viernes, junio 28, 2013

'After Earth', no al injusto linchamiento de Shyamalan

Cada película que ha ido estrenando M. Night Shyamalan ha sido un paso más en un camino plagado de menosprecios, cuchillos afilados y críticas sangrantes. No creo que haya muchos directores contemporáneos, por ínfima que haya sido la calidad de sus mejores películas, que hayan encontrado críticas tan furibundas como Shyamalan, antaño alabado por El sexto sentido y muy infravalorado después. Cierto es que ahora mismo no está al nivel de sus primeros títulos. Cierto que After Earth es una película bastante tópica y previsible en algunos sentidos. Pero no habrá en estas líneas ninguna intención de sumarse al injusto y exagerado linchamiento a un director que sigue manteniendo una notable habilidad para construir mundos de ficción. After Earth es una película más que decente, que apunta algunas ideas interesantes y que tiene un aspecto visual hermoso y logrado. Por ahí fuera hay quien habla de ésta como la peor película de la historia del cine. Y no entiendo ese linchamiento, cuando After Earth es mucho mejor que películas con legión de seguidores... incluso entre la crítica.

After Earth es la primera incursión de Shyamalan en la ciencia ficción, después de una carrera forjada en la fantasía. Tras un arranque dubitativo, extraño en su director por las decisiones que toma de lo que muestra y de lo que oculta y algo tópico por la narración en off que da los detalles de este universo (la Tierra ha quedado inhabitable y la raza humana se ha trasladado a otro planeta, Nova Prima, donde entra en conflicto con los S'krell y, especialmente, con las criaturas que envían para aniquilar a los hombre, los Ursa). No tengo mucho interés en sentirme molesto por las coincidencias con la cienciología que algunos críticos han visto. Si las hay, que las disfruten los cienciólogos, porque eso no hay la película ni mejor ni peor. Más que analizar encuentro en que es una película realizada por empeño de Will Smith (quizá demasiado inexpresivo en ocasiones), protagonista junto a su hijo Jaden, productor entre otros junto a su mujer, Jada Pinckett Smith, y autor del argumento. ¿Exime eso de responsabilidad o autoría a Shyamalan? No, por supuesto, pero es un detalle a tener en cuenta, más si tenemos en cuenta que su anterior película, Airbender, tampoco nace de una idea personal.

Dos son los problemas que arrastra After Earth durante todo su metraje. El primero, la poco convincente interpretación de Jaden Smith. Por las mismas razones que con Shyamalan aunque con menos bagaje (y, hay que decirlo, un no demasiado favorecedor apadrinamiento de Will Smith), no pretendo tampoco sumarme al linchamiento que parece haberse establecido contra él, pero parece evidente que sobreactúa para mostrar el miedo que siente su personaje en los dos primeros tercios de la película. Mejora indudablemente en el acto final (gracias también a la belleza de las imágenes que planifica Shyamalan), pero el necesario contraste que demandaba la evolución del personaje se pierde por exageración. El segundo, que es una película que suma elementos más o menos conocidos sin demasiado margen a la sorpresa. Todo sucede conforme a un esquema mil veces visto en el género. Shyamalan hizo de la sorpresa final una forma de entender el cine (de hecho, está presente en sus grandes y en muchos casos infravaloradas películas: El sexto sentido, El protegido, Señales y El bosque), y se agradece que no sea el único motor de su cine, pero aquí cae en el extremo contrario, en el que nada se sale de los arquetipos y los cánones previstos.

¿Qué ofrece a cambio de estos problemas? Un universo sumamente atractivo en lo visual, una muy acertada dirección y los toques familiares y personales que acostumbra a introducir Shyamalan (coautor del guión) en sus películas. Lo primero es, probablemente, lo más interesante y conseguido. Para ser un director que no había tocado antes la ciencia ficción, su sensibilidad a la hora de llevar a la pantalla mundos futuros y tecnológicos es formidable, y su encaje con la naturaleza desbocada que muestra en la segunda mitad es bastante notable. Que es un buen director lo evidencia a lo largo de toda la película, planificando sus escenas con mimo, colocando la cámara en lugares desde los que puede ofrecer al espectador una acción nítida y acertando en el montaje, con buenos flashbacks que aportan información de forma adecuada, incluso siendo previsible. En cuanto a las temáticas habituales, no llegan con la maestría con la que compuso las relaciones personales por ejemplo en El protegido o El bosque, pero hay poco que reprochar. Y todo está convenientemente subrayado por la excelente música de James Newton Howard, su compositor habitual.

