miércoles, agosto 24, 2011

'Beautiful boy', portentosos Maria Bello y Michael Sheen

Hay películas que uno ve por los actores. Al final, ellos son lo más reconocible de un producto cinematográfico e incluso sin saber de qué va el filme en cuestión uno se lanza para verles a ellos. Eso suele suceder con las grandes estrellas de Hollywood, pero a mí me pasa más con grandes actores de la segunda fila, esos que no atraen gente a los cines, esos que no anteponen sus nombres a los títulos de sus películas en un cuerpo de letra más grande, esos que son capaces de llenar la pantalla aunque la mayor parte de los espectadores no puedan recordar su nombre o dónde les han visto anteriormente. Maria Bello y Michael Sheen son dos de esos actores. Y, por eso, cuando tuve la posibilidad de ver Beautiful Boy me lancé sin pensarlo. Bello y Sheen no sólo no defraudan sino que superan con creces las expectativas. Son dos actores portentosos, capaces de llevar el peso de cualquier historia. Incluso pasan por encima de los defectos que se aprecian en Beautiful Boy y consiguen que sea un filme notable.

Beautiful Boy es la historia de cómo un matrimonio de mediana edad intenta superar una tragedia que amenaza con truncar sus vidas. Detallar qué tragedia, aunque ésta forme parte de cualquier sinopsis que se pueda encontrar del filme, es absurdo y elimina uno de los muchos puñetazos en el estómago que lanza el filme. No obstante, el argumento (dejo en manos de cada uno leerlo o no) ya deja claro que estamos ante un enfoque valiente y arriesgado, novedoso y profundamente sensible. Sólo por eso, esta película ya merecería la pena. Después de un corto y una película para televisión, y siendo un bailarín y coreógrafo, Shawn Ku se lanza al cine comercial con una película que tiene mucho de independiente, con una historia durísima y sin concesiones qué él mismo ha escrito con un suceso real y cercano como base. Se le nota cierta inexperiencia en algunos tramos, tanto en la dirección como en la escritura, pero sale bastante bien librado de un trance complejo. Lo fácil es caer en la sensiblería, y eso lo esquiva con mucha habilidad para ofrecer una historia de personajes que descansa en el brutal trabajo de sus dos protagonistas.

Maria Bello es una actriz a la que, por desgracia, se descubrió de forma tardía. Tiene ya 44 años y empezó a dejarse ver en el cine para el gran público a finales del siglo pasado, cuando apareció en Payback (1999) o El bar Coyote (2000). En realidad no fue hasta Una historia de violencia, la brutal y magnífica película de David Cronenberg, cuando se empezó a reparar en ella. Ha trabajado mucho desde entonces, pero está lejos de ser una estrella. Quizá es porque Hollywood ya no hace estrellas de esa edad. El caso es que Maria Bello se ha convertido en una de las presencias femeninas más estimulantes que tiene el cine contemporáneo. La quieran ver o no. Michael Sheen necesita menos presentación, porque ha formado parte de títulos bastantes destacados de los últimos años, como El desafío. Frost contra Nixon, Tron Legacy o esa pequeña joya británica que es Damned United, pero su lanzamiento como actor también fue relativamente tardío. Si fue capaz de llegar a la altura de Frank Langella en El desafío, es capaz de dar vida al personaje que se proponga.

Ambos bordan su trabajo en Beautiful Boy con una maestría y una sencillez que sólo puede recibir los más encendidos elogios. Encuentran docenas de matices en personajes reales, normales, incluso anodinos si se quiere. Ofrecen una evolución impresionante, hacen creíble una historia en común que arranca años antes de lo que se nos cuenta en la película. Desprende química, pero no sólo entre ellos sino como parte de las vidas que hay que entender de sus personajes, a los que dotan de personalidad propia, alejados sobre todo en el caso de Sheen de trabajos anteriores. No es fácil dar vida a personas reales y Maria Bello y Michael Sheen lo consiguen con categoría. Son dos trabajos portentosos, bien secundados además por un grupo de secundarios entre los que destaca Alan Tudyk (uno de los integrantes de la impresionante Firefly, una serie por desgracia poco conocida y de corta duración que dio lugar a la película Serenity).

