Speed Racer es, por encima de todo, una exaltación de lo imposible. Todo en ella es absolutamente imposible. Desde los efectos especiales hasta los movimientos de cámara, pasando por los personajes o incluso la inagotable paleta de colores que adorna la pantalla. Es una película imposible. De hecho, es incluso difícil ver a Speed Racer como una película. Es, en realidad, una montaña rusa de más de dos horas de la que uno se baja mareado. Alguno habrá disfrutado del viaje, siempre hay alguien que lo hace, pero la mayoría se quedará con esa sensación de mareo que, eso sí, olvidará en poco tiempo. Yo soy de los mareados que asisten atónitos a lo que pasa delante de sus ojos sin llegar a entender cómo se ha gestado lo que ve.
Partimos de la base de que los autores de este producto son los hermanos Wachowski, los mismos que se camelaron al mundo con Matrix, una película mucho menos revolucionaria de lo que se dijo en su día (y que hoy parece algo olvidada), y que abiertamente tomaron el pelo de más de medio mundo con sus dos secuelas. Este proyecto es la adaptación de una serie de animación japonesa de los años 60, una de las primeras que tuvieron éxito en Estados Unidos. No tengo ningún recuerdo de la serie, así que poco o nada puedo decir sobre la fidelidad de los Wachowski a los mitos de Speed Racer. Eso sí, parece que han utilizado la serie como excusa para dar rienda suelta a un universo colorista y exagerado en todos los sentidos.
Como película, Speed Racer cae en numerosos errores. El principal, la duración. Esta película, hecha en los años 80, no habríaasado nunca de los 100 minutos. Hoy, con tanto fuego de artificio por desplegar, nos colocamos en los 135 sin que en realidad sea necesario. Le sobra metraje en muchos sitios y por ello traspasa la delgada línea que separa el cine infantil del cine adulto. Por eso y por su contenido. ¿Para niños? Pues si tenemos en cuenta el desmesurado protagonismo de un irritante niño y un chimpancé (dueño y señor de los títulos de crédito finales, un delirante cierre a una película igualmente delirante, que antecede a unos títulos... de colorines), casi habría que decir que sí, pero en realidad es un envoltorio algo tramposo. Tan tramposo como el trasfondo moral que acaba otorgando el tremendamente previsible final.
Los hermanos Wachowski han creado un universo pretendidamente irreal. Cuando los efectos visuales tienden a crear un mundo virtual lo más real posible, Speed Racer se afana en mostrar imágenes abiertamente irreales a imposibles, manifiestamente imperfectas. Quizá sea su forma de parecer revolucionarios otra vez. Y están tan ocupados en la creación de ese universo mucho más cercano al de la animación que al de la imagen real, que se olvidan de que para hacer una película hace falta crear unos personajes de carne y hueso y un guión. Sí, el guión, ese gran desconocido de este cine moderno, pretencioso y supuestamente novedoso que inunda la ciencia ficción actual. Algunos, muchos, de los diálogos de este Speed Racer no podrían ser más tópicos y vacíos ni aunque lo intentaran.
Speed Racer, eso sí, no engaña. Uno entra a ver colores y ve muchos colores (abstenerse defensores de los colores primarios), uno entra a ver carreras de coches imposibles y ve carreras de coches imposibles, uno entra a ver una historia intrascedente y es exactamente lo que ve. Por el reparto pasan nombres bastante conocidos, incluso reputados, como los de Susan Sarandon, John Goodman, Christina Ricci o Matthew Fox, pero, abducidos por la paleta de colores, no tienen margen para construir personajes. Tampoco hace falta, la verdad, porque todos sabemos por dónde va y dónde va a acabar la película (creo que tiene más emoción incluso la carrera de la Nascar de Días de trueno).
Sólo hay un aspecto de Speed Racer que merece verdaderamente la pena: la banda sonora de Michael Giacchino, un compositor curtido entre la televisión (entre otras, la serie Perdidos) y los videojuegos y que es ya uno de los nombres más interesantes del cine norteamericano gracias a un sello muy personal y a una comprensión absoluta del tono de la película que tiene siempre entre manos. Me entusiasmó en Los Increíbles, me enamoró en Ratatouille (recibió una merecidísima nominación al Oscar, aunque la estatuilla fue para la brillante Expiación de Dario Marianelli) y ha conseguido que esté pendiente ya para siempre de sus futuros trabajos. Lo próximo, el Star Trek de J. J. Abrams. Giacchino es un genio al que seguir la pista. Lo demás de Speed Racer, tremendamente olvidable.
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