A nadie puede sorprender ya que el elogio a una película de David Fincher sea una constante. Tendrá admiradores e incluso detractores, porque es imposible que el arte, y menos el contemporáneo, suscite unanimidad, pero pocos discutirán que estamos ante uno de los nombres esenciales del cine moderno. Y cada película que dirige genera tal expectación que ahí radica el único peligro. Perdida, su último trabajo, es una joya, un Fincher brutal, uno en estado puro, con momentos absolutamente inolvidables, con una trama fascinante y una realización que roza lo obsesivo. Encandila con la historia, con la narración, con sus planos y con sus personajes. Nada falla en sus 149 minutos. Pero las expectativas son algo bien distinto. Fincher reinventó el thriller en 1995 con Seven, e hizo lo propio en 2007 con la algo infravalorada y más desconocida Zodiac. Puede que Perdida no llegue para decir que el mismo director ha cambiado hasta en tres ocasiones la forma de entender un género, pero sin duda estamos ante un cineasta que lleva ya demasiados años en la cúspide artística como para no deleitarse con ello.
Fincher bien podría haber aparecido en los carteles de Perdida como hizo tantas décadas atrás el maestro Alfred Hitchcock para promocionar Psicosis, advirtiendo al público que no desvelara el final de aquella obra maestra del suspense porque no tenía otro. Pero Fincher no habría tenido que pedir que no se contara nada sobre el final, sino sobre buena parte de la película. Con saber que Ben Affleck y Rosamund Pike dan vida a un matrimonio y que una buena mañana ella desaparece es suficiente para disfrutar la película. Es más, eso es lo deseable. Saber más implica no disfrutar de la experiencia al mismo nivel. Y no porque sea una película que dependa de su desenlace para ser juzgada con propiedad, sino porque la fuerza de las imágenes y de la narración de Fincher es tan espectacular que sólo se puede sentir envidia del que le esté descubriendo por primera vez. Es un maestro en lo que hace y ha llegado a un punto en el que probablemente nadie lo sabe hacer como él. Por eso su filmografía es ya una de las más sugerentes de los últimos veinte años y por eso es capaz de adentrarse en los rincones más recónditos del alma humana con semejante precisión.
Podríamos diseccionar Perdida, sus temas esenciales (incontables) o sus giros, pero no merece la pena porque sería contribuir a esa ruina de la experiencia que supone saber demasiado. Basta con adelantar que para Fincher no existen los corsés narrativos clásicos, que su película está viva de principio a fin, que se metamorfosea cada pocos minutos, que sus personajes van creciendo a un ritmo vertiginoso, y que si hay algún momento en el que la duda es legítima sobre el camino que está adoptando Fincher (probablemente el momento más complejo es pasada la media hora y hasta el primer cambio brutal en la historia que se produce), esa sensación se acaba disipidando en cuanto la película coge una formidable velocidad de crucero emocional que ya no se detiene, hasta llegar a un clímax antológico, de los que se queda grabado en la retina para siempre, seguido de un epílogo que no hace más que acrecentar las sensaciones que despierta la historia, una descomunal partida de ajedrez que parece mentira que aborde tantos temas y que deje tantos elementos para el debate.
Puestos a encontrarle un punto criticable a la película, Ben Affleck es lo más débil de Perdida. No es que haga un mal trabajo, pero como actor está mucho más limitado, por ejemplo, que Rosamund Pike, simplemente espectacular. Las dobleces y matices que hay en cada mirada de ella no se encuentran con tanta facilidad en él, aunque en realidad él tiene más minutos en pantalla. Pero en realidad tampoco desentona tanto. Es sólo que no llega a la excelencia que desprende el resto del filme de un Fincher extraordinario, que reúne en la película lo mejor de su cine, incluso deslizando finas ironías, casi parodias de la situación que está contando, crítica social, terror puro y cine de género. Pero mejor sin saber nada más. Ni siquiera si existe una fidelidad a la novela en la que se basa, porque afirmarlo o negarlo ya daría pistas a una parte de la audiencia, o colocando adjetivos a los actores, todos ellos parte de un casting eminentemente formidable, porque de esa forma se podría anticipar el papel que alguno de ellos tiene en la trama. Si Fincher lo ha dispuesto así, así es como hay que disfrutarlo. Y, con una cinta más cercana a Millennium que a Zodiac, Fincher demuestra otra vez que sabe de esto. Ya lo creo que sabe.
2 comentarios:
Me da un poco de reparo esta peli porque temo ir a verla y acabar "acongojado". Pero, tal como la pones, me has producido una curiosidad tremenda. Habrá que verla.
Tarambana, tiene algún momento un poco brutal, pero no creo que sea una película que deje esa sensación. Es Fincher quien provoca la curiosidad, yo sólo me maravillo ante su trabajo, je, je... Ya me contarás si la ves...
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