Puede parecer un juego de palabras realmente fácil, pero el problema de La trama está en el guión. Es un problema serio porque afecta a todos los demás elementos que pone sobre el tablero Allen Hughes en el primer filme que dirige en solitario y sin su hermano Albert. Prácticamente nada consigue ser creíble es una película que coloca muy alto el listón de sus expectativas, quizá más por la temática y por su reparto que por sus posibilidades reales, y, en comparación, se queda muy por debajo en el resultado final. Tras una lograda ambientación y alguna que otra relación entre personajes desarrollada con interés y oficio se escapan frases trilladas, personajes que no tienen ni de lejos la importancia en el guión que parece intuirse, y un argumento que apenas es capaz de sostenerse para los 108 minutos que dura la película. Que Russell Crowe sea lo mejor de una película no tendría que sorprender a nadie, y es que su terreno en ésta es el que más juego daba.
No son muchas las ocasiones en las que un guión que ha circulado por los estudios durante largos años acaba desembocando en una gran película. El caso de La trama viene a confirmar esa teoría. Fue en 2008 cuando se compró el guión de Brian Tucker, que no tiene hasta la fecha ningún otro libreto producido, y desde entonces pugna por llegar a la gran pantalla. Cinco años parecen muchos para una película así. Y es que el tema es atractivo, aunque Hughes (que rodó junto a su hermano Desde el infierno o El libro de Eli) no parezca el director más adecuado para sacarle partido a una historia así, a pesar de un fantástico plano inicial. Las películas protagonizadas por ex policías juzgados por espinosos asuntos morales y las que tocan la corrupción que ataca a la democracia en todo el mundo ya tienen un punto a favor. Pero en esta ocasión la mezcla no funciona porque parece floja, débil, inconsistente. No sé ve un fondo interesante a la historia, ni tampoco una forma que haga olvidar las flaquezas del guión.
Y es precisamente el guión lo que hace que el punto fuerte del filme, sus protagonistas, queden peor de lo que realmente están. Porque, como decía, Russell Crowe es lo mejor de la película indiscutiblemente. Y sería un trabajo francamente convincente de no ser por las líneas que le otorga el guión. Cuando llega a decir "ni yo sé lo que quiere decir" refiriéndose a una de las frases hechas que le tocan, casi parece una declaración de intenciones sobre lo que supone la película. No se construyen grandes personajes dándoles frases aparentemente trascendentes, y en eso falla Tucker. Como también falla en dar algo de profundidad al personaje de Catherine Zeta-Jones, que promete mucho, que encuentra en la actriz un interesante reverso formal a su caricatura de Rock of Ages, pero a cuyo rol le falta muchísima profundidad y presencia en la película. Y Mark Whalberg ahonda en su solvencia como protagonista de historias turbias, pero no termina de marcar una diferencia entre éste y otros de sus papeles más recientes.
¿Qué nos queda? El trasfondo político. Russell Crowe interpreta al alcalde de Nueva York. Y está en plena campaña para la reelección. Las escenas políticas, de platós y de despachos, están entre lo más destacado de la película. O la relación personal que Wahlberg, primero policía y después detective privado, mantiene con su ayudante (Alona Tal). El resto viene a ser un conglomerado pensado para que todo tenga explicación pero en el que casi nada es satisfactorio. No convence la historia con la que el personaje de Wahlberg mantiene una relación con Natalie (Natalie Martínez), una actriz portorriqueña que ha cambiado el nombre para trabajar en el cine independiente. Tampoco, a pesar de atractivos esbozos, la difícil convivencia del alcalde con su esposa (Zeta-Jones). La trama es una oportunidad perdida para hacer un thriller político-policial de altura y que se queda en una película sencillamente entretenida.
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