La dirección de Ku se pierde en ocasiones algunos de esos matices interpretativos, más pendiente de buscar encuadres originales y movimientos de cámara que denoten la tensión de la escena que de aprovechar lo mucho que le ofrecen sus actores. Pero, aún así, se trata de un drama tan notable y sencillo como arriesgado y completo (lo que no quiere decir que responda a los interrogantes, eso queda en manos de cada persona que vea la historia, como debe de ser). Beautiful Boy es una película que abren numerosos debates éticos y morales, que lleva al espectador a preguntarse cómo se sentiría uno mismo en la dura situación que se nos plantea y que brinda una pareja protagonista sencillamente espectacular como principal baza para que la película enganche. Y engancha durante la poco más de hora y media que dura. Engancha y permanece. Por desgracia, ésta será una película casi desconocida. Se vio en el Festival de Sebastián de 2010, se estrenó en Canadá en septiembre de ese año y a Estados Unidos no llegó hasta junio de 2011. En España no hay fecha prevista para su estreno. Una pena.

jueves, agosto 18, 2011

'Super 8' y la maravillosa emoción de la inocencia

Super 8 me daba miedo. Lo confieso. Mucho miedo. El cine de fantasía y ciencia ficción de los años 80 tiene un espacio muy grande en mi corazón cinéfilo. Muy grande, de verdad. No sólo es que haya crecido con esas películas, es que a día de hoy hay muchas que me siguen pareciendo tan espléndidas como entonces. Puede que fuera por la inocencia con la que las vi, pero es inocencia no tiene nada de malo. Al contrario. Es una sensación que el cine, en especial el cine norteamericano, había olvidado. Hoy todo es oscuro, triste, dramático, violento. Y ya no hay sitio para esa inocencia. Cuando se anuncia que J. J. Abrams, de la mano de la producción de Steven Spielberg, quiere recuperar esa sensación, sentí miedo. Miedo a que destrozaran esa inocencia, a que no supieran entenderla dos décadas después, a que pervirtieran ese recuerdo juvenil. Afortunadamente, mi miedo era injustificado. Super 8 es una emocionante maravilla que transporta a otro tiempo, a otro lugar, a otra sensación. Y qué gozada de viaje es éste.

No he sido un especial seguidor de J. J. Abrams en su aventura televisiva (Alias, Perdidos), pero sí en la cinematográfica. Y me gusta. Me encantó su Misión imposible, tercera entrega de la saga que sirvió para olvidar el malísimo sabor de boca que me dejó la segunda, de John Woo. Y aún más disfruté con su formidable revisión de Star Trek, de la que espero con muchas ganas una secuela. A Abrams le veo mucho clasicismo a la hora de entender el cine sin por ello alejarse de su propia época y de los códigos que tienen las películas contemporáneas. Sabe manejar con respeto los legados de ficción sin renunciar a que todo tenga su sello personal. Y si tengo tan buena opinión de Abrams, ¿por qué me asustaba esta película? Pues porque el referente claro de Super 8 está en E.T. El extraterrestre, y ésta siempre ha sido para mí (aunque no sea necesariamente una opinión popular o que pueda entender mucha gente) una de las películas más perfectas que jamás se han rodado.

De E.T. me gusta todo, pero sobre todo el inmenso carisma que desprendían todos los personajes, incluyendo y sobre todo a los niños. Siempre he pensado que semejante nivel de maestría es imposible de igualar. Super 8 no llega a tanto, pero se queda muy cerca durante buena parte del metraje. Es imposible no meterse de lleno en la filmación de esa película en super 8 que están haciendo los chavales. De no reírse con la afición a los petardos de uno de ellos. De no entender el miedo que tiene otro con los acontecimientos que se desatan. De no mirar con ojos enamoradizos a la chica del grupo. Es tan fácil entrar en la película. Tan fácil. Y es tan emocionante compartir los misterios que presenta, tan divertido sumarse a la aventura que propone, tan hermoso contemplar el curso de cine que imparte Abrams con una forma de rodar tan clásica como romántica. No me extraña que Spielberg haya querido poner su nombre en esta película como productor. Podría haberla rodado él mismo. Aunque, en realidad, ya lo hizo. La propia E.T. y Encuentros en la tercera fase tienen mucho que ofrecer a Super 8.

