Saber que Annabelle está vinculada a Expediente Warren, de la que es un spin-off, hace que se valore mucho más el mérito que tuvo la película de James Wan y que esto indigno filme de John R. Leonetti quede aún más por los suelos. Es verdad que es un cine de terror efectista que, por el motivo que sea, tiene una audiencia a la que seguramente satisface. Pero no hay nada en él que sea genuino, imaginativo o especialmente bien resuelto. Muy al contrario, Annabelle es torpe, tramposa y roza lo mal hecho en demasiados momentos. ¿Ideas interesantes? Desde luego, es difícil que no las haya en una cinta de terror, un género que siempre busca lo más turbio. Pero la película es un fracaso estrepitoso en demasiados aspectos como para que no tenerlo en cuenta, y más aún insistiendo en esa vinculación que hay con Expediente Warren, una de las pocas películas de terror modernas hechas con inteligencia y un regusto que recuerda a clásicos eminentes del género.
Lo que parece inverosímil, aunque por supuesto es lícito que cada espectador disfrute con lo que quiera (esa es una de las grandezas del cine), es que no haya ya un hartazgo generalizado en el público ante este triste, previsible y facilón uso del sonido para provocar sobresaltos. Una vez puede ser divertido. Cuando se emplea constantemente, es una evidente falta de talento, y es lo que hace un Leonetti que nunca llega a ofrecer una puesta de escena interesante, que no domina el tempo de la película y que, siguiendo un guión de Gary Dauberman (consultar su filmografía sí que da verdadero pavor sólo con los títulos: Arañas asesinas, Bloodmonkey, Ciénaga diabólica), ni siquiera sabe sacar partido a algunas de las secuencias que plantea y que sí podrían haber sido interesantes. Se podría haber hecho más con unas cuantas, por ejemplo la del ascensor, pero o están mal llevadas o están muy mal concluidas (como es este caso), con lo que esto no queda más que en un sucedáneo de La semilla del diablo y El muñeco diabólico, entre tantas otras referencias nada disimuladas que se aprecian.
En realidad, titular la película como Annabelle (que, no olvidemos, es el nombre de la muñeca que conocimos en Expediente Warren) es ya desde el principio un pequeño engaño. Uno de muchos, porque la película es tramposa y está resuelta de esa manera. Suele suceder en el cine de terror, cierto, pero si se hace con talento esa es una condición pasable. En Annabelle, por desgracia, no hay demasiado talento. Efectismo sí, mucho, y a base de eso va avanzando la historia, que por momentos llega a ser aburrida incluso a pesar de sus 98 minutos. Eso es así porque durante demasiados momentos es una película muy inexplicable. No es lícito dejar que el entorno de fantasía oscura y terrorífica sirva para explicarlo todo, y eso es justo lo que hace Leonetti, cayendo en la rutina, en lo previsible e incluso en lo injustificado (las decisiones cotidianas de la protagonista, interpretada por Annabelle Wallis, en la segunda mitad de la película sobrepasan las fronteras de lo inverosímil).
Es inevitable colocar Annabelle entre lo menos interesante del cine de terror actual, por mucho que este tipo de películas sean, precisamente, las que mejor fortuna suelen tener en taquilla. Parece que el público de nuestros días disfruta enormemente con lo más fácil que tiene que ofrecer este género, y eso no deja de ser una lástima y, probablemente, una consecuencia de la escasa educación cinematográfica que tienen muchos de los jóvenes de hoy en día. Lo único que hay en Annabelle son sustos, y sustos además baratos (el presupuesto de esta película es bastante inferior al de Expediente Warren), pero sustos que no se sostienen más allá de la proyección del filme. El terror tendría que ser otra cosa, y por supuesto el buen cine también. No basta con un segundo de sobresalto si el andamiaje que se construye a su alrededor es tan torpe como el de este spin-off. Pero sobre todo no basta que ese segundo oculte una película que roza el sopor y que está muy mal resuelta.
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