After Earth tiene mucho más que ver con un espléndido acabado visual (más personal en el primer y en el último tercio del filme, el central parece sacado de películas de Peter Jackson como King Kong o El Señor de los Anillos) que con una historia rompedora. Está lejos de ser la película más personal de un Shyamalan que sigue mostrando el suficiente talento como para pedir a gritos un poco de indulgencia por parte de la crítica y un proyecto más cercano a su sensibilidad como cineasta (y a sus mejores trabajos) para recuperar el crédito perdido. Pero incluso sin acercarse a la excelencia, sus 100 minutos hacen de After Earth un agradable entretenimiento, con las dosis justas de aventura, drama y ciencia ficción. Y ojo a los dos papeles femeninos de la historia, interpretados francamente bien por Sophie Okonedo y, sobre todo, Zoë Kravitz. La hija de Lennie Kravitz llama la atención con su gran trabajo, y es que Shyamlan, con el pequeño desliz en ese sentido que fue Airbender, suele sacar buenas cosas de sus actores. No es tan mala como algunos dicen. No os dejéis llevar por el linchamiento y juzgad la película por sus méritos.

lunes, junio 24, 2013

'Monstruos University', una más que digna precuela

Echando la vista atrás, Monstruos S. A. queda como una película mucho más importante de lo que pudiera parecer en la historia de Pixar. Fue su cuarto largometraje, siendo dos de los anteriores las primeras entregas de Toy Story y la algo olvidada Bichos. Fue, en ese sentido, el título que de verdad alertó de que había un estudio haciendo cosas grandes, más allá de la genialidad de esos juguetes que cobraban vida ante nuestros ojos. Y doce años después de Monstruos S. A. llega Monstruos University, la primera precuela de Pixar (aunque es algo más que habitual en Disney, sobre todo en formato televisivo). Su problema es evidente: la primera Monstruos tenía tres pilares básicos: Sulley, Mike y la pequeña Boo. Ésta no aparece en la precuela, como es evidente, por lo que la película tiene que ser diferente de su predecesora. Y lo es. Consigue ser una película más que digna de la franquicia (¿ya cerrada?) de la que forma parte, con enorme fidelidad a la original pero con una historia diferente.

La conclusión lógica de ese planteamiento es que Monstruos University no repite las fórmulas que hicieron de Monstruos S. A. una película entrañable. La ternura que inspiraba la niña protagonista, uno de sus más celebrados aciertos, ya no es una opción para esta precuela, y Dan Scanlon, director debutante y coguionista del filme, apuesta por un humor algo más gamberro y adecuado a una historia que acontece en el ámbito universitario. Nada fuera de los cánones de Disney y Pixar y en línea con el de estrenos anteriores como Brave o ¡Rompe Ralph!, pero sí más desenfrenado que en la primera película. Aparecen personajes de la cinta original, pero sin ser tampoco un festival de cameos y guiños que distraiga de la historia principal. Acierta Scanlon al apostar por una personalidad diferente. Y probablemente también acierta al dar el mayor protagonista a Mike Wazowski por encima de Sulley, ya desde la primera escena (un prólogo divertidísimo) porque eso incide en las mencionadas diferencias.

Monstruos University parte de una historia ingeniosa y simpática, que a cierta previsibilidad une momentos de una narrativa inteligente (como la incursión en el mundo de los humanos, completamente diferente a la del primer filme y que, por momentos y salvando las enormes distancias, viene a recordar la genialidad de E,T.). Mike es un estudiante que acaba de llegar a la universidad y sueña con graduarse en la escuela de sustos. Pero se encuentra con un problema: no da miedo y muchos, entre ellos la decana Hardscrabble, creen que no puede llegar a convertirse en un asustador. Por eso, entrará en una singular hermandad universitaria para tomar parte en los Sustijuegos (mucho más estimulante es su nombre en la versión original, Scare Games). Y ahí es donde arranca esa magia Disney/Pixar (que no es equivalente en sus caminos, pero sí en su eficacia) de sortear los tópicos para construir historias tan divertidas como moralizantes, con unos personajes de carne y hueso, con una correcta evolución dentro de la película y en comparación con Monstruos S. A.

En lo que sí falla la película es en el regreso de uno de los personajes, el de Randy, antagonista de Monstruos S. A. y que aquí se queda en una presencia anécdótica sin que quede plenamente justificada la rivalidad que hay en la cinta original. Un detalle algo menor pero que puede irritar puntualmente a los seguidores de aquella. Lo que sí está claro es que Pixar tiene, hoy por hoy, una tecnología que le permite ofrecer la mejor animación del mundo. Monstruos University evidencia una evolución brutal en una década y exige más de un visionado para poder asimilar todo lo que hay en algunas escenas, como en la llegada de Mike a la universidad, la trepidante persecución que sigue al momento en el que Mike y Sulley se conocen o el clímax de la cinta. Hay en la película mucho talento e imaginación, cuestiones que superan con creces los detalles más tópicos que puedan aparecer en una cinta que, no lo olvidemos, tiene su foco en el público más joven.

