Las conclusiones sobre Ninja Turtles son sencillas. Como película es mala, pero es obligado reconocer que podría haber sido peor. Cuando llegaron las primeras informaciones sobre la pretensión de Michael Bay de producir un reboot de las Tortugas Ninja, cada noticia que llegaba era peor que la anterior. Y algunas han llegado a formar parte de la película que ha llegado a los cines. ¿La historia? Inexistente. ¿La creación de los personajes? Atractiva en el caso de los cuatro héroes verdes y muy deficiente en el resto, asombrosamente torpe en algunos casos. ¿Y el villano? Entre lo peor de la película. En otras palabras, lo único que verdaderamente funciona es la construcción de las propias tortugas, lo que lleva a pensar que esta película, convenientemente recortada en la sala de montaje, podría haber sido un aparente piloto televisivo. Lo que se ha acabado haciendo es criticable en muchos aspectos y encasillable para audiencias casi infantiles. Tener más de diez años ya hace cuestionarse demasiadas cosas de Ninja Turtles.
El problema esencial de la película, excesivamente habitual en este tipo de productos, es no entender lo que se tiene entre manos. Las Tortugas Ninja nacen del cómic y tienen versiones animadas muy populares. ¿Es necesario desviar el foco de los personajes que todo el mundo conoce para dar a Megan Fox tanto protagonismo o para colocar como secundario cómico a Will Arnett? Probablemente no, pero se hace. Y en el caso de Fox, que interpreta a April O'Neil se le da un protagonismo tan excesivo como insulso, que acaba lastrando la película a niveles importantes no ya de ingenuidad sino incluso de cierta estupidez. Puede que sea una forma demasiado dura de calificar una película que, en realidad, no pretende ser más que un entretenimiento juvenil que engañe a algún que otro nostálgico para pagar una entrada, pero tendría que molestar más la simpleza con la que se despachan franquicias que, obviamente por su permanencia en la cultura de masas de su época, dan para mucho más.
Jonathan Liebesman, quién sabe en qué medida por satisfacer a su productor Michael Bay, lleva la película a terrenos que no benefician el resultado final. Ninja Turtles no necesita unas piezas de acción tan desbocadas y grandilocuentes como las que propone (la segunda, la persecución en la nieve, es terrible y no viene a cuento), y el resultado habría sido mucho mejor de haber apostado por lo que sí funciona: las propias Tortugas. Olvidando que a veces parecen tener la fuerza de Hulk, su aspecto no es tan molesto como podía parecer cuando se vieron las primeras imágenes, e incluso acaba siendo un vínculo con los primeros tebeos de Kevin Eastman y Peter Laird. Su humor, sus influencias de la cultura de masas, sus chistes, funcionan bastante bien, e incluso es fácilmente asumible el choque de caracteres entre los cuatro, ese que siempre ha protagonizado las historias de las Tortugas Ninja (Leonardo como líder, Raphael como rebelde, Michelangelo como cómico y Donatello como científico). Pero falla todo lo demás, una deficiente historia y una trama cogida con alfileres.
Y eso sucede porque se olvida el material de referencia e incluso lo más elemental de lo que debe de ser una adaptación. Una película de héroes con un villano que sólo aspira a lucir bien en pantalla (cosa que además no hace) está condenada a sufrir. Ninja Turtles sufre porque el majestuoso plan para dominar en el mundo (Nueva York, en este caso) es absurdo. Sufre porque Shredder es un personaje sin personalidad, sin pasado y sin conflicto. Y sufre porque, en realidad, todo da un poco igual. Todo menos el humor y la presencia de las Tortugas, que es con diferencia lo mejor que tiene la película. Lástima que este tipo de cine caiga tan fácilmente en lugares comunes y en caminos equivocados, porque si aprendiera a potenciar sus aspectos fuertes se vería un cine juvenil de acción mucho más atractivo. Ninja Turtles no lo es. Sin protagonista (Megan Fox es terrible), sin villano, con alguna gran secuencia de acción fallida, no hay mucho a lo que agarrarse. Y aún así ofrece cierto entretenimiento y la sensación de que, sí, podría haber sido peor.
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