran trabajo, pero en Pixar es norma.

Donde no se nota tanto el toque Pixar es en la historia. Exceptuando las dos películas de Cars, es posible que Brave sea el título de Pixar que más claramente nace del deseo de ser una película de dibujos animados más que una película, y eso se nota en un guión solvente pero mucho menos inolvidable que otros tantos de la factoría que ha dado vida a maravillas dramáticas y de retrato de personajes como las tres entregas de Toy Story, Wall·E, Up o Los Increíbles. Hay más clichés en esta cinta que juntando muchas de las anteriores que ha hecho Pixar. Hay más arquetipos que en todas ellas. Y, superando el brutal salto argumental (lo menos logrado) que se produce a mitad de la película y que los trailers ya han destrozado, es más previsible que la gran mayoría. Eso, no obstante, no le resta entretenimiento a una película muy divertida (grandes secundarios cómicos, como los trillizos o los representantes de los otros tres clanes), bien guiada emocionalmente y espectacular en todas sus imágenes.

Brave no es la mejor propuesta de Pixar, pero, siguiendo la línea temporal de su trabajo, sí una mejora con respecto a su último título, la decepcionante Cars 2. Brave no ofrece sensaciones negativas, simplemente no llega al grado de perfección (como película, sí como trabajo de animación) al que nos tiene acostumbrados el estudio de John  Lasseter. Mala señal sería que, precisamente por su habitual genialidad, cometiéramos la injusticia de no disfrutar con lo que nos ofrece Pixar, una aventura fresca, dinámica y emotiva. Que no supiéramos apreciar la apertura que supone en su filmografía (es la primera heroína Pixar). O que no intentáramos ver más allá y diéramos por sentado que es fácil conseguir una animación tan deslumbrante como ésta. Brave es una película más que recomendable para todos los aficionados a los dibujos animados, indudablemente señalada para los más pequeños y altamente disfrutable para todos aquellos que sientan especial cariño hacia las tierras escocesas o las leyendas gaélicas. Y antes de la película hay, como es habitual, un espléndido corto, La luna, y una escena tras los títulos de crédito. Avisados estáis.

Aquí, otra crítica, en Suite 101.
Aquí, las imágenes del Photocall de Russian Red y los animadores Carolina y Ramiro López Dau.

sábado, agosto 04, 2012

'Sin rastro', otro thriller rutinario con ganas de ser polémico

Cada vez parece más evidente que el thriller se estanca como género. Proliferan las películas, inundan la cartelera todas las semanas, pero muy pocas terminan de calar. Apenas unas elegidas se quedan en la memoria del espectador y las fórmulas parecen estar más que agotadas. No es así, claro, pero esa es la sensación que dejan películas como Sin rastro, vehículo para el lucimiento de una estrella que ahora mismo tiene apariencia de pasajera como Amanda Seyfried. El único argumento con el que parece contar la película, además de su protagonista, es la polémica que pueda suscitar su resolución, que por supuesto no desvelaré. No es que sea transgresora, no lo es, pero sí parece pensada para dejar en el espectador una sensación diferente. Pero no lo consigue porque, a pesar de lo chocante que pueda ser o de las conversaciones que genere tras la película, no oculta un pobre desarrollo de los personajes y lo rutinario de su planteamiento.

Parece cada vez más evidente que el thriller se ha convertido, por encima de la fantasía o la ciencia ficción, el género que más esfuerzos de ingenuidad exige del espectador. En Sin rastro, tenemos a una joven camarera, interpretada por Amanda Seyfried, que se convierte en la única persona capaz de solucionar un secuestro, que da esquinazo a la policía con una facilidad que ya quisieran los criminales, que va encontrando pistas que no podrían ser más evidentes como si sólo ella fuera capaz de verlas. Hay que dar demasiadas cosas por sentado, confiar demasiado en su sensación de realismo, como para que sea creíble. Sin rastro tiene muchos errores de planteamiento, incluso en la misma premisa del secuestro inicial. Seyfried se ha instalado en un cómodo papel de heroína capaz de todo (el mismo que hacía en la aburrida Caperucita Roja y la desaprovechada In time), pero necesitaría un cambio de registro ya si no quiere formar parte del panteón de jóvenes atractivas y olvidadas de Hollywood. ¿Los miserables que ya está haciendoTom Hooper? Veremos.

Sin rastro se construye en torno a Seyfried, dándole la práctica totalidad de escenas y planos de la película, lo que no da mucho margen para encontrar tablas de salvación para el filme lejos de su personaje. Incluso se permite el lujo de desaprovechar secundarios, de introducirlos y no volverlos a usar, a pesar de que podrían haber dado mucho juego. Es el caso del agente de policía al que da vida Wes Bentley. En los primeros veinte minutos parece que va a ser un personaje destacado pero se acaba quedando, como todos los demás, en una simple figura decorativa. Ningún personaje sobresale. No hay secundarios interesantes y no hay, craso error, un villano de altura. Solía ser una premisa básica del thriller, un antagonista desasosegante, pero en el cine más reciente se apuesta por no mostrar absolutamente nada del malo. Sin rastro abusa de ese recurso hasta el punto de que no es misterio, sino simple dejadez lo que hay en su retrato.

Heitor Dhalia, director brasileño que da el salto a Hollywood con esta película, no es capaz de ofrecer algo diferente con Sin rastro. Se contenta con filmar con cierta solvencia las escenas y con pasear a sus personajes por la pantalla. Con pocas expectativas, le queda un producto simplemente cumplidor. Si se quiere sacar punta a cada cosa que sucede en la pantalla, Sin rastro es un filón. Y una vez hecho eso, sólo queda el debate final que genera la resolución de la trama. La polémica que, evidentemente, quiere suscitar. El problema social sobre el que quiere discutir, siquiera superficialmente, la película. Pero la controversia no puede sustituir nunca a la calidad cinematográfica, y aquí no lo consigue. No es que haya mucho de lo primero, la verdad, en el fondo sólo un instante que pasa fugazmente, casi desaprovechado, pero de lo que seguro no hay casi nada es de lo segundo. Un thriller rutinario.