Puede que a la hora de valorar una cuarta parte de una saga como REC, quien se aproxime a una crítica de la película quiera tener claro si quien la suscribe es fan o no de la franquicia. Quede claro desde el principio que no, que aquí no hay un excesivo gusto por el cine de zombis, por la cámara en mano integrada en la historia con la que se inició su recorrido o por la deriva posterior de esta, eso sí, inteligente forma de aceptar los principios de la industria norteamericana en el cine español. Por Jaume Balagueró, en cambio, sí desarrollé una simpatía por su atrevida y muy bien llevada opera prima, Los sin nombre, hecha antes de que REC le absorbiera como realizador durante tantos años. Dicho todo esto, REC 4 es una enorme decepción, una película de terror en la que jamás se tiene esa sensación de inquietud que se espera del cine de género, en la que ni siquiera hay sustos de consideración, y en la que tampoco hay un acierto que permita que la película se sostenga de ninguna de las maneras.
Aunque se pueda agradecer el esfuerzo de que la película sirva de nexo a las tres anteriores (de hecho, arranca hilando con el final de la entrega original) y por mucho que el aficionado al zombi como subgénero y a esta saga como entretenimiento diferente dentro del cine español, lo demás no se sostiene. Balagueró y su coguionista, Manu Díez, han buceado en otras mitologías (fundamentalmente en la de Alien) para tratar de dar un toque más elitista a su serie, pero al final no deja de ser lo que parece: una película de sangre, vísceras y más de una rocambolesca excusa para que la protagonista femenina, una bella Manuela Velasco que a ratos queda en un segundo plano en la historia, muestre lo bien formado que está su cuerpo (aquí, eso sí, sin llegar a desnudarse, otro de los sorprendentemente aceptados clichés del género aún sin necesidad alguna). En el guión hay excusas pobres para explicar lo que sucede y frases que suenan vacías. La mezcla no es afortunada.
Balagueró, asimilando por completo el manual de la perfecta franquicia, lleva la acción de esta cuarta (¿y última?) entrega a un escenario diferente. Esa pretende ser la gracia de rodar una cinta más de REC (cuyo título, obviamente, ya ha perdido sentido porque la cámara en mano de los protagonistas ha desaparecido), porque si no es difícil explicar la colección de tópicos mal llevados que hay en la cinta. No falta el personaje de Bilbao que suelta un sonoro "ahí va la hostia", un cocinero filipino o un operario negro, por no volver a mencionar la camiseta de tirantes blanca de Manuela Velasco... la única que se ve en toda la película. Pero lo más fallido, incluso dentro de su planteamiento por momentos imposible de creer, está en la voluntad de videojuego de los años 80, aquel en el que todo lo que hacía falta en la historia se pone a plena vista del jugador para que lo recogiera y pudiera continuar la partida. Eso pasa en REC 4, que todo está ahí. ¿Que un informático tiene que saber cómo se comanda un barco? Pues lo sabe. ¿Que necesitamos una cámara que debería estar custodiada en manos de alguien que no debería tenerla? Pues ahí que está.
Quizá lo más irritante de la película de Balagueró, aunque no por ello menos previsible, está en el gran giro de guión que quiere esconder la película, algo francamente difícil de creer salvo que se caiga en las trampas que ha sembrado previamente la cinta con la clara intención de despistar. Por lo demás, no deja de ser un entretenimiento rutinario, simple y cargado de tópicos que seguramente contentará a quienes se lo pasan bien con el cine de zombis, a pesar de que los venerados y sanguinolentos monstruos tienen menos presencia de lo deseado. Pero el resultado no está, ni de lejos entre lo mejor de la filmografía de Balagueró. Quizá REC no tendría que haber llegado tan lejos, aunque es evidente que lo hace porque da dinero, pero esta cuarta entrega no es tan transgresora como quiere aparentar (con detalles que es mejor no desvelar), no es tan violenta como podría haber sido (tampoco se ve nada del otro mundo) y es demasiado predecible y poco sólida para que algo cuele con facilidad.
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