Viendo su propuesta, puede que Tomorrowland sea una película injustamente desdeñada por la sencillez de su desarrollo, por su ausencia real de sorpresas o incluso por su tono optimista, que tan poco parece gustar en nuestros días, pero eso es justo lo que hace del último filme de Brad Bird un título formidable. Bird, como J. J. Abrams, es un nostálgico que apuesta claramente por llevar al siglo XXI el tipo de cine que Steven Spielberg y sus afortunadamente locos seguidores hacían en los años 80. Si Tomorrowland se hubiera podido hacer en esa década, hoy, pese a sus defectos, rondaría la categoría de pequeño clásico. Pero se estrena en 2015, cuando el impacto de una imageniería visual tan poderosa y un espíritu tan optimista como el que se ve en la película ya no es tan extraordinario en el público general como lo fue en las impresionadas mentes que crecieron en los años 80. Y, sí, la película acaba adoptando la excusa de los parques temáticos de Disney y es un homenaje en toda regla a los grandes nombres de la ciencia ficción literaria y cinematográfica. Soñadores, reuníos. Ese es el mensaje que la película transmite dentro y fuera de la pantalla.
Y, la verdad, resulta difícil quedarse con lo malo cuando esas son las intenciones. Algo negativo sí hay en el resultado final, y es que no funcionan igual de bien todos los elementos que Bird pone en la pantalla siguiendo un guión escrito por él mismo y por el siempre controvertido Damon Lindelof. En unos 130 minutos que se pasan volando, sí es verdad que hay algunos tramos algo farragosos y algún que otro personaje desaprovechado, sobre todo el de Hugh Laurie, que arranca formidablemente bien en el primer tercio del filme, probablemente lo mejor desde el punto de vista cinematográfico (antes de que el festín visual sea el protagonista principal), pero se acaba quedando a medio camino en el clímax. Con todo, Bird supera con facilidad todos los problemas que pueda tener el filme haciendo un maravilloso ejercicio de actualización nostálgica. Es el cine de siempre, el que tantos elogios acaparó durante décadas, pero realizado con una factura contemporánea, lo que implica un despliegue visual impresionante, y con el enorme talento que tiene su director.
Ver Tomorrowland como un simple homenaje o como un simple ejercicio nostálgico, y que quede claro que Bird no reniega de ninguna de esas dos condiciones, sería no apreciar la montaña rusa que es la película o lo atractivo que es el concepto que maneja. Es, efectivamente, una respuesta a la madurez que dice haber alcanzado el entretenimiento popular mediante la violencia, el dramatismo, los finales oscuros y los personajes siniestros, con la forma de una aventura juvenil y de ahí el protagonismo de las jóvenes Britt Roberson (auténtico centro de la película por mucho que los créditos aúpen el nombre de un George Clooney cada vez más metido en el papel de estrella que aumenta la dimensión de cada proyecto en el que participa) y Raffey Cassidy, especialmente esta última, que tiene una belleza especial, una intensa mirada que no en vano le permitió interpretar al mismo personaje aunque de menor edad que Eva Green en Sombras tenebrosas.
Bird ensambla una historia de ritmo alto y, sobre todo, de fascinación continua. No demasiado compleja, porque en el fondo algunos referentes ya se han explorado con anterioridad, pero sí terriblemente entretenida porque la película es un espectáculo visual apabullante, que tiene además unos efectos especiales a ratos más sencillos que de costumbre pero con un resultado increíble. Esa sencillez que domina Tomorrowland prácticamente durante todo el metraje es, posiblemente, el mejor argumento que puede tener una crítica tanto a favor como en contra de la película. Pero aceptarla como reflejo de un cine que hoy, por desgracia, no se hace con tanta frecuencia es el mejor camino para disfrutar la película. Y es una película con la que se puede disfrutar muchísimo. Como aventura, con el mismo toque de nostalgia que ya evidenció el Super 8 de Abrams pero desde otro enfoque, y como reivindicación de un cine diferente y sorprendentemente en peligro de extinción.
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