Como hablamos de dibujos animados, toca el debate de siempre: el doblaje. Reconozco que Monstruos S. A. me gustó más de lo que esperaba teniendo en cuenta que el reparto lo encabezaba Santiago Segura. Sin embargo, sigo reivindicando la versión original para todo, pero sobre todo para este tipo de filmes cuando no hay niños de por medio (y si el niño es bilingüe, ni eso), porque el gran trabajo de Billy Crystal, John Goodman, Steve Buscemi o Helen Mirren demuestra, como siempre, que la norteamericana es una industria que abandera en la interpretación tanto el aspecto físico como la entonación y el trabajo vocal (y no sólo en la animación, por supuesto). Otra advertencia más para no dejarse llevar por esa para mí siempre sorprendente desbandada que se produce en los cines en cuanto el primer crédito asoma en la pantalla: hay escena postcréditos. Divertidísima en esta ocasión. Tanto como exquisito, emocionante y técnicamente formidable es el corto que precede a la película, The Blue Umbrella.

viernes, junio 21, 2013

'El Hombre de Acero', la mezcla de una absoluta genialidad y una torpeza importante

No va a ser esta una valoración extremista de El Hombre de Acero. No voy a ser fan irredento ni crítico sediento de sangre. Ni me ha fascinado sin remedio como cabía esperar en las sensaciones más optimistas ni me ha horrorizado hasta el punto de lanzarme a rescatar los DVDs de las películas protagonizadas por Christopher Reeve. Me quedo en el punto medio. Y es que no es nada fácil evaluar una película que tiene momentos de absoluta genialidad combinados con otros de una torpeza importante. Y tampoco calibrar en su justa medida un grandilocuente espectáculo visual, gozoso por su ausencia de límites visuales y de atrevimiento, pero que ahí mismo encuentra uno de sus principales defectos porque le falta dejar que la acción repose. Aunque es un entretenimiento muy apreciable, no termino de quitarme la sensación de que se ha dejado pasar la oportunidad de hacer el Superman definitivo. Puede que sea el primer paso para conseguirlo con una saga más extensa, pero los defectos son tan evidentes que impiden que la película alcance esa condición. Y aunque puede que suene más decepción que ilusión en mis palabras, eso no impide admitir tranquilamente que es una película que deja ganas de volver a ser vista.

El filme está dirigido por Zack Snyder, escrito por David S. Goyer y producido por Christopher Nolan. Y se puede notar la mano de los tres en algún momento, para bien y para mal. La del último está, indudablemente, en el tono de la historia. Es el origen de Superman contado de una forma que, montaje aparte (abundan los flashbacks y parece una buena solución para hacer de los progenitores de Superman personajes de la película y no sólo de su origen), no se aleja demasiado de lo que ya hizo en Batman Begins. Eso, la humanidad que desprende el filme, es lo mejor. Pero ya desde la primera secuencia es un espectáculo visual de primer orden, marca de Snyder (300, Watchmen, Sucker Punch), que acaba desmadrado por el reto imposible de llevar a la gran pantalla todo lo que a Goyer se le iba ocurriendo. El exceso en el largo clímax de la película es considerable. Y eso, añadido a la forma de rodar de Snyder (sorprendentemente, ni una sola cámara lenta), que sin duda intenta ser original y ofrecer un Superman diferente, hace que la acción sea atropellada, demasiado rápida para el ojo humano.

Quizá esa sea la mejor forma de cumplir el viejo sueño de los aficionados de ver a Superman utilizando sus poderes de forma ofensiva (¡ya lo creo que lo hace!), pero deja dudas. Donde no las hay en la descomunal senda de destrucción que muestra, asemejando la película más a un filme de catástrofes (con imágenes que parecen directamente sacadas en algún caso del 11-S) que a una de superhéroes. Pero Nolan (y en realidad también Snyder y Goyer, no hay motivos para negarlo) entiende al superhéroe, y eso está plasmado con brillantez. Superman es un héroe de carne y hueso, creíble, humano. Eso se aprecia con mucha valentía a lo largo de toda la película, aunque las divergencias entre esta historia y el cómic no son muy afortunadas, en especial las referidas a los padres del héroe (Jor-El en Krypton y Jonathan Kent en la Tierra) y el epílogo, sin duda colocado para contentar a los fans y abrir puertas a futuras secuelas (y no, no estaban hablando de una Liga de la Justicia, porque las hipotéticas referencias a nuevas películas de DC son escasas y muy veladas).

