Tras la mucho más impresionante y por desgracia más desconocida Profesor Lazhar, Philippe Falardeau firma La buena mentira, que no es más que una de esas películas de grandes sentimientos, basada en un hecho real y, en realidad, un publirreportaje extendido hasta casi las dos horas para mostrar que los refugiados de Sudán no son mala gente por mucho que el 11-S colocara a cualquier persona salida de aquel país en la situación de ser considerado aprendiz de Al Qaeda. Es, de forma más concreta, la historia de los llamados niños perdidos de Sudán, huérfanos de familias asesinadas que fueron desplazados y separados por una cruenta guerra civil, que después de pasar por campos de refugiados tuvieron la oportunidad de viajar a Estados Unidos para buscar una nueva vida y que allí afrontaron un enorme choque cultural. Y como todo tiene que ser bueno y bonito (de hecho, los protagionistas africanos son refugiados sudaneses reales, incluso alguno de ellos fue niño soldado), la película transcurre con mucha facilidad, con mucha amabilidad, con pocas ganas de molestar. Aburrirse uno no se aburre pero en realidad deja poco poso.
Es importante recalcar que el protagonismo de la película recae en un grupo de esos niños perdidos de Sudán, porque de lo contrario, si se atiende al cartel de la película, uno puede pensar durante algo más de media hora que se ha equivocado de sala o de película. Los de Reese Whiterspoon son el nombre y el rostro con el que se quiere vender la película, y eso, en realidad, es sumamente gratuito y forzado, por muy habitual que sea. No es la protagonista, no está durante todo el recorrido de la historia y es la perfecta explicación de que lo que quiere hacer La buena mentira es vender un concepto y no un filme. Quiere que nos solidaricemos con los afectados por el drama que narra de Sudán, quiere que pensemos que son buena gente, que ayudan a la comunidad (norteamericana, por supuesto; de ahí el mensaje final de la película, en el que incluso se destaca que algunos de esos niños perdidos se han unido hoy a Ejército de Estados Unidos). Y Whiterspoon aporta a la causa ese rostro amable, esa mirada especial, por mucho que esta vez destile más belleza que talento.
En realidad, La buena mentira narra dos películas en una. La primera es de la del drama de Sudán de hace un par de décadas. Esa, sin necesidad de haber tocado ese país de forma especial, ya se ha contado muchas veces y Falardeau simplemente cumple al mostrarla. Ni es especialmente emotiva o dramática ni tampoco cae en defectos de sensiblería. Es un drama, duro, con niños como protagonistas, y la parte del relato destinada ablandar el corazón del espectador. A partir de ahí la película se transforma y se convierte en el mencionado choque cultural, con sus muchos y muy agradecidos tintes divertidos y con los necesarios toques de drama humano y personal para destacar los problemas de adaptación. En realidad, visto el resultado, la primera parte, unos tres cuartos de hora, prácticamente sobra. Funcionan mucho mejor los insertos posteriores durante la segunda mitad que hacen referencia a ese periodo, que todo el relato continuado con el que arranca la cinta.
En La buena mentira no hay nada especialmente incorrecto, pero todo lo que tendría que ser trascendente tiene un aire inane y complaciente. La historia es formidable, la real, pero Falardeau no le da la fuerza necesaria como para que trascienda la pantalla y esa etiqueta de "basado en hechos reales". Lo que mejor funciona es la faceta más divertida, la del aprendizaje de estos sudaneses que salen de un infierno para conocer de primera mano la civilización occidental. Es eso, en definitiva, lo que mejor reflejado parece porque es lo más accesible a la producción. Reflejar una guerra civil en Sudán probablemente exigía más de lo que tenía La buena mentira en bastantes niveles, y por eso esa primera parte de la película acaba siendo algo tediosa e incluso desconectada de lo que se ve a continuación. Pero aún así es una cinta inofensiva y disfrutable, siempre que esté claro que estamos ante un telefilme crecido y con una estrella de Hollywood dando lustre, que no protagonismo, a un reparto que incide en la faceta más realista de la causa que se quiere abanderar.
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