Pero la película de Abrams no es una copia, no es un remedo, no es un producto oportunista. En absoluto. Hay mucho de rompedor en estrenar una película así en el año 2011. El cine hace tiempo que se desmarcó del cine de fantasía y ciencia ficción de los años 80. Ya no se hacen películas como Super 8, el cine familiar serio está en franca decadencia, pero no tanto por falta de calidad o de ideas sino como resultado de una elección consciente. Hoy se prefieren hacer otras películas. Y seguro que los estudios de mercado, esos que se olvidan de que el cine es sentimiento por encima de cualquier otra cosa, dicen que los espectadores quieren ver ese cine mayoritario. Pero Super 8 viene a demostrar lo contrario. Se puede hacer un cine de calidad así, por este camino clásico y apto para todos los públicos. Sin que nadie salga del cine pensando que le han tomado el pelo o que no ha entendido nada.

La delicia de ver Super 8 pasa por no contar nada del argumento. ¿Para qué estropear las sorpresas y las sensaciones? Sólo hay que saber que vamos a ver una historia tan humana como de ciencia ficción ambientada en 1979, que los protagonistas son un grupo de chavales de un pequeño pueblo de Ohio y que hay una espectacular escena en la que un tren descarrila (en la que Abrams demuestra un dominio inaudito de todos los aspectos de la realización). Lo importante no es la criatura, que la hay. Lo importante son los personajes. Lo importante es enamorarse del personaje de la adorable y prodigiosa Elle Fanning (¡qué grande puede llegar a ser esta cría si la cuidan!; desde ya me convierto en su fiel seguido, porque mejora las interpretaciones que ha hecho hasta ahora su hermana Dakota). Es comprender el conflicto en que se ve envuelto el chico al que da vida Joel Courtney. Es deleitarse con el juego de cine dentro del cine que plantea Abrams o con los preciosos planos que crea en los que la profundidad de campo actúa casi como un personaje más.

Super 8 no es perfecta, pero casi. El principal mal que presenta es que no tiene un final redondo. Al contrario, es apresurado y algo torpe en algunos momentos, lo que es una pena teniendo en cuenta que llevábamos ya más de hora y media de cine descomunal a nuestras espaldas cuando alcanzamos ese desenlace. Y la culpa ahí es de Abrams como autor del guión, no como director, porque incluso ahí sigue rodando con una categoría increíble. Super 8 no es perfecta, decía, ni tampoco es E.T. Pero es, desde ya, un clásico instantáneo, una de esas películas que no me cansaré de volver a ver año tras año, una delicia impropia de su época y que, ojalá, sea capaz de trasladar a nuevas generaciones el amor por el cine que siente de una forma tan obvia Abrams. El mismo que se veía en el Spielberg de E.T., Encuentros, Tiburón o las películas de Indiana Jones. Y, como aquellas, Super 8 es una maravillosa joya.

Aquí, otra crítica más seria y menos apasionada.

domingo, agosto 14, 2011

'Cowboys & Aliens', el placer de lo irreverente

Cowboys & Aliens. La primera reacción al tener noticia de este proyecto fue de pánico. Porque, con ese título, tenía pinta de bodrio. O de serie Z de los años 50. Pero no, iba a ser un estreno nuevo. Después veo que la va a dirigir Jon Favreau. El de Iron Man y su secuela. Bueno, habrá que darle una oportunidad, pienso entonces. Después me entero del trío protagonista: Daniel Craig, Harrison Ford y Olivia Wilde. Me voy convenciendo un poco más. Luego me entero de que está basada en una novela gráfica. La leo y me gusta la idea aunque no del todo el desarrollo. Pero ya estoy más que decidido a verla. Por supuesto, la veo. ¿Y qué me ha parecido? Una deliciosa irreverencia a los aficionados al western, muy alejada (para bien) de la historia del cómic, y un más que entretenido producto veraniego, con carismáticos actores y una muy buena mezcla entre acción, aventuras y humor.