Que la parte humana sea lo mejor de este megaespectáculo visual se debe a un reparto de primerísimo nivel, que no sólo consigue las versiones más actuales de personajes con décadas de historia y con notables interpretaciones en diversos medios, sino que en muchos casos son las definitivas. El recuerdo de Christopher Reeve es imborrable (sobre todo, por paradójico que parezca, su Clark Kent), pero el Superman de Henry Cavill es formidable en todos los aspectos y durante toda su evolución en la película. Y el Jor-El de Russell Crowe, cuyo trabajo y lo apresurado del prólogo hacen pensar que ahí había una precuela por hacer. Y el Zod de Michael Shannon, inquietante de principio a fin, aunque el guión deje colgadas parte de sus motivaciones iniciales. Y la Lois Lane de la casi siempre formidable Amy Adams, que solventa las deficiencias del guión en su personaje con un carisma arrebatador y una química impresionante con Cavill. Y el Jonathan Kent de un Kevin Costner magnífico. Incluso en pequeños personajes como Martha Kent (Lois Lane), Lara (Ayelet Zurer) o Faora (Antje Traue) hay mucho que apreciar.

Pero algo falla. Y eso está en el guión. No por su historia, brillante y atractiva, con las dosis necesarias de drama, tragedia, atrevimiento, aventura y acción. No por su atrevimiento a la hora de cruzar algunas fronteras más que interesantes en la concepción del primer superhéroe de la historia. Es por los detalles. Muchos chirrían demasiado. Goyer se deja llevar en ocasiones por el síndrome del escritor vago y coloca sus explicaciones en rincones insospechados (se lleva la palma una escena de Jor-El como holograma, de largo la peor de la película por inexplicable e inmotivada ya desde su inicio, o la inasumible aparecición del traje de Superman), hace que las oportunas casualidades presidan el desarrollo de la película de principio a fin, y hay personajes que desfilan parece que por obligación (el Perry White de Laurence Fishburne) y simplificaciones difíciles de asimilar (el estamento militar se resume en tres personajes y parecen tomar todas las decisiones sin consultar con nadie más). Queda una extraña sensación de que una película de más de 200 millones de dólares de presupuesto no ha tenido tiempo de pulir el guión para eliminar estos problemas.

El Hombre de Acero es, probablemente, la quintaesencia del espectáculo cinematográfico y palomitero de hoy en día. Quizá Snyder ha conseguido adelantarse unos años y dentro de un tiempo todas las películas de personajes superpoderosos quieran seguir su ritmo visual y calcar sus elecciones. Pero hoy todavía choca bastante en algunos aspectos. No estoy diciendo, no lo creo, que El Hombre de Acero sea un fiasco. Ni mucho menos. Tiene momentos absolutamente deslumbrantes y, como decía, un reparto sencillamente extraordinario. Pero no termina de enamorar (¿tendrá algo que ver la siempre nostálgica sensación de no escuchar la mítica fanfarria de John Williams en la partitura de un Hans Zimmer que se queda un peldaño por debajo de sus logros con Batman?).Y eso que tenía todo a su favor para hacerlo y, de hecho, consigue explotar maravillosamente algunas de sus posibilidades, como en la hermosísima presentación de Superman, la notable relación trazada con sus padres o la violencia desatada de algunos momentos. Hay que verla, pero no alcanza el pedestal superheroico que tenía reservado.

Aquí, crítica de El Hombre de Acero en Suite 101.
Aquí, imágenes del photocall en la premiere que se celebró en Madrid.

miércoles, junio 19, 2013

'Un invierno en la playa', la deliciosa reescritura de la vida

Un invierno en la playa es una película sobre la reescritura de varias vidas interconectadas, las de una familia de escritores y aspìrantes a serlo. Es una pequeña película de corte independiente y reparto deslumbrante (más allá de los nombres más conocidos, destacan también los más jóvenes, lo que da una frescura muy agradable) que se gana la complicidad del espectador desde el principio. Quizá con algunos lugares comunes y estrategias narrativas demasiado repetidas en el cine que se rueda lejos de los grandes estudios, incluso con un guión que deja cabos sueltos y ocasiones perdidas, pero con una deliciosa empatía que hace que los personajes traspasen la pantalla y, aunque sólo sea durante poco más de hora y media, sean el padre, la madre, el hijo, la hija, el hermano o la novia que todo el mundo podría haber tenido. Y es que Un invierno en la playa es un precioso pedazo de vida, que conecta además con la maravillosa capacidad de escribir.

