A Lasse Hallström hay que reconocerle que sabe moverse en las historias bonitas. El riesgo es que, de ser tan bonitas, acaban siendo bastante inofensivas y sobre todo blanditas. Eso le sucede en Un viaje de diez metros, que es una película de esas de buen rollo que necesitan de una excusa ética o profesional (en este caso las dos cosas, es la historia de un cocinero autodidacta que viaja junto a su familia desde India hasta Francia para ganarse la vida) para desarrollar una historia previsible y que intenta abarcar demasiado. Ahí radican los defectos de la película, que en realidad sabe ganarse al público con cierta facilidad porque su humor funciona en momentos muy concretos. Lo demás se ve venir con tanta facilidad que hará que paladares algo exigentes salgan algo decepcionados, pero al fin y al cabo, y una vez perdido lo más incisivo del cine de su director, es lo que mejor sabe hacer Hallström, llevar a la pantalla simpáticos y agradables cuentos de hadas para adultos que cualquiera sabe ya cómo van a acabar.
Lo que resulta curioso de Un viaje de diez metros, y evidencia de que a la película le falta algo de garra, es que la historia de su protagonista, Hassan (Manish Dayal), acaba siendo lo menos conseguido. Al final, su viaje a los altares de la cocina francesa, incluso su historia de amor con la también aspirante a chef, Marguerite (Charlotte Le Bon), es lo menos relevante, lo menos divertido y lo más disperso, porque es donde se notan las lagunas del guión. Sin embargo, el enfrentamiento entre su padre (Om Puri) y la dueña (Helen Mirren) de un lujoso restaurante que está al otro lado del camino en el que la familia se establece, en un pueblecito del sur de Francia, es divertido, inteligente. Es, de largo, el corazón de la película, el auténtico choque de culturas y de caracteres, lo que en definitiva saca la vertiente más incisiva de Hallström. Cuando se decanta por lo simplemente bonito, y aunque es evidente que lo rueda con soltura, la película decrece bastante, aquejada de una notoria previsibilidad.
Cuando la película incorpora algo de picante (y no precisamente el de las especias que usa Hassan en su cocina), cuando tiene algo de mala leche, muestra una muy agradecida diversión. En realidad, cabe preguntarse qué habría sido de la historia si sus protagonistas hubieran sido Puri y Mirren, porque en ellos está lo mejor de Un viaje de diez metros (título que, por cierto, acaba perdiendo todo el sentido en el último tercio de la cinta). Cuando adquiere tintes de una disparatada comedia culinaria, la película alcanza sus mejores momentos. Cuando vuelve a los terrenos del drama intimista y personal o incluso cuando busca unos tintes de crítica social que no funcionan, el relato desciendo a terrenos mucho más planos. Viendo esos altibajos, el peor enemigo de Hallström está en la duración, 122 minutos que probablemente hubieran agradecido que el prólogo se introdujera de forma reducida como un flashback y que el montaje final fuera mucho más equilibrado de lo que es.
Pero, volviendo al punto de partida, la película es bonita, es simpática, tiene escenas muy divertidas (incluso un chiste involuntario en el que Om Puri llega a comparar al de Helen Mirren con una reina, recordatorio de su más excelsa interpretación reciente, precisamente en La Reina) y contribuye a ese buen rollo que, en general, es marca de fábrica del cine de Hallström. Lo malo es que, sin el toque valiente que tenían sus primeras películas americanas y sobre todo Las normas de la casa de la sidra, el resultado es también bastante inane. Da la impresión, sobre todo después de que el precedente en su filmografía sea la muy cobarde y fallida Un lugar donde refugiarse, que Hallström ya ha tocado un techo que no va a superar. Al menos, si hace películas como Un viaje de diez metros sabe que tiene ganado a un sector de público, ese que huye de los dramas devastadores y de las historias que te dejan un mal cuerpo. Lo suyo es el optimismo y la vitalidad. De eso hay a toneladas en esta película. Pero sin expectativas altas se disfrutará mucho más.
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