Fusionar western y ciencia ficción es una idea tan descabellada y con tan pocas probabilidad de éxito en apariencia que, más allá de Almas de metal (aquel experimento con Yul Bryner ahora de culto para algunos), apenas se puede recordar algún título que se acerque a ese planteamiento. Cuando alguien encara algo así, casi tiene que asumir que su público es el que espera ver aliens y no el que suspira porque los cowboys regresen a la gran pantalla con el esplendor de antaño. Pero, al final y por sorprendente que pueda parecer, resulta que Cowboys & Aliens es un producto satisfactorio para ambos públicos. Quizá ante su mezcla sean más receptivos los aficionados a la ciencia ficción, por supuesto, pero, sin haber visto el título en pantalla (y sin hacer mucho caso a eso que lleva el personaje de Daniel Craig en la muñeca), la primera hora media del filme pasa perfectamente como la introducción de una película del oeste más que decente, magníficamente ambientada, lo que oculta su algo simplista y tópico desarrollo como western.

Seguramente esa primera parte de la película no habría convencido de la misma manera sin Daniel Craig. Desde que se convirtió en James Bond (en realidad, desde su anterior película, la infravalorada Munich), Craig ha encontrado un camino carismático y completo. Tanto le da hacer un héroe de acción amargado como uno que disfruta de cada segundo de la aventura. Su dominio de la pantalla interpretando a este pistolero seco y directo es impresionante, tanto a nivel dramático como en los toques más cómicos que tiene su personaje. Sencillamente, está perfecto. Para ver a Harrison Ford hay que esperar algo más, pero la espera merece la pena. Seguro que quienes criticaron con saña la última entrega de Indiana Jones, quienes miraron su fecha de nacimiento para pensar que era una apuesta imposible, aquí disfrutarán con sus escenas de acción. Y es que quien tiene madera de héroe cinematográfico no la pierde con los años Ni haciendo de Indy, ni haciendo de vaquero.

Favreau es inteligente y domina perfectamente la mezcla entre humor y aventura. En Iron Man se podía pensar que eso era mérito de Robert Downey Jr. y y su socarrona interpretación de Tony Stark, pero Cowboys & Aliens demuestra que el realizador tiene su cuota de mérito. Como también la tiene al saber rodearse de un reparto espléndido, muy bien escogido y que incluso tapa las carencias del guión, las habituales de cualquier superproducción veraniega (un tanto inverosímil la evolución del personaje de Harrison Ford...). Si Craig y Ford desprenden un carisma extraordinario, no le va a la zaga el oficio de Sam Rockwell (que ya trabajó con Favreau en Iron Man 2) o la belleza de Olivia Wilde (un precioso maniquí que, no obstante, está teniendo muy buen gusto a la hora de escoger proyectos que prolonguen su fama televisiva lograda en House, títulos tan variopintos como ésta, Tron Legacy o Los próximos tres días).

No conviene contar demasiado sobre el argumento, entre otras cosas porque arruinaría la espléndida secuencia de apertura de la película y algunas de las sorpresas que hay más adelante (el trailer ya hace un fantástico trabajo destrozando ese necesario y no apreciado elemento de lo desconocido a la hora de seguir una película). Lo mejor del guión, en todo caso, radica en que coge del cómic original de Cowboys & Aliens sólo lo que necesita, la idea, el contexto y algunas escenas, pero inventa su propia aventura. Es, en ese sentido, una gran adaptación, que rehuye del manido y cada vez menos interesante proceso de trasladar a la pantalla la literalidad de un cómic o una novela por temor a los fans más recalcitrantes. Aquí no es así. Cowboys & Aliens es una cosa en la novela gráfica y otra muy distinta en el cine. Sus personajes son diferentes. Sus mensajes, también. Y con ese cambio, la película supera al cómic como obra de entretenimiento.