Bill (Greg Kinnear) es un escritor divorciado de Erica (Jennifer Connelly), que se marchó con un hombre más joven. Ambos son padres de dos hijos, a los que él ha ido educando para que sean escritores como él. Samantha (Lily Collins) no cree en el amor, y así se lo intenta hacer ver a Lou (Logan Lerman) a pesar de sus intentos de que le conceda una cita. Rusty (Nat Wolff) sí cree, es un romántico idealista que convierte a Kate (Liana Liberato), una compañera de clase, en el ángel de sus poemas. Hay en Un invierno en la playa media docena de razones para disfrutar: su reparto. La comicidad humana y realista de Kinnear sigue siendo tan divertida como cuando se coló hace ya 16 años entre Jack Nicholson y Helen Hunt en Mejor... imposible. Y la versatilidad de la espléndida y quizá a veces algo infravalorada Jennifer Connelly encuentra aquí un papel espléndido para demostrar lo gran actriz que es. Pero hay más.

Porque aunque Kinnear se erija en protagonista de la película, lo cierto es que ésta crece gracias a la frescura de sus rostros más jóvenes. Lily Collins es la que más peso aguanta, y lo hace con una simpatía y un realismo al que no apuntaba precisamente en la insulsa Blancanieves que protagonizó. Logan Lerman confirma las buenas sensaciones que apuntó en Las ventajas de ser un marginado, porque incluso para interpretar a dos adolescentes con ciertos puntos de conexión se pueden incorporar matices diferentes. Aunque tiene ya algunos papeles en su filmografía, el descubrimiento de la película es Nat Wolff. Y junto a él está Liana Liberato, una joven actriz que deslumbró en Trust, una película incomprensiblemente inédita en España. Lástima que su personaje y el de Kristen Bell queden algo desdibujados, sobre todo al final, siendo estas inconsistencias en un guión en general bien llevado el principal problema de la película, escrita y dirigida por el debutante Josh Boone.

La impresión que deja la película es fantástica por todo lo relatado, porque enlaza momentos tiernos, divertidos, personales y dramáticos con soltura y emulando a la propia vida real, pero lo del título es para ser analizado aparte. El que tendrá la película en España, Un invierno en la playa, es horrendo porque no se corresponde en absoluto con la película. En la pantalla, al inicio del filme, el que aparece es Writers, mucho más acertado aunque poco preciso. Y uno va a IMDB y se encuentra con que el título original de la película es Stuck in Love (algo así como Atascado en el amor, probablemente más acertado en plural), y que está traducido como El novelista, dejando los tres escritores que hay en la película en uno solo, se sobreentiende que el interpretado por Greg Kinnear. Así que no sé cómo llamar a la película, que parece condenada a ser la Greg Kinnear y Jennifer Connelly. Pero, aunque sea así, merece la pena por ser un fresco retrato realista sobre la familia, el amor y la posibilidad de reescribir nuestras vidas.

lunes, junio 17, 2013

'Insensibles', una valiente opera prima

Cuando aparece un director que debuta en el mundo del largometraje, lo único que puede exigirle el espectador es que esa condición de opera prima no quede en evidencia. Que no parezca que su obra es el trabajo de un primerizo que todavía tiene mucho que aprender. Pero, al mismo tiempo, saber que se trata del primer largometraje de un realizador añade mérito al resultado final cuando éste es convincente. Juan Carlos Medina consigue que Insensibles no parezca una opera prima gracias a una cuidada factura, y logra el elogio también por el hecho de estar presentando con ella su primera película. Insensibles es una valiente y más que solvente mezcla de géneros, más controlada en su primera mitad que en su segunda pero casi siempre estimulante, una historia sobre la insensibilidad física y emocional, sobre la búsqueda del propio pasado y de la verdad, bordeando en apariencia los límites del cine fantástico y creando un sólido drama de personajes, con un cásting muy acertado.

La misma trama de Insensibles obliga a no contar demasiado, porque el resultado final parece mejor si espectador y personajes caminan de forma paralela en el descubrimiento de los acontecimientos que narra el filme. Basta con adelantar que es una película contada con una narración dual, en el presente y en el pasado, que logra un equilibrio bastante sensato y coherente entre ambas líneas temporales en un final tan poético como desasosegante. En el momento actual, un neurocirujano llamado David (Àlex Brendemühl) se ve obligado a bucear en su pasado en busca de la verdad. Y en ese pasado, la historia arranca con un grupo de niños que presentan una característica excepcional, la carencia de dolor físico, que la sociedad española de los años 30 no estaba preparada para entender. A pesar de la época escogida e incluso tocando con acierto ese periodo de la historia española, no estamos ante otra película más sobre la Guerra Civil. No es el motor ni el alma de la película, aunque el tratamiento de la historia en esas escenas es más que interesante. Pero Insensibles va por otro lado, exactamente por lo que anuncia su título.

