Hay pocos subgéneros del drama que tengan claves tan universales y fáciles de conquistar como las del cine deportivo. Y sin embargo, de vez en cuando aparecen películas que demuestran que no siempre se aplican de forma exitosa. El chico del millón de dólares es una historia real, sobre los dos primeros muchachos de India que logran una prueba para jugar en un equipo profesional de béisbol en Estados Unidos. El protagonista, en realidad, es el agente que busca ese mercado y trae a los chicos a un mundo nuevo que no conocen. Pero la emoción, la tensión, las claves de esa superación, el nervio y la garra no se aprecian en toda la película de Craig Gillespie, al menos hasta los dos minutos finales. Esa sí era la película que podría haber gustado a quienes normalmente disfrutan del cine deportivo. Pero los caminos que sigue El chico del millón de dólares son otros, a medio camino entre la colonialista historia de dos chicos pobres y el brutal choque cultural al llegar a suelo norteamericano y la comedia romántica más facilona y previsible.
Para entender esa falta de garra, se podría aducir que se trata de un relato muy localista. Americano, por supuesto, porque el deporte protagonista es el béisbol, e hindú, porque es la India el entorno que se quiere explotar. Pero el mismo cine ha desmentido ese argumento en demasiadas ocasiones. El mejor, Campo de sueños, Moneyball o El orgullo de los yanquis (que aparece en El chico del millón de dólares) demuestran que el lenguaje deportivo es universal. Y el éxito en forma de premios de Slumdog Millonaire, que la conexión entre el exotismo de la India y públicos de todo el mundo es más que factible. Tampoco se puede achacar que la película sea blanda a un pretendido espíritu Disney (¿por qué parece que hay tanta gente que esa el nombre de la productora de forma peyorativa?). La clave está especialmente en la dirección de Craig Gillespie.
¿Por qué? Sencillo. No es la historia, real como se nos insiste en recordar al principio y sobre todo al final las inevitables fotos reales, sino la forma en que Gillespie la lleva a la pantalla. Ni se aprecia el drama del agente deportivo que interpreta Jon Hamm, ni se entiende el momento por el que pasan los dos chavales que viajan a Estados Unidos en busca del sueño americano, ni funciona el pretendido exotismo por ubicar amplios trozos de la historia en India, ni tampoco se explican demasiado bien los giros personales de los protagonistas. Cuando Gillespie opta por dibujar postales facilonas y poner la música más predecible y rutinaria a su película, el mensaje que está enviando es el de que no cabe esperar la más mínima sorpresa en los muy largos 124 minutos que dura el filme. Nada emociona como debería, nada inspira como lo hizo en la vida real. Hasta el final. Es ahí donde El chico del millón de dólares entiende la película que podría haber sido, pero ya es tarde, claro.
Ese final sirve para que los aficionados al cine deportivo (en realidad, cualquiera que disfrute del drama, porque el deporte no es más que un reflejo de la propia vida) salgan de la película con un sabor de boca agradable, pero no oculta que El chico del millón de dólares es una película construida con demasiada facilidad y rutina. Se nota, por ejemplo, en la aparición de Alan Arkin, que se limita a copiar gestos y maneras de algunos personajes anteriores que guardan cierta relación con éste para salir del paso. Esa es la sensación que deja el filme. Dentro del deseo de glorificar una emotiva y preciosa historia deportiva, la película se ha convertido en un paso más del relato mitificador, uno necesario, a veces imprescindible, y uno que a Hollywood le encanta dar. Pero este tipo de historias requiere un nervio que Gillespie no parece tener. Sigue el manual, sin duda, y eso deja un producto correcto desde su romanticismo, desde su humanidad y desde su realismo, pero del mismo modo es inofensivo y olvidable. Sin emoción verosímil, hay poco que hacer.
1 comentario:
Antes de ver esta película ya había escuchado muy buenas críticas. La verdad es que la actuación del actor Asif Mandvi fue de mis favoritas, ese es un punto que rescato mucho , por lo demás creo que como todas las cintas termina en el final feliz.
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