Es evidente que John Wayne, Gary Cooper o John Ford se revolverían en sus tumbas si supieran de una historia como ésta, un irreverente sacrilegio a la esencia del western. Pero, visto con mente abierta y asumiendo que se trata de un producto que sólo busca la diversión, lo cierto es que Cowboys & Aliens convence de sobra. Más que de sobra. Tiene grandes momentos, un gran personaje protagonista que está muy bien acompañado en el reparto, buenos efectos especiales (y fotografía, atentos a los cambios cromáticos de los recuerdos del personaje de Craig y a esos tan magníficos como clásicos escenarios de película del oeste) y toda la diversión que uno puede conseguir de la marcianada que supone mezclar esos elementos tan habituales y a la vez tan dispares de los juegos de cualquier niño (sobre todo americano), los vaqueros y los extraterrestres. Cowboys & Aliens, que para eso hemos dejado el título en su versión original.

miércoles, agosto 10, 2011

'El origen del planeta de los simios', valiente pero limitada

Cuando se anunció una nueva entrega de la saga de El planeta de los simios, esta vez planteada como una precuela al nivel más absoluto posible, es decir, el inicio del inicio, pensé en dos opciones. Podía ser un producto risible, ridículo y estrambótico, sin pies ni cabeza ni relación alguna con la mitología de este universo. O bien podía ser una película sumamente original, que sentara cátedra, que se convirtiera en un prodigioso espectáculo y en un sincero homenaje a aquella película que inició la saga e hizo historia a finales de los años 60. Vista El origen del planeta de los simios, ninguna de las dos posibilidades se ajusta a la película que nos han entregado. Es un buen espectáculo, pero sobre todo un filme valiente en muchos tramos e ideas. Pero también es un típico producto veraniego, con sobredosis de efectos digitales y demasiados cabos sueltos. Está siendo todo un éxito de público y también de crítica. Para mí, es un título que merece la pena ver pero que tiene muchos defectos como para pensar que estamos ante algo totalmente diferente.

Acostumbrados a que las películas se promocionen con el nombre de los actores o (en algunos casos contados) del director, sorprende relativamente que El origen del planeta de los simios tenga un solo nombre como carta de presentación: Weta, la compañía de efectos especiales. Sorpresa relativa, digo, porque aunque no es lo usual sí supone el reconocimiento de algo que viene aquejando a las superproducciones veraniegas desde hace ya muchos años, la supremacía de los efectos especiales por encima de todo. Y esa supremacía deja un sabor contradictorio. Es innegable que los efectos están a gran altura. Andy Serkis, el actor más cotizado del mundo a la hora de aportar su movimiento corporal y facial a todo tipo de personajes y criaturas, es el chimpancé de la película, y su interacción con el mundo real resulta asombrosa. Sin embargo, hay un abuso de los planos digitales, de movimientos de cámara irreales, que restan verosimilitud y añaden artificiosidad al conjunto final. Esos momentos son achacables a la impericia de su casi debutante director, Rupert Wyatt.

Asombrados o no por los logros visuales de la película, lo cierto es que hay que reconocer la valentía que tiene la película en lo temático. No es habitual que se trate a un animal como un protagonista más (incluso como EL protagonista en diversos tramos de la película), y menos que se haga con tanta inteligencia como aquí. Caesar, el simio cuya historia se nos narra, el que abrirá el camino para que los primates sean la especie dominante en el planeta, es un personaje espléndidamente bien trazado, que encuentra un origen creíble y bien definido. Por desgracia, el guión no trata tan bien a los personajes humanos. Todos, sin excepción y aunque en alguno se note incluso más que en otros, forman parte de un conjunto de estereotipos sin demasiado interés. El científico noble pero ambicioso (James Franco), la chica simpática y poco más (Freida Pinto), el padre sin más trascendencia que la que le da su enfermedad (John Ligthgow)... Es evidente que la película tenía más interés en los simios que en los humanos.

