Que el cine de Jason Reitman tiende a ser raro, entendiéndose ese adjetivo de múltiples maneras, es algo que ya parecía aceptado, pero Una vida en tres días, que se presenta como su películas más clásica en cuanto a su planteamiento, es, en realidad, la más rara de todas. Por momentos brillante, aunque eso es algo que se puede achacar con facilidad a sus dos magníficos actores protagonistas (Kate Winslet y Josh Brolin), por momento desconcertante. Con una tensión bastante inverosímil, es mucho más una historia de amor que parte de unas premisas bastante difíciles de creer. Por eso, lo que funciona es lo que aportan los intérpretes y no tanto lo que parte de la labor de Reitman como director y guionista, adaptando la novela de Joyce Maynard. No deja de ser curioso que en la película se intuyan rasgos de dos trabajos de Clint Eastwood, Un mundo perfecto y Los puentes de Madison, pero desde luego Retiman se queda muy lejos de la brillantez de aquellas dos.
Y es que Reitman ha ido apagándose poco a poco. Con Juno captó la atención de todo el mundo, Up in the Air mantuvo el reconocimiento mayoritario pero ya sembró las dudas (sin duda, entre quien esto suscribe) y Young Adult fue, literalmente, un fiasco. Es cierto que en todas ellas se mantiene una premisa básica, el espléndido trabajo de los actores. Reitman, por tanto, algo tendrá en ese aspecto de su trabajo, pero tampoco se puede obviar que se rodea de intérpretes de renombre y categoría en cada película que hace. Se hace difícil creer que Una vida en tres días (curioso título en español si tenemos en cuenta que la historia empieza un jueves y acaba el martes siguiente, lo que vienen a ser seis días) tenga el mismo nivel de credibilidad y fluidez de no contar con cabezas de cartel como Winslet y Brolin, dando vida a Adele, una madre separada que vive junto a su hijo Henry, y a Frank Chambers, un preso fugado cuyas vidas se cruzan y cambian para siempre, con interpretaciones sensibles, sutiles, cargadas de matices, que sostienen la película por sí solas.
La premisa es compleja de tratar, eso es evidente, porque es la historia de amor fugaz entre un convicto fugado y la mujer a la que secuestra para esconderse en su casa. Y es que ésto no es un thriller, sino una película romántica. Por eso es complejo asimilar que Reitman apueste por una ambientación de misterio, con una música de Rolfe Kent que no termina de sonar acertada nunca, cuando en realidad no lo hay y lo que complica la película no es la subtrama policial, sino los caminos más inverosímiles de la historia de amor. Y en ese punto, destacando también la buena presencia del joven Gattlin Griffith, hay que volver de nuevo a Winslet y Brolin, que imprimen una enorme intensidad a sus personajes, llevan al terreno de lo creíble lo más inverosímil de la historia, aunque Reitman no controle demasiado bien los tiempos de la película, dé mucha importancia a algunas escenas que se hacen pesadas (la de la tarta de melocotón, por mucha explicación que tenga al final, es cansina) e introduzca algunos personajes casi para justificar que algo esté sucediendo alrededor de la historia central (el policía o la chica que conoce Henry).
Como historia de amor se maneja con cierta soltura, aunque a Reitman se le va el relato en los momentos en que se acuerda de cómo arranca, con la presencia de un criminal fugado que altera la vida de esta familia. Como historia iniciática en la vida y en el amor del joven Henry, también podría haber funcionado, pero tiene muy poco encaje en la parte central de la película lo que hace y lo que le sucede al chico, más allá de la influencia que pueda tener después en las decisiones de su madre. Es ahí, en realidad y una vez asumido que esta pareja de tan dispar origen ha de centrar el relato, donde se localizan casi todos los momentos que llevan a lo más inverosímil del filme. Y aunque los defectos son apreciables, la película alcanza casi las dos horas con bastante facilidad gracias a Winslet y Brolin, bien acompañados además por las fugaces presencias de Tobey Maguire, Clark Gregg y J. K. Simmons. Ellos hacen que la película valga la pena, aunque quede una sensación extraña, más incluso después de su epílogo.
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