Si hay un cine particularmente necesario a pesar de su intrascendencia general, ese es el cine de buen rollo. Aún con sus tintes de drama, Nuestro último verano en Escocia pertenece a ese grupo de películas que, sin pretender un hueco en la historia del cine, ofrece una diversión sincera. Y, ojo, que eso no significa que sea fácil de hacer, ni mucho menos. La historia del filme es tan realista como compleja, ya que sigue las peripecias de un matrimonio con tres hijos que está en proceso de divorcio y que decide guardar las apariencias para acudir a la fiesta por el 75º cumpleaños del abuelo. Con esa sencilla premisa y con un espléndido uso de los actores infantiles y sus personajes, la película se convierte en un maravilloso canto a la vida que es capaz de encontrar la comedia incluso en los momentos más duros y trágicos de la realidad cotidiana. Como casi todas estas películas, acaba sucumbiendo al final al deseo buenista que preside todo el filme y la resolución no termina de estar a la altura, pero ese es un detalle menor en un filme muy entretenido.
Razones hay muchas, pero las fundamentales hay que encontrarlas en el guión de Andy Hamilton y Guy Jenkin, a la vez directores del filme (su primer largometraje comercial después de una amplia experiencia en televisión). Es divertido, pero a la vez real e incluso, por momentos, reflexivo y profundo. El golpe de timón que ofrece mediado su metraje es medido y muy acertado y sobre todo sabe jugar muy bien con todos los personajes, a los que da un papel preciso en el enredo familiar que propone. Pero si hay algo que eleva el filme por encima de la media es el trabajo de y con los tres actores infantiles, Emilia Jones, Bobby Smalldridge y Harriet Turnbull, tres pequeñas estrellas que aportan una frescura impagable en sus miradas y en sus diálogos hasta el punto de que cabe dudar si están ya en el guión de Hamilton y Jenkin o formar parte de una maravillosamente bien dirigida improvisación. Ellos y sus papeles son lo mejor de la película con diferencia.
Y aunque es fácil que las miradas se las lleven todas los pequeños intérpretes, con todo merecimiento además, lo cierto es que en el guión hay muchos temas interesantes. La películas es una reflexión sobre la vida, sobre la forma en la que usamos el tiempo que tenemos, sobre la familia, sobre el hecho de ser adultos, pero también se detiene en los sueños, en los caminos que estos nos abren en la vida, y algo más de puntillas también se atreve a acercarse al papel de los medios de comunicación y el trato más sensacionalista de algunas noticias. La extravagancia final de la historia, aún siendo divertidísima y audaz, es lo que consigue que la película se aleje del retrato social en clave de comedia que parecía ser, pero al mismo tiempo aporta una alocada capacidad de sorpresa que, de alguna manera, hace que la película sea imprevisible y muy divertida incluso cuando sus autores parecen perder ligeramente el control de la misma.
Eso sucede en los últimos quince o veinte minutos de Nuestro último verano en Escocia (por cierto, otra traducción bastante desafortunada por una sutileza que se entenderá viendo el filme), pero no borra la sonrisa de la cara. La película desborda simpatía, e incluso sobrevive con un reparto brillante a la descompensación que a veces provoca en el público menos versado en filmografías como la británica el que haya un rostro más conocido (en este caso el de Rosamund Pike) en un bloque pensado para ser homogéneo y que en este caso está formado un espléndido grupo de actores británicos menos conocidos para el público general y entre los que destacan David Tennant, dando vida al marido de ese matrimonio protagonista, y Billy Connolly, interpretando al abuelo de la familia. Incluso aunque al final se sienta esa intrascendencia que hay en la película (¡bendita intrascendencia de vez en cuando!), parece difícil no sentirse entretenido o incluso enternecido por lo que cuenta Nuestro último verano en Escocia, un retrato familiar y social divertido, ameno y sobre todo muy realista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario