Jimmy P. es una película extraña. Es ambiciosa, en tanto que quiere mostrar uno de los primeros estudios psicoanalíticos, el de un indio pies negros, veterano de guerra, que sufre fortísimos dolores a pesar de estar completamente sano. Pero al mismo tiempo es mucho más artificial de lo que querría ser, sobre todo teniendo en cuenta que arranca con la etiqueta de "hechos reales". Pero tan reales quieren ser que casi siempre resultan algo farragosos, muy largos (117 minutos de película en los que muchas escenas no consiguen ser significativas) y menos emotivos de lo que se busca. Y el caso es que es una película bien interpretada, con un atractivo punto de partida y con una imaginativa realización del francés Arnaud Desplechin, pero el filme está muy lejos de captar la atención emocional que busca, sobrando casi tantas cosas como las que faltan. Es un psicoanálisis inconcluso.
Empezando por lo más positivo, Benicio del Toro y Mathieu Amalric merecen casi todos los elogios que se llevará la película. El primero interpreta al mencionado soldado indio, el segundo al médico que en realidad no lo es (el psicoanálisis no tenía aún esa consideración en aquella época). Y la dinámica que se establece entre ambos es lo más acertado del filme. Entre ellos sí se ve una complicidad atractiva, aunque casi siempre falte lo que consiga hilar esas emociones con el resto de la película. Todo es, en realidad, bastante plano, a veces incluso artificial, como la forma en que Desplechin finaliza algunas escenas, o incluso con secuencias completas (en especial las que afectan al resto de médicos que se explican la dolencia del paciente) a las que es difícil encontrarles demasiado sentido. No es esa la consecuencia de que el espectador pueda no responder a lo mucho que exige la película de él, sino que a la película le falta un propósito claro.
Sí lo tiene en cuenta a la linealidad de la historia, basada en el libro de George Devereux, el personaje que interpreta Amalric, pero más allá de instantes concretos la película no sabe emocionar. Acaba importando más la imaginativa realización de Desplechin y su forma de saltarse las barreras narrativas que lo que realmente está pasando en las vidas de sus personajes. Y eso produce una cierta fascinación momentánea, pero no basta para que la película como un conjunto completo perdure en la mente del espectador. Instantes concretos sí, algún flashback, cortes de las conversaciones que mantienen los dos protagonistas. Eso sí. Pero a la historia le falta algo, algo que haga entender qué es tan especial en torno a ese paciente, algo que muestre el carácter revolucionario del trabajo de ese doctor, algo que establezca una conexión emocional más allá de la pantalla que no llega a sentirse casi nunca.
En realidad, Jimmy P. esconde muy pocas sorpresas más allá de su aspecto, el relato apenas se sale de los cauces esperables y sólo los actores provocan los sobresaltos emocionales que el filme tendría que haber provocado de otras muchas maneras. Eso sí, no es un tropiezo como película, pero el resultado sí se puede catalogar de extraño. Incluso en aspectos como su banda sonora (de Howard Shore, casualmente el mismo compositor de Un método peligroso, la otra película más o menos reciente con el psicoanálisis como tema central), que no termina de adquirir el protagonismo que requiere o de acertar en el tono del relato, o incluso en su ambientación, mucho más atemporal de lo que habría sido necesario. Jimmy P. es Benicio del Toro y Mathieu Amalric. Fuera de ellos, no termina de ser gran cosa.
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