Lo que importa es, por ello, la insensibilidad, y hay muchas formas de apreciarla en el guión del filme. Los protagonistas iniciales de la película son niños que no pueden sentir dolor físico, un mal real aunque parezca sacado de un universo de fantasía. Controlar un reparto infantil también forma parte de las habilidades de Medina. Y también, como director y como coguionista junto a Luiso Berdejo, dar al reparto adulto las herramientas para que sus personajes sean convincentes. Brendemühl lleva el peso de la película con carácter. El suyo es un personaje goloso pero difícil, porque afronta fases muy diferentes a lo largo de la película. Arranca con insensibilidades que el espectador tiene que dar por sentadas y que, en algún caso, van encontrando respuesta en la película, sobre todo en la relación con su padre, un intenso Juan Diego, y culmina en un viaje que tiene mucho de catarsis personal y emocional.

Es en la segunda mitad de Insensibles, rodada prácticamente en su totalidad en catalán, donde quizá se note cierto desequilibrio, donde la elogiable extravagancia del punto de partida encuentra su punto más fantasioso menos controlado en la trama narrada a modo de flashback. Pero aún así el interés por desentrañar los misterios que esconde el filme basta para mantener la atención hasta el final. Como thriller está francamente bien planteado ya desde el guión, y consigue que la aparición de cada personaje, por pequeño que sea su papel, sume algo al conjunto psicológico de la película. Es imposible no destacar en ese sentido las presencias de Derek de Lint o Bea Segura. Y eso, unido al desasoiego que produce Tomas Lemarquis como eje real de la historia y la formidable puesta en escena de Medina, hace que Insensibles sea una película francamente interesante de ver y que el nombre de su director quede apuntado en la lista de realizadores prometedores que han hecho ya de su segunda película, todavía por concretar, un título esperado.

Aquí, imágenes de la presentación de Insensibles en Madrid del pasado 6 de junio.

viernes, junio 14, 2013

'Trance', una ida de olla audiovisualmente hipnótica

A Danny Boyle siempre le he tenido por un director sobrevalorado, y la cumbre de esa percepción llegó con la multipremiada Slumdog Millonaire. Sin embargo, Trance es diferente. Y a la vez no lo es. Es puro Danny Boyle, una película fácilmente enmarcable en su filmografía por muchas razones temáticas y visuales, pero al mismo tiempo engancha con más facilidad y menos artificiosidad que en otros títulos, encontrando además, perdónenme los aficionados del director pero no me cuento entre ellos, más genialidad que de costumbre. Pero en la valoración general de la cinta entramos ya en arenas movedizas. ¿Es una genialidad o es lo que coloquialmente podría definirse como una descomunal ida de olla? Tocando los dos extremos en algún momento, probablemente no sea ninguna de las dos cosas, pero seguro que habrá espectadores que la consideren tanto de una forma como de otra. Me acerco más a lo segundo, sin duda, porque es realmente un producto poco ortodoxo, muy imaginativo a ratos, excesivamente lioso en otros, brillante en algunas ideas y gratuitamente provocador por momentos que falla en su guión y en su construcción de personajes.

Trance arranca con un atraco. Pero con un atraco genialmente rodado y narrado, una escena espectacular, en la que Danny Boyle se salta la frontera de la pantalla a su antojo, con un montaje formidable y una puesta en escena espléndida. Pero esta idea tiene que desaparecer pronto de la cabeza porque Trance no es una película sobre un robo. Esto es sólo el prólogo, aunque un prólogo que engancha con muchísima fuerza para esta película y para la mucho más personal que realmente acaba proponiendo Boyle. Música moderna. Imágenes impactantes. Un montaje de lujo. Pero, insisto, la película no va por estos derroteros. No es una película sobre un robo, aunque éste está presente de principio a fin. Es una película sobre los ladrones, es un estudio psicológico que, de alguna manera, se puede entender como el reverso rocambolesco de Danny Boyle al Recuerda de Alfred Hitchcock. Esa comparación, por injusta que sea, evidencia que Trance no es tan redonda como quisiera.