Por eso, las mejores escenas de la película son las que dan el protagonismo a los simios, sean aquellas en las que se explica la evolución de la mente de Caesar o la explosión de violencia final, realmente formidable en todos sus aspectos pero especialmente en su endiablado ritmo. Decía que es una película valiente, y lo es sobre todo por su descripción de los simios, por el trato que les da y por las acciones que acometen en esa parte final. No es fácil moverse entre la frontera del ridículo y de lo espectacular, y el caminar de El origen del planeta de los simios por esa línea es ejemplar, incluso en los momentos más descabellados (que no procede desvelar para no matar la sorpresa, por supuesto). Por eso se nota tanto el desnivel que hay con respecto a los personajes humanos, porque el perfil del simio (de los simios, en realidad) es sobresaliente. En esto no sobra nada, e incluso la película podría enriquecerse si se hubiera estirado algo más (apenas sobrepasa los 100 minutos, una duración poco usual en las películas que quieren asaltar la taquilla veraniega, que con demasiada facilidad se van a las dos horas y media).

Pero el gran problema de la película, el que de verdad limita su alcance, está en la voluntad de dejar una historia inconclusa. Es difícil decir si esto obedece a a la pretensión de crear una nueva saga o si era la intención original de guionistas y director, pero yo lo siento como algo que va en contra de la película. El origen del planeta de los simios pide a gritos un final a la historia, y no sólo a los acontecimientos que se desencadenan al final de la película. Un final, por abierto que sea, que siga el modelo de la película original. Pero, claro, ahí ya hablamos de palabras mayores. Mucho se ha comentado acerca de que esta precuela ignore el remake que dirigió Tim Burton de El planeta de los simios hace ya una década, pero lo cierto es que también se salta algunas premisas del planteamiento original de la saga (como evidencia el epílogo del filme de Wyatt). Por supuesto, los guiños a los aficionados más clásicos no podían faltar, por mucho que la acción de la película tenga lugar en San Francisco. Atentos al momento de la mítica frase, la más conocida de la saga, que aquí vuelve a sonar con esplendor.

Un final limitado, el flojo retrato de los personajes humanos y la irrealidad de algunos planos de efectos visuales hacen que El origen del planeta de los simios no sea una película redonda. Su valentía en muchos aspectos y un poderoso clímax (de casi media hora de duración) son grandes logros. Es lo de siempre, el vaso estará medio lleno o medio vacío según lo decida cada espectador. Para casi todos, ésta será una película sumamente entretenida y más que digna, muy interesantes en muchos momentos y con un ritmo frenético en su tramo final. Eso ya hace que merezca la pena. Y mucho. Pero podría haber sido aún más.

lunes, agosto 08, 2011

'Templario': la violencia como única baza

En los últimos tiempos, la violencia se ha convertido por sí sola en baza para defender una película. La novedad de esos filmes, se dice antes de su estreno, es lo explícito de esa violencia. Mucha y muy gráfica. Son demasiados los filmes que se han vendido así en los últimos años. Y quizá la explicación está en que saben que es lo mejor que pueden ofrecer. La violencia, en todo caso, es un elemento peligroso para el cine. Si se cuenta con un público receptivo, puede funcionar. Pero si el público muestra hartazgo de esta vía para convencer, el producto es cuestión queda como algo plano, vacío, artificial. Eso es lo que le sucede a Templario. Falla en lo esencial, en el ritmo, en el guión, en el montaje. En el cine, en definitiva. Y sólo le queda la violencia para tratar de alcanzar al público. Eso y un reparto con nombres y rostros conocidos (que no especialmente famosos, aquí no hay estrellas de Hollywood) que dan cierto lustre pero que no consiguen rescatar la película del aburrimiento que produce durante sus dos largas horas.

