Ida es una película lenta. Tanto, que sus escasos 80 minutos acaban pareciendo muchos más. En esa primera sensación, inevitable, no entra en juego que el filme sea bueno o malo, pero sí hay que dejar claro que esa de la lentitud es una elección consciente del director de este filme polaco, Pawel Pawlikowski. Es una complicada de tomar porque irremediablemente alejará a algunos espectadores de su película, incluso los acostumbrados a los ritmos de las cinematografías europeas o independientes. En los festivales la película ha salido muy bien parada, recibiendo galardones en su país pero también en Estados Unidos, Reino Unido, Canadá e incluso España, en el Festival de Gijón. Pero, con todo, Ida es una película que arriesga mucho en esos 80 minutos y no siempre sale triunfante. El principal problema es que es muy difícil encontrarle un mensaje, un objetivo claro, una pretensión más allá de la de espectador de la historia que cuenta, y eso provoca cierta perplejidad por algunos giros de su guión.
En los años 60, aunque la película no termina de dejar clara la época en que se desarrolla salvo por posteriores alusiones históricas, Ida es una joven que está a punto de tomar los votos y hacerse monja. Antes de eso, en el convento instan a la chica a visitar a su único pariente vivo, Wanda, una tía que no conoce y que nunca quiso hacerse cargo de ella. A partir de ahí, Ida y Wanda buscan los cuerpos de los padres de la primera para zanjar el pasado antes de afrontar su futuro espiritual. Pawlikowski, coautor también del guión de la película, crea una disertación sobre la fe que no termina de ser redonda. Hay tantos silencios, tantos huecos por rellenar en la película y, por extensión, en la historia de Ida, que no terminan de aparecer con claridad los motivos por los que toma sus decisiones. Eso no impide que haya algunas algunos momentos cargados de mucho interés, de una reflexión sincera e incluso profunda. Pero al final es difícil explicarse algunas de las cosas que han ido sucediendo.
En realidad, la fe es sólo una parte de la película. La otra, algo más manida y menos desarrollada en el guión salvo como motor de la historia, es el holocausto judío. Ese segundo tema permite dar un protagonismo muy agradecido a Wanda, y de hecho lo mejor de la película es la interacción entre dos mujeres tan diferentes, como por ejemplo la escena en la que se enfrentan por la Biblia y sus diferentes modos de ver la vida y la fe. Y las dos, además, están espléndidamente interpretadas por Agata Trzebuchowska (Ida) y Agata Kulesza (Wanda), aunque los silencios que acompañan sus escenas contribuyen a que se pierda el efecto de algunas de ellas. Pero hay una disociación importante entre los diferentes elementos de la película, quizá provocada por esos silencios, quizá por las elipsis o puede que por la ausencia no ya de explicaciones sino de los comportamientos más normales y humanos que el espectador podría esperar ante situaciones como las que muestra el filme.
Las elecciones técnicas de Pawlikowski también contribuyen a la sensación extraña que deja la película. Por un lado el regreso a un formato de 4:3 en lugar de los ya estandarizados panorámicos. Por otro, el blanco y negro (aunque la fotografía es notable). Y, finalmente, los encuadres, colocando en muchas ocasiones a los personajes en la parte inferior del plano dejando mucho espacio por encima de ellos. Ida dista mucho de ser una mala película, pero sí es una una difícil. Sus temas son valientes. Algunas de sus decisiones también. Y las interpretaciones son espléndidas. Pero es complejo señalar un público claro. Como se ha señalado, la película ha gustado mucho en los diferentes festivales en los que ha estado y ha ganado premios, aunque es una cinta en la que subjetividad con la que cada espectador la mire tendrá mucho que decir. Lo que sí entra en el terreno de lo obvio son las decisiones de Pawlikowski, y la más notoria es la también mencionada lentitud.
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