Magical Girl supone el segundo capítulo del personal universo de Carlos Vermut tras Diamond Flash, y las constantes vienen a ser parecidas. Sus ideas para este largometraje son atractivas, pero chocan con un escollo que muchos espectadores no salvarán: su lentitud. Un ritmo en ocasiones excesivamente pausado oculta en parte el humor negro (y no tan negro) que hay en su historia de casualidades, la brillante configuración de los personajes y un espléndido final, que es donde reside el espíritu de la película. Tanto es así, que más de 130 minutos para contar la historia acaban antojándose demasiados, porque al final se apodera del espectador la sensación de que todas las claves residen en esa conversación en el bar, intensa y dramática, que sostienen los personajes de José Sacristán y Luis Bermejo. Todo lo demás, con su interés, forma parte de una trama quizá demasiado ambiciosa en cuanto a sus temas y poco concreta en sus resultados porque da demasiada libertad al espectador para sustraerse del influjo de la película.
En realidad, todo lo anterior no deja de ser una apreciación personal, una que cambiará según cada espectador. Es verdad que es una película lenta, pausada, muy reflexiva, en la que ningún personaje vive acelerado y todo invita a deleitarse con los detalles de cada escena. Es igualmente cierto que la construcción de los personajes es espectacular. Cada uno por separado y todos según se van cruzando aportar algo profundo a la película. Pero es igualmente cierto que la película ofrece la duda de si todo lo que se ve era realmente necesario para comprenderla. La respuesta intuitiva, la del ritmo del filme, indica que no, que su muy buen final podría haber llegado antes. La reflexiva es la que lleva a pensar en todos los pequeños elementos de la cinta, los que le sirven a Vermut para hacer algo complejo y retorcido, brillante en ocasiones tanto en su faceta más dramática como en los acertados golpes de humor que va incluyendo en el guión. Pero sin duda la mezcla de ambas visiones hacen de esta una película que dispara opiniones tan contradictorias como válidas.
En Magical Girl (el título es una de las cuestiones más discutibles de la película, porque invita a pensar en una historia que al final es casi más bien el macguffin del relato) todo está medido y pensado. La pausa no es un error, sino una elección. Si la película resulta lenta a algún espectador el motivo no estará tanto en la puesta en escena como en la sala de montaje. Y eso que Vermut traza con mucha habilidad el cruce de las historias de los diferentes personajes, empezando por un prólogo atractivo y hasta llegar a la ya mencionada escena del bar. La trama de Magical Girl depende tanto del montaje y de ese cruce de vidas que lo mejor es ir dejándose sorprender por la historia, sin necesidad de recurrir a una sinopsis. Sí se puede decir que los protagonistas son una mujer (Bárbara Lennie) con problemas psicológicos cuyo marido es, precisamente, un psiquiatra; un profesor de literatura en paro (Luis Bermejo) que hará lo imposible para satisfacer los deseos de su hija enferma (Lucía Pollán); y otro profesor, éste de matemáticas (José Sacristán), ya retirado. La forma en que se cruzan sus vidas, casualidades en estado puro, es lo mejor de la película.
Lo que altera demasiado la percepción de la película es que ese cruce de personajes tarda mucho en verse. El montaje de la primera mitad de la película no es, en ese sentido, tan certero como a partir de su ecuador. A Magical Girl, en todo caso, hay que reconocerle un atractivo interesante, un magnetismo del que es difícil escaparse. Que sea lenta no quiere decir que sea aburrida. No lo es, aunque a veces cueste seguir el hilo que deja Vermut. Convencen sus actores, sus diálogos y el mencionado humor, a veces casi involuntario. Y, de alguna manera, deja la sensación de que viéndola una segunda vez la película tiene capacidad de crecer. Lo que está claro es que Vermut es ya uno de los cineastas españoles más personales y eso ya es un motivo para seguirle de cerca. Puede que Magical Girl no convenza a todo el mundo, seguramente no lo hará y quien escribe estas líneas quedo fascinando por el mundo que crea, encantado con el final de la película pero insatisfecho con un demasiado largo desarrollo. Pero incluso así tiene elementos de sobra como para darle una oportunidad.
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