Inglaterra, siglo XIII. Un templario y un grupo muy diverso de personas defienden el castillo de Rochester de los ataques del Rey Juan, que ha decidido recuperar el país en el campo de batalla tras ceder buena parte de sus derechos a los nobles ingleses. La lección de historia se acaba ahí, puesto que lo que cuenta Templario no es más que ese episodio de asedio. Todo lo demás es accesorio y superfluo para el director, el completamente desconocido Jonathan English (que ha dirigido dos películas de, en apariencia, ínfima calidad y que aquí actúa también como guionista), que se juega todas sus bazas en la brutalidad, en la violencia, en las muertes en pantalla, en los combates salvajes y en la sangre. Son constantes las escenas que encajan en ese perfil, lo que al final produce la sensación de que todo es repetitivo. Lo único que cambia es el final de cada escena, pero el desarrollo de cada una de ellas es prácticamente intercambiable con la siguiente o con la anterior. Mal síntoma.

Y es malo porque la historia no da para mucho más. No hay muchos rasgos narrativos que permitan buscar otro apoyo en la película. Es la violencia y nada más. Así se desaprovecha un elenco que, a priori, parece interesante pero que sabe a poco. Paul Giamatti es un gran actor, pero verle tan sobreactuado hace pensar si su momento de gloria pasó sin que, en realidad, se le hiciera entonces la justicia que merecía. Tiene trabajo de aquí en adelante, porque tendrá que demostrar que sigue siendo ese intérprete que tan bien era capaz de retratar al hombre corriente de Entre copas, La joven del agua o Cinderrella Man. Se amoldan mejor a este mundo histórico Brian Cox y Derek Jacobi, que configuran los dos personajes más creíbles y menos bidimensionales de entre todos los que aparecen en pantalla. No acaban de tener un final adecuado, aunque eso no es culpa suya y sí del director, pero son los que más convencen, muy por encima del protagonista, James Purefoy (tan estático en sus gestos faciales como en Solomon Kane), y de Kate Mara.

English ofrece una realización casi televisiva, en el sentido más peyorativo que se le pueda dar a ese término y recordando los tiempos en los que la pequeña pantalla no podía aspirar al realismo que emanaba del cine. Eso lo mezcla con una cámara tan nerviosa como presta a verse salpicada de sangre. Es imposible seguir la acción con un mínimo de nitidez, lo que, unido al elevado grado de salvajismo, coloca al espectador en la duda de si prestar atención o, simplemente, esperar que las escenas acaben para ver su resultado. Por desgracias, tampoco es que eso suponga un gran ejercicio intelectual, porque el guión es previsible en exceso. No hay ningún personaje que se escape al destino que prácticamente cualquier espectador puede intuir para él. No hay ninguna relación entre ellos que escape al más puro cliché, aunque por momentos hay ciertos elementos de interés entre el templario y el escudero o entre el rey y el noble que se enfrentan en este conflicto histórico. La historia de amor, tan inevitable como olvidable.

Templario busca una senda que ya ha seguido muy recientemente el cine de romanos, más con Centurión que con La legión del águila, y que con mucha mejor fortuna emprendieron grandes realizadores como Ridley Scott en Gladiator o Mel Gibson en Braveheart. Esos son los modelos de Templario, pero no hace falta decir que se queda a años luz de sus logros. No es tampoco de mucha ayuda una excesiva duración (120 minutos), que se alcanza gracias al único argumento que quiere explotar la película: escenas de violencia una detrás de otra. Y como sólo en eso está puesto el énfasis, las escenas más pausadas, las que tendrían que aportar interés y emoción a la película, las que podrían elevar la categoría de los instantes más violentos, se quedan en rupturas continuas del ritmo del filme. Pelea, sangre, muerte y mutilación hay mucha. Historia, muy poca. Y actuaciones sólo en algún que otro momento de la película. La violencia es su única baza, y así es difícil enganchar a muchos espectadores.