"Una mujer fatal es un personaje tipo, normalmente una villana que usa el poder maligno de la sexualidad para atrapar al desventurado héroe. Es una traducción de la expresión francesa femme fatale, mujer mortífera. Se la suele representar como sexualmente insaciable. Aunque suele ser malvada, también hay mujeres fatales que en algunas historias hacen de antiheroínas e incluso de heroínas. En la actualidad el arquetipo suele ser visto como un personaje que constantemente cruza la línea entre la bondad y la maldad, actuando sin escrúpulos sea cual sea su lealtad". Esta es la definición que hace Wikipedia de mujer fatal. Yo ya tengo una definición mucho más justo y precisa: Lana Turner en El cartero siempre llama dos veces.
Su primera aparición en la película es de las que da vértigo. Un tipo acaba de llegar a un restaurante de carretera en busca de trabajo (el cartel, deliciosamente ambiguo, decía "Se necesita hombre"), y rápidamente convence al dueño de que es perfecto para el trabajo. El dueño sale a atender a un cliente y en ese momento escuchamos un ruido. Algo ha caído al suelo. Nuestro protagonista se gira y ve cómo una barra de labios se desliza por el suelo hasta él. Levante la mirada y encuentra a la mujer fatal. Lana Turner. De un blanco inmaculado, con una sonrisa tan peligrosa como sus curvas. Y su mirada... Capaz de derretir a cualquiera. Ahí nace el deseo mutuo y comienza a desencadenarse la sucesión de acontecimientos que acabará con una justicia poética.
El cartero siempre llama dos veces es una película valiente y atrevida para la época en la que se realizó (data de 1946, cuando la censura tenía un inusitado poder y era difícil ver en pantalla algo que superase un beso de tres segundos). Tay Garnett, un director que alcanzó su cima con esta película y al que se recuerda también por episodios de series de televisión como Los intocables o Bonanza, firma una puesta en escena envidiable, perfecta para crear todo un clásico del cine negro más auténtico: voz en off, una mujer fatal, un hombre capaz de hacer lo que sea por la mujer que desea, un asesinato, una herencia y, sobre todo, una tensión perfectamente distribuida en la dos partes de la película. La atmósfera funciona tan bien como un guión que tardó más de una década en pulirse para trasladar a la pantalla toda la tensión erótica de la novela originaria.
Y si John Garfield está perfecto como la contrapartida de esa mujer fatal, lo cierto es que El cartero siempre llama dos veces es la película de Lana Turner. La actriz, que siempre destacó más por sus escándalos personales (ocho efímeros matrimonios, una hija adolescente que mató a uno de sus amantes, alcoholismo), permanecerá para siempre como Cora, la mujer dispuesta a asesinar a un marido del que nunca estuvo enamorada por el amor del hombre que realmente quiere. Ella misma lo decía, este personaje era su favorito. Y lo hizo suyo desde la primera a la última escena, desde los momentos más dulces y románticos a los más duros y dramáticos. Lana Turner se convirtió con esta película en una femme fatale, de esas que abundaban en el cine de los años 40 pero que hoy son sólo un bello recuerdo.
El gran acierto de El cartero siempre llama dos veces es que equilibra perfectamente sus diferentes actos, desde la gestación del crimen hasta la investigación del mismo, desde la parcela más íntima de los dos protagonistas a las escenas del juicio. Todo encaja, todo sorprende, hasta el final en el que se descubre en qué circunstancias está narrando la historia el personaje de John Garfield. Viendo películas como ésta, uno se pregunta por qué no se hacen más. Pero viendo intentos de resucitar el género como La dalia negra, uno entiende el porqué. Lo explícito mató al cine negro. La sugerencia, la sensualidad, lo misterioso era lo que contaba entonces. Y Lana Turner, como tantas otras diosas del celuloide, sabían lo que tenían entre manos sin necesidad de pasar de la insinuación, de la mirada, de la sonrisa cómplice y a la vez traicionera. Eso era el cine negro.
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