No es ninguna sorpresa anunciar que Suite francesa es un folletín, una historia inevitablemente de amor entre una mujer francesa, esposa de un soldado desaparecido, y un oficial alemán destacado en el pueblo cercano a París en el que se desarrollan los acontecimientos. Lo que sí es más sorprendente es que esa historia no encuentre el elemento que podría haber hecho que despegara, la pasión. A Suite francesa le faltan ñoñería, romanticismo y sensibilidad, le falta dar la sensación de que estamos ante la mayor y más imposible historia de amor jamás vista, le falta creerse lo que tendría que haber sido. Y no le falta todo esto, que lo necesita, sólo porque la película quiera ser algo más ambiciosa y mostrar los efectos de la ocupación nazi entre los vecinos de este pueblo, un tema que probablemente acaba cobrando más importancia, sino porque todo parece a medio camino, en todo parece que faltan explicaciones o que los actores tiran de manual más que sentir de verdad lo que tienen que transmitir.
Y ojo, que Suite francesa no es una mala película, no es ni mucho menos un nafragio aunque haya un momento (el de los manteles) en el que Saul Dibb, director del filme, apuesta directamente por una trampa emocional y narrativa que hace tambalearse el momento más tenso del filme y, en realidad, todo lo que intenta construir. Pero en general hay un esfuerzo apreciable de recrear la época, las sensaciones, las relaciones entre los personajes, franceses y alemanes, hombres y mujeres, ricos y pobres. Ahí la película avanza con cierta facilidad. Incluso arranca bastante bien, desde una parcela muy personal, la de Lucille (Michelle Williams) explicando la vida que le ha dejado la guerra y que su marido se haya marchado a luchar en ella dejándola atrás junto a su suegra (Kristin Scott Thomas), para mostrar el horror bélico desde una única secuencia, un bombardeo, que resulta bastante impresionante a pesar de mostrarse con una sugerente economía de medios.
Pero poco a poco la película acaba convirtiéndose en un ejercicio de buenos sentimientos por momentos algo forzado. Quizá falten escenas para desarrollar adecuadamente las relaciones entre algunos personajes, quizá es que Williams y Matthias Schoenaerts, a pesar de estas bastante metidos en sus papeles (y ella siempre un punto por encima porque tiene una maravillosa mirada melancólica), no consiguen transmitir juntos esa pasión de la que adolece el filme o quizá es que, en realidad, la película acabe por no ser especialmente creíble. No lo es en la historia de amor que plantea, tampoco en su retrato de una invasión nazi en la que hay demasiados conceptos maniqueos y simplistas, y lo que sobresale es precisamente esa relación entre vecinos, la que se establece entre los habitantes del pueblo. Ahí sí se consiguen las emociones que se buscan aunque muchas de esas pequeñas historias quedan demasiado sueltas (por ejemplo la del personaje de una casi irreconocible Margot Robbie).
Suite francesa tiene un público muy determinado al que satisfacer y precisamente por eso no se sale de las líneas previstas. Es una película romántica y de época que se esfuerza en que la pareja protagonista luzca y el escenario histórico escogido esté bien llevado a la pantalla. Dibb tiene más éxito en lo segundo que en lo primero, y por eso la película no consigue ser algo más. No aburre, pero no emociona. Y no deja de ser curioso que el cine actual mida tan mal el montaje, porque probablemente la película habría mejorado con algunos minutos más que profundizaran en el vínculo musical que se establece entre los protagonistas o en las denuncias que se cruzan los vecinos del pueblo. 107 minutos no es algo exagerado para un filme que pide más, y sin embargo la costumbre es la contraria, la de alargar innecesariamente películas que se podrían haber contado en menos. Dibb, que no rueda mal, no mide bien, y eso deja Suite francesa a medio camino en casi todo.
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