Es cierto que ya había dirigido El amanecer de los muertos, pero la auténtica carta de presentación de Zack Snyder ante el mundo fue 300. Su estética, quizá no tan novedosa como se quiso hacer ver pero sin duda muy atractiva y rodeada de decisiones inteligentes, llamó la atención y arrasó en taquilla. La secuela, como suele suceder en estos casos, era inevitable. Y aunque ha tardado mucho en llegar y ha vivido diversos avatares, entre ellos un continuo cambio de título que sembró dudas sobre su alcance, finalmente es un hecho. 300. El origen de un imperio es una especie de mezcla entre precuela, secuela y spin-off que amplía más que continúa la historia original y que deja un sabor de boca agradable. Viene a ser algo lógico, por el salvaje festín de violencia que propone, que el primer 300 sea el filtro. A quien le gustara aquella, le gustará esta. Y aunque el impacto no puede ser el mismo, lo cierto es que el cuasi debutante Noam Murro firma una película que cumple con los objetivos y minimiza los errores.
Murro introduce algún pequeño cambio en la estética, prescinde casi siempre de los famosos zooms que empleó Snyder en 300 pero no de las cámaras lentas y de esa estética glorificadora de la violencia, que hace que la sangre salpique continuamente a la cámara o se mueva con una irrealidad curiosa. Es, en todo momento, puro 300. Y para ofrecer algo que también pueda marcar distancia de la película original, multiplica las escenas de acción, tanto en la narración central como en los flashbacks, escenas que por su épica se colocan entre lo mejor de esta continuación. Murro se apunta dos grandes aciertos más. El primero, esencial para que la película funcione, es la acertada traslación de la narrativa de esta franquicia a las batallas navales. El escenario es más grande y quiere ser más espectacular. El segundo, la introducción de un nuevo personaje del lado de los persas, Artemisia, que Eva Green borda hasta el punto de devorar a todos sus compañeros de reparto sin excepción.
Viendo lo que hace Green en pantalla, dan ganas de ver lo que habría sucedido si la película hubiera sido capaz de encontrar un antagonista con el mismo nivel de carisma que el Leónidas que Gerald Butler interpretó en el filme original. No es que Sullivan Stapleton fracase como Temístocles, ni mucho menos, pero hay una evidente diferencia entre ambos. Quizá la Grecia unida que defiende el protagonista ateniense no tenga la misma fuerza que la Esparta belicosa de Leónidas, quizá una guerra abierta por desigual que sea no genere el mismo encanto que la lucha de los 300 espartanos contra el ejército de Jerjes, pero es palpable que la película no tiene la misma emoción que la de Snyder, al menos hasta su tramo final (que, no será casualidad, coincide con la mayor presencia de espartanos). Sí la misma espectacularidad, puede que incluso más, algo a lo que contribuye todo el imaginario visual de la película (aún con algunos planos no demasiado logrados en sus grandilocuentes efectos visuales) y la contundente música de Junkie XL.
La película busca ese carisma en las apariciones de los personajes conocidos, la reina Gorgo de Lena Headey o el Jerjes de Rodrigo Santoro (aunque éste queda reducido a un mero secundario que incluso desmerece su retrato en 300, al margen del flashback en el que se habla de su origen), pero se nota mucho que Butler no formaba de la plantilla, con alguna excusa mal perpetrada y un par de planos de 300. Pero al final lo queda, aún con sus defectos y sus diferencias, es un gran espectáculo, de bases similares a las del primer filme, con muy buenas escenas de batalla en las que la estrategia forma parte del entramado tanto como los planos de impacto que busca o violencia omnipresente, con sangre que casi sobrepasa la pantalla en la conversión en 3D del filme y muchas más muertes y mutilaciones de las que se vieron en el filme de Snyder. Para los amantes del cómic, hay que añadir que hay mucho de Frank Miller aún en esta secuela, incluso sin que ésta haya visto la luz en forma de viñetas. La película hace disfrutar en su violenta exageración. ¿No es acaso lo que busca?
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