Desde hace algunos años, Liam Neeson ha encontrado un acomodo bastante notable notable en el thriller, con personajes que, salvando los detalles, no se alejan demasiado los unos de los otros. Eso, que en muchos actores podría desembocar en un encasillamiento insoportable, en él sirve para que en cada película dé una nueva lección de saber estar. Caminando entre tumbas es, de hecho, uno de sus mejores papeles de los últimos años, quizá porque el guión de Scott Frank, que también dirige la película, es una hábil mezcla entre lo que mejor funciona en el género. No es nada difícil intuir detalles de las películas de Harry el Sucio, incluso del Zodiac de David Fincher, y de otros muchos thrillers reconocidos. No es, en ese sentido, una película rompedora (y eso le pesa sobre todo en su clímax, lejos de ser el final perfecto que se podía anticipar) aunque tenga algunos momentos magníficos, pero siempre mantiene un nivel de elegancia, misterio y entretenimiento digno de elogio.
Es curioso que no haga falta más que retroceder en el tiempo hasta 1999 para que el thriller vuelva a ser el género emocionante y sincero que siempre ha sido, uno en el que la tecnología no juega una parte esencial de la historia y en el que los detectives hacían su trabajo de la manera más clásica. Ese es el escenario que ha planteado Frank para Caminando entre tumbas, y sabe sacarle partido primero con un prológo fantástico, en el que Liam Neeson casi parece sacado de Canción triste de Hill STreet, con un aspecto sorprendente y una escena de acción que suena como las de antes, tan atronadora como la violencia de Sam Peckimpah y sin preocuparse de lo políticamente correcto. A esa secuencia siguen unos títulos de créditos magníficos, poéticos precisamente por su uso de la violencia, una muy diferente, y magníficamente acompañados por la música del debutante Carlos Rafael Rivera.
Puede sonar descorazonador que esas dos secuencias, las dos primeras, sean lo mejor de la película, pero también sería injusto. Lo son, eso es así, pero el resto es más que interesante. Con un Neeson en plena forma prácticamente basta para que una película se sostenga. Su porte, sus registros al hablar, incluso su peculiar manera de caminar. Aunque ya lo hayamos visto, todo eso le sirve para componer un magnífico personaje, un hombre moralmente tocado (aunque no parezca que Frank le saca todo el partido a esa premisa) pero muy eficaz en su trabajo, con una moral intachable pero dispuesto a quebrantar las líneas rojas cuando sea necesario. Y sus oponentes, una formidable pareja de asesinos en serie, psicópatas sin alma, crean el espléndido duelo que hace que toda la película se disfrute con facilidad, desde la investigación detectivesca, al enfrentamiento bajo la lluvia con connotaciones de western y de policíaco de los años 70.
Caminando entre las tumbas quizá peque en algunos momentos de abusar del cliché o de la sorpresa no demasiado creíble, pero en conjunto se mueve con bastante habilidad por el género y por la historia. Frank rueda con elegancia y hace que todos los escenarios, desde un callejón hasta una biblioteca, encajen en la historia que quiere contar. Neeson, encabezando un notable reparto y liderando las mejores escenas de la película (su monólogo sobre las armas de fuego es de los que ponen la piel de gallina), es además el actor perfecto para que todo vaya funcionando bastante bien. En el clímax y en el epílogo (es inevitable que en el último plano de la cinta la mirada se vaya a la esquina superior derecha) es donde la película transita caminos más rutinarios, pero el resultado es igualmente satisfactorio. Es un muy buen thriller, con una buena historia y con un fantástico protagonista.
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