No va a ser esta una valoración extremista de El Hombre de Acero. No voy a ser fan irredento ni crítico sediento de sangre. Ni me ha fascinado sin remedio como cabía esperar en las sensaciones más optimistas ni me ha horrorizado hasta el punto de lanzarme a rescatar los DVDs de las películas protagonizadas por Christopher Reeve. Me quedo en el punto medio. Y es que no es nada fácil evaluar una película que tiene momentos de absoluta genialidad combinados con otros de una torpeza importante. Y tampoco calibrar en su justa medida un grandilocuente espectáculo visual, gozoso por su ausencia de límites visuales y de atrevimiento, pero que ahí mismo encuentra uno de sus principales defectos porque le falta dejar que la acción repose. Aunque es un entretenimiento muy apreciable, no termino de quitarme la sensación de que se ha dejado pasar la oportunidad de hacer el Superman definitivo. Puede que sea el primer paso para conseguirlo con una saga más extensa, pero los defectos son tan evidentes que impiden que la película alcance esa condición. Y aunque puede que suene más decepción que ilusión en mis palabras, eso no impide admitir tranquilamente que es una película que deja ganas de volver a ser vista.
El filme está dirigido por Zack Snyder, escrito por David S. Goyer y producido por Christopher Nolan. Y se puede notar la mano de los tres en algún momento, para bien y para mal. La del último está, indudablemente, en el tono de la historia. Es el origen de Superman contado de una forma que, montaje aparte (abundan los flashbacks y parece una buena solución para hacer de los progenitores de Superman personajes de la película y no sólo de su origen), no se aleja demasiado de lo que ya hizo en Batman Begins. Eso, la humanidad que desprende el filme, es lo mejor. Pero ya desde la primera secuencia es un espectáculo visual de primer orden, marca de Snyder (300, Watchmen, Sucker Punch), que acaba desmadrado por el reto imposible de llevar a la gran pantalla todo lo que a Goyer se le iba ocurriendo. El exceso en el largo clímax de la película es considerable. Y eso, añadido a la forma de rodar de Snyder (sorprendentemente, ni una sola cámara lenta), que sin duda intenta ser original y ofrecer un Superman diferente, hace que la acción sea atropellada, demasiado rápida para el ojo humano.
Quizá esa sea la mejor forma de cumplir el viejo sueño de los aficionados de ver a Superman utilizando sus poderes de forma ofensiva (¡ya lo creo que lo hace!), pero deja dudas. Donde no las hay en la descomunal senda de destrucción que muestra, asemejando la película más a un filme de catástrofes (con imágenes que parecen directamente sacadas en algún caso del 11-S) que a una de superhéroes. Pero Nolan (y en realidad también Snyder y Goyer, no hay motivos para negarlo) entiende al superhéroe, y eso está plasmado con brillantez. Superman es un héroe de carne y hueso, creíble, humano. Eso se aprecia con mucha valentía a lo largo de toda la película, aunque las divergencias entre esta historia y el cómic no son muy afortunadas, en especial las referidas a los padres del héroe (Jor-El en Krypton y Jonathan Kent en la Tierra) y el epílogo, sin duda colocado para contentar a los fans y abrir puertas a futuras secuelas (y no, no estaban hablando de una Liga de la Justicia, porque las hipotéticas referencias a nuevas películas de DC son escasas y muy veladas).
Que la parte humana sea lo mejor de este megaespectáculo visual se debe a un reparto de primerísimo nivel, que no sólo consigue las versiones más actuales de personajes con décadas de historia y con notables interpretaciones en diversos medios, sino que en muchos casos son las definitivas. El recuerdo de Christopher Reeve es imborrable (sobre todo, por paradójico que parezca, su Clark Kent), pero el Superman de Henry Cavill es formidable en todos los aspectos y durante toda su evolución en la película. Y el Jor-El de Russell Crowe, cuyo trabajo y lo apresurado del prólogo hacen pensar que ahí había una precuela por hacer. Y el Zod de Michael Shannon, inquietante de principio a fin, aunque el guión deje colgadas parte de sus motivaciones iniciales. Y la Lois Lane de la casi siempre formidable Amy Adams, que solventa las deficiencias del guión en su personaje con un carisma arrebatador y una química impresionante con Cavill. Y el Jonathan Kent de un Kevin Costner magnífico. Incluso en pequeños personajes como Martha Kent (Lois Lane), Lara (Ayelet Zurer) o Faora (Antje Traue) hay mucho que apreciar.
Pero algo falla. Y eso está en el guión. No por su historia, brillante y atractiva, con las dosis necesarias de drama, tragedia, atrevimiento, aventura y acción. No por su atrevimiento a la hora de cruzar algunas fronteras más que interesantes en la concepción del primer superhéroe de la historia. Es por los detalles. Muchos chirrían demasiado. Goyer se deja llevar en ocasiones por el síndrome del escritor vago y coloca sus explicaciones en rincones insospechados (se lleva la palma una escena de Jor-El como holograma, de largo la peor de la película por inexplicable e inmotivada ya desde su inicio, o la inasumible aparecición del traje de Superman), hace que las oportunas casualidades presidan el desarrollo de la película de principio a fin, y hay personajes que desfilan parece que por obligación (el Perry White de Laurence Fishburne) y simplificaciones difíciles de asimilar (el estamento militar se resume en tres personajes y parecen tomar todas las decisiones sin consultar con nadie más). Queda una extraña sensación de que una película de más de 200 millones de dólares de presupuesto no ha tenido tiempo de pulir el guión para eliminar estos problemas.
El Hombre de Acero es, probablemente, la quintaesencia del espectáculo cinematográfico y palomitero de hoy en día. Quizá Snyder ha conseguido adelantarse unos años y dentro de un tiempo todas las películas de personajes superpoderosos quieran seguir su ritmo visual y calcar sus elecciones. Pero hoy todavía choca bastante en algunos aspectos. No estoy diciendo, no lo creo, que El Hombre de Acero sea un fiasco. Ni mucho menos. Tiene momentos absolutamente deslumbrantes y, como decía, un reparto sencillamente extraordinario. Pero no termina de enamorar (¿tendrá algo que ver la siempre nostálgica sensación de no escuchar la mítica fanfarria de John Williams en la partitura de un Hans Zimmer que se queda un peldaño por debajo de sus logros con Batman?).Y eso que tenía todo a su favor para hacerlo y, de hecho, consigue explotar maravillosamente algunas de sus posibilidades, como en la hermosísima presentación de Superman, la notable relación trazada con sus padres o la violencia desatada de algunos momentos. Hay que verla, pero no alcanza el pedestal superheroico que tenía reservado.
Aquí, crítica de El Hombre de Acero en Suite 101.
Aquí, imágenes del photocall en la premiere que se celebró en Madrid.
2 comentarios:
Como quiero ver la peli he leído un poco por encima la entrada, pero aún así percibo que tu opinión se asemeja a todas las que he ido leyendo por ahí, o sea, que es decepcionante.
Lo curioso es que yo esperaba que fuese a ser en plan dramática y profunda como el Batman de Nolan, pero muchas de las críticas que estoy leyendo dicen que precisamente se han pasado con las peleas y los efectos especiales, lo cual, quieras que no, me ha animado mucho, porque me temía que la peli girase en torno a Clark Kent y que casi no se viera a Superman.
Alguien la ha definido por ahí que es como "Thor", pero en plan acojonante. Si tiene acción creo que me gustará.
Doctora, no sé si "decepcionante" suena demasiado duro, pero sí es verdad que podría haber sido mucho más. Tienes aspectos dramáticos, muchos, pero los 45 minutos finales son una locura de pelea salvaje y destructiva. Uf, no veo la comparación con Thor, je, je, je... Tengo ganas de leerte sobre ésta...
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