Creo que hay pocas cosas peores que se puedan decir de una película que proclamar que no se sabe de qué va después de haberla visto. Esa es la sensación que me deja La brújula dorada. No tengo ni la más remota idea de qué me contaba durante las dos horas que dura. No dejé de ver una sucesión de mundos fantásticos, de incoherencias imposibles, de términos extraños para darle un halo de imaginación que en realidad no tiene y de situaciones sin resolver. Lo reconozco, me aburrió soberanamente. New Line vende La brújula dorada, supuesta primera parte de una trilogía que sólo se hará si esta película tiene éxito, como el nuevo Señor de los Anillos. Ni de lejos. No hay nada en esta película que desprenda la calidad, la magia y la fantasía que tenía la trilogía de Peter Jackson.
Sí, los efectos especiales son muy vistosos (aunque, no sé por qué, no termino de creerme a algunos de los animales), los paisajes úrbanos y naturales hermosos y el reparto, a priori, muy interesante. Pero veo una película sin alma. Una sucesión de escenas en las que hay que ir introduciendo a conveniencia elementos novedosos (que necesitas una bruja, la tienes; que necesitas un oso, a tu disposición; que necesitas una brújula, que por cierto todavía no sé muy bien para qué demonios sirve y cuál es peligro, pues te la damos sin problema) para que la historia parezca que avance. Pero no avanza. No cuenta nada en realidad y cuando salta en la pantalla el título del director uno tiene la sensación de haber visto un espectáculo vacío, con algún momento de violencia gratuita además.
A eso contribuye la sensación de que los actores están de paso. Comienza la película y uno piensa que Daniel Craig (¡qué gran Bond el suyo!) va a tener un papel protagonista. Y entonces desaparece una hora de la película. Entonces aparecen grandísimos actores como Derek Jacobi (Hamlet, Gladiator) o Christopher Lee. Y el primero tiene dos escenas y el segundo sólo una (mal año éste para este magnífico intérprete que dio vida a Dracula, a Saruman o al Conde Dooku, desperdiciado en La brújula dorada y cortado del montaje final de Sweeney Todd, el esperadísimo musical de Tim Burton). Lo mismo le pasa a Eva Green, a la que apenas vemos dos o tres veces. Tampoco me ha convencido la niña protagonista, la debutante Dakota Blue Richards. Sólo la espectacular belleza de Nicole Kidman tiene verdadera presencia en la pantalla. Ella y la partitura del compositor Alexandre Desplat (al que descubrí en La Reina) son los únicos aspectos que merecen la pena.
La película llega a los cines acompañada por las protestas de la Liga Católica de Estados Unidos, que considera que los libros precursores de este filme buscan "promover el ateísmo y denigrar la cristiandad a ojos de los niños". Reconozco que me cuesta muchísimo ver algo de eso en la película, por mucho que me insistan en que los libros son mucho más decididos en este aspecto. Sí, vale, hay un Magisterio que podría llegar a asemejarse con la Iglesia, pero, sinceramente, veo más ganas de llamar la atención que otra cosa. En este sentido, veo una inocente película de aventuras fantásticas. Aburrida, pero inocente. Claro que, si colectivos de transexuales llegaron a organizar protestas callejeras en Estados Unidos por El silencio de los corderos, todo es posible, incluso sublevarse contra La brújula dorada por atea.
Y un detalle más. Nicole Kidman y Daniel Craig comparten cartel por segunda vez, y las dos películas se han estrenado este año. No me gustó Invasión y no me ha gustado tampoco La brújula dorada. Son dos magníficos actores, pero quizá debieran replantearse su futuro juntos en el cine...
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