Hay muchas formas de convertir una película en un despropósito y Caza al asesino parece que se ha dedicado a
coleccionarlas. La película es, efectivamente, un auténtico despropósito.
Arranca con ideas que podrían haber dado para un interesante thriller político
de denuncia, que es probablemente lo que explica la presencia de Sean Penn,
pero eso acaba tan diluido que apenas llega a la categoría de McGuffin. Pasa
así a ser una película de acción, que es lo que justifica que Penn se haya
musculado hasta el punto de parecer un trasunto de Sylvester Stallone, algo tan
innecesario como muchas de las escenas de la película con las que se justifica
su habilidad para ser el perfecto asesino sin corazón o ese rocambolesco
triángulo amoroso sencillamente imposible de creer. Y finaliza siendo una
postal turística, en este caso de Barcelona, que termina en el más inverosímil
de los escenarios, hasta el punto de que en los créditos hay que introducir una
nota que actúa como enmienda a la totalidad y colofón al enorme despropósito
que es el filme.
La verdad es que da pena que la película de Pierre Moral, director
de Venganza, sea tan
deficiente porque en la película había elementos interesantes, incluso
partiendo del inevitable cliché del agente (a uno u otro lado de la ley) que se
ve obligado a retomar su actividad por los ecos del pasado. Pero el problema es
que todo es superfluo. Se toma como base el conflicto en la República
Democrática del Congo, pero eso pierde tanto interés que desaparece hasta una
nota final, una tardía llamada a la reflexión por cuestiones que la película no
quiere aprovechar. Y el clímax acontece en Barcelona, pasando antes por Londres
y Gibraltar, y no en cualquier otro lugar del mundo probablemente porque es la
ciudad que ofrecía unas condiciones interesantes para rodar (económicas, por
supuesto, y no hay más que ver el rótulo de neón que se atisba desde la
habitación del personaje de Penn o cierto lugar emblemático iluminado de noche
como quien no quiere la cosa).
Todo es tan conveniente para los propósitos puntuales de la
historia que excede claramente la ingenuidad, pide demasiado al espectador para
lo poco trabajado que parece todo. Sin más consideración, cada elemento que se
ve es terriblemente simplista, desde la insinuación en la primera parte de la
película de un triángulo amoroso entre los personajes de Sean Penn, Javier
Bardem y Jasmine Trinca hasta la forma en que se resuelve la historia, pasando
por la participación de dos secundarios sin apenas papel como Ray Winstone o
Idris Elba (¡que incluso aparece en el cartel a pesar del mínimo tiempo que
tiene en pantalla!) o la ejecución de algunas secuencias que no tienen mucho
sentido. En ese terreno, ni siquiera las escasas escenas de acción parecen bien
rodadas o culminadas, y los actores no parecen saber qué hacer tampoco con sus
personajes. Penn mantiene mínimamente el tipo, aunque por momentos dé la
impresión de que sólo pretende lucir musculatura a su edad, y Bardem es quien
mejor ejemplifica la falta de sutileza que afecta a toda la película.
Caza al asesino tiene además otro defecto demasiado
habitual en el cine de este estilo, y es su duración. Rondando las dos horas,
ni siquiera es capaz de ofrecer una historia atractiva. Los pocos elementos que
tenía interesantes se van pasada la primera media hora y por mucho esfuerzo que
se ponga en aceptar la poca verosimilitud de la película es imposible aceptar
nada de lo que sucede a partir de la necesidad de hacer hablar a Bardem en
inglés en una conferencia en la que le han hecho una pregunta en español
simplemente para que Penn le pueda interrumpir o con ese viaje casi instantáneo
entre Barcelona y Gibraltar por carretera, de noche y con un personaje enfermo
al volante. Esas son las anécdotas, pero ilustran a la perfección la enorme
cantidad de cosas que no se han pensado antes de llevarlas no ya al montaje
final de la película sino incluso a su mismo rodaje. Qué fácil resulta en
nuestros días hacer mal las cosas en el thriller de acción.
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