Y es que ese es el principal problema de la película, que cambia tanto de dirección que los actores, aún estando valientes y más que solventes, parece en ocasiones que están interpretando dos o tres películas diferentes, algo que es más evidente en el caso de James McAvoy y Rosario Dawson que en el de un muy sólido Vincent Cassel. No es tanto una evolución como un cambio radical de una escena a otra. Y ahí da la impresión de que Boyle pierde de algún modo el control de la película, a pesar de sus contenidos 101 minutos. Esas dudas que deja el filme proceden de más bien de la reflexión posterior, que no de la información que se está recibiendo, porque visualmente Boyle firma una película completísima, arriesgada y hermosa, con un fascinante juego de colores, sombras y reflejos. Pero se le escapa al final, cuando hay que atar cabos, cuando hay que decidir dónde encaja cada parte, cuando hay que dilucidar el papel real que cada personaje tiene en la trama. Algunos le sobran, otros se descontrolan.

Trance es una película fascinante es muchos aspectos, en los más relacionados con la creación audiovisual (sensacionales imágenes de Boyle, con fotografía de su habitual Anthony Dod Mantle, y música de un muy inspirado Rick Smith, colaborador del director en el montaje de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Londres). Como thriller quizá acuse el exceso de giros de guión o un final exagerado, pero también es cierto que deja algunas escenas hipnóticas (tanto por lo que sucede en la película como por el efecto en el espectador), aunque también tiene algo de pretencioso en su uso del arte como excusa para justificar uno de los desnudos femeninos integrales más impactantes de los últimos años, que roza la gratuidad a pesar de formar parte de una escena visualmente casi perfecta. A  pesar de sus clamorosos errores de guión y aunque es probable que sus aficionados discrepen, y le den ese honor a su reputada Trainspotting o a la mencionada Slumdog Millonaire, no creo que sea descabellado decir que Trance es la mejor película de Danny Boyle. Sin duda, la más hipnótica.

viernes, junio 07, 2013

'El mensajero', la importancia de un casting acertado

Cuando uno visualiza en la cabeza la idea de un padre de familia que se ve obligado a introducirse en una red de narcotráfico para ayudar a la DEA en un arresto y que así su hijo se pueda librar de una condena de diez años por posesión de drogas, el protagonista que aparece en la mente no puede ser Dwayne Johnson. Cuando uno ve esta película hecha realidad, El mensajero, siempre da la impresión de que la Roca, un auténtico armario, va a ponerse a pegar mandobles por doquier y a emplear armas de fuego tan grandes que hacen falta las dos manos para sujetarlas, como sucede en G. I. Joe. La venganza y tantas otras. Pero no es así. Un casting acertado es esencial para hacer creíble una película y éste no es el caso. Lo normal es que el propio Johnson haya querido interpretar este papel para evitar el riesgo de encasillamiento, pero aún así, y dado que no es precisamente un espléndido actor dramático, la película se le escapa por todos lados.

El mensajero, en todo caso, provoca dos sensaciones diferentes según el grado de benevolencia con el que quiera evaluarse. Por un lado, no pasa del clásico telefilme de sobremesa encabezada con esa a menudo desalentadora leyenda de "basada en hechos reales", con la única diferencia de contar con un actor conocido. Por otro, ofrece una parte central interesante, en la que se escapa de la rutina. Trillada, sin duda, pero al menos rodada con efectividad y solvencia. Ahí sí hay interés por ver qué le sucede a este padre de familia normal en una situación extraordinaria, toda vez que el arranque parece cargado de mensajes moralizantes no demasiado claros (tampoco son evidentes al final de la película) con un ritmo cinematográfico muy lento, y que el final acaba en el clásico desmadre de película norteamericana de acción pero con una realización del especialista Ric Roman Waugh más bien poco lograda, sobre todo en lo que tendría que ser su campo predilecto.

Ver una película con esa mencionada entrada de "basada en hechos reales" lastra en demasiadas ocasiones el resultado final... precisamente por no resultar creíble. No por el hecho en sí mismo que narra (no es difícil pensar en un cargo político aprovechándose de la necesidad de un ciudadano de a pie, como hace la fiscal interpretada con cierta desgana por Susan Sarandon), sino porque muchas cosas parecen forzadas en la historia de John Mathews, un hombre íntegro, divorciado, con un hijo en su primer matrimonio y una hija en el segundo y dueño de una empresa de transportes. Hay, sin embargo, un  par de elementos interesantes en la película, como el desaprovechado papel del agente Cooper (¿un guiño al protagonista de Twin Peaks?) o el interesante dilema personal y familiar de Daniel (Jon Bernthal), empleado del protagonista al que recurre para conseguir contactos en el mundo del narcotráfico. El papel de Benjamin Bratt como gran capo de la droga, supuesto gran villano de la película, es tan breve que casi no merece ni comentario.

El mensajero no deja de ser la típica película de buenas intenciones, final feliz, hombre de carne y hueso protagonizando hazañas por su familia y realización demasiado modesta como para cubrir sus fallos. Podría haber sido mejor película de contar con un protagonista más adecuado, porque Dwayne Johnson es perfecto para repartir golpes y apretar gatillos pero se antoja complicado verle al borde del llanto, confesando sentimientos o incluso mendigando favores con cara de no haber roto un plato en su vida ante quien puede hacerlos realidad. Quizá también mejoraría el resultado final con una realización más ambiciosa. Pero El mensajero no tiene ni una ni otra cosa. Y aunque está lejos de ser un producto infumable, también se queda a gran distancia de ser una buena película. El rato se pasa relativamente a gusto, pero poco más.

miércoles, junio 05, 2013

'Lego Batman. La película', simpático entretenimiento juvenil

La última película de dibujos animados de Batman es toda una sorpresa. Lego Batman. La película. El regreso de los superhéroes de DC es una aventura simpática, entretenida, dirigida al público juvenil pero cargada de elementos que el aficionado al cómic y a las películas de los personajes de la editorial sabrá apreciar. Obviamente, surge del mundo del juguete y del videojuego, de hecho confirma continuamente el hecho de que se una animación destinada a aparecer en la segunda entrega del juego pero sin la faceta interactiva posterior, y eso hace que el público objetivo sea más juvenil que nunca, pero hay detalles simpáticos para el aficionado adulto, todo ello salpicado con ese toque de inocencia que siempre han tenido las versiones más juveniles de los hoy tan adultos superhéroes. Porque en el fondo no es más que eso, una apreciable versión para los más pequeños de los personajes que hacen las delicias de un público más adulto. Y éste, reconozcámoslo, también tiene su diversión asegurada.

La base de Lego Batman. El regreso de los superhéroes de DC, que sale directamente en el mercado de vídeo, está en el juego Lego Batman 2: DC Superheroes, con vídeos sacados del juego pero reanimados para darle un aspecto más logrado, definido y uniforme con el resto de la película. Ese origen de videojuego hace que la película sea menos película y más exhibición continua de personajes, vehículos, lugares y animación de las piezas de Lego (esto alcanza el mejor momento en el blindaje de los batvehículos), pero el conjunto mantiene un entretenimiento fresco y divertido porque, aún desde un prisma más infantil, se mantiene muy viva la esencia de los personajes. Ese recelo de Batman hacia Superman, ese toque de boy scout para el Hombre de Acero, ese continuo intento de Robin de tratar de impresionar a su mentor... Detalles que pueden parecer simples gags cómicos pero que al viejo lector seguro que le recuerdan a otras historias y otras versiones de los personajes.

Otro de los efectos de esa procedencia de videojuego, y de un videojuego juvenil además, está en que la trama es bien sencilla. Un team-up de villanos, Lex Luthor y el Joker, que tratan de aniquilar al team-up de héroes, Batman... y Robin, porque Superman y lo que viene después son añadidos para el deleite del espectador que disfrute viendo a estos personajes en diferentes encarnaciones. Lego Batman , una sucesión de escenas de acción moderada, engancha desde el principio con un detalle magnífico, y es que la apertura de la película calca la del Batman de Tim Burton recorriendo el símbolo del héroe, aunque ahora fabricado con piezas de Lego, y reproduce el maravilloso leit motif musical que Danny Elfman le dio al Caballero Oscuro. Pero a lo largo de la película, la gran mayoría de la música está sacada de Batman y de la partitura que John Williams hizo para Superman, un recurso que se recibe con agrado pero acaba por aburrir para quien conozca la música de Elfman.

Más acierto hay en los guiños que hay a otras películas, como la destrucción del hospital a cargo del Joker sacada de El Caballero Oscuro, el vuelo de Batman con su capa convertida en un planeador de Batman vuelve o el intento de Robin de superar un gran salto con su vehículo tomado con mucho humor de la nefasta  Batman y Robin. Y es que en el fondo se trata de eso, de un divertimento juguetón y entretenido, apto para todos los públicos y alejado de la seriedad de encarnaciones como la de Christopher Nolan o de las recientes películas de dibujos animados del personaje, que buscan las facetas más adultas del héroe. Lo bueno de Batman siempre ha sido que tiene una esencia interpretable de formas radicalmente diferentes. Y Batman está en esta versión de Lego, aderezado con unas gotas de simpatía y buen humor que permitirán a los más pequeños acercarse al personaje de una forma que las versiones más siniestras no lo permiten. Muy entretenida.