En unas fechas en las que tantos nos acordamos del canto a la vida y a la Navidad que fue, es y siempre será ¡Qué bello es vivir!, es una delicia encontrar películas que recogen el espíritu de Frank Capra. Ese optimismo ingénuo, ese afán de superación, ese amor por la vida. La leyenda de Bagger Vance es una de esas películas. Robert Reford dirigió hace ya algunos años esta pequeña fábula deportiva y pasó sin pena ni gloria por la cartelera. Y recuerdo que eso a Capra también le pasó con muchas de sus películas. El filme nos cuenta la historia de Rannulph Junuh (Matt Damon), un joven golfista que perdió su swing y dejó de competir tras vivir la traumática experiencia de la guerra. Años después de su regreso a casa, reaparece para jugar un torneo de golf que levante el sueño de la mujer a la que abandonó (Charlice Theron), mantener vivo el mejor campo del mundo. Y para ello contará con la ayuda de Bagger Vance (Will Smith), un desconocido que se ofrece a ser su caddie y que acabará enseñándole a vivir.
Cuando veo una película así, no me puedo quedar en sus valores cinematográficos. Si lo hiciera, Bagger Vance sería quizá una de tantas películas. Un producto bien hecho, rodado por un director solvente y con unos actores que van desde la corrección hasta el notable. Pero ésta es una de esas películas que llegan al corazón, muy por encima de los defectos que puedan tener. Bagger Vance es una película que implica al espectador, que juega con su estado de ánimo, que le coloca al borde de la lágrima en más de una ocasión, que le emociona con cada nuevo golpe que se da en ese torneo, que disfruta con cada momento hermoso y sufre con cada decepción que sufre el protagonista. Es una película que no se puede ver con indiferencia, una película en la que la empatía entre protagonista y espectador es total, una que coloca a ese espectador en el borde de su butaca, junto a la pantalla, empujando para que la bola caiga en el hoyo.
Y es curioso pensar que aupamos al protagonista de La leyenda de Bagger Vance de la misma forma que gritábamos feliz Navidad con George Bailey en ¡Qué bello es vivir! o pronunciábamos el discuso en el Senadojunto a Jefferson Smith en Caballero sin espada. Cuánto hizo en su época Frank Capra por los buenos sentimientos en el cine y cuántos directores mantienen vivo ese legado en el cine actual. Robert Redford es uno de ellos. Y que no se pierda nunca ese optimismo que de vez en cuando se encuentra en algunas películas. Nos hace falta y nos recuerda que el cine tiene todavía mucho bueno y bonito que enseñarnos.
No se suele tomar demasiado en serio al cine de trasfondo deportivo. Sus esquemas suelen ser algo repetitivos y La leyenda de Bagger Vance (con reminiscencias fantásticas claras de otro pequeño clásico del subgénero, Campo de sueños) no es una excepción. Pero cuando están bien hechas, estas películas suelen encontrar un público apasionado. Quizá haya que ser aficionado al deporte para entenderlas, puesto que esta película no deja de ser un precioso canto al golf. Pero va mucho más allá y es ahí donde puede capturar a cualquier espectador. Es una hermosa historia sobre la vida, sobre quiénes somos y lo que podemos ser, sobre los sueños y cómo alcanzarlos. El golf es sólo la excusa. La historia, aunque irregular, es lo que engancha de verdad, lo que emociona y lo que hace disfrutar.
Redford se planteó interpretar el papel principal de la película, con Morgan Freeman como ese caddie que le enseña a vivir. Pero al final optó por actores mucho más jóvenes. Eso hace bastante inverosímil la historia de amor y el tiempo que ha pasado desde el final de la guerra hasta el torneo de golf que ocupa la mayor parte del metraje, pero quizá le da mucho mayor dinamismo a la película. Y quizá Redford pensó que ya había interpretado hace años una película deportiva sobre segundas oportunidades, la hermosa y también optimista (mucho más que el libro en la que está basada) El mejor, centrada en el mundo del beisbol. Brad Pitt rechazó el papel y acabó en manos de Matt Damon. Para Will Smith era una de las primeras oportunidades de realizar un papel serio y con un director con gran reputación en Hollywood. Y sale muy bien librado.
Y por si todo lo dicho anteriormente no os convence para darle una oportunidad a esta película, es la última vez que el gran Jack Lemmon apareció en pantalla. Ese triste hecho le da una especial relevancia a los minutos que aparece en pantalla y al personaje que interpreta. Y nos recuerda lo bonito que puede llegar